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¿Cómo se cría a una niña trans? El viaje de una madre que no sabía cómo hacerlo

Tiana Rosal, madre y autora del libro “Espejos del corazón”, narra su camino de dudas, amor y convicción para acompañar la identidad de su hija trans. Un testimonio íntimo convertido en guía para familias que buscan criar desde el respeto.

Alejandra Ortiz Molano

19 de agosto de 2025 - 02:00 p. m.
Tiana Rosal, autora de Espejos del corazón, decidió contar su historia para que otras familias no se sientan solas al acompañar a una infancia trans.
Foto: La Disidencia
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Tiana Rosal aparece en cada evento con un antifaz cubriéndole los ojos y una peluca de rizos cayéndole sobre los hombros. La escena llama la atención, pero su intención es clara: crear una imagen que proteja sin desaparecer. Tiene 45 años, es ingeniera, mujer cisgénero, madre de dos hijos, y la autora de Espejos del corazón. Pero sobre todo, es madre de Antonia, una niña trans de 11 años. Tiana elige no mostrar su rostro no por miedo ni por vergüenza, sino por convicción. “No quiero quitarle a Antonia la posibilidad de decidir sobre su identidad”, ha dicho en más de una ocasión. Con esa frase, resume lo que para ella es una decisión política: no exponer a su hija antes de que ella misma esté lista. Mientras otros cuentan historias desde la visibilidad, Tiana elige hacerlo desde el resguardo con una certeza: el mundo que sueña para su hija tiene que ser mejor.

Sin embargo, ese pensamiento no siempre fue tan claro. La experiencia de Tiana como madre de una niña trans estuvo marcada por dudas, miedos y una constante búsqueda de respuestas para criar a Antonia desde el respeto y el amor. Esa travesía personal es la que comparte en Espejos del corazón, un libro que reúne dieciséis historias reales sobre las vivencias de personas LGBTIQ+ y sus familias. En sus páginas, se recorren caminos complejos: el descubrimiento de la identidad, el rechazo social y las múltiples formas en que se construye la aceptación.

Los relatos están escritos con una mirada honesta. El resultado es un mosaico de vidas que encuentran su fuerza precisamente en el día a día. Hay adolescentes enfrentando la soledad del clóset, madres y padres aprendiendo a amar sin condiciones, y familias que se reconstruyen dejando atrás el miedo.

En entrevista con El Espectador, Tiana recuerda el vacío con el que se topó cuando comenzó a transitar el camino junto a su hija. Buscó referentes, buscó otras madres, buscó historias. Y no los encontró. Esa ausencia fue el punto de partida. Su libro nació, en parte, de esa necesidad: crear un espacio donde otras familias no se sintieran tan solas. Su mayor motivación, cuenta, fue tender puentes, construir redes de apoyo y ofrecer relatos que ayuden a otras personas a acompañar desde el respeto y el amor.

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¿Qué te llevó a poner en palabras tu historia como madre de una niña trans?

Yo creo que la inspiración de escribir un libro viene de lo mucho que fueron útiles para mí los libros que yo leí. O sea, yo nunca había pensado antes en escribir un libro, pero cuando empezó a pasar todo esto con Antonia, pues digamos que fue un periodo muy difícil al principio. Después encontré esta terapeuta que me dijo: “Lo que tienes que hacer tú es trabajarte tú, informarte tú, entender tú”, y entonces ella como que me animó a buscar libros. Yo siempre soy una persona a la que le gusta estudiar. FuI estudiando, y tenía acceso a la biblioteca de la Luis Ángel Arango. Empecé a buscar libros. La verdad, encontré mucha información, tanto académica como testimonial, pero yo creo que lo que más me ayudó fue lo testimonial.

Claro, lo académico ayuda, pero ayuda hasta cierto punto, el punto en el que entiendes qué es la identidad de género. Pero luego uno se pregunta: ¿Y qué hago entonces? ¿Y ahora qué sigue para mí? Y ahí empecé a leer confesiones, testimonios de madres, de abuelas, de personas de todo tipo, con historias reales, de ficción incluso. Familias de muchos contextos. Todo ese respeto que encontré en esos relatos me sostuvo.

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Pero cuando yo busqué algo parecido en español para compartir con mamás o con niñas —porque algunas no hablan inglés—, lo que encontraba eran historias narradas por los protagonistas, no por las mamás. A los papás, a las familias, les dan ciertos recursos para criar a infancias trans... Pero yo no encontraba reflejada mi historia familiar. Tampoco encontraba referentes, que son muy importantes.

