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Brisa Ángulo creía que no iba a vivir más de veinte años. Según su testimonio, cuando tenía 16 y vivía con su familia en Cochabamba (Bolivia), su primo de 26 años (también colombiano) la violó casi que a diario durante ocho meses. Mientras era víctima de violencia sexual, se juró no contarle a nadie para no causarle dolor a su familia.
Durante un viaje a Estados Unidos intentó acabar con su vida, pero allí las instituciones especializadas intervinieron y la ayudaron a relatar lo que le había sucedido y a confrontar la violencia que había normalizado. Cuando sus papás, a quienes considera sus mejores amigos, se enteraron, le propusieron no volver a Bolivia para que pudiera empezar de cero.
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“Les dije que iba a volver. Él me había quitado mi inocencia, mi niñez. No iba a permitir que me siguiera quitando más”. Brisa regresó al país, denunció a su agresor y empezó a llevar su lucha a la televisión, los periódicos, las organizaciones, fundaciones y universidades.
“Me volví la imagen pública de la violencia sexual en una época en la que eso significaba la muerte social. Pero me protegió ese pensamiento adolescente de ‘no me importa nada’ y me motivaron las miles de niñas que quería proteger”, recuerda con una sonrisa valiente, sentada frente a la ventana de su estudio, por donde se cuela el sol del mediodía.
A los 17 años, ya tenía su primera fundación en Bolivia para ayudar a niños y niñas víctimas de violencia sexual. Estudió Psicología y una maestría en Neuropsicología, con la intención de que ese conocimiento le sirviera para acompañar mejor este tipo de casos. Lastimosamente, mientras ella alzaba la voz para proteger a otros, los procesos penales contra su agresor terminaron en nada.
Brisa no iba a rendirse. Soñaba con llevar su caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH). Se lo pidió a muchas instituciones, tocó cientos de puertas, pero la respuesta siempre fue la misma: era muy caro y tomaba mucho tiempo. “Por eso, mi mejor amigo, que ahora es mi esposo, y yo, estudiamos Derecho, nos convertimos en abogados y llevamos, nosotros mismos, el caso hasta la Corte”, dice con orgullo, mientras uno de sus hijos camina detrás de ella y agarra un arcoíris de un estante con juguetes.
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Más de veinte años después, la Corte IDH falló a su favor este año y condenó al Estado de Bolivia por no protegerla; porque su sistema judicial la revictimizó y discriminó por ser una mujer; porque no investigó al denunciado y porque esa persona volvió a Colombia, donde ha vivido siempre en libertad. La Corte determinó que el Estado había sido un segundo agresor en el caso de Brisa y le ordenó, entre otras cosas, reconocer su responsabilidad internacional y adoptar protocolos que le permitan proteger a otros niños y niñas en el futuro.
Esta sentencia histórica hizo que Bolivia avanzara en protocolos de prevención y acompañamiento a víctimas de violencia sexual, impulsó cambios en las leyes de varios países latinoamericanos y sentó las bases para que muchos Estados adoptaran los estándares internacionales con el fin de responder a este tipo de violencia sin volverse, como ocurrió con Brisa, en segundos agresores.
“Yo no gano nada con todo esto. El daño ya está hecho y no se puede revertir. Lo único que quiero es saber que dejé este mundo un poquito mejor de lo que estaba y que pude utilizar eso que usaron para destruirme para ayudar a que ninguna niña pase por lo que tuve que pasar”, asegura Brisa, antes de concluir: “Yo no creo que haya personas que fracasen. Solo hay gente que se da por vencida”.
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Brisa sigue trabajando con su fundación para llevarles apoyo, acompañamiento, asesoría legal y educación a niños, niñas y jóvenes que han sido víctimas de violencia sexual. Trabaja en la implementación de los nuevos estándares para su prevención en varios países y continúa buscando justicia para que su agresor sea extraditado y condenado en Bolivia. “Este trabajo recién está empezando y si tengo que esperar otros veinte años lo haré”.