Un día como hoy, hace diez años, la Corte Constitucional dio un paso histórico a favor de la diversidad familiar y del derecho de niños y niñas en situación de orfandad a tener una familia. Con la sentencia C-683 de 2015, el tribunal reconoció que la orientación sexual o la identidad de género de una persona no constituyen indicadores de falta de idoneidad moral, física o mental para adoptar. De esta manera, se abrió la puerta para que las parejas del mismo sexo pudieran hacerlo.
Para muchas personas LGBTIQ+, esta decisión representó un hito fundamental, pues al año siguiente se reconoció el matrimonio igualitario y se consolidaron otros avances que protegían a las familias diversas. Sin embargo, en materia de adopción, esta no fue la primera vez que el alto tribunal sentó jurisprudencia frente a la discriminación hacia las personas LGBTIQ+. Ya existía un antecedente: el caso de Chandler Burr.
En 2009, Burr, periodista estadounidense y abiertamente homosexual, decidió abrir su hogar y su vida a dos hermanos de 13 y 8 años. Tras un largo proceso con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), que normalmente dura cerca de dos años, obtuvo la idoneidad para adoptarlos. Pero justo antes de recibir a los niños, mencionó su orientación sexual y el ICBF suspendió el proceso, devolviendo a los menores a un hogar sustituto bajo el argumento de un supuesto “riesgo para su bienestar”. Burr interpuso una acción de tutela que llegó hasta la Corte Constitucional. En 2012, el alto tribunal falló a su favor, sentando jurisprudencia contra la discriminación hacia personas LGBTIQ+ solteras en procesos de adopción.
Ese caso marcó el inicio del camino hacia la adopción igualitaria en Colombia. Visibilizó la discriminación que enfrentaban muchas personas y preparó el terreno para la sentencia de 2015, que amplió derechos a las parejas del mismo sexo. Antecedentes como este hicieron posible que personas como Fernando Segura cumplieran su sueño de ser padres. “Ese riesgo no lo viví, porque mi proceso comenzó cuatro años después de la primera sentencia sobre adopción de personas LGBTIQ+ solteras. Estoy seguro de que eso abrió el camino para que no hubiera discriminación en mi caso”, asegura Fernando.
Cuando el internacionalista y politólogo Fernando Segura decidió adoptar, no lo hizo para desafiar al sistema ni para convertirse en símbolo de nada: lo hizo porque quería ser papá. Después de años de aplazar su deseo por amor, trabajo o miedo, comprendió que la paternidad no debía esperar más. Hoy tiene una niña de tres años y ha pasado sus últimas noches practicando peinados inspirados en una de las protagonistas de Las Guerreras de K-pop, la de cabello violeta, porque quiere que el disfraz de su hija en Halloween sea perfecto.
Fernando fue criado por su abuela materna, junto a sus dos hermanas mayores, después de perder a su madre a los tres años y a su padre al año siguiente. Desde pequeño supo que quería formar una familia. Vivió relaciones heterosexuales durante años, proyectó matrimonios y soñó con tener hijos. A los treinta años, tras una ruptura, se permitió explorar su identidad y se enamoró de otro hombre. Al principio se identificó como bisexual; hoy se reconoce como un hombre homosexual.
Su camino para encontrar a su hija, María Paz, no fue sencillo. En octubre de 2019 asistió a su primera charla sobre adopción: quería entender el proceso y saber si estaba preparado. En marzo de 2020, justo cuando iba a entregar sus documentos, llegó la cuarentena por la pandemia de COVID-19, y el proceso se detuvo. La soledad del confinamiento lo reafirmó: quería ser papá. Fue entonces cuando decidió optar por la segunda vía de adopción existente en Colombia, a través de una Institución Autorizada para el Programa de Adopción (IAPAS), de carácter privado.
Tomó esa ruta a finales de 2020 no solo porque quizá podía ser más ágil, sino porque quería estar completamente preparado para ser padre. “Es obligatorio que el ICBF te haga una valoración de idoneidad: revisan tus antecedentes jurídicos, psicológicos, sociales y de salud. Te aplican varias pruebas psicológicas con tu familia y con trabajadores sociales”, asegura. Pero también encontró un apoyo adicional en las IAPAS, donde lo orientaron en temas de neurodesarrollo, desmontaron mitos sobre la niñez adoptada, y lo prepararon para los retos de la crianza, “porque los niños y niñas que están bajo cuidado del Estado muchas veces provienen de situaciones de abandono o violencia”, afirma.