Entonces esto me impulsó a pensar: “Tengo que poner esto por escrito, porque si no el tiempo compromete la memoria, y se me va a olvidar todo lo que pasamos.” Entonces me senté y escribí la historia. Y dije: “Esto va a quedar y va ayudar a muchas familias”.

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Señalas la importancia de los referentes para la experiencia de vida trans. ¿Por qué consideras que son importantes?

Es importante tener referentes porque las personas aprendemos en sociedad. Aprendemos del ejemplo de otras personas. Y, a veces, cuando ignoramos ciertos temas, actuamos con buena intención, pero no necesariamente de la mejor manera. Una de las preguntas más sencillas que tenía era esa. Vivimos en un mundo donde existen muchas formas de maternar y paternar, pero también muchas dinámicas en las que invadimos los espacios de niñas, niños y niñes.

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Por ejemplo, cuando quedé embarazada, me preguntaban: “¿Es niño o es niña? ¿Qué es?”. Y las personas adultas empezamos a sobrecargar esa respuesta: “Es niño”, “es niña”, con la ropa, el cuarto, los juguetes. Cosas que parecen inocuas, pero no lo son, porque transmiten muchos mensajes. Aunque creo que el género y la identidad de género son dimensiones profundamente sentidas, más allá de si me ponen en un cuarto rosado o azul, el hecho de que me pongan en uno u otro sí me dice qué se espera de mí, con qué debo sentirme bien o mal. Y quienes criamos enviamos esos mensajes constantemente.

Cuando empecé a darme cuenta de eso, me detuve. Dije: “Aquí no sé qué hacer. No sé cómo acompañar sin empujar ni frenar”. No sabía cómo permitir que ella marcara la pauta, porque vivimos en un mundo donde las personas adultas casi siempre la marcan: escogemos sus clases, les llenamos el tiempo de actividades desde que tienen cuatro años. Y ya casi no tienen tiempo para jugar libremente y mostrarnos quiénes son.

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Antes, las infancias jugaban con lo que encontraban en la calle. Hoy, dependen más de los objetos. Yo pensaba: “¿Solo tiene juguetes ‘de niño’? ¿Debo reemplazar todo por juguetes ‘de niña’?”. Y sentía que ya lo había hecho mal, y no sabía cómo hacerlo diferente. Por eso me sirvió tanto leer historias de otras madres que se hacían las mismas preguntas, que habían atravesado lo mismo, que contaban qué salió bien, qué salió mal, qué harían distinto.

Uno necesita referentes. Porque, aunque no todos seamos madres o padres, todos somos hijos. Todos tuvimos una madre, un padre, un cuidador. Tenemos un ejemplo de cómo se cuida, y eso también se discute mucho hoy: ¿qué es el cuidado?

¿Por qué hablar del cuidado?

Hoy en día tenemos muchos ejemplos de cómo se cuida. Lo que sucede es que algunas formas de cuidado se invisibilizan. Por ejemplo, no siempre es evidente cómo se cuida a una infancia trans. Hasta hace poco tampoco se visibilizaba cómo se cuida a una infancia neurodivergente o con alguna discapacidad.

Y yo creo que las personas que lo vivimos somos quienes tenemos esas historias. Por eso dije: “Si no las contamos nosotras, van a contarlas otras personas, y no las van a contar como son”. De ahí viene el título de uno de los relatos: “Yo puedo con un hijo gay, pero no con un hijo trans”, porque para mí, ser una persona trans era algo que me parecía terrible.

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Pero cuando una empieza a contar la historia desde la inocencia que hay en los hogares, desde esa forma amorosa en la que ocurre, se da cuenta de que permitirle a una infancia trans ser quien es no significa robarle la inocencia. Por el contrario, es protegerla. Es permitirle mostrar: “Esta persona soy yo, más allá de que tú me hayas puesto en un cuarto rosado o azul, y más allá de cómo tú crees que debo vestirme”.

