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Claudia Rodríguez: “Escribir desde lo travesti también es militar y resistir”

Hablamos con la activista y escritora sobre el poder de la literatura como herramienta de memoria, denuncia y resistencia en contextos de exclusión. Exalta que escribir desde lo travesti no solo es un acto político, sino también una forma de construir justicia, dignidad y futuro colectivo en medio del avance de discursos antiderechos en América Latina.

Cristian Camilo Perico Mariño

17 de julio de 2025 - 11:02 a. m.
Claudia Rodríguez Silva, escritora, poeta y activista travesti y feminista chilena, referente del movimiento trans en Latinoamérica.
Foto: El Espectador.
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Desde El Espectador nos acercamos a las historias, luchas y aportes de quienes, desde la disidencia de género, han hecho del arte y la palabra una trinchera de dignidad y transformación social, en un contexto donde los discursos antiderechos y los retrocesos políticos amenazan conquistas históricas, pero también donde la creatividad y la resistencia florecen como motores de cambio.

En ese recorrido, conversamos con Claudia Rodríguez Silva, escritora, poeta y activista travesti y feminista chilena, referente del movimiento trans en Latinoamérica. Desde los años noventa, ha sido pionera en visibilizar la memoria y las luchas de su comunidad a través de fanzines como ‘Dramas pobres’, obras de teatro como ‘Historias de travestis’ y libros como ‘Cien historias en cien palabras: Las transexuales hablan’, ‘Manifiesto horrorrista’, ‘Enferma del alma’ y ‘Cuerpos para odiar. Sobre nuestras muertes, las travestis, no sabemos escribir’.

Su obra y militancia se entrelazan en relatos y poemas que narran la vida travesti desde la violencia y la pobreza, pero también desde la resistencia, desafiando normas literarias y ortográficas como gesto político para reivindicar voces históricamente silenciadas.

Empezaste a escribir fanzines como ‘Dramas Pobres’ en 2007; pero tu trayectoria en el activismo viene desde los 90, post caída de la dictadura militar de Pinochet. ¿Cómo surgió esa necesidad de escribir y qué papel ha jugado para la literatura en la construcción de una memoria travesti en Chile?

Surgió lentamente, yo creo que de manera inconsciente. Pero también con hambre. Hambre de decir, de pensar, de compartir. Porque desde muy joven conocí lo que significa pertenecer a una organización que lucha por los Derechos Humanos, fue ahí cuando comencé a ser consciente de que mi vida cotidiana ya era política, era profundamente humana.

Yo nací en una familia precarizada del sur de Chile, que en un momento tomó la decisión de venirse al centro del país buscando mejorar su calidad de vida, porque tanto en el norte como en el sur no había trabajo, no había comida. Entonces esa decisión fue urgente, necesaria. Pero también llegamos a un Santiago que estaba en construcción, así que yo crecí en un país en construcción, donde iban ocurriendo cosas políticas y económicas que me afectaban, aunque yo no me diera cuenta.

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No fue sino hasta los 22 años, cuando empecé a participar en la primera organización homosexual, que entendí que decisiones tomadas cuando yo tenía 5 o 6 años, como las que se tomaron en la dictadura sobre la educación o los derechos laborales, ya habían impactado mi infancia, mi adolescencia, la vida de mis padres, y en general nuestras vidas.

Ahí empecé a tomar conciencia de que mi experiencia de vida, mi biografía y la de muchas personas de mi generación estaban atravesadas por la historia de este país. Comencé a reflexionar sobre qué es la democracia, para mí, es que todas las personas que nacemos en un mismo territorio tengamos las mismas posibilidades de decidir qué queremos para nuestro país y para nuestro futuro. Entonces, aunque yo tenga la orientación o la identidad sexual que tenga, no dejo de ser parte de esa construcción. Todos los cuerpos, todas las vidas importan.

