¿Denuncia de maltrato o linchamiento virtual?
Una denuncia de maltrato llega al mundo virtual y el acusado termina quitándose la vida. El “escrache” es una corriente feminista que busca visibilizar casos de violencia que quedan impunes, pero ¿cuáles son las consecuencias de usar las redes para denunciar?
La Zaga
*Por petición de nuestras fuentes, una de las decisiones periodísticas del episodio fue cambiar los nombres de los implicados para garantizar su privacidad.
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*Por petición de nuestras fuentes, una de las decisiones periodísticas del episodio fue cambiar los nombres de los implicados para garantizar su privacidad.
Nos enteramos del caso de Juliana y Andrés* por redes sociales, una historia de Instagram en la que Juliana compartía pantallazos de una conversación con su ex pareja para denunciar el maltrato que le había causado. La respuesta en las redes a su denuncia fue de indignación y, en muchos casos, de violencia.
Escuche los episodios del pódcast que acompañan a este texto:
Ellos se conocían desde el colegio. Andrés fue novio de una compañera de Juliana. Y, un tiempo después de que terminaran, Juliana empezó a salir con él. Su noviazgo duró aproximadamente un año y medio. Ella recuerda que tenía momentos de calma y felicidad con Andrés. Pero también describe su personalidad como impulsiva, arriesgada y violenta.
El año antes de la denuncia, la relación entre Juliana y Andrés tenía momentos de cercanía y de distanciamiento. A mediados de ese año terminaron, aunque se llamaban, chateaban y se veían ocasionalmente. Esta ruptura empeoró el estado de ánimo de Andrés, que le decía a su madre lo difícil que era cortar con Juliana. Tenía episodios depresivos. Según su madre, él se encerraba durante horas en el cuarto. No hablaba y lloraba con frecuencia.
(Conozca: La Zaga, un pódcast que narra cómo se hace una pieza periodística)
Poco después, Andrés y Juliana se encontraron en una fiesta. Debido a la insistencia de él, se alejaron del grupo para hablar en privado. Salieron del bar. En la calle, Juliana le expresó que no quería seguir en contacto y que estaba saliendo con un amigo de él. “La cara de él se volvió como la de un animal”, recuerda Juliana. “Me tiró al piso, me insultó y me estranguló. Yo veía pasar los carros y la gente a mi alrededor. Recuerdo que nadie me ayudó”. Finalmente, pudo quitárselo de encima y salir corriendo. Tenía rasguños en la cara y en los brazos.
Andrés le escribió por WhatsApp al otro día. Le pidió que ignorara todo y que lo visitara en su casa. Juliana no le respondió. Él le siguió escribiendo que lo perdonara. Después de una semana sin respuesta, el tono de Andrés cambió. La insultó y le hizo comentarios denigrantes. Juliana continuó ignorándolo y tomó pantallazos de todas sus conversaciones.
“Llegó una noche a mi casa mientras yo dormía”, cuenta Juliana. “Mi mamá lo dejó seguir porque ella no sabía nada de lo que había pasado”. Esa noche Andrés intentó matarse. “Mi mamá llamó a sus papás y lo llevaron al hospital. Cuando se fueron le conté todo a mi mamá. Ella me dijo que debería irme para Barranquilla por un mes”.
En esa época, Juliana se había involucrado con un colectivo de mujeres artistas que querían reflexionar sobre feminismo y género. Casi todas tenían la edad de Juliana, es decir, estaban entre los 18 y los 23 años. Un par de semanas antes de su regreso a Bogotá, Juliana habló con el colectivo. Ella les había contado fragmentos de su historia con Andrés, pero ese día les expresó su deseo de hacer una denuncia pública.
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“Ella nos llamó y nos dijo que tenía mucho miedo y que iba a publicar su denuncia”, nos dijo Camila, miembro del colectivo bogotano. En ese momento todas la apoyaron. Juliana hizo su denuncia sobre Andrés mediante varias historias de Instagram. Publicó un par de conversaciones en las que él decía que había disfrutado su cara de terror mientras la ahorcaba. Las mujeres del colectivo replicaron su denuncia en sus cuentas de redes sociales privadas y en la cuenta del grupo. Muchos hombres y mujeres enviaron mensajes de apoyo a Juliana, replicando su historia o comentando. Recibieron testimonios de unas 15 personas, que expresaban que también habían experimentado algún tipo de violencia de parte de él. Paralelamente, Andrés recibía mensajes: amenazas contra él y su familia. Le decían que lo iban a matar o que debía estar muerto. Un mensaje de un hombre decía de forma explícita que deberían violar a su hermana.
En ese momento, Andrés llamó a su madre y le contó lo que estaba pasando. Ella también se indignó por lo que él había hecho. Pero al ver los mensajes que le llegaban a su hijo, consideró tomar acciones legales. Además, creyó la versión de Andrés, que negaba los hechos denunciados. Le pidió que cerrara todas las redes. Andrés le dijo que la única forma de cuidar de ellos y de su hermana era desapareciendo. Luego, no volvió a contestarle. Ella y su esposo salieron a buscarlo. Estaba pasando el fin de semana en el centro de rehabilitación. En el camino, recibieron la llamada de la directora del lugar. Su hijo se había quitado la vida.
Si está lidiando con problemas de salud mental, puede comunicarse con las líneas que encontrará en este link.
