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Maternidad y VIH: las decisiones que el estigma sigue arrebatando a las mujeres

Presiones para que no planifiquen un embarazo, esterilizaciones sin consentimiento, cesáreas innecesarias y la falta de acceso a un parto humanizado son algunas de las situaciones que enfrentan las mujeres que viven con VIH cuando deciden gestar. El Espectador habló con expertas para profundizar en cómo el desconocimiento sobre el virus limita su autonomía reproductiva.

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Luisa Lara
01 de diciembre de 2025 - 05:00 p. m.
Aunque hoy existen guías actualizadas sobre embarazo, parto y lactancia para personas que viven con VIH, muchas decisiones siguen siendo impuestas desde el desconocimiento y el estigma.
Aunque hoy existen guías actualizadas sobre embarazo, parto y lactancia para personas que viven con VIH, muchas decisiones siguen siendo impuestas desde el desconocimiento y el estigma.
Foto: Leandro Rodriguez
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Las mujeres y personas con capacidad de gestar que viven con VIH enfrentan un estigma constante cuando se trata de la maternidad. Esto se manifiesta en “recomendaciones” para que no consideren el embarazo como una opción, en orientaciones desactualizadas cuando ya están gestando, y en un escrutinio excesivo que empieza apenas el sistema de salud sabe que se convertirán en madres o asumirán tareas de cuidado. El panorama ha llevado a que mujeres en distintos lugares del mundo tengan que luchar por el reconocimiento de sus derechos sexuales y reproductivos.

Tanto así, que organizaciones como ICW Latina —una comunidad internacional de mujeres que viven con VIH y sida— han enumerado el estigma y la discriminación que surgen cuando una mujer o persona con capacidad de gestar desea tener hijas o hijos, o cuando ya los tienen. Estas situaciones pueden ir desde la coerción del personal de salud para que se sometan a esterilizaciones o abortos, hasta la imposición de cesáreas como único método de parto. También incluyen la prohibición del contacto piel con piel después del nacimiento y la falta de información sobre la posibilidad de amamantar cuando existe una carga viral indetectable, según explicaron a El Espectador.

Esto ocurre a pesar de que diversos estudios han señalado que es seguro gestar cuando se vive con VIH y que esto no implica un riesgo para sus hijas o hijos. Por ejemplo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) y los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos han indicado que, si la persona que da a luz o alimenta por lactancia a un bebé toma medicamentos contra el VIH y está viralmente suprimida (es decir, su carga viral es indetectable), las posibilidades de transmisión pueden ser de menos de una en cien.

Aun con toda esta evidencia científica, lo que debería ser un proceso acompañado e informado, termina convirtiéndose en un camino condicionado para quienes deciden maternar o asumir el cuidado. Y poco a poco se transforma en experiencias que les arrebatan momentos importantes antes, durante y después del embarazo. Lo que se traduce en trabas para vivir la maternidad con todas sus facetas. Esto afecta de manera directa sus derechos sexuales y reproductivos, así como su posibilidad de decidir cuándo y cómo formar una familia.

Estas decisiones que se sustentan en estigmas y falta de información afectan un alto porcentaje de mujeres en todo el mundo. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2024 había 1,1 millones de mujeres embarazadas viviendo con VIH en todo el mundo. ¿Cómo reconocer cuándo se trata de prejuicios y no de una recomendación basada en evidencia científica? Aquí le contamos.

Las decisiones arrebatadas a las mujeres con VIH antes del embarazo

Según explican integrantes de ICW Latina, antes de la gestación, es común que las mujeres que viven con VIH enfrenten presiones para que no consideren el embarazo dentro de sus planes, por el miedo a la transmisión perinatal del VIH, es decir, cuando el virus se transmite de una madre al feto.

Por ejemplo, el Estudio Regional sobre Violencia y Mujeres con VIH en América Latina, realizado por ICW, ONUSIDA y otras organizaciones, reveló que al menos el 34,3 % de las mujeres consultadas manifestó que alguna vez un profesional de la salud les aconsejó “no tener hijos”. Con variaciones según el país. En Perú ocurrió en el 58,8 % de los casos, seguido por Bolivia (48,5 %), Colombia (35,2 %) y Paraguay (29,4 %).

Así mismo, el 86,5 % de las consultadas señaló que había sentido presión por parte de algún profesional de la salud para someterse a una esterilización. Presiones que no sólo se basan en el miedo, también en el estigma y prejuicios que ponen en duda su capacidad y su derecho a decidir sobre su maternidad, reproduciendo ideas discriminatorias que históricamente han limitado este tipo de decisiones en las mujeres que viven con condiciones de salud específicas, viven en pobreza o tienen otras situaciones de vulnerabilidad. Los casos de esterilización forzada es un ejemplo de ello y es reconocida hoy como una forma de violencia reproductiva.

Casos que, según las expertas consultadas, se repiten entre mujeres que viven con VIH. Habitualmente se enfrentan a personal de salud las presiona para que se realicen el procedimiento, que utiliza lenguaje y argumentos técnicos para deslegitimar su deseo de maternar o tener más hijos, o que, después de una cesárea, se dan cuenta de que fueron esterilizadas sin su consentimiento. “Muchas de ellas no saben que esto es una violación de derechos humanos”, señala Keren Dunaway, miembro de la organización, quien añade que esto deslegitima su derecho a decidir sobre sus cuerpos.