Cuidar esa inocencia es, precisamente, cuidar que ese niño, niña o niñe pueda expresar, con la espontaneidad propia de su edad, cómo quiere vivir y cómo desea habitar el mundo. Pero sin referentes, eso no es fácil. Los únicos que suelen estar disponibles son los que refuerzan estereotipos: que hay que hacer la “revelación de género”, que el baby shower tiene que ser azul o rosado, que si es niña tiene que llevar vestidos, y si es niño, pantalones. Aunque una no quiera, todo eso va permeando el inconsciente. Una termina dentro de esa lógica, de esos moldes.

Entonces, cuando una busca un libro con historias diferentes, ese libro se vuelve un tesoro. Y no solo me pasó a mí; también le pasó a Antonia. Cuando le compré libros pensados para la infancia, esos libros fueron tesoros para ella. Fue como decir: “Esto que siento por dentro, y que nunca había visto en ningún lugar… sí existe, y está en estos libros”.

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Pero creo que es fundamental que las personas que vivimos estas experiencias podamos compartirlas desde nuevos lugares: desde narrativas de amor y de cuidado, que acerquen a más personas.

¿En qué momento sentiste que esta experiencia personal podía convertirse en una herramienta colectiva, quizás para otras familias?

Desde el momento en que empecé a estudiar todo este tema de la identidad de género, la sexualidad y la diversidad, me pregunté: “¿Por qué nunca supe de esto? ¿Por qué hasta ahora me estoy enterando?”. Y al hacerme esa pregunta, llegué a una conclusión: hay que mover estos temas, hay que hablarlos, empujarlos hacia el centro de la conversación social.

Por ejemplo, creo que estos contenidos deberían estar en los programas de psicología, psiquiatría, medicina y también en los de formación docente. Incluso pensé que en los cursos psicoprofilácticos deberían incluirlos desde el principio. Cuando tú levantas la mano y dices: “Voy a tener un hijo o una hija”, eso significa que estás dispuesta a acompañar a ese ser... venga como venga. Sea una persona sexualmente diversa, neurodivergente, tenga una discapacidad... como venga.

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Porque claro, uno en la etapa del embarazo lo vive todo como muy romantizado. Todo va a ser perfecto. Uno se imagina una vida perfecta, y eso trae muchas cosas. Los primeros meses de mi maternidad —sin saber todavía que esto venía— también fueron muy duros, porque no era ese color de rosa. Yo me enamoré de mis hijos cuando los empecé a conocer en el día a día, cuidándolos, en la interacción de ellos conmigo. Por eso creo que, a veces, contamos historias que supuestamente son lindas, pero que en realidad lo que hacen es simplificar.

Y esas historias que se venden como fáciles… generalmente no existen. Ahora lo vemos mucho en redes sociales, y es que todos decimos que lo que se ve ahí no existe. Pero también es cierto que muchos de los cuentos que nos hemos venido contando a lo largo de la historia tampoco existen. Los hemos amañado para hacerlos tolerables a nuestras experiencias.

Hay cosas que comparto con seudónimo y otras que comparto con mi nombre. Pero siempre veo que cuando uno lo cuenta desde el amor, desde la inocencia, desde ese lugar que sí es difícil, pero también es lindo… la gente se acerca. La gente necesita esas formas para acercarse a estos temas. Muchas veces dicen: “No, es que yo no quiero hablar de esos temas porque de pronto digo algo mal, o me acusan de homofobia o transfobia”. Y yo creo que necesitamos contar historias que reconozcan que yo también era ignorante. Que seguramente tenía comportamientos homofóbicos y transfóbicos. Y me tocó una hija trans. Y me tocó reconocerme en eso.

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Y no por eso yo era una mala persona. No era mala persona. Era ignorante. Y puedo entender que haya otras personas que estén igual. Necesitamos puentes amorosos para que esas personas puedan empezar a entender. Lo que yo siento con las publicaciones, y con el libro, es que la gente quiere ese tipo de opciones.

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¿Qué cosas sabías —o creías saber— sobre las infancias trans antes de vivirlo en carne propia?

No, yo no sabía nada. O sea, yo nunca me imaginé que pudiera existir una infancia trans. Yo era de las personas que pensaba que las personas trans “brotaban” a los 18 años, como un champiñón. Esa realidad nunca, nunca se había atravesado en mi vida. Entonces, lo primero que yo pensé fue: “Tengo un hijo que va a ser gay”. Pero claro, eso me generaba una disonancia cognitiva muy fuerte, porque yo decía: “Esta personita no tiene ningún interés sexual”. Tiene comportamientos que se consideran “sexuados”, porque nosotros los hemos sexualizado. Por ejemplo: que juegue con una muñeca se ve como un comportamiento femenino. Pero no es un ser sexual. No me está diciendo ni mostrando que le atraen las niñas o los niños. Me está mostrando que quiere ser así, verse así.