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Fue en ese proceso que también me di cuenta de que en las organizaciones en las que participaba, aunque tuvieran la consigna de transformar el mundo, se repetían ciertos patrones patriarcales y capitalistas. Y me fui sintiendo fuera de lugar. Entonces pensé que quizá mi forma de participar en esa construcción democrática era otra, era desde otro lugar. Ahí comenzó mi necesidad de escribir, de reflexionar desde mí, desde mi historia, desde lo travesti.

Así fue como nacieron los fanzines, como ‘Dramas Pobres’ y ‘Cuerpos para odiar’. Empecé a escribir de manera precaria, con mucha ignorancia, pero también con mucha sensibilidad porque me importaba mucho hacerme entender, decir lo que sentía y lo que pensaba. El fanzine fue una herramienta muy potente, porque en las comunidades precarizadas de Chile ya existía esa metodología: primero con mimeógrafos, luego con fotocopias y ahora con impresoras. Eran formas de comunicar en las poblaciones, yo tomé esa herramienta y la hice travesti.

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Aunque al principio tenía faltas de ortografía y problemas de redacción, cosas que he ido mejorando [risas], lo importante era decir, era escribir, era dejar testimonio. Porque la escritura también construye memoria, y en este caso, una memoria travesti en Chile.

“Todas las vidas importan”, lo acabas de decir; pero también mencionas que lo trans debe tener espacio incluso en la micropolítica. ¿Consideras que la literatura ha sido refugio y trinchera para las travestis en contextos adversos?

Sí, claro porque dentro de las mismas organizaciones era habitual que me dijeran que yo no sabía hablar, que no estaba preparada para dar entrevistas o para hablar de la situación de las travestis. Y yo viví esa experiencia, me acorralaban tanto que yo decía: “bueno, puede ser que no sepa hablar como ustedes quieren, pero muda no soy, tengo cosas que decir”.

Y ahí es donde entra la literatura, porque muchas veces no tuvimos espacio en la política tradicional, en lo académico, ni siquiera en lo organizativo. La comunidad travesti, sobre todo mi generación, vivió la exclusión familiar y también desertó del sistema educacional. Eso hizo que muchas de nosotras tuviéramos problemas de lectoescritura, que fuéramos analfabetas, que tuviéramos dislexia, dislalia, dificultades para concentrarnos, para elaborar un discurso. No es que no pensemos o no sintamos, es que el acceso a la educación nos fue negado. Y eso marca.

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Mis compañeras a veces me reclaman: “¿Cómo decís que somos analfabetas si yo tengo Facebook?”. Pero tener redes sociales no significa que sepamos leer el mundo, que sepamos nombrar lo que nos pasa. Cuando yo digo que somos analfabetas, me refiero a que a veces no tenemos las herramientas para leer nuestra propia realidad, para entender que esas violencias no son normales, no son culpa nuestra, y que violan profundamente nuestros derechos humanos.

Ahí es donde la literatura entra como trinchera porque nos permite pensar, escribir, nombrar lo que nadie nos enseñó a nombrar. Nos da una voz cuando no nos la quieren dar, incluso dentro de nuestras propias organizaciones. Nos da un lenguaje para decir que todas las vidas importan, pero que la vida travesti también necesita ser comprendida, protegida y reconocida como parte de lo humano y lo político.

En esa misma línea… ¿Qué papel cumple la escritura en tu militancia?

Uno fundamental. Primero, porque es importante aprender a leer y escribir para poder contar nuestra historia, hay muchas cosas importantes que las travestis podemos decir, cosas que deben quedar en la memoria. Yo me fui dando cuenta de eso, por ejemplo, activando en organizaciones homosexuales, conversando con mis compañeras lesbo-feministas, comprendiendo la importancia de la historia como una forma de defender la vida.

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En Chile vivimos una dictadura y no queremos que vuelva a pasar, por eso, escribir desde las comunidades travestis no solo aporta a la memoria, sino que nos ayuda a pensar en cómo proteger la vida y el planeta, la vida de todas las personas, de todas las existencias, de todos los estilos de vida y comunidades.

