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El drama de la familia de Diana Fonseca, cuyo cuerpo fue hallado en Sopó

Las autoridades hallaron su cuerpo en una zanja a finales de abril pasado y su muerte no ha sido del todo esclarecida. Sus amigos están recaudando fondos para ayudarle económicamente al padre de Diana, Édgar Fonseca, quien sostiene que si dar a conocer la historia de su hija salva a una persona con problemas de drogadicción, se da por bien servido.

Felipe Morales Sierra
18 de junio de 2020 - 11:00 a. m.
Diana Fonseca comenzó a consumir heroína mientras estudiaba en España.
Diana Fonseca comenzó a consumir heroína mientras estudiaba en España.
Foto: Archivo particular - Archivo particular

“Era algo que se veía venir”, dice Edgar Fonseca, el padre de Diana, la protagonista de esta historia. Se refiere a la muerte de su hija, a la que salvó una y otra y otra vez al recaer en su adicción a la heroína. Él veía venir su muerte, dice, porque cada vez que la salvaba quedaba con la sensación de que sería la última. Y este año, muy en contra de su voluntad, su temor se hizo realidad, aunque en un escenario completamente distinto al que creía que podía darse: su hija fue hallada muerta, con signos de violencia, en una zanja de la amplia autopista que divide a Bogotá del municipio de Sopó, a finales de abril de este año.

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“En la medida en que el dar a conocer el caso de mi niña logre salvar a por lo menos un adicto, yo me doy por bien servido”, agrega Édgar Fonseca, preparándose para comenzar su relato. Y es que Diana Fonseca vivió el abandono en el que se encuentran cientos de miles de consumidores de drogas de Colombia durante el aislamiento social decretado por el COVID-19.

Édgar Fonseca se enteró de la muerte de su hija el 28 de abril. De un despacho judicial de Sopó lo llamaron a que fuera a reconocer el cuerpo, a rendir entrevista y a empezar todos los trámites propios de una muerte. Filas, papeles y salas de espera desfilaron por los ojos de Fonseca mientras él hacía el duelo en silencio. Su otro hijo, cinco años mayor que Diana, se encargó de todo, algo que agradece profundamente, aunque se le quiebra la voz cuando dice: “No me dejaron verla”.

Como le contó Diana Fonseca a BBC Mundo de su propia voz en 2017, su consumo de heroína empezó en España. “Un noviecito que yo tenía se fue a trabajar en verano con los papás que tenían una gasolinera y me llevó donde sus amigos y me dijo: ‘Diana, va a haber muchas drogas, por favor no pidas ni recibas nada’. Pero, pues ¡a quién le dice! Yo fui la que quise y yo fui la que la probé, yo fui la que busqué”, le dijo en ese momento al periodista Natalio Cosoy en un reportaje sobre el consumo de heroína en Colombia.

Ella se fue a España a estudiar hacia 2002, cuando estaba por cumplir 18 años. Había sido aceptada en la Universidad de Salamanca y luego obtuvo una beca. Pero salir de Colombia no fue fácil, pues estuvo ocho días convenciendo a su padre de que la dejara ir. “Hasta que me dije: ¿Diana abriéndose puertas y yo cerrándoselas?”, recuerda Édgar Fonseca. Su vida en Europa transcurrió con total normalidad, pero tres años después comenzó a mentir para quedarse allá, dice él.

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“Una vez llegué a casa y mi esposa me dijo que la habían llamado de España, que Diana estaba hospitalizada en Cáceres, en un centro psiquiátrico”, asegura el padre. Su ahora exesposa tomó rumbo hacia Europa, estuvo pendiente de Diana y entre 2005 y 2006 pudo traerla a Colombia, donde la internaron en un centro de rehabilitación en Facatativá. Allí estuvo unos ocho meses y, tras salir, logró estar año y medio “limpia”, como llaman a los consumidores problemáticos que se alejan de las drogas.

Sus padres siguieron pendientes de ella y ella siguió recayendo. De hecho, la propia Diana dijo en su entrevista con BBC que su familia se llevaba el “efecto colateral” de su adicción a la heroína. Édgar Fonseca alcanza a contar que fueron 12 los centros de rehabilitación que conoció en sus muchos más intentos de salvar a su hija. Muchos los pagaron de su propio bolsillo, pero la solidaridad de los demás familiares, a la que se acude en tiempos de urgencia, dejó de verse cuando la adicción de Diana se mostró permanente.

Le ayudaron a pagarse una habitación en un apartamento con una compañera de cuarto. Al poco tiempo, Diana Fonseca fue desterrada. “No se la aguantaban, no podían con su ritmo de vida”, asegura su padre. Del siguiente lugar en el que aterrizó también la echaron. Y del siguiente. Y así, hasta sus últimos días. “Hace unos tres años, yo no sé de dónde saqué fuerzas y le dije que no más, que yo no quería seguir más en esa vida, que la dejaba sola para que hiciera lo que quisiera”, dice Édgar. Pero no fue así.