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Yo no sabía nada. Tuve que empezar desde lo más básico: entender que existía algo llamado identidad de género, porque yo no sabía que eso existía. Yo no sabía que yo era una mujer con una identidad de género. Nunca me había cruzado con una persona trans —o al menos no conscientemente. Creo que solo las había visto en películas. Por ejemplo, recuerdo a Laisa Reyes, que me parecía un personaje muy llamativo. Y, dentro de todo, creo que su representación no era de las más transfóbicas que he visto en medios audiovisuales. La mostraban con una familia que la apoyaba, enmarcada dentro de otras dinámicas sociales. Y eso hacía que sintiera: “Bueno, eso no es conmigo. Eso está lejos”.

Una de las primeras organizaciones que encontré, y que me gustó mucho, se llama GenderCool, en Estados Unidos. Son adolescentes trans que comparten sus vidas. Pero lo más bonito es que son vidas como cualquier otra. Y ahí fue cuando dije: “Claro, son vidas como cualquier otra”.

Entonces sí, yo no sabía nada. Y realmente, informarse requiere tiempo, trabajo y recursos. Y por eso también siento que, si yo puedo poner mi voz allá afuera para que este camino sea un poquito más fácil para alguien más, lo voy a hacer. Ahorita, gracias a una beca que nos ganamos de una organización que se llama Somos Puentes, estamos haciendo clubes de lectura gratuitos. Le regalamos el libro a las personas y acompañamos esas lecturas con conversaciones.

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Porque claro, leer es una forma de acompañarse en soledad, y eso es muy valioso. Al principio, uno no sabe cómo tratar este tema con nadie. Ha sido tan invisibilizado y tan tabú, que hasta miedo da decirle a tu mamá o a tu mejor amiga: “Me pasa esto.” Ni siquiera tienes las palabras. Ni siquiera sabes cómo contarlo. Entonces, un libro puede ser un buen primer paso. Pero rápidamente se queda corto. Uno empieza a necesitar personas de carne y hueso, personas reales con las que pueda hablar, compartir, preguntar.

Decidiste mantener el anonimato de tu hija para proteger su identidad. ¿Cómo manejaste esa tensión entre contar tu historia y cuidar su privacidad?

Yo siempre he querido cuidar la privacidad de ella. Por alguna razón, para mí siempre fue así. Y creo que eso no es ajeno a que ella ve que su experiencia de vida no es visible en el mundo, que es algo que no es común. Y los seres humanos aprendemos, muy rápido, que no es chévere salirse de lo común, de lo que se considera “normal”.

Cuando ella decidió hacer su transición, fuimos donde la terapeuta que nos estaba acompañando. Le contamos, y empezamos a hablar sobre cómo íbamos a manejar esto con el colegio. Entonces se desplegó toda esta conversación de: ¿A quién se le va a contar? ¿Cómo se va a hacer? Además, Antonia estaba entrando a un colegio nuevo, donde nadie la conocía. El lineamiento de la terapeuta fue siempre claro: “Es Antonia quien decide”. Claro que los adultos tenemos que estar ahí para acompañarla, para ayudarle a entender que es importante tener un adulto seguro a quien recurrir. Pero no le podemos quitar el privilegio de ser ella, de tener el control sobre lo que quiere compartir o no, como lo tenemos todos.

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Mucha gente cree que la diversidad sexual y de género es una elección. Y la verdad es que no lo es. La elección está en cómo lo vives, si lo reconoces, si lo habitas. Y también está en con quién lo compartes y con quién no. Esas son las elecciones que tienen las personas sexualmente diversas. Y como a nadie le gusta que le quiten el poder de decidir, pues no deberíamos quitarle a ella el poder de decir quién es.

Ella siempre ha sido muy clara. En sus palabras, cuando tenía 8 años, me dijo: “Yo no quiero que nadie que me haya conocido como Felipe sepa que yo alguna vez fui Felipe. Yo quiero borrón y cuenta nueva. Quiero empezar a habitar el mundo como Antonia”. Y claro, tuvimos conversaciones importantes. Por ejemplo, era necesario que algunas personas del colegio supieran, porque en ese momento sus documentos todavía tenían su nombre anterior. Entonces le dijimos: “Necesitamos contarle a esta y a esta persona.” Y ella lo entendió. Fue tomando sus decisiones con mucha claridad, pero siempre ha sido muy firme en que eso se maneja solo como una necesidad de saber. No quiere que sea algo que se comparta por compartir.