Las mujeres del colectivo se enteraron del suicidio porque la madre de Andrés escribió a Juliana. “No nos esperábamos que algo en las redes tuviera efectos en la vida real”, dice Camila. “Cuando empezaron a llegar amenazas contra Andrés (que él publicaba en sus redes) escribimos desde el colectivo que no tomaran ese tipo de acciones. No queríamos una justicia basada en la venganza, que nos parece la misma justicia patriarcal que queremos combatir. Nuestra intención era crear un diálogo y, sobre todo, proteger a Juliana”. Ella también explicó sus razones para hacer la denuncia: “yo tenía miedo y quería que se supiera todo por si algo me pasaba en el futuro, porque no sabía qué podía hacer Andrés”.
Antes de publicar esas historias en Instagram, Juliana acudió a la justicia ordinaria. Se dirigió a la URI de Paloquemao junto a su madre. Menciona que ahí le dijeron que no tenía pruebas suficientes y la desincentivaron de tomar acciones legales. Fue imposible corroborar lo que sucedió en la URI, porque no interpuso ninguna denuncia y, por lo tanto, no hay registros de su visita. Muchas mujeres tienen historias similares en las URI, donde las desmotivan por no tener pruebas físicas de maltrato. Sin embargo, el hecho de que la denunciante no tenga pruebas, como golpes o fotos de golpes, no significa que no pueda interponer una denuncia. Además, el maltrato psicológico también es un delito.
Los casos de violencia de género no son querellables, es decir, no puede haber conciliación, sino que las entidades encargadas deben investigar y hacer seguimiento. Se recomienda visitar otros espacios como las Casas de Igualdad de Oportunidad para las Mujeres, las Casas de la Mujer, la Defensoría del Pueblo, los CAI o las Comisarías de Familia, donde pueden explicar a las mujeres sus derechos y cómo pueden ejercerlos.
La Red Nacional de Mujeres creo la app Ellas libres de violencia, donde obtendrá recursos para sobrellevar una situación de violencia de género.
Las comisarías de familia atienden casos de violencias de género en pareja y dentro de la familia. Estas son las comisarías que hay en Bogotá.
En las Casas de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres podrá recibir asesoría legal y emocional para enfrentar violencia de género. Estas son las Casas de igualdad en Bogotá.
Beatriz Quintero, miembro de la Red de Mujeres de Colombia, afirma que se ha avanzado en temas legislativos, pero aún falta mucho camino para que la norma se cumpla. Desde que pasó la Ley 1257 de 2008, en la que se busca prevenir la violencia contra la mujer, se han creado rutas de atención para casos de violencia basada en género. Desafortunadamente, las rutas varían dependiendo de cada ciudad. En Bogotá existen las Casas de Igualdad de Oportunidad para las Mujeres, por ejemplo, pero estos espacios no están presentes en todos los municipios del país. En municipios pequeños o zonas rurales solo se puede acudir a la Policía para denunciar casos de violencia de género. Según Quintero, “parece que hay una sección de la población, usualmente joven, en donde es más difícil de tratar los casos porque no tienen familias constituidas o no viven con la pareja”. Pero que no haya dependencia económica no quiere decir que las mujeres estén fuera de peligro.
Para el colectivo, la muerte de Andrés hizo mucho daño, ya que cambió el foco de la discusión y lastimó más a Juliana. Llegaron mensajes de odio contra ella, que estaba shock. “Sentí mucha culpa. Es muy raro pensar que él ya no está en este mundo. Pero con el tiempo he ido entendiendo que no tengo la culpa de lo que él hizo, que fue su decisión”.
Para Jimena Zuluaga, directora del Centro de Estudios de Periodismo (CEPER) de los Andes, en las redes sociales la información es compartida desde la emotividad. “Las opciones que nos dan para interactuar con el contenido son emocionales: me gusta, no me gusta, me enfada, me entristece”. Explica que las redes dan la posibilidad de compartir emociones e impulsos primarios y, a la misma vez, proporcionan una distancia, porque el que comenta es un “yo” virtual. Los contenidos e información en redes se basan en la inmediatez y, por lo tanto, también proporcionan satisfacción inmediata cuando se recibe retroalimentación positiva. Por tanto, los contenidos de denuncia despiertan reacciones extremas y tienden a ser más exitosos (virales).
Linchar (lynching) es “ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso”. Parece que el término viene de dos hombres norteamericanos de apellido Lynch, que defendían los castigos sin juicio en la época de la revolución americana. En Estado Unidos se popularizó la palabra para referirse a asesinatos extrajudiciales de afroamericanos por presuntos crímenes, entre ellos, la rebeldía contra los esclavistas.
En Bogotá, entre 2014 y 2015, murió una persona por linchamiento cada tres días. 600 personas tuvieron que ser rescatadas de multitudes dispuestas a asesinarlos. La tendencia llegó también a las redes sociales, donde los videos de linchamientos se viralizaron. El acoso virtual también ha demostrado ser muy peligroso. Se ha convertido en causal de suicidios, sobre todo, en adolescentes, y de asesinatos, como el caso del venezolano falsamente acusado de traficar niños, que fue linchado en Bogotá.
De este caso surgieron muchas preguntas. ¿Son permitidas este tipo de denuncias por nuestra ley? ¿Están cubiertas por la libertad de expresión? En el próximo capítulo, abriremos el debate a expertos en el tema, para entender qué tan lejos se puede llegar en la red y las complejidades de la justicia ejercida en internet.
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Este podcast fue producido en Estudios Podcasero para el Espectador. La música original, la investigación, producción y edición de la Zaga fueron realizadas por Gabriela Supelano. La asesoría de contenido y la edición de los guiones por Pablo Aristizábal. El diseño y la identidad del podcast son de William Ariza. Gracias al apoyo en el área digital de Natalia Piza y Yennifer Rodriguez. Continuaremos con esta historia en la próxima entrega.