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Él se culpa por la gravedad de la adicción de su hija: “Yo fui el que fallé porque cada vez que ella me llamaba, yo iba”. Contra los consejos de psicólogos y terapeutas que le decían que la dejara sola, que ella tenía que tocar fondo sola, Édgar iba siempre a su auxilio. Él se fue, por ejemplo, a pasar año nuevo con su otro hijo en una finca y cuando regresó a Bogotá se encontró con que Diana había intentado suicidarse consumiendo una sobredosis. “El médico me dijo que era su tercer intento”, dice.

Otro de los intentos por salvarla fue el inicio del fin: cuando la alcaldesa Claudia López anunció el “simulacro” de una cuarentena en el fin de semana del 20 de marzo, Édgar Fonseca sabía que su hija no aguantaría el encierro y tomó la decisión de convertir el aislamiento en un viaje para ambos. Se fue con ella al municipio de La Mesa (Cundinamarca) y allí tuvieron que permanecer encerrados, como todos los colombianos, cuando el Gobierno anunció que la medida de aislamiento sería nacional y obligatoria desde el 24 de marzo.

Regresaron a Bogotá el 14 de abril, pero solo uno de ellos pudo llegar a casa. Cuando estaban pasando por el municipio de Cota, Fonseca recuerda que su hija le dijo: “Papá, yo me quedo aquí, me voy para la costa”. Discutieron un rato, porque él no estaba de acuerdo con emprender un viaje así, de la nada, además con el país acuartelado por el nuevo coronavirus. Ella le respondió que no iba a permitirle que le coartara su libertad, pues tenía 35 años.

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Él cedió: “Le entregué una plata y me vine llorando mientras manejaba hasta mi casa”. A las 7 de la noche, Diana lo llamó desde el celular de turno, pues con frecuencia los perdía o se los robaran. “Yo le dije: ‘No me vuelvas a llamar porque no quiero saber el día a día, llámame si es algo urgente’”. Su hija siguió llamándolo y Édgar Fonseca no contestó más sino hasta casi diez días después, el 24 de abril. Cuatro días antes de que le anunciaran que había muerto.

Diana Fonseca le anunció que estaba en Sopó “con unos amigos”, expresión que, dice el padre, usaba como eufemismo. “Yo sabía que estaba bien por el tono de su voz y por cómo me hablaba. Ella venía jurándome que estaba limpia y yo venía creyéndole”. La llamada, como en ocasiones anteriores, era para pedirle dinero, porque el que le había dado días antes ya se lo había gastado. Quedaron en que al día siguiente él le haría un giro y le avisaría. El 25 de abril Édgar Fonseca consignó, pero su hija no volvió a contestar.

Fonseca sentía que algo estaba mal. Así no actuaba su hija y menos cuando necesitaba plata. La llamada de la intendencia de Sopó le confirmó sus sospechas y, aunque su hijo se hizo cargo de todos los trámites, él también tuvo que contestar preguntas del investigador del caso. “El intendente me preguntó si yo creía que ella se había podido suicidar. Yo le dije que sí. Me preguntó que con qué, que si tal vez con una navaja o un arma blanca”, cuenta.

Ahí Édgar Fonseca supo que su hija no murió de sobredosis. El resultado de la necropsia apuntaba a que causa de muerte fue anemia por una herida de arma blanca en el cuello, recuerda el padre. Agrega que el reporte médico indicaba que su hija no murió en donde la encontraron. Además, tenía otras heridas similares en el hígado y el riñón. Es decir, a Diana Fonseca la apuñalaron y la dejaron muerta en una zanja. “Con el detalle de saber cómo murió ya estoy dolido y no quiero saber más”, agrega.

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Aunque quisiera llegar hasta el fondo del asunto, asegura que no encontró mucha comprensión en el investigador que tenía asignado el caso. Desde que le dijo que su hija era adicta, le cambió la cara. Dice su padre que Diana Fonseca se volvió, como tantas otras personas asesinadas en Colombia, un número más de las estadísticas oficiales. No cree que vaya a haber una investigación profunda, ni la va a buscar. Dice, como conjetura suya, que probablemente fue un robo que salió mal.

En realidad no lo sabe, pero sí tiene dos certezas: la primera, que si su hija hubiera sobrevivido ese ataque, tampoco habría vivido mucho tiempo más, pues en la necropsia le encontraron un taponamiento en los alvéolos pulmonares que le habría segado la vida pronto; y la segunda, que se queda con la sensación de que siempre estuvo allí para su hija: “Nunca la abandoné. Siempre iba a donde ella estaba y le ayudaba en lo que necesitara”.

“Yo hoy no tengo nada, solo ganas de llorar pensando en mi hija”, dice Édgar Fonseca mientras la voz se le quiebra en sollozos. Todo lo que tenía, literalmente, lo invirtió en su hija y ahora su situación económica, a sus casi 70 años, es grave. Por eso, un grupo de amigos de la familia se reunió para recaudar dinero en honor a Diana Fonseca, para ayudar a su padre a iniciar su proyecto de vida: “Hacer una pequeña granja como medio de sustento y, por qué no, recoger sus memorias y escribir un libro”, dice el GoFundMe que iniciaron y que se puede ver aquí.

Nota de la Editora: originalmente, este artículo se tituló “Diana Fonseca: una consumidora de heroína que murió en medio de la cuarentena”. El título fue modificado por uno que fuera más fiel a la historia que se quería contar.

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