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Cuando Gerardo Yiobani Tobar Narváez tenía 17 años, un accidente de tránsito en su natal Ipiales (Nariño) lo dejó ciego. Estaba cerca de terminar el bachillerato y tenía claro que quería ser abogado, misión que no cambió ni siquiera el suceso ocurrido en 1997, cuando una esquirla del parabrisas del carro en el que se transportaba le cortó las córneas, retinas y el nervio óptico. Actualmente, trabaja como escribiente en el Juzgado Primero Laboral de Mocoa (Putumayo) y ha tenido una movida carrera dentro de la Rama Judicial, en donde incluso una vez fue juez encargado en un juzgado penal en la capital putumayense. Aunque ya no le ambiciona tanto como antes, no descarta volver a vestir la toga.
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Estaba en noveno grado el año que perdió la vista y tuvo que dejar Ipiales y mudarse a Pasto para su rehabilitación en el Instituto Nacional para Ciegos, que para la época solamente tenía sede en la capital del departamento. Allí mismo cursó los últimos tres años de colegio y se destacó, según cuenta él mismo, en Filosofía, Lenguaje e Historia. Su aspiración en ese momento era ganar un cupo en la universidad pública para empezar su carrera en Derecho. Esa meta la conquistó en la Universidad de Nariño en 2002, cuando inició su pregrado. Desde entonces conoció la herramienta que incluso hoy sigue siendo de sus mejores aliadas: Jaws, un programa para el computador de lectura de pantallas.
Cuando Gerardo Tobar arrancó su carrera profesional, la herramienta también daba los primeros pasos y sus funciones eran limitadas. Incluso, el programa solamente se podía instalar en los computadores del Instituto Nacional para Ciegos, por lo que él tenía que ir hasta el lugar cada vez que necesitaba estudiar la jurisprudencia, normas o decretos que la Universidad le suministraba en discos. Aunque Jaws le facilitó muchas cosas a pesar de su discapacidad visual, había otros obstáculos que tenía que sortear por su cuenta, como la lectura de las copias que les dejaban en algunas clases. Pero Tobar nunca se varó ni puso reparos, sino que se apoyó en otros y convirtió las situaciones en un gana-gana.
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El ahora abogado Tobar cuenta que cuando tenía que leer las copias físicas de los textos, buscaba ayuda de estudiantes de colegio de últimos años que necesitaran hacer servicio social. El trato era que le leían a él los documentos y ellos sumaban horas para poder graduarse. “Yo tenía una grabadora como de periodista y ahí guardaba todo lo que ellos leían de las fotocopias, para poder rebobinar y repasar para las clases”, recuerda Tobar. Asegura también que para ese entonces su casa se llenó de cassettes “pero no importaba, mi idea era sacar adelante la carrera”. Y así lo hizo durante cinco años, hasta que al final tuvo que enfrentarse a la judicatura obligatoria para graduarse.
En 2007 terminó materias y en 2008 un amigo que inició a la par con él la carrera le ofreció ser el judicante en un juzgado de Instrucción de la Justicia Penal Militar. Tobar aceptó la oferta y enfrentó los nuevos retos. Su discapacidad no era para él un impedimento para trabajar y tener grandes responsabilidades, y tampoco lo fue para sus compañeros. “Mi labor allá era la sustanciación, manejo de expedientes, analizarlos, hacer proyectos de autos, sentencias y demás”, recuerda el abogado. En el juzgado, los colegas le instalaron a su computador el programa que ya manejaba a la perfección para que trabajara hombro a hombro con ellos.
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“Para ese tiempo ya había escáner, entonces podía consultar también expedientes físicos. Mi hermana para esa época era estudiante de bachillerato y yo le pedía ayuda para escanearlos”, manifiesta el abogado. “El lector de pantalla también tiene esa función, leer documentos en PDF, entonces ya podía revisarlos y así sustanciaba y hacía mi trabajo”, señala Tobar, quien también recuerda que buscaba el consejo y apoyo de compañeros de despacho que tuvieran más experiencia que él para aprender a llevar casos que llegaban a sus manos. Ese fue su trabajo por los nueve meses que para ese entonces le exigían en la universidad. En 2009, finalmente recibió su título como profesional en Derecho.
Un conocido le avisó de una convocatoria para ocupar cargos en juzgados de Mocoa (Putumayo). Presentó los exámenes y ganó el cargo de citador en el Juzgado Primero Laboral de Mocoa en marzo de 2011. Su trabajo y ambición lo llevaron a ganar la confianza de los jueces que tuvo como jefes, quienes en más de una ocasión le pidieron a Tobar que fuera su auxiliar. Incluso, en 2012, el Tribunal Superior de Mocoa lo designó como juez encargado del Juzgado Primero Penal de ese municipio, puesto que reconoce como uno de sus más grandes retos profesionales. “En ese tiempo tocaba todo muy rápido, entonces me tocaba valerme del secretario para que me ayude a revisar los documentos”, recuerda Tobar.
Reconoce que su discapacidad lo frena para algunas cosas, pero también reconoce que la tecnología avanza rápidamente y ahora puede hacer cosas que antes no. Sin embargo, sostiene que ser juez en este momento no es su mayor ambición, pero no lo descarta para más adelante. Por ahora quiere seguir escalando peldaño a peldaño y aprender más dentro de su profesión. También, seguir disfrutando de su vida en familia con su esposa e hijo, que son sus más grandes apoyos actualmente. “Solo es cuestión de valorar las cosas, de mentalizarse en lo positivo y yo sé que se pueden lograr muy buenas cosas para cualquier persona”, asegura el abogado Gerardo Tobar.
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