“Es difícil ganar credibilidad siendo una mujer con discapacidad”. Con esta frase, Ana María Martín resume lo que ha significado abrirse camino como directora de teatro en un sector donde, además de los prejuicios por ser sorda, todavía pesan las brechas de género. Ella dirige María la O, la primera zarzuela inclusiva realizada en Colombia. La obra, compuesta por Ernesto Lecuona, cuenta una historia de amor atravesada por tensiones de clase y etnia en la Cuba del siglo XIX y, en esta versión realizada por Martín, se presenta en nuevos formatos de comunicación: con música interpretada también en lengua de señas.
La dirección está a cargo de Ana María Martín, una mujer sorda que ha enfrentado distintos retos en su trayectoria artística. Ella explica que la discriminación hacia la población sorda es generalizada y parte de la privación lingüística, ya que la falta de información en lengua de señas limita el acceso a múltiples espacios. No obstante, durante la preparación de María la O, se encontró con obstáculos adicionales al liderar un proyecto cultural de gran formato. “Se vive una doble discriminación, con la carga de ser mujer, y con la carga de ser una mujer sorda”, señaló.
Y es que la industria artística, especialmente en las artes escénicas, ya cuenta con una baja representación de mujeres en cargos de dirección. La mayoría de ellas se ubica en áreas vinculadas a roles de género tradicionales, y esa brecha se amplía aún más para las personas con discapacidad.
Según el estudio “¿Dónde están las mujeres en las Artes Escénicas?” de la Fundación SGAE y la Asociación Clásicas y Modernas, que analiza la situación en España, en 2024 solo el 31% de los espectáculos fueron dirigidos por una mujer, y apenas una de cada cuatro obras programadas había sido escrita por ellas. Otros informes de la misma entidad muestran que su presencia se concentra en ámbitos como interpretación, gestión y producción, vestuario y escenografía, mientras que los cargos de mayor responsabilidad creativa —dirección escénica, dramaturgia, composición musical o roles técnicos especializados— siguen estando en manos de hombres.
En conversaciones con El Espectador, Ana María Martín habló de lo que el público podrá encontrar en María la O, de sus apuestas de inclusión y de los retos que ha enfrentado al liderar un proyecto siendo una persona con discapacidad:
¿Con qué se encontrarán las personas que asistan a la obra?
María la O es una obra de Ernesto Lecuona que se sitúa en la Cuba colonial. Cuenta la historia de una mujer mulata que se enamora de un aristócrata, mientras que él solamente la utiliza y se aprovecha del amor que ella le tiene. La obra tiene unas profundidades sociales muy fuertes, porque habla de la realidad colonizadora de los españoles y de cómo esta mujer termina excluida no solo por su raza, sino también por su condición económica y su clase social.
Desde ahí empezamos a hacer paralelos con la cultura sorda, pues esta obra clásica también tiene paralelismos con las historias de exclusión. El público encontrará escenas donde se habla de minorías lingüísticas en Cuba, como los abakuá, que aún existen, y de las particularidades de su lengua y su cultura. Así, María la O atraviesa todo el proceso de colonización a través de un romance.
Contaremos con una adaptación a lengua de señas. Habrá elenco sordo y elenco oyente compartiendo el mismo espacio, con cada personaje acompañado de su dupla sorda y oyente, junto a proyecciones en mapping que harán que la experiencia sea inmersiva.
También estarán músicos y cantantes líricos profesionales como el barítono Camilo Mendoza, el tenor Andrés Gómez, la soprano Luna Melo y la soprano cubana Gloria Casa, quien interpreta a María. Es una propuesta que, estoy segura, el público no ha visto antes. Las interpretaciones son completamente distintas y muestran tanto el universo sordo como el universo oyente.
¿Qué la llevó a escoger María la O para hacer esta adaptación?
Nací oyente, y con el paso del tiempo fui perdiendo la audición. Tengo un oído con pérdida total, y en el otro solo conservo un 40%. Aun así, decidí estudiar música, un proceso lleno de barreras, porque, primero, mi aprendizaje tenía que ser efectivo, y segundo, la academia no está diseñada para que otras personas puedan ser parte de esas experiencias escénico musicales.
En la Universidad Pedagógica empecé a tener contacto con personas sordas, y allí conocí la lengua de señas. Desde que la aprendí, me empezó a interesar mucho la estética y la forma de expresión que tiene la comunidad sorda a través de este idioma. Desde 2020, empecé a articularme con artistas sordos y con la comunidad para llevar adelante el proyecto de María la O.
La adaptación completa nace de esa experiencia personal y de mi historia de vida, porque la obra tiene muchas representaciones simbólicas de lo que fue mi carrera musical y de lo que significó graduarme de la universidad. María la O está protagonizada por mi maestra de canto, Gloria Casas, una soprano cubana que fue la persona que me enseñó a cantar. Ella interpreta con su voz, y yo interpreto en lengua de señas.
