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¿Cuántas nos hemos perdido buscando o esperando que el mundo cambie? Esta pregunta se la plantea Juana Torres, autora cordobesa del poemario “Este hogar que es mi cuerpa”, quien encontró en la escritura una forma de transformar esa espera en palabras que narran la existencia y la resistencia de las vidas trans. A través de la reflexión sobre su propia experiencia, explora la identidad, la memoria y la transición desde la mirada de una mujer trans en Montería.
Torres ha transitado este camino con la convicción de que la mayoría de la gente suele “esperar lo peor sobre la población trans” y de que la exclusión ha limitado su posibilidad de narrar sus propias vidas. Parte de ese pesimismo recae en reconocer que los discursos transfóbicos han arrebatado esos relatos, hasta el punto de distorsionarlos y desconocer las múltiples realidades. Por eso decidió contar lo que no se dice, rescatando lo bueno, lo cotidiano, lo tierno y lo político de ser una persona trans.
Aunque actualmente estudia Derecho, la escritura la ha acompañado desde muy pequeña. A los 14 años ya tenía claro que quería escribir. En el colegio se sentía atraída por las ciencias sociales, la literatura y la filosofía, pero fueron los libros y la posibilidad de encontrarse a sí misma en ellos, los que le dieron un camino y un refugio.
Hoy forma parte de la Corporación Feminista Caribeña, un colectivo de mujeres y personas no binarias de Montería que trabaja por los derechos y la visibilidad de las diversidades sexuales y de género. El Espectador habló con Torres sobre la inspiración detrás de su libro y los aportes que espera dejar a quienes se animen a leerlo.
¿Qué pueden encontrar las personas que se animen a leer este libro?
Es un libro que, desde lo poético, me permitió transitar ampliamente todo lo que implica esa palabra: memoria, identidad e historia. Acá la escritura se convierte en una oportunidad de transformar el dolor, en una oportunidad también para resignificar las identidades trans y travestis en mi territorio, en Montería, Córdoba.
Desde este libro, transito mi relación con mi corporalidad, con mi cuerpo, con otras hermandades trans. Transito mi relación con las mujeres de mi vida, con el río Sinú, con Montería, con el cansancio de ser trans. Con las circunstancias dolorosas que me atraviesan, pero que también se convierten en una oportunidad desde lo literario.
Y eso también implica una mirada a la literatura queer en Córdoba, entendida ampliamente como un lugar inhóspito para escribir. Somos muy pocas las que hablamos de nuestra identidad de género, del significado que esto tiene acá en Montería, porque la historia contada desde este lugar, desde una mirada poética, termina siendo muy distinta a las miradas o historias que se cuentan en otros lados.
Además, este es un proyecto poético construido por mujeres y por personas no binarias que creyeron en que una mujer trans tenía algo para decir. La historia se ha encargado de invisibilizarnos de muchas maneras, de robarnos la oportunidad de tener una voz propia y de contar nuestras experiencias. Recuperarlo implica un proceso enorme de legitimidad, de tenerla, de ocupar un espacio desde el cual una pueda decir algo, desde el cual una pueda ser escuchada.
¿Cuál es la historia detrás que te llevó a escribir “Este hogar que es mi cuerpa”?
Este poemario lo empecé a escribir hace unos dos años cuando mi transición comenzó con toda la fuerza. Coincidió también con mi llegada a Montería. Yo vivía en una zona rural del departamento de Córdoba, en el municipio de Cereté. Llegar a la Universidad en Montería fue mi oportunidad de vivir mi identidad con total libertad, lejos de mi familia y de los vínculos primarios, aunque también con muchos miedos.
Entonces, es un libro que surge de ese proceso inicial, de haber llegado a un territorio que me salvó la vida, a una ciudad que tiene una historia travesti, que tiene una historia trans, donde las identidades ya venían, desde hace muchos años, buscando otras maneras de vivir, de darle una resignificación, un nombre, un rostro y una cara a lo que significa nacer trans aquí en Montería y en Córdoba. Ya existían discusiones, movimientos y preocupaciones por lo que históricamente ha pasado con nuestras identidades, que siempre han estado en la sombra, en la oscuridad, en el miedo y el temor.