Pero además, la escritura nos permite hacernos preguntas. Yo llevo más de 30 años en el activismo y hoy me pregunto: ¿de qué tenemos que hablar las travestis? Porque en Chile muchas activistas trans tienen poco acceso a la educación, entonces repetimos lo que escuchamos, pero no necesariamente leemos para reflexionar por nosotras mismas.

Yo, por ejemplo, comencé hablando del derecho a la salud de las travestis, de la necesidad de que el Estado y el Ministerio de Salud se hicieran cargo de nuestros cuerpos. Pero hoy, ya con 57 años, me cansa el discurso del poto [nalgas] y las tetas, ya no me revoluciona. Soy más que eso, he pasado por muchas situaciones crueles, dolorosas, de riesgo de vida, y necesito hablar de otras cosas.

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Ahora me importa pensar en mi país. Me duele pensar que también hay niñeces diversas, hijxs de nuestras comunidades, que están creciendo sin agua, envenenadxs, sin porvenir. Por eso la escritura también es denuncia y propuesta: tenemos que hablar del acceso al agua, de la defensa de la tierra, del impacto del extractivismo en nuestras vidas.

El activismo travesti no puede quedarse solo en una lucha identitaria. No es solo sobre cuerpos, es sobre la vida, quiero que hablemos del futuro, del planeta, de la esperanza. Quiero que las nuevas generaciones de diversidades sexuales tengan un mundo donde vivir y eso no se logra solo con tetas y poto. Se logra escribiendo, pensando, exigiendo, conectándonos con otras luchas: con el feminismo, con los pueblos originarios, con las trabajadoras, con los estudiantes, con las comunidades.

Escribo también para decir que muchas compañeras murieron jóvenes sin siquiera haber sido felices, sin haber escrito una carta de amor y eso me duele profundamente. Escribir es, para mí, un acto de justicia, una forma de existir en la historia, de dejar huella. Yo digo a veces que si hubiera tenido más recursos en mi infancia, hoy sería una filósofa travesti. Porque sí, pienso, reflexiono, y tengo la aspiración de aportar a un nuevo orden del mundo. Creo en el pensamiento travesti como una potencia política.

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Escribir, entonces, es una forma de abrir puertas. De decir: aquí estamos, pensamos, sentimos, construimos y también de afirmar que no podemos seguir aceptando que la apariencia o la riqueza definan el valor de una persona. Nuestra lucha es por dignidad, por comunidad, por futuro. Por eso escribo, porque escribir también es militar.

Mencionas cómo ha mutado tu activismo travesti en 30 años, pero para vos... ¿qué estrategias de resistencia han sido más efectivas para las comunidades trans en Chile?

Yo creo que unirnos al feminismo porque exige estar en sintonía con la defensa, más allá de nuestro propio colectivo. Hoy día hay juventudes de pueblos originarios (mapuche, aymara, pascuense) que son parte de la diversidad sexual y que también se están involucrando, están haciendo interseccionalidad con otros grupos, eso es fundamental.

No podemos ser solas, tenemos que vincularnos, somos con otras. Hay que articularse con la lucha de los pueblos originarios, de las trabajadoras, por la educación, por la salud, con todos esos gremios. Tenemos que hacer alianzas y eso ha pasado, de a poquitito, pero ha pasado, aunque principalmente la lucha sigue siendo identitaria. Yo insisto: tenemos que interseccionalizar nuestras luchas, porque está comprobado que, si no lo hacemos, no vamos a lograr mucho.

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Se puede decir que tenemos una Ley de Identidad de Género pero, por ejemplo, no hay recursos del Estado ni voluntad de la clase política, ni de diputados, ni del gobierno, para operacionalizar esa ley. Entonces, todos los gastos que implica ejercer ese derecho los tiene que asumir la persona que quiere hacer uso de ella.

Lo mismo pasa con la Ley Zamudio [Ley de No Discriminación]: se supone que una puede demandar por discriminación, pero tampoco hay recursos estatales para sensibilizar, educar o para hacerla funcionar como corresponde. Todo lo que implica llevar un caso a juicio corre por cuenta de la víctima que denuncia.

