La búsqueda de los Angulo: un modelo de reparación a las víctimas de secuestro

“No se puede quedar en ‘estamos dolidos, perdón, les hicimos mal’”, dice Helmuth Angulo. Sus padres, Gerardo Angulo y Carmen Castañeda, de 68 años, fueron secuestrados en 2000 y conducidos a un campamento de las Farc. La frase se refiere a la audiencia de esta semana, en la que el último secretariado de la guerrilla reconoció el crimen y pidió perdón. Lo hicieron durante tres días seguidos, delante de 24 víctimas que les enrostraron en la cara el dolor y el trauma de una política de secuestro sin sentido que se valió de niños, mujeres embarazadas, adultos mayores, estudiantes, políticos y familias enteras. La familia Angulo participó de una de las audiencias.

“No se puede quedar en ‘estamos dolidos, perdón, les hicimos mal’”, dice Helmuth Angulo. Sus padres, Gerardo Angulo y Carmen Castañeda, de 68 años, fueron secuestrados en 2000 y conducidos a un campamento de las Farc. La frase se refiere a la audiencia de esta semana, en la que el último secretariado de la guerrilla reconoció el crimen y pidió perdón. Lo hicieron durante tres días seguidos, delante de 24 víctimas que les enrostraron en la cara el dolor y el trauma de una política de secuestro sin sentido que se valió de niños, mujeres embarazadas, adultos mayores, estudiantes, políticos y familias enteras. La familia Angulo participó de una de las audiencias.

Para ellos, los ex-Farc le deben al país acciones concretas, como en su caso: en 2021 hallaron el cuerpo de su madre, en una exploración en la que confluyeron la investigación de su familia, el trabajo de la Unidad Búsqueda de Personas Desaparecidas (UBPD), Equitas y de la Comisión Colombiana de Jesuitas, e información que dieron excombatientes. Es un modelo que Angulo quiere que se replique. “Creo que la única forma de resarcir a las víctimas es entregando la verdad y entregando información de los cuerpos”, le dijo a este diario Helmuth, luego de las audiencias de reconocimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

El 22 de junio, los exjefes guerrilleros tuvieron que mirar a los ojos a uno de sus hermanos, Héctor, y pedirle perdón. Sus padres forman parte de los más de 21.000 secuestrados por las Farc y del 8,7 % que continúan desaparecidos. Fueron forzados a caminar desde La Calera (Cundinamarca), donde ocurrió el secuestro, hasta San Juanito (Meta), al campamento en el que los recluyeron. Un trayecto que en carro tarda más de seis horas y, caminando, más de 23. Los secuestraron porque, supuestamente, eran una familia adinerada y la guerrilla podía pedir plata a cambio de su liberación. En realidad, eran la cabeza de una familia que vivía de un taller en el barrio Bravo Páez de Bogotá.

Por la liberación de sus padres les pidieron $350 millones, pero los Angulo solo alcanzaron a pagar $60 después de juntar todos sus esfuerzos. Los ex-Farc reconocieron, como concluían las investigaciones de la familia, que fue una operación de los Frentes 53 y 54, en un secuestro con finalidad de financiamiento, como lo denominó la JEP. Además de este patrón, la exguerrilla secuestró con otros dos fines: privó de su libertad a políticos, militares y policías para forzar al Gobierno a canjearlos por guerrilleros presos, y a personas humildes en sus zonas de influencia para aleccionar a las comunidades que controlaban. Por todos ellos pidieron perdón.

Las botas, el saco y el arete

Carmen Castañeda no podía caminar por su estado de salud. Las várices en sus piernas se estallaron y le sangraban en las botas. “Lo más terrible en este hecho es que los señores Gerardo y Carmen Rosa eran adultos mayores, no estaban en condiciones de resistir el cautiverio”, reconoció el exjefe guerrillero, Mauricio Jaramillo esta semana. Por eso, dice la JEP, los mataron: “La pareja fue asesinada por sus captores en obediencia a la instrucción de que, si no podían caminar, debían ser ejecutados”. Desde entonces, sus hijos los han buscado y, por sus propias investigaciones, habían delimitado el inhóspito lugar donde podrían estar sus padres.

Lea: ExFarc y familiares emprenden la búsqueda de los esposos Angulo

Ubicado a más de 2.000 metros de altura y a tres horas del casco urbano, llegaron al punto en octubre de 2021 unas 30 personas, entre ellos Helmuth Angulo, su hijo, sus abogados y forenses. Ya los Angulo Castañeda habían estado en el sitio unas 20 veces antes. En esa última ocasión llevaron refuerzos: el equipo de la UBPD, liderado por una antropóloga forense, y excombatientes de la Corporación Reencuentros, que aportan en la búsqueda de personas desaparecidas. La familia, con sus datos y otros que les dieron los exguerrilleros en visitas anteriores, había delimitado el área de selva en la que buscarían por los siguientes 15 días: tenía más de 9.000 metros cuadrados.

