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Julio Daniel Chaparro y Jorge Torres: memorias de dos periodistas asesinados

El asesinato de los periodistas de El Espectador fue declarado crimen de guerra en 2018, poco antes de que el caso prescribiera. Después de 34 años, el Estado colombiano reconoció su responsabilidad e inoperancia para resolver el doble homicidio. Sus hijos, Diana Torres y Daniel Chaparro, recuerdan el legado de sus padres y hablan de la verdad que hace falta para sanar este capítulo de sus vidas.

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Gustavo Montes Arias y Valentina Gutiérrez Restrepo
27 de abril de 2025 - 01:58 p. m.
Familias Chaparro Díaz (izquierda) y Torres Mora (derecha).
Familias Chaparro Díaz (izquierda) y Torres Mora (derecha).
Foto: Archivo Particular
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Daniel Chaparro Díaz y Diana Torres Mora se conocieron en el funeral de sus padres. Era sábado 27 de abril de 1991 y habían pasado solo tres días desde el asesinato del periodista Julio Daniel Chaparro y el fotógrafo Jorge Torres Navas, en Segovia (Antioquia). El 25 de abril viajaron hasta ese municipio a adelantar una investigación para El Espectador y escribir una crónica que jamás se leyó. La misma noche en la que llegaron fueron asesinados a tiros.

Han pasado 34 años de ese doble homicidio, atribuido a sicarios del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y el caso sigue sin resolverse. El Estado reconoció el pasado 23 de abril su responsabilidad y aceptó que no cumplió su deber de proteger la vida de los periodistas y tampoco hizo lo que debía para garantizar la justicia que lleva décadas siendo esquiva.

El reconocimiento se dio a instancias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a donde llegó el expediente de los periodistas en 2010, luego de que la justicia colombiana contestara solo con silencio. Que el expediente judicial avanzara hasta llegar hasta esa instancia internacional y que ahora tenga el reconocimiento del Estado y un compromiso de avanzar en la investigación, es mérito absoluto de la herencia de ambos periodistas: sus hijos.

Daniel Chaparro y Diana Torres, además de acompañarse en el duelo eterno de perder a un padre, tuvieron la fuerza de insistir en que el caso no se podía quedar en la impunidad. Ambos hablaron con El Espectador y su conversación es el testimonio vivo del dolor de dos niños que, por obligación, tuvieron que conocer y amar a sus padres a través de un ejercicio de memoria y justicia que, ahora en su adultez, sigue vigente.

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Diana: Yo tenía 15 años cuando mataron a mi padre. Tú, Dani, creo que tenías ocho. Nos conocimos el día del funeral. Ahí vi a los niños de Julio Daniel, que eran muy pequeños. Iván todavía era muy bebé, ¿tú qué recuerdas, Dani?

Daniel: Hay dos momentos que frágilmente recuerdo: el primer contacto entre las familias fue en la Funeraria de Gaviria. También recuerdo una visita a El Espectador, que se dio en los días siguientes, y de ahí quedó un video en el que estoy con una persona fundamental para lo que se ve ahora: Marisol Cano.

Diana: Recuerdo que en algún momento nosotros visitábamos con mi mamá a Piedad (la mamá de Daniel Chaparro). Todavía estaban muy pequeños, eran muy niños. Ahí comenzaron esos contactos iniciales.

Daniel: El encuentro entre nuestras familias surgió de un hecho trágico, pero después de los años 90 fue una relación más cercana, incluso de fiesta y de compartir de otras maneras. Fueron encuentros que se despojaban de ese escenario tan enlutado y dramático de los funerales, y surgió un vínculo inevitable que mantenemos. Nos convertimos en una familia.

El doble homicidio nos llevó a tomar una decisión muy clara desde el principio: todos los procesos de avances judiciales los llevaríamos de manera conjunta. Aquí no ha habido una separación en ningún momento, todas las decisiones han sido consensuadas. Ha habido varios momentos de conocerse y de permitirse la alegría; eso también refleja mucho lo que somos como sociedad.