Ahora, hay otras formas de encontrarse con la justicia, que no necesariamente pasan por el Estado. Por ejemplo, cuando yo participo con otras organizaciones, con trabajadoras, con el sistema educacional, con el sistema de salud, me encuentro con seres que sí están sensibles y que sí generan cambios en las prácticas, incluso aunque no haya una ley que los obligue. Eso es muy importante: los cambios no oficiales, los que pasan en la vida cotidiana porque se habla de sanción social, pero también hay una ética comunitaria.

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Cuando trabajamos de manera comunitaria, bajamos los niveles de discriminación, de abuso, de acoso. Todo eso que no pasa por leyes oficiales también es parte de la resistencia y eso es responsabilidad de las organizaciones comunitarias, porque ponen una mirada ética: de respeto, de valoración de la diversidad, y también de respeto por los recursos naturales y la tierra.

No podemos mirar nuestra lucha únicamente como una lucha identitaria. Tenemos que vincularnos con todas las luchas sociales porque a veces pensamos que somos las únicas víctimas, pero hay muchas víctimas del sistema que están en situaciones similares a las nuestras.

En ese panorama de vulneraciones… ¿Cómo ves el ascenso de los movimientos antiderechos LGB y trans en América Latina y en otros países?

Lo veo desde mi propia experiencia, desde mi lucha, que ha sido demostrar que las personas de la comunidad travesti, transgénera, transexual y no binaria somos capaces, incluso, de generar conocimiento, de generar pensamiento. Eso yo no lo he escuchado en ninguna otra parte.

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Frente al ascenso de los movimientos antiderechos veo también una oportunidad para que desde el activismo en Latinoamérica podamos demostrar que somos capaces de construir un nuevo orden. No se puede seguir creyendo que la apariencia de una persona es más importante que sus actos, que la persona con más dinero vale más, o que una clase social va a tomar siempre las mejores decisiones. Hay que establecer nuevas verdades que nos permitan construir otra sociedad.

Porque no puede ser que yo vaya a una institución y me discriminen por cómo me veo, por cómo creen que es mi práctica sexual. Eso no puede seguir ocurriendo, porque esas instituciones las sostenemos nosotras, con nuestro trabajo, con nuestro sueldo. No pueden dejarnos afuera, no pueden dejar de ser útiles a nuestras necesidades.

Yo creo que hay que reordenar este cuento, creo que podemos aportar a ese nuevo orden, pero hay que ser rigurosas y también hay que reconocer nuestro origen, yo no comulgo con el borrado. En algún momento repetí ese discurso de “soy una mujer en un cuerpo equivocado”, porque no leía mucho, pero hoy sé que por más operaciones que yo pueda tener, no voy a borrar lo que fui. Eso no es vergonzoso, eso también me constituye y no me resta, al contrario: me permite participar en la discusión democrática del país, del mundo donde quiero vivir.

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Lo que ha pasado en Chile es que desde el Ministerio de Salud se nos ha borrado. Ellos decidieron que era feo hablar de comunidad travesti o transgénero, y nos etiquetaron simplemente como mujeres trans, sin darnos la posibilidad de decidir cómo queremos ser reconocidas. Yo creo que lo travesti, lo transgénero, lo transexual, lo no binario, es un continente que tiene cordillera, tiene mar, tiene desierto. Tenemos la capacidad de describirnos a nosotras mismas, con nuestras palabras y nuestras experiencias.

Y eso hay que decirlo porque a nosotras nunca nos dijeron en la infancia: “Tú no vas a estar sola, eres parte del universo”, si lo hubiéramos escuchado, seríamos mucho más poderosas. Aun así, lo somos porque nos interesa nuestra comunidad, porque la amamos, porque queremos decirle que es preciosa, que tiene derecho a existir, y que el universo nos necesita. Podemos aportar a construir un mundo mejor.

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Por Cristian Camilo Perico Mariño

Comunicador social y periodista egresado de la Universidad de Manizales, especialista internacional en Políticas Públicas para la Igualdad en América Latina y el Caribe del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales@cristian_pericocperico@elespectador.com
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