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Entonces, cuando empiezo a pensar en que quiero contar esta historia —porque creo que es muy valioso contarla—, hablo mucho con ella. Le digo: “¿Te acuerdas de los libros que te llegaron y que tanto te gustaron? Es importante que haya más historias así. Yo tuve un libro parecido, pero ahora que fui a buscar uno para tu abuelita, no encontré. Me gustaría escribir un libro. Me gustaría que nuestra historia estuviera allí.”

Y ella me dice: “Desde el anonimato, mamá, lo que tú quieras. Pero yo no quiero que nadie que no me haya conocido como Felipe sepa que yo alguna vez fui Felipe”. Entonces ahí entro yo a hacer maromas. Claro, en el libro hay cosas que yo cambio, detalles que podrían identificar a mi familia. Y ahí surgen cosas creativas, como la máscara. Y yo no uso la máscara por vergüenza. El día que ella me diga: “Mamá, quítate la máscara”, ese día me la quito. Pero ese día no ha llegado. Y no sé si va a llegar.

No puedo desconocer que el mundo sigue siendo hostil. No puedo desconocer que gran parte de lo que soy yo fue porque tuve una infancia privilegiada. Y dentro de mis posibilidades, trato de cuidar eso para ella al máximo. Entendiendo también que llegará el momento en el que yo ya no la pueda cuidar, y será ella quien tendrá que cuidarse. Por eso seguimos en acompañamiento terapéutico. Todo lo que hago, lo converso con ella. Por ejemplo, si quiero montar un video en Instagram con la máscara, pero donde se escucha mi voz, le pregunto: “Mira, voy a subir este video. ¿Te parece bien? ¿Te parece que no?” Siempre es una conversación. Siempre.

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Muchas madres se convierten, casi sin proponérselo, en activistas. ¿Sientes que ahora ocupas ese lugar?

Sí, yo siento que ocupo ese lugar. En mi historia personal, no sabría cómo no ocuparlo. Para mí, todo empezó por una injusticia, por la realidad de vida que me cayó encima. Pero eso rápidamente abrió puertas a muchas otras injusticias. Y fue ella quien me lo mostró. Fue a través de ella que esa sensibilidad se abrió en mí.

Yo, como mamá, haría cualquier cosa por proteger a cualquiera de mis dos hijos. Y si mañana resulta que Roberto tiene alguna condición que requiere atención, me volveré activista de eso también. Porque yo soy mamá. Y, a la larga, creo que muchas mamás —aunque no se nombren como tal— son activistas de sus hijos todos los días.

Lo que pasa es que en este caso, ser visible se vuelve muy importante. Y por eso hay que encontrar formas de ser visibles cuidando todo lo que hay que cuidar. ¿Cómo me siento ocupando ese lugar? Pues, como te digo, siento que no tengo opción. A veces, es un lugar de esperanza, porque he conocido personas maravillosas. El activismo me ha traído gente que digo: “Nunca los habría conocido de otra manera”. Un montón de personas trans que admiro profundamente.

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Estoy absolutamente impresionada con lo que fue el proyecto de Ley Integral Trans. Creo que eso debería ser un caso de estudio mundial: un movimiento organizado, con todas las barreras del mundo en contra, pero con personas increíblemente resilientes, comprometidas, unidas, con convicciones firmes.

Entonces sí, hay una parte del activismo que me parece hermosa. Pero también es difícil. Es un mundo donde todo puede pasar de un momento a otro. A veces hay que soltarlo todo para estar disponible: una audiencia en el Congreso, una conversación con un congresista, una entrevista que surge de la nada. Y ese es el momento. No puedes escoger cuándo, porque ese es el momento, y si lo pierdes, no sabes si va a volver. Eso también hace que el resto de la vida sea más difícil. Cuando algo así aparece, toca dejar todo de lado.

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Por Alejandra Ortiz Molano

Antropóloga, periodista y realizadora audiovisual, con una maestría en Salud Pública.@aleja_ortizmaortiz@elespectador.com
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