Diana: Realmente sí hicimos una relación muy cercana en los primeros años. Con el paso del tiempo ustedes se fueron para Villavicencio y nos alejamos, pero nunca perdimos el contacto. Más adelante, cuando tú estabas terminando la universidad, retomamos este tema con tu tesis. Empezamos a buscar documentación y a reunirnos con los abogados. Yo me dejé jalar por ti y aquí estamos.

Daniel: Han pasado 34 años y varios capítulos. Ese primero fue la añoranza de los años 90 en Bogotá, de la fiesta y el compartir. Luego, en 2006, cuando estaba en la universidad, ingresé a un movimiento que se llama “Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad”. Un amigo me dijo que sabía del caso de mi padre y me invitó a unirme. Muchas de las personas que estaban ahí conocían muy bien las historias de militancia de izquierda de sus padres y madres. Pero yo no.

Yo sabía que mi papá era rumbero y le gustaba la salsa; esa fue la manera de mantener la memoria de él en la casa. Una memoria de la anécdota feliz. Pero cuando estaba en el grupo me di cuenta de que tenía muchos vacíos en la historia de mi padre y fue el primer momento de golpearme la cabeza y saber que quería conocer mucho mejor esta historia. Tanto, que terminé haciendo mi tesis de maestría sobre esto.

Yo trabajaba en el Centro Nacional de Memoria Histórica y estaba haciendo la investigación sobre lo que después fue el informe de Segovia. No sabía sobre qué hacer mi tesis y me decían que me metiera con ese tema, pero no quería escribir sobre mi papá. Segovia era muy inaccesible y no se podía viajar. La tesis se llamó “Los rumores del silencio: de la memoria en Segovia a la memoria en casa”.

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Lo que no quería hacer, lo terminé haciendo: indagar cómo se había elaborado la memoria de mi papá en mi casa. Ese fue un viaje introspectivo, muy necesario porque yo tenía ocho años cuando lo mataron. Aunque había compartido con él los primeros años de vida y tenía recuerdos, sabía muy poco sobre quién era él.

Teníamos cuadros de él en la casa y estaba muy presente en la anécdota, pero no conocía sus ambiciones, sus objetivos ni sus pasiones. Tuve que redondear esa esencia, esa figura paterna que me había acompañado de alguna manera. Leí sus crónicas y poemas; terminé conociendo a mi papá después de casi 20 años de su asesinado. Fue conocerlo en profundidad, pero también un momento muy doloroso, de reconocer el valor de su poesía y de su crónica. Yo puedo perdonar el asesinato de mi padre, pero lo que me duele es que no le hayan permitido consolidar una propuesta poética.

A él lo mataron cuando tenía 29 años, recién cumplidos. Era muy joven. Logró tener una propuesta periodística muy sólida en sus crónicas, pero su poesía no llegó a lo que pudo ser con unos años más. Ese momento fue doloroso: admirar el trabajo poético y periodístico de mi padre y las razones por las que lo hacía. También fue enamorarme de mi papá al descubrir cuan brillante era. Ahí fui más consciente para hacer un duelo que estaba encriptado.

Diana: Con nosotros pasó algo muy parecido. Nuestra dinámica familiar era totalmente ajena al trabajo de mi papá. Sabíamos que era periodista, que tenía muchos viajes por su trabajo, pero nunca tuvimos conciencia real de la importancia de lo que hacía y de la realidad nacional. Él lo vivía, pero no nos la mostraba. Nuestra dinámica familiar era supremamente íntima. Cinco años después de su muerte entré a la universidad a estudiar Derecho y empecé también a entender un poco más que su trabajo impactaba en la sociedad, que la fotografía aportaba y que su labor importaba realmente.

Mi padre también era hombre muy joven, a sus 39 años ya había ganado un Premio Planeta por una fotografía de mucho impacto sobre la violencia en Colombia. Luego pude entender que en los años 80 y 90 pasaron muchísimas cosas en este país. Mi padre, por muchos años, tomó fotos de las reinas de belleza. Nosotros veíamos el reinado por buscarlo a él en el público.