Además, esta zarzuela fue la primera que escuché en la voz de mi maestra, y años atrás tuvimos la oportunidad de compartir escenario con esa obra. Es un símbolo de lucha y de resistencia, de vernos ahora juntas en un escenario, después de un ambiente académico que fue hostil para ambas: para ella, enseñarme a mí cuando no cantaba ni afinaba; y para mí, poder abrirme un espacio en la academia musical, que suele ser muy dura.
¿Qué significó para usted reimaginar una obra clásica como María la O desde una mirada de inclusión?
La columna vertebral de la adaptación fue la lengua de señas colombiana, que es identidad para la comunidad sorda, y también una lucha histórica por ganar un lugar en la sociedad. En el proceso, nos dimos cuenta de que no se trataba solo de hablar de inclusión, sino de vivirla: poner en evidencia comportamientos que solemos naturalizar, con esas microdiscriminaciones que pasan desapercibidas, y poder transformarlas en formas reales de convivencia.
Tuvimos más de 80 personas en escena y alrededor del proyecto, cada una con maneras distintas de habitar y existir. El resultado artístico es importante, pero lo más valioso es que el proyecto se convirtió en un espacio de encuentro y de denuncia. Dijimos: aquí estamos, también hacemos parte de la oferta cultural del país, tenemos algo que decir y que mostrar. Y quedó demostrado que la inclusión no requiere grandes esfuerzos, sino reconocer la vida del otro y trabajar desde la diferencia, de igual a igual.
Si tú vas a ver la oferta cultural, no hay casi participación de población con discapacidad, y de población sorda, tampoco. Se están haciendo algunos esfuerzos en inclusión, pero los espacios siguen siendo muy limitados o exclusivos. El acceso a la cultura para la comunidad sorda ni siquiera se habla, y apenas ahora, con algunos proyectos en Bogotá, empieza a visibilizarse una problemática que ha estado invisibilizada por mucho tiempo.
¿Cómo es liderar un proyecto artístico siendo una mujer con discapacidad auditiva?
Lo más difícil ha sido que me crean capaz. Desde que estudiaba música, me decían que no podía cantar, que no afinaba, que buscara otra cosa. Ese mensaje se repitió muchas veces y lo mismo pasó cuando empecé con María la O. No solo se cuestionaba mi discapacidad; también mi edad, mi liderazgo y la viabilidad del proyecto. Muchas veces me dicen que, hasta no verlo montado en escena, no creen que sea posible.
Particularmente, siento que para la comunidad sorda la discriminación es generalizada, porque hay una privación lingüística muy grande: no se encuentra información ni oferta cultural en lengua de señas. Pero en el caso de liderar un proyecto cultural, sí he sentido más barreras. Es difícil ganar credibilidad y espacios siendo una mujer con discapacidad, pues se suman todos esos prejuicios: por ser mujer, por tener discapacidad, por ser una mujer sorda, con particularidades en la comunicación. Ahí es donde he sentido una doble discriminación.
Yo tengo que dar tres luchas. La primera es que me crean que canto bien; la segunda, que soy completamente funcional dentro de un escenario artístico; y la tercera, que puedo liderar un proyecto de gran formato, con la comunidad sorda y con cuidadores, y que ese proyecto puede tener impacto nacional e internacional. Y en medio de todo esto han estado las cuidadoras, en su mayoría mujeres y madres, que han sostenido el proyecto.
Cuando habla de las mujeres y madres cuidadoras, ¿qué papel han tenido en este proceso?
Una de las particularidades más notorias es que las cuidadoras son mujeres, muchas de ellas madres solteras que sacan adelante a sus hijos e hijas. En la comunidad sorda, hemos visto que son ellas quienes han apoyado el proyecto, y con eso también llegan historias atravesadas por machismo, violencia intrafamiliar o violencia económica.
Quiero resaltar ese poder femenino, porque las madres y cuidadoras han sostenido a sus hijos para que puedan estar en el proyecto, y también nos han sostenido a nosotros. Si hay que repartir volantes, lo hacen; si hay que desplazarse para ayudarnos, también lo hacen. Los hombres han apoyado, claro, pero son las mamás las que han cargado con las situaciones más complejas. Incluso mi mamá.
Ese rol de cuidadoras merece ser exaltado, porque, sin recibir pago ni recompensa, han sido el soporte de este proceso. Han sostenido a sus hijos, y en muchos casos también a mí y a los demás jóvenes que hacemos parte del proyecto.
🟣📰 Para conocer más noticias y análisis, visite la sección de Género y Diversidad de El Espectador.
✉️ Si tiene interés en los temas de género o información que considere oportuna compartirnos, por favor, escríbanos a cualquiera de estos correos: lasigualadasoficial@gmail.com o ladisidenciaee@gmail.com.