La tragedia de la familia Chávez en el carrobomba del Quirigua hace 30 años

La periodista Érika Chávez, gestora de implementación multimedia de Médicos Sin Fronteras, recuerda y rinde homenaje a la memoria de su abuela María del Carmen y su primo Jimmy, que hace 30 años murieron en un atentado terrorista en el barrio Quirigua, en la antesala del Día de la Madre.

Érika Chávez*
12 de mayo de 2020 - 12:09 p. m.
"Estas palabras no son para recordar una infamia. Son para honrar tu memoria, abuela".  / Archivo particular
"Estas palabras no son para recordar una infamia. Son para honrar tu memoria, abuela". / Archivo particular

Hace 30 años, el sábado 12 de mayo de 1990, el narcoterrorismo de Pablo Escobar Gaviria y Los Extraditables desplegó una violenta arremetida en Bogotá y Cali. Terminaba el gobierno de Virgilio Barco y llegaba a su fin la sangrienta campaña política por la Presidencia de la República. Además del asesinato del excandidato presidencial de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal en octubre de 1987, habían caído también el candidato liberal Luis Carlos Galán en agosto de 1989, el aspirante de la UP, Bernardo Jaramillo Ossa en marzo de 1990 y el candidato de la Alianza Democrática M-19, Carlos Pizarro Leongómez, el 26 de abril.

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Aquel sábado era la jornada de antesala a la celebración del Día de la Madre. Los sectores comerciales estaban repletos de compradores. Hacia las cuatro y quince de la tarde, un vehículo cargado con cien kilos de dinamita fue detonado en una concurrida calle del populoso barrio Quirigua, al noroccidente de Bogotá.  17 personas perdieron la vida, entre ellos siete niños. Minutos después, en la calle 127 con avenida a Suba fue explotado otro carro bomba. Murieron cuatro personas. A las ocho y cincuenta de la noche en Cali, en un popular sitio de diversión nocturna estalló el tercer carro bomba. Murieron nueve ciudadanos.

En aquellos días, Érika Chávez estaba a dos meses de nacer y su padre le dio dinero a la abuela María del Carmen para que comprara unos zapatos que quería estrenar al día siguiente. Ese sábado 12 de mayo, ella salió con su hija Nubia y su nieto Jimmy, a hacer esta compra en el sector de Quirigua. María del Carmen murió, lo mismo que el niño de dos años y medio. La tía Nubia duró dos meses en estado de coma. Solo tiempo después, con las memorias familiares Érika Chávez pudo hacer el recuento de lo sucedido. Hoy es gestora de implementación multimedia de Médicos Sin Fronteras en Colombia, desde Buenaventura.

La vida la ha puesto siempre en labores de comunicación, pero en el servicio social. Primero en el Servicio Jesuita para los Refugiados Colombia, y ahora con Médicos Sin Fronteras. En terreno, por estos días, constata que, además de la crisis del coronavirus, la violencia no cede. De esas experiencias, sumadas a los recuerdos que se entremezclan en su familia en estos días de mayo, escribió una carta a su abuela. Es un homenaje a María del Carmen, fallecida en el atentado del 12 de mayo de 1990, pero también su forma de reivindicar la vocación de su familia por la solidaridad, el apoyo social y la no violencia.

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“Quiero que sepas abuela que, desde antes de graduarme en la universidad empecé a trabajar en organizaciones humanitarias, lejos de Bogotá, lejos de casa. El llamado por hacer del país algo mejor me trajo a zonas llenas de dolor, violencia y pobreza multidimensional, pero, a su vez, de resistencia. Todo estos lo sabrías de mí si te hubiese conocido, hubiese conocido tu rostro, el tono de tu voz o hubiese acariciado tus manos, si estuvieras conmigo. Si no fueras solo una foto y una que otra anécdota en mis recuerdos. Si no hubiese pasado aquel atentado terrorista, entendido hoy como una burbuja de la guerra, el odio y la deshumanización. Y digo burbuja porque ya sé que la guerra y sus consecuencias no son para todos. 

Mientras la violencia de los 90 golpeaba en las ciudades, yo terminaba de gestarme en el vientre de mi madre. A dos meses de ver el cielo por primera vez, falleciste en un hospital repleto de heridos, a causa de un carro bomba. En un atentado hecho por hombres carentes de conocer el significado y valor de la vida, incluso de la suya misma. Quien reconoce su valía, ama, y si ama, lo hace con todo aquello que contiene vida. Por lo cual, a pesar de convivir y de crecer en un país profundamente desigual, injusto, intolerante y tramposo, intentamos hacer nuestra parte. Ni un mínimo daño hacia los demás, siempre buscando el bienestar de los otros. Como tú no lo enseñaste a todos.

Cuando asimilé la forma que llegaste a la muerte y como lo hizo mi primito de apenas dos años, entendí el odio que pueden albergar algunos seres humanos, y el dolor profundo que acompaña a mi padre desde entonces. Él perdió a su madre y a su sobrino en vísperas de la celebración del Día de la Madre. Ese sábado 12 de mayo de 1990 no fue fácil, como nunca lo volvió a ser desde entonces. Él todavía se siente culpable y realmente no sé por qué lo cobija ese sentimiento. A él también le digo en esta carta: no fue tu culpa perder a tu madre en un país en el que habitualmente vivimos a la sombra del peligro y en el que el conflicto armado y el narcotráfico han dejado más de ocho millones de víctimas.

No fue culpa tuya que ese sábado 12 de mayo le hubieras dado dinero a tu mamá para que comprara los zapatos blancos que tanto deseaba. No son cosas del destino, es el efecto de una guerra que tapa las entendederas, como escribió el inolvidable Alfredo Molano. Pero quiero que sepas, que ni tu madre María del Carmen ni mi primito Jimmy Martínez, son dos víctimas más del cartel de Medellín ni cifras en el recuento de las acciones de Pablo Escobar y sus aliados. No alcancé a conocerte, abuela, así como a muchos otros colombianos tampoco les fue posible hacerlo con sus familiares. Pero tengo y tenemos el deber de recordarlos, para seguir bregando contra la tendencia de volver ídolos a los villanos. 

Por eso, estas palabras no son para recordar una infamia. Son para honrar tu memoria, la de mi primito y la de todas las víctimas de Colombia. Y también son para decirte, María Del Carmen, que, pese a que no estás, algo que no se marchitó, fue el deseo, el mismo de la familia, de sembrar paz. No queremos perder a nadie más y que tampoco otros pierdan a sus seres queridos. Por eso, mi homenaje es reiterarte que desde el vientre de mi madre que coincidió con tu partida, sentí tu amor y hoy es mi legado. Honro la vida sobre todas las cosas, amo profundamente a Colombia y, gracias a lo que fuiste, apuesto a la paz y lucho para que no haya más colombianos que crezcan sin el placer de dejarse consentir de su abuela a causa del terrorismo”.

*Gestora de implementación multimedia de Médicos Sin Fronteras.

Por Érika Chávez*

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