Él siempre adivinaba quién iba a ser la reina ganadora. Para nosotros esa era la forma de vivir el trabajo de mi papá. También llevaba fotos de Gabriel García Márquez, que en esa época era periodista. Nosotros veíamos las imágenes que él llevaba e intentábamos reconocer a quienes habíamos visto en la televisión. Más adelante, siendo profesionales, entendíamos un poco más cuál era el impacto. Cuando empezamos a trabajar con Daniel pudimos entender realmente cuál fue el trabajo de ellos y el impacto que tuvo en la sociedad.

El dolor de la fragilidad

Diana: Cuando yo te vi en la funeraria, Daniel, tan pequeño y frágil, sentí un dolor muy grande, porque yo quedé con un hermano muy pequeño también. Entender que mi hermano no iba a poder ni ver ni disfrutar de su papá fue muy duro. Ver que su compañero de trabajo tenía dos niños tan pequeños extendió ese dolor. El bebé de Piedad tenía dos añitos y Dani, tan pequeño y sonriente, viviendo la inocencia de su niñez en ese momento tan complejo. Eso despertó en mí un instinto de protección.

Luego empezaste a buscar apoyo para tu tesis. En ese momento nosotros generamos un desinterés al caso porque nos sentimos muy abandonados. Decidimos mantener una vida familiar, dejar el tema y sanar las heridas. Pero cuando Daniel empezó, me llamaba a mí o a mi mamá y ella me preguntaba si lo ayudábamos, yo le dije decía: “Sí, mami, vamos”.

Sin embargo, hoy te lo confieso, Dani, mi familia no veía el sentido a esta investigación porque creían que ya no iba a pasar nada más. Yo les decía: “Está bien que no pase nada, pero no podemos dejar solo a Daniel. No lo vamos a dejar solo”. Yo entendía que quien tenía esa fuerza eras tú. Sacaba el tiempo, nos encontrábamos en el centro, en mi oficina. Cargamos el expediente judicial de nuestros padres. Pero eso lo hacíamos más pensando en ti, que pensando en nosotros. Hoy te lo digo de corazón y con todo el amor que te tengo: esa fue la manera que encontré de protegerte y acompañarte.

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Luego vinieron los recuerdos. Uno de los momentos más importante de toda esta lucha por obtener justicia fue la reciente firma del acuerdo, verte sonreír, Daniel. Muchas veces te vi en reuniones, muy serio, incluso triste. Lo percibía. Pero vernos hace un par de días y ver tu sonrisa para mí fue maravilloso. Cuando nos saludamos y abrazamos. Ese fue el momento más impactante que tuve de todo este tiempo que hemos venido trabajando.

Daniel: Hay muchos momentos importantes. Mi papá tenía una intención muy clara de hacer un libro sobre sus crónicas. Luego de su muerte, uno de sus hermanos se preguntó: “¿Ahora qué hago con esto?” Lo que se le ocurrió a mi tío Rolando fue reescribir las crónicas, seleccionarlas y llevarlas a diferentes editoriales. Terminó siendo una publicación de Reporteros Sin Fronteras. Esa fue una primera iniciativa de memoria clave. Creo que lo que hace más justicia a una persona de letras es que vuelvan a sus escritos.

Acunar la ausencia del padre

Daniel: Yo busqué a mi papá por el contexto que estábamos viviendo en el país: la ley de justicia y paz, el grupo de memoria histórica. Este es otro momento, antes las preguntas eran muy jalonadas por la justicia. Ahora tengo otro tipo de preguntas que están menos condicionadas transicionalmente. Nosotros tenemos que saber hacer las preguntas de ese pasado que sigue estando muy vigente y latente.

Lo mío se acerca más a poder imaginar. En un momento de mi vida estaba escribiendo sobre el mundo de la realidad, que para mí era lacerante; escribía y me sentía torpe, cometía errores. Pero luego escribí ocho recuerdos con mi papá. El último, inevitablemente, era el de la despedida. Trataba de darle movimiento a las imágenes, a los recuerdos y eso era meterme a una laguna que sí disfruto en la escritura.