La superficie, a su vez, estaba dividida en 21 polígonos, que iban a agotar, en orden, comenzando por el número 1, que estaba en el punto donde había mayor coincidencia entre relatos de secuestrados y datos de excombatientes. Al finalizar el segundo día de búsqueda, cuando todavía no encontraban nada, Helmuth Angulo invitó a todo el equipo a sumarse a rezar un rosario con él. Su madre lo rezaba todos los días a las 6 de la tarde, incluso en cautiverio, según cuenta Guillermo La Chiva Cortés en el relato sobre su secuestro. “Hicimos una videoconferencia con mis hermanos y nos acompañaron todos”, recuerda. Al otro día, cuando se despertó, sintió un “pálpito”.

Muy temprano, Helmuth Angulo le dijo a la antropóloga que dirigía la exploración: “Aquí no es, es en otro punto”. Ella lo escuchó, le hizo caso y, aunque el polígono que seguía en el cronograma era el número 5, se fueron al 14. Allí iniciaron a cortar la maleza que cubría la tierra con machetes y guadañas. “A las 9 de la mañana, 9:06 minutos, me acuerdo tanto, me estaban haciendo una entrevista de lo que estaba pasando y alguien dijo: ‘Encontré algo’”. En los días anteriores, con la sensibilidad de los equipos de la UBPD, habían hallado envolturas de medicamentos, botas y cartucheras. Angulo temió que otra vez fuera algo así.

Uno de los antropólogos le pidió que se acercara. “Hay un silencio sepulcral. Se paran las guadañas, todo el mundo queda en silencio”, recuerda. “Y lo que vemos es un cráneo, debajo de la maleza”. Cercaron el área, comenzaron la excavación y fueron apareciendo señales: las botas pantaneras dobladas en el extremo superior, como les habían descrito que usaba su madre; un saco vinotinto, que los hijos de Gerardo Angulo odiaban, que sabían que él usó el día de su secuestro, en el que se veía el remiendo que su esposa había hecho, con hilo rojo, en un hombro. Los antropólogos limpiaban los huesos uno a uno y tamizaban la tierra.

Hasta que el tamiz mostró otro indicio. “El arete de mi mamá”, recuerda Helmuth Angulo. Ahí se derrumbó. Salió corriendo y se fue a un arroyo cercano a llorar, unas dos horas. “Podía faltar que Medicina Legal hiciera la prueba de ADN, pero al ver tantas cosas, yo tenía casi que confirmado que era mi mamá”, añade. Según Angulo, en ese terreno, 50 centímetros debajo de la superficie, ya hay roca, lo que explicaría por qué el cuerpo no estaba sepultado. Al final del día, solo estaba el cuerpo de su madre y en los casi 10 días más de exploración no hallaron a su padre.

“Fueron sentimientos malucos. Por un lado, algo de tranquilidad por encontrar a mi mamá, por fin encontrábamos a mi mamá, pero dejar a mi papá allá solo en la montaña... es duro”, dice Angulo. Recogieron todo, bajaron con el cuerpo que aún no sabían si era de su madre y todos sus hermanos llegaron hasta San Juanito a hacer una misa en su honor. Todo el pueblo, con poco más de 2.000 habitantes, se enteró de lo que había pasado. “Mucha gente se acercaba y nos decía: ‘Mi papá, mi hermano, mi hermana fueron desaparecidos en el tiempo de las Farc’. La gente empezaba a hablar, a preguntar cómo pueden empezar a buscarlos”, recuerda.

Desde entonces, mientras buscan el cuerpo de su padre, la familia Angulo se ha dedicado a buscar a más personas, en compañía de excombatientes. “No puedo negar que Reencuentros nos ha dado la mano en la búsqueda”, dijo Héctor Angulo esta semana ante la JEP, “pero no voy a decir gracias”. Para los hermanos, los exguerrilleros deberían comprometerse con labores como esta, para aliviar el dolor de sus víctimas. “Si cárcel no hay, denle fuerza a la Corporación Reencuentros y a más iniciativas que se encaminen por ahí”, dice Helmuth sobre las sanciones propias que tendrá que imponer la JEP al secretariado, luego del reconocimiento de esta semana.

“Yo sé que tienen una red de informantes a nivel nacional, con la que podemos entregar información y verdad a quienes buscan a sus familiares”, añade Helmuth Angulo. Él, como víctima, dice que se sentiría reparado de esa forma. Su abogado, Daniel Vargas, de la Comisión Colombiana de Juristas, señala que la familia se ha sentido “desamparada” ante la JEP y aclara que toda esta labor de búsqueda la hicieron los excombatientes en términos humanitarios: no por orden judicial. Ahora que los ex-Farc tendrán la oportunidad de presentar proyectos de reparación a las víctimas, esta postura de los Angulo entrará en la ecuación que deberá dirimir el Tribunal de Paz cuando sentencie al secretariado.