El estigma sobre el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) nació y se propagó desde los primeros casos documentados del virus en Estados Unidos en 1981, cuando los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Los Ángeles reportaron cinco casos de neumonía y sarcoma de Kaposi en hombres homosexuales. A partir de ese momento, los titulares se multiplicaron en los medios: en inglés se hablaba de “gay disease” y, en español, de la “plaga gay” o el “cáncer gay”. Así comenzó una narrativa pública marcada por la desinformación y el miedo, que vinculó erróneamente el virus a una orientación sexual y que pronto fue reinterpretada desde discursos religiosos y conservadores sobre las diversidades sexuales. Más de 40 años después, el documental “VIH: La Causa Justa” busca derribar ese estigma y recordar que el virus no distingue ni orientación sexual ni género.
Se trata de una apuesta cinematográfica de Luis Ara, director uruguayo-estadounidense reconocido por su extensa trayectoria en el cine documental latinoamericano. En esta película, Ara logra transmitir la frustración, el miedo y la resiliencia de las personas que viven con VIH a través de seis historias reales, situadas en México, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay, cada una con perspectivas diferentes.
“Una de las primeras cosas que me planteé fue derrumbar los estigmas vinculados al trato que se le daba a las personas con VIH, pero también el prejuicio de pensar que si alguien tenía VIH era por su orientación sexual. De hecho, ese fue el objetivo principal que nos pusimos: contar la película informando, porque es así como se empieza a derribar los prejuicios”, afirma en entrevista con El Espectador.
Entre las historias que retrata el documental se encuentran perfiles muy distintos: desde una activista argentina, hija de padres con VIH y contagiada por transmisión vertical; una mujer que contrajo el virus a través del consumo de drogas; hasta un hombre que perteneció al clero, entre otros. Seis relatos cuya dureza no radica en el diagnóstico, sino en la ola de estigma que se ha articulado alrededor de esa etiqueta. Ara reconoce que narrar estas vidas fue todo un desafío. “Cuando me hiciste esa pregunta se me erizó la piel, mi cerebro repasó todas las historias, y creo que todas son difíciles. Cada una era dura y me costó mucho. La historia del paciente colombiano me dolió por cómo fue su juventud, y la de la chica rosarina, por haber nacido directamente con el virus”, dice.
Una conversación que resulta pertinente para el contexto actual, en el que aún afloran prejuicios sociales sobre la enfermedad, pese a los avances científicos, y siguen existiendo barreras para las personas que portan el virus. Según un informe de ONUSIDA durante el 2024, el 13% de las personas que viven con VIH sufrió estigma o discriminación al buscar atención médica relacionada con el virus y el 25% lo experimentó incluso al solicitar servicios no vinculados al VIH. Una de cada diez personas fue directamente rechazada. Y la situación se agrava cuando se suman otras formas de discriminación estructural: el 26 % de trabajadores sexuales, el 16 % de hombres homosexuales, el 40 % de personas que se inyectan drogas y el 49 % de personas trans o con identidades de género diversas reportaron haber enfrentado episodios de estigma y discriminación.
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Un fenómeno documentado por los CDC, que señala que la creencia de que solo ciertos grupos pueden contagiarse o que alguien “merece” enfermarse puede afectar directamente su salud, desalentar a hacerse la prueba, abstenerse de compartir su resultado o acceder a servicios médicos. Mientras que la discriminación puede ir desde negar la atención, aislar a la persona o asumir su diagnóstico por su orientación sexual o identidad de género.
Luis Ara insiste en un mensaje que ha sido fundamental en la lucha contra el estigma: indetectable es igual a intransmisible. “Una persona con VIH puede bajar su carga viral a tal punto que sea intransmisible. Parte del estigma viene del miedo que generaba la enfermedad, y hoy ese miedo no tiene sentido”, comenta. Esa información, que se sustenta en los hallazgos científicos que muestra el documental, todavía no ha permeado del todo la conversación pública.
Mientras la película avanza entre testimonios y la explicación de voces expertas de profesionales en salud, una muestra de danza contemporánea acompaña el tinte emocional del filme. Un recurso artístico que le da un giro a la narrativa y que a través del baile relata la historia de los seis personajes. “Si estás contando la historia de un deportista, muestras imágenes de él jugando; pero una persona con VIH es más difícil de ejemplificar. Entonces decidimos utilizar otra rama del arte: la danza”, explica el director. La propuesta, nacida de una idea de la editora y ejecutada con la escuela de danza de su hija, funciona como un puente hacia la reflexión, evitando los estereotipos y la revictimización.
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Así, el mensaje del documental se aleja de la idea errónea de que el VIH es un problema exclusivo de las personas con orientaciones sexuales diversas. Ara lo plantea sin eufemismos: “La transmisión sexual existe, claro, pero no tiene nada que ver con la ‘comunidad gay’ o LGBT. Un hombre y una mujer heterosexuales pueden transmitirse el virus. Lo importante es entender que todas las infecciones de transmisión sexual son riesgosas, y que hay que hablar de esto con nuestras familias y amigos”.
De alguna manera, el filme reclama lo que décadas de estigma y discriminación arrebataron: conversaciones honestas sobre sexualidad, cuidado, vínculos y autocuidado. De acuerdo con datos del Ministerio de Salud, se estima que en Colombia existen 230.000 personas que viven con el virus del VIH, de las cuales 44.000 aún no conocen su diagnóstico.
La película se estrenó está semana en Bogotá, durante un evento en el que se expusieron frases como “el VIH cambió la historia, no el valor de las personas” y está disponible de manera gratuita en la plataforma “Juntos para cuidarte”.
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