Entonces, la escritura fue la oportunidad para darle sentido a todo esto que empezó a ocurrir en ese primer momento de mi tránsito. Lo poético se convierte en ese espacio de reivindicación, en ese espacio político donde escribir es un acto de revancha, de venganza, de reconciliación. Este libro fue construido resignificando el lenguaje que siempre se utilizó en mi contra, acuerpándome de él y partiéndolo también desde ahí. Por eso, en el libro hablo no solamente como mujer trans, sino también como una travesti, políticamente, entendiendo lo que eso significa en un contexto enormemente binario y transfóbico.
¿Cómo hallaste en la escritura el camino para hablar la experiencia de vida trans en Montería, y por qué sentiste que “Este hogar que es mi cuerpa” debía convertirse en un libro?
Una de las cosas más difíciles, cuando una no tiene herramientas o las suficientes armas para enfrentarse a un contexto cultural o a una familia, es justamente eso: encontrar un refugio. Y la literatura fue esa herramienta que me permitió entender el mundo y construir una mirada propia. Pero, cuando empiezo a transitar y ya me reconozco como una mujer trans, me doy cuenta de que no encontraba en la literatura una voz que me hablara a mí, una voz que hablara de mi identidad y que me diera respuestas.
Mis primeros acercamientos fueron con literatura escrita por hombres. Durante mucho tiempo leí eso, hasta que decidí dejar de leer a hombres blancos, heterosexuales, cisgénero y empecé a leer mujeres y a encontrarme con otras referentes. Desde luego, empiezo con lo femenino, con la mirada de las mujeres en la literatura, en lo poético. Luego me voy encontrando con una gran cantidad de autoras latinoamericanas que cambiaron profundamente mi manera de ver la literatura. Me encuentro con María Mercedes Carranza, Alejandra Pizarnik, Camila Sosa Villada y Pedro Lemebel.
Y en esta búsqueda, me voy acercando cada vez más a la literatura queer, pero partiendo desde esa mirada femenina. Fue la literatura la que me permitió encontrar esas referencias que tanto necesitaba y que tanto había pedido. Quizás, si hubieran llegado mucho antes, yo habría tenido mucha más valentía para afrontar lo que estaba pasando: con mi cuerpo, con mi familia, con la inseguridad de antes de transitar, con el miedo al futuro.
Todas esas preguntas y temores me restaron mucho tiempo, mucha energía, y me sumaron mucho dolor a la corporalidad. Pero, cuando me encontré con todas estas miradas tan distintas —con una literatura homosexual, travesti, caribeña—, empecé a romper mis propios moldes sobre lo que la literatura “debería ser”, sobre cómo se debe escribir y sobre lo que yo también tengo para decir desde lo literario.
¿Cómo influye tu experiencia de vida en Montería en la escritura de este libro, y de qué manera le aporta una mirada distinta?
Montería tiene una historia travesti, y nuestras identidades acá, como en muchas otras ciudades de la Costa Caribe, todavía viven con mucho miedo. Aún existe mucha violencia, sobre todo una violencia simbólica que te reduce, que toma tu historia y tu narrativa para contarlas desde la transfobia, para contarlas desde lo que la gente cree que una mujer trans es.
Por ejemplo, siempre hemos estado reducidas, y seguimos estándolo, al trabajo sexual, a la violencia, al secreto, a ser el fetiche, a ser la vergüenza. Esa es una alternativa dolorosa que nos ha obligado muchas veces a migrar, a partir. Y una de las cosas que siempre digo desde lo poético es que partir implica partirse. Partir siempre tiene un costo corporal enorme. Una sabe lo que significa tener que dejar lo que ama para proteger su propia vida, para sobrevivir, para proteger su cuerpo y su identidad, para que no venga alguien a arrebatártelos.