Una mañana de febrero de 2022, tras años de espera, trámites y evaluaciones, Fernando recibió un correo mientras estaba en una reunión virtual de trabajo. “Entré a la reunión y, mientras exponía alguien de mi equipo, pensé: ‘tengo que limpiar el correo’. Resulta que había un mensaje de las 9:00 a. m. que no había visto: la notificación de asignación. Inmediatamente apagué la cámara”, recuerda. Se sorprendió al ver que en el registro civil la niña había nacido en agosto de 2021.
Ese correo incluía documentos legales, registros médicos y una foto. “Duré horas sin poder abrir esa foto porque estaba muy nervioso; no podía creer que me hubieran asignado una bebé”, relata con emoción. Finalmente, acompañado por su hermana al teléfono, la abrió. Fue la primera vez que vio a María Paz: una bebé recostada, de rostro sereno. Era la primera vez en Colombia que se entregaba una bebé de brazos a un hombre gay soltero.
Desde ese día, su vida cambió. Tuvo nueve días para prepararse: decoró el cuarto que había dispuesto años atrás, donde solo había un carro de juguete en el centro, símbolo de su deseo de ser padre. Lo mandó a pintar con animales, jirafas, cebras, monos y flamencos. Siempre había soñado con que su hijo o hija usara el mismo juego de alcoba que él tuvo de niño, pero al saber que era una bebé, adaptó sus planes y buscó una cuna.
Nueve días después, conoció a su hija. “Me entregaron a esa bebé chiquitita, hermosa. Estaba tan nervioso que tuve lapsos de memoria; tomaba valeriana para calmarme. Cuando entró por la puerta, creo que ni recuerdo cómo la abrí. Pero cuando la tomé en mis brazos, supe que ese sentimiento iba a durar toda la vida”, dice con una sonrisa.
Desde entonces, todo ha fluido. A veces ha recibido cuestionamientos de personas cercanas por ser un hombre solo criando a una niña. “Para mí, eso ha sido un reto y, a la vez, uno de los aspectos más bonitos de la paternidad en solitario: demostrar que los hombres también podemos ser cuidadores. Desmitificar la idea de que, por ser gays, somos automáticamente mejores o peores cuidadores”, cuenta.
El mayor desafío ha sido enfrentar el proceso postadopción en un entorno donde aún existen estigmas y estructuras revictimizantes que vulneran los derechos de la infancia y de las familias diversas. En una ocasión, quiso viajar al exterior con su hija y fue víctima de discriminación por parte de agentes de migración, que dudaban de que un hombre solo pudiera tener una hija. Ni siquiera los documentos legales que siempre lleva consigo fueron suficientes.
“Desde que recibí a María Paz, he tenido un par de inconvenientes con entidades públicas. Por eso decidí iniciar un activismo en defensa de los derechos postadopción y visibilizar cómo el Estado no está preparado para los trámites cuando los niños provienen de adopciones”, afirma. En aquella ocasión, un agente migratorio fotocopió la sentencia judicial que lo acreditaba como padre, exponiendo información sensible de la menor, lo que lo llevó a interponer una acción de tutela ante la Corte Constitucional y una denuncia ante la Procuraduría por discriminación. Ambos procesos le dieron la razón y se declaró inexigible el artículo de la Ley de Infancia que pedía entregar la sentencia en esos procedimientos.
Hoy, Fernando es voluntario en las charlas de adopción, donde acompaña a las familias sobre los retos que llegan después de recibir a sus hijos e hijas. Pero, sobre todo, dedica sus días a disfrutar cada instante con María Paz. “A veces uno llega cansado, agobiado, con malos días. Pero igual tengo que llegar con una sonrisa para mi hija; tengo que llegar y jugar con ella”, dice. Para él, “como su nombre lo indica, ella es ‘paz’: tranquila, alegre, juguetona, amorosa y muy educada. Incluso la profesora me ha dicho que hace cosas que los niños de su edad no suelen hacer, como dar las gracias y saludar”, añade con orgullo.
A una década del fallo que cambió el mapa de la adopción en Colombia, la familia Segura representa lo que ese derecho hizo posible, pero también lo que aún falta por garantizar. Su historia no es solo la de un hombre gay que adoptó, sino la de un ciudadano que eligió el camino más difícil, más largo y más justo. Es la historia de una niña que encontró un hogar. Es la historia de un país que, entre avances y retrocesos, sigue aprendiendo a reconocer la diversidad.
*Esta entrevista hace parte del especial periodístico “Diez años de hogares diversos: las historias detrás de la adopción igualitaria en Colombia”, para consultarlo puede hacer click aquí.
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