Cristian Segarra estaba destinado a ser periodista. De pequeño, su padre Efraín Segarra lo llevaba a los retiros que organizaba el diario El Comercio de Ecuador. A casa, además, el popular “Segarrita” llegaba con historias de los viajes que conducía en su camioneta, donde se hizo periodista empírico por más de 16 años. Cristian Segarra debutó y ha trabajado como periodista en El Comercio, el mismo medio que en 2018 le apostó a contar detalles de la criminalidad fronteriza desplegada por el frente Oliver Sinisterra de las disidencias. Esa investigación, no obstante, terminó en el secuestro,el 26 de marzo, y posterior asesinato, que se confirmó el 13 de abril de 2018, de su padre y los periodistas Javier Ortega y Paul Rivas. Cuatro años en los que denuncia tener más dudas que certezas.
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Su padre trabajó como conductor en instituciones públicas y privadas hasta llegar a El Comercio en 2000 ¿Cómo contarles a los colombianos quien era él?
Mi papá era todo un personaje. A él lo querían todos porque era una persona súper alegre, comedida y respetuosa. Él encontró en el periodismo su vocación a pesar de que no era periodista o fotógrafo de profesión. Le encantaba el movimiento y la dinámica del periodismo. Cuando había una emergencia, ya estaba listo con su camioneta. Se subían los equipos periodísticos con él y volaban, se convertían en uno. Él siempre estaba dispuesto a ayudar, cargando las cosas, hablando con la gente, levantando testimonios, dándote pistas de con quién podrías conversar. Mi papá hacía ese trabajo de campo para ayudar a los demás.
En un determinado momento, recuerdo, en el diario hubo una feria de optativos y vendieron cámaras de fotos. Y él se compró una pequeñita. Entonces siempre iba con su cámara en la camioneta y tomaba fotos porque sí, porque no y por si acaso. Y en más de una ocasión, sus fotos sirvieron para graficar las notas. Ayudó mucho y lo disfrutó. Recuerdo que, en mis primeras pasantías, cuando salía el fin de semana, él me guiaba. Siempre con esa carisma y alegría que le caracterizaba. Él no era únicamente un conductor, era un padre de familia, un amigo, un compañero. Ese compinche de travesías. La verdad es que, pucha, era un padre como muy pocos.
¿Cómo ha cambiado Cristian Segarra desde 2018?
Los cambios son drásticos. En el Ecuador creo que muy pocas personas pueden dar testimonio de algo así. Tuve un proceso interno. Después de abandonar el periodismo por un tiempo, fui a un medio de comunicación digital, donde tuve la oportunidad de ingresar a la cobertura de temas políticos y de seguridad. Pero yo no pude desenvolverme profesionalmente de la mejor manera porque tenía un enojo y una molestia con las figuras políticas, policivas y militares. Me fui obligado a buscar una alternativa. Actualmente, tengo un emprendimiento propio en lo que yo había trabajado durante muchos años, que era el periodismo especializado de autos.
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¿Tendría la capacidad de plasmar en un texto periodístico la tragedia que vive usted y su familia?
De hecho, en un medio digital alguna vez me tocó en el turno nocturno sacar una noticia. Era la detención de un alias en 2018, creo que fue Cherry. Pero la escribí. Hice de tripas corazón y sobre todo intentando mantener esa imparcialidad en la forma de informar. Pero sí, yo tengo una revancha en lo personal y profesional en estos campos. Ahora tengo el emprendimiento y sobre eso me dedicaré probablemente muchos años. Me gustaría escribir un libro sobre lo ocurrido. Además, quisiera hacer una especialización en periodismo de guerra o zonas de conflicto. Me apasiona, estoy seguro de que podré.
¿Cuál es su noción de país tras ser víctima de nuestro conflicto armado?
Me deja una gran marca en mi vida, mi corazón y mi familia. Probablemente, nosotros mejor que nadie en Ecuador podemos contarle a la gente y decirle cómo se siente el conflicto colombiano en carne propia. Perder a un ser querido en unas circunstancias tan caóticas, agrestes y terribles. Sentir la impotencia de que lo que ocurrió jamás estuvo en un campo de acción en el que nosotros pudiéramos controlar algo. Yo entiendo que esta sensación debe replicarse en muchísimos colombianos. Hogares destrozados, rotos por la violencia y la guerra constante en Colombia. Nosotros ahora creemos que somos parte de esa historia.
Es un testimonio de sangre y de dolor. Creo que es muy admirable cómo los colombianos, a pesar de la tragedia y de vivir en un contexto bélico, en un contexto de conflicto constante, son alegres, se echan para delante, salen de las situaciones más complejas. Y, sobre todo, siguen luchando. Es parte del ejemplo que hemos tomado conjuntamente de la experiencia colombiana. De familiares que han vivido otro tipo de violencia como la nuestra. Hemos visto esa empatía de la gente. Ver esos ejemplos nos da fuerza.
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Su padre, Javier Ortega y Paul Rivas se aventuraron a contarle a Ecuador los vínculos de los grupos criminales con la fuerza pública. ¿Sigue creyendo que el periodismo merece la pena?
Definitivamente sí. Este es el oficio más bonito del planeta. El periodismo te permite tener cercanía y tocar la realidad y a las personas. Retratar todo lo que está ocurriendo a pesar de que es difícil. A pesar de que hay noticias que no te gustaría informar, como esta de mi padre, por ejemplo. Vale la pena el trabajo que realizaron y que querían realizar. Pienso que es muy valioso porque permitió descubrir una circunstancia muy compleja en la frontera. Una realidad oculta que está ahí, que da lástima y que tiene a muchas familias derramando sangre. Los tres cumplieron su misión en esta vida y fue dejar todo por el periodismo.
A la fecha hay dos disidentes condenados tras firmar un preacuerdo y la Fiscalía prometió en 2021 imputar a otros dos hombres. ¿Cuál es su impresión sobre cómo se ha desarrollado esta investigación?
Yo no estoy contento. Y ninguna de las familias lo está con el trabajo realizado en Ecuador y Colombia. Creemos que se debió investigar más. Se deberían tener más miembros de la estructura de alias Guacho en prisión o sentenciados. Creo que era una oportunidad importante para demostrarle al planeta que lo que ocurre en Nariño no debe quedar en la impunidad. Dos sentenciados para mí es muy poco. A las autoridades no les interesa investigar más. Cuando pudimos acceder a la zona de Mataje (donde fueron asesinados los tres ecuatorianos), uno de los policías se acercó. Me decía que la Policía allá era totalmente corrupta y que los jefes tenían una comunicación directa con los narcos.
Los dos condenados (alias Reinel y Cherry, a 28 años de prisión) son el ejemplo para entender que ni a Colombia ni a Ecuador les interesó investigar más. Arrojaron un par de respuestas interesantes, pues ellos hablaron de políticos, policías e incursiones que rodearon el caso y cómo esas intervenciones terminaron en el desenlace de la historia. Y, si ellos tienen más información y se pueden tener mayores detalles de quiénes pudieron haber generado, por acción y omisión, lo que ocurrió, creo que se debería haber investigado. Ambos le devuelven a la sociedad un mensaje desesperanzador. Asumen que lo hecho, hecho está. Y dicen que esa es la vida que les tocó vivir, lo que también es triste.
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