Desde mi voz como mujer trans narro ese cansancio político con el territorio. Un cansancio político enormemente válido. Desde la escritura he encontrado la posibilidad de nombrarlo. Y hoy asumo esa responsabilidad, porque tengo la oportunidad y la fortuna de tener la palabra, de tener el lenguaje y poder escribir. Pero, desde lo literario y desde lo artístico, me he dedicado a eso: a ponerle el cuerpo, a entregarle mi visión y mi escritura a mis otras hermandades, a la diversidad de Córdoba. Y siempre lo he hecho desde un lugar de amor, de apropiamiento, de acuerpamiento y de resignificación.
Para mí la literatura y la escritura se convierten también en una promesa de futuro travesti, en una promesa de existencia. Una promesa de que aquí también se puede vivir en paz, de que aquí también tenemos una oportunidad de vida, de que también nos pueden escuchar, dar trabajo, amar y respetar. También tenemos una oportunidad de vivir, y no solo de resistir.
¿Por qué el libro se llama “Este hogar que es mi cuerpa”?
Bueno, por un lado, yo quería que el libro se llamara “Este hogar que es mi cuerpa”, y no mi cuerpo, como un reclamo por lo femenino, por la identidad. Es un reclamo por ese nombramiento tan importante que es nombrarse en femenino, pero desde un lugar trans y travesti.
No se llama “Este hogar que es mi cuerpo” porque, básicamente, uno de los conflictos más grandes que siempre he tenido es con mi propio cuerpo, con mi corporalidad. La vida se ha encargado de decirme que mi cuerpo siempre iba a ser el problema, que mi cuerpo era un error, que lo que siento sobre mi cuerpo y mi corporalidad está mal. Y entonces me pregunté: si mi cuerpo es mi enemigo, si mi cuerpo no puede ser un hogar seguro para mí, ¿qué me queda?
Muchas de las reflexiones que hemos venido haciendo como mujeres trans acá tienen que ver con cómo recuperar esa relación de amor, de cuidado, de respeto, de dignidad por la propia casa: por el propio cuerpo. Porque, al final, tu corporalidad es la que te sostiene en medio de un sistema diseñado para eliminarte, para borrarte, para hacerte pequeña.
Entonces se titula así porque es la transformación de lo que fue, en su momento, mi primer conflicto. El libro aborda justamente todas esas circunstancias, personas, eventos y situaciones que, de alguna manera, me hicieron preguntarme por mi corporalidad travesti, por lo que significa ese cuerpo en este contexto del que vengo.
¿Qué significa para ti entender el cuerpo como un territorio político?
Siempre he entendido mi cuerpo como un cuerpo político situado acá, y eso también se convierte en una responsabilidad enorme. Es muy poderosa, pero también muy compleja y agotadora. Ese cuerpo político no solo es mío: está hecho de quienes han amado mi corporalidad, de quienes me han amado a mí a través de ella; de las mujeres que hicieron parte de este cuerpo, que lo construyeron, que estuvieron ahí.
Ahí también hablo de mi padre, de las mujeres de mi vida, de las otras hermanas trans que me han sostenido en los últimos años. Ayer me preguntaba: “¿Y después de todo lo que me pasó, cómo sigo aquí?”. Toda mi vida he habitado una corporalidad abusada y violentada de muchas maneras. Mi cuerpo estuvo atravesado por el abuso sexual, por muchas circunstancias que también se convirtieron en el impulso para que mi primer libro fuera un recordatorio de que sobreviví a todo eso.
Creo que, más que una víctima de lo que me ha pasado y de lo que sigo viviendo, he sido una sobreviviente. Una sobreviviente a una realidad, a un contexto, a un espacio geográfico, a una familia y a muchas cosas que pudieron haberme arrebatado lo más importante que tengo: mi cuerpo, mi vida y la oportunidad de escribir sobre ellas.
Por eso el libro se llama así: porque me permitió sanar, reconstruirme, tejer desde lo poético la ternura y el amor en lo político de ser trans y travesti. Aunque también es un espacio de agotamiento, porque una tiene que estar nombrándose todo el tiempo, insistiendo en medio de las estadísticas, en medio de todo lo que este país grita a diario. Sobre todo ahora, en estos momentos estructurales cuando parece que nos hemos convertido en el enemigo para los sectores conservadores, para los movimientos antiderechos que siguen tan presentes.
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