Estas prácticas tienen un impacto directo en la justicia reproductiva, porque refuerzan sistemas institucionales y normas culturales que consideran legítimo ejercer control sobre las decisiones reproductivas de las personas. Bajo esa lógica, estos actores definen deliberadamente hasta dónde pueden intervenir en función de factores como el estado de salud, la pobreza, el origen étnico o el territorio. Un ejemplo de ello ocurrió en Perú, durante el régimen de Alberto Fujimori, cuando se implementaron esterilizaciones forzadas, por medio de un programa que supuestamente buscaba reducir los índices de pobreza en el país.

Lea más aquí: Celia Ramos: el primer caso de esterilización forzada en Perú ante la Corte IDH

Por otra parte, en los casos de VIH, el aborto también ha sido una salida que ofrece el personal médico, en el 32 % de los casos, según el informe. Sin embargo, esta es una opción menos probable, pues varios países aún cuentan con leyes restrictivas de interrupción voluntaria del embarazo.

Lo que ocurre durante el parto también es una decisión que les imponen

La exigencia de que todos los partos sean por cesárea es un ejemplo de ello. “La opción de decidir qué tipo de parto quieres, si quieres parto por cesárea —porque algunas deciden tener el parto por cesárea— o parto vaginal. Que no intervenga ahí el VIH como un condicionante para que te digan que tienes que ir por cesárea”, dice Mariana Iácono, integrante de ICW Latina y de la Red Argentina de Jóvenes y Adolescentes Positivos.

Por esa razón, el CDC ha actualizado que solo se debe recomendar el parto por cesárea cuando la carga viral es alta o desconocida. Por el contrario, cuando la carga viral es inferior, el parto por cesárea no debe ser recomendado para prevenir la transmisión perinatal del VIH, pues no hay riesgo de transmisión y, por ende, se convierte en una práctica estigmatizante.

Por ese mismo camino, otra barrera durante el parto es la limitación del contacto inmediato piel con piel. Según la ONU, se recomienda colocar al recién nacido junto a la persona gestante apenas respire por primera vez, sin pasar por un periodo inicial en una incubadora. Esta práctica es fundamental no solo para el vínculo emocional, también porque se ha demostrado que reduce la hipotermia y el riesgo de infecciones.

Un primer momento con el bebé que a las mujeres con VIH les arrebatan por completo. “De hecho, cuando parí a Eva para mí fue super traumático, porque me la mostraron como a un metro, se la llevaron y la trajeron cuatro horas después. Y yo durante el parto tenía una carga viral indetectable hace más de 17 años, o sea, no había riesgo”, cuenta Iácono, mientras relata cómo es el proceso para ellas. No les entregan a los bebés; se los llevan rápidamente, como si fueran “bomberos”, para hacerles todo el lavado, tomarles sangre lo más rápido posible y darles los antirretrovirales para prevenir la transmisión del virus.

Para brindar un dato, el 84 % de las mujeres gestantes que viven con VIH en todo el mundo ha tenido acceso a medicamentos antirretrovirales para prevenir la transmisión del virus a sus hijos, medicamentos que generalmente son seguros de usar durante el embarazo, según ONUSIDA. Lo que en muchos casos se traduce en niveles bajos del virus, disminuyendo casi a cero las posibilidades de transmisión.

Por eso, Iácono, le comentó a este diario la importancia de que las personas con capacidad de gestar tengan la posibilidad de decidir en todas las etapas de su embarazo. Porque cuando se les imponen decisiones basadas únicamente en su diagnóstico, se trata de discriminación, advierte.

La discriminación también les arrebata experiencias del postparto

Durante muchos años se les dijo a las mujeres que viven con VIH que no podían amamantar. Sin embargo, las guías actualizadas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan la lactancia siempre que la persona esté tomando medicamentos contra el VIH y con carga viral baja. También se sugiere complementar la lactancia con medicación preventiva para la persona recién nacida durante este periodo.

Aun así, el personal de salud muchas veces antepone sus prejuicios e ignora las recomendaciones, de acuerdo con ICW Latina. Por lo que todavía se presentan instrucciones desactualizadas, como sustituir la lactancia materna por fórmula preparada o por leche materna donada y pasteurizada de un banco de leche.

Estas recomendaciones, explica Dunaway, no consideran las situaciones que atraviesan muchas mujeres, como la falta de dinero para comprar leche de fórmula, la falta de agua potable para prepararla o la ausencia de condiciones de refrigeración. “El acceso a la fórmula, por ejemplo, en Venezuela ha tenido momentos de escasez”, advierte. Por eso, las expertas insisten en que es necesario garantizar que las personas gestantes cuenten con la información y las condiciones para decidir si quieren amamantar o no. Y que no sea una opción que toman impuestas por el miedo o presión social.

Iácono recuerda un caso en Colombia en el que el Bienestar Familiar realizó un seguimiento exhaustivo a una mujer con VIH para verificar, meses después, que el bebé estaba bien y había dado negativo. Esto ocurrió porque ella había iniciado un proceso legal para poder amamantar a su hijo, demostrando que no había riesgo de transmisión.

Por su parte, Sara Hernández, de ICW Latina, señaló que muchas personas que viven con VIH enfrentan barreras adicionales por su dependencia económica y por habitar en zonas rurales o remotas, donde el acceso a servicios de salud es limitado. Explicó que estas desigualdades se reflejan en que varias mujeres solo acceden a una citología al año, que en algunos casos nunca han sido orientadas para realizarse este examen o ni siquiera habían escuchado de terapias preventivas. Hernández añadió que esta situación se agrava cuando se superponen factores como la pobreza o los contextos de guerra.

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Luisa Lara

Por Luisa Lara

Comunicadora social con énfasis en periodismo. Tiene estudios de género y diversidad en el Knight Center for Journalism. Interesada en contar historias con una perspectiva interseccional y feminista.
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