Tuve que viajar, estar en España, hacer una maestría en literatura para ver que el arte relacionado con la memoria, y específicamente la literatura relacionada con la memoria, es mi lugar, la forma en la que lo quiero hacer. Creo que este país reclama una propuesta estética de la memoria que sea diferente. Estamos mamados de escuchar los testimonios de Diana y de Daniel, como sociedad. Otra vez el parlante que suena y nadie escucha bien.

Diana: Quedan las enseñanzas, principios, valores, amor. Pero del trabajo de él casi no entendíamos por qué era tan importante. Hoy veo sus fotografías y digo: es increíble cómo se puede detener el tiempo en ellas, cómo es posible grabar un instante y dejar esa sensación en la persona que la ve. Y cuando veo una fotografía de él, digo: era un hombre maravilloso. No porque fuera mi papá, pero tenía una luz impresionante y una fuerza que se reflejaba en su fotografía. Era un fotógrafo que se arriesgaba, no le puso límites en su trabajo.

No era solo fotógrafo de deportivo. Era fotógrafo cultural, político, social, y todo lo hacía bien. Podía estar con la alta sociedad en la mañana, pero en la tarde le decían: “Ay, mire, tenemos un matrimonio y no tenemos fotógrafo”. Y él respondía: “¿En qué iglesia es?” Él lo disfrutaba, se iba y tomaba las fotografías en la iglesia y luego en la casa, en la celebración.

Nunca tuvo restricción de nada y eso es lo que veo en sus fotografías: su esencia, su pasión; me lo imagino subiéndose a una moto, a una lancha. Un día que lo acompañamos a hacer unas fotografías por Girardot o algo así y se tenía que lanzar en un parapente para sacar las fotografías, algo que ahora se puede hacer con un dron. Y yo solo me pregunto: ¿cómo lo hizo?

Daniel: Jorge trabajó durante mucho tiempo con Cromos y hacer revisión de esa revista es ver cómo ese proyecto periodístico subordinaba las letras a la imagen. Él llegó a El Espectador luego de trabajar en la revista donde la fotografía era lo más importante. La experiencia y la capacidad de Jorge eran enormes. Yo le he escuchado a varias personas decir que él era el más veloz.

Hay una fotografía por la que recibió un premio, que la tomó en El Doncello (Caquetá), acompañando a la periodista Ligia Riveros. Viajaron a hacer una crónica sobre gente del M19; estaban en una tienda en la tarde cuando sonaron unos disparos. Salieron, él tomó una fotografía de la persona que murió en el tiroteo y un militar se le fue encima. Jorge logró salvar el rollo, quitarlo y proteger la foto.

Diana: El militar lo señaló, porque vio que tomó la foto. Él tenía la maña de agacharse hacia un lado; en un segundo recogió el rollo, lo sacó muy rápido y se lo entregó a su compañera. Cuando el hombre le dijo que le entregara los rollos, él abrió todas las cámaras y dañó los que tenía; pero se salvó solo uno y logró esa fotografía.

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Daniel: Nacho Gómez dice que esa fue la fotografía más reconocida de Jorge, porque obtuvo un premio; y mi papá tiene un poema que se llama “Si una noche cualquiera me encuentra muerto en una calle”. Entonces es ver cómo el destino combina estas cosas. Jorge ya había hecho una fotografía en la que un cuerpo yace en una calle y un policía, el representante del Estado, más bien despiadado, mira hacia el lente. Y por el otro lado, el poeta ya tenía preconcebido cómo iba a ser su final, que iba a estar muerto en una calle, al final de la tarde. Esto es muy premonitorio. Cuando miramos el conflicto de los años 80 y 90, mataron a gente muy valiosa en este país, de unas capacidades que no se dan como fruto silvestre.

“Si una noche cualquiera me encuentran muerto en una calle y ven mi boca repleta de insectos rabiosos trabajando en mi lengua, no me sufran: habrá sucedido que caí antes de escuchar el balbuceo de mi hijo hecho una lluvia de madres desnudas sobre mi corazón con sus manos alzadas como nubes”.

Si una noche cualquiera me encuentra muerto en una calle, Julio Daniel Chaparro

Diana: ¿Tu papá qué formación profesional tenía?

Daniel: Él hizo un par de semestres de Derecho y lo abandonó. Estaba estudiando Literatura en la Universidad de La Sabana y no alcanzó a terminar.

Diana: Lo pregunto porque mi papá fue totalmente empírico, solo hizo el bachillerato. El esposo de su mamá le enseñó a tomar fotos. Inició en una Iglesia, tomando fotos de primeras comuniones y matrimonios, tenía que vivir de algo. Fueron dos personas extraordinarias porque no tuvieron una formación profesional en sus campos. Crecieron y llegaron a tener tantos logros, esa visión y esa capacidad de producir. Desarrollaron material muy valioso. Troncar esas dos vidas dejó un vacío muy grande en las dos profesiones a las que hubieran podido aportar muchísimo a las nuevas generaciones y a la juventud.

La espera por justicia

Diana: Nosotros como familia siempre hemos pensado que las cosas llegan en el momento que debe ser. Para nosotros no es tarde ni temprano, todo ocurre en el momento que tiene que suceder y está bien. Pero si vemos hacia atrás, han pasado 34 años y eso es toda una vida esperando justicia. Solo hasta ahora el Estado reconoció que fue inoperante y no hizo su tarea.

Si lo vemos en tiempo, sí pasaron muchos años y es tardío. Nosotros queríamos tener verdad, justicia real y reparativa. Saber quién fue, por qué lo hizo y que esa persona hubiera pagado o se hubiera arrepentido. Nada nos va a devolver a nuestros familiares, pero ese reconocimiento es lo ideal para sentir que hubo algo de justicia. Como familia pensamos que era el momento exacto, cuando tenía que ser. El momento justo.

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Daniel: Esto es como un juego de velocidades y la justicia, cuando matan a un periodista, tiene que ponerse a investigar desde le minuto uno el asesinato de ese periodista. Aquí hubo mucho tiempo perdido.

Tenemos una historia de impunidad larguísima, lo que no se podría permitir en estos casos de periodistas ni en otros, que es un dolor sobre otro dolor, es que la gente se muera sin que haya justicia. Las cámaras de Jorge no se encontraron, las últimas fotos no las conocemos y la libreta de apuntes de Julio Daniel Chaparro, que la tenía la Fiscalía, la entidad la perdió. Esos eran los materiales de indagación para saber cuáles eran los últimos pasos de esos periodistas. No hay registro de las cámaras, dicen que se la robaron. Nunca se preguntaron por lo que estaba escrito en esa libreta, nunca investigaron el asesinato de los periodistas.

Yo hubiera empezado la investigación por preguntar quiénes eran las personas cuyos nombres estaban en las libretas. ¿Por qué estaban ahí? ¿Por qué escribió eso? ¿Por qué dice “asoma el blanco sol de abril”? ¿Por qué dejaron unas notas en ese estadero que se llama La Diana? Si fue una muerte, como dice el fiscal, porque los confundieron con alguien, ¿por qué ellos sabían que los iban a matar? Esas son las preguntas que, si una persona con tres dedos de frente coge el caso en su momento y lo sabe indagar, no nos tendrían con la pregunta latente 34 años después.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

Por Gustavo Montes Arias

Comunicador Social - Periodista, con interés en temas de política, conflicto, paz y memoria. Premio Nacional de Periodismo Escrito Universitario Orlando Sierra Hernández a mejor entrevista, 2022.@GustavoMontesAr

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SOBEYDA ACOSTA JAIMES(06851)27 de abril de 2025 - 10:03 p. m.
Cuanto extrañé las crónicas de Julio Daniel en El Espectador de los domingos que eran demasiado lindas. Yo era una adolescente y desde entonces me volví seguidora de este periódico.
maría(52338)27 de abril de 2025 - 03:22 p. m.
Creo que el pie de foto de la primera imagen está mal...
Alan Botero(5584)27 de abril de 2025 - 03:05 p. m.
Mi mas sentifo pesame, desafortunadamente esa era la fiscalia de esa epoca pobre absolutamente probre ne indagaciones y mas pobre aun en custodia de pruebas, que tristeza
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