“Él era un padre supremamente cariñoso, pero al mismo tiempo muy exigente. Particularmente con lo que tenía que ver con el estudio y buen desempeño en las clases. Un día saqué una mala nota y me asusté tanto de llevar el reporte (a casa), que lo quemé. Me gané un tremendo regaño”. El senador Rodrigo Lara Restrepo cuenta que ese episodio con su padre, que recuerda hoy con nostalgia, le sirvió de lección de vida. El congresista tomó esas y otras enseñanzas de Rodrigo Lara Bonilla, de quien siguió los pasos como hombre de política, aunque desde el Partido Cambio Radical.
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Lara Bonilla, en cambio, era un hombre del liberalismo. Y cuando no cupo en el liberalismo, se inventó junto con Luis Carlos Galán el Nuevo Liberalismo. Con él y con Iván Marulanda recorrió el país de punta a punta hacia 1982, cuando la idea de que Galán llegara a la Casa de Nariño empezaba a tomar forma. “La primera vez que tuvimos noticia de que estaba pasando algo extraño fue precisamente en el 82. En una gira fuimos a Puerto Berrío, en el Magdalena Medio, y nos comentaron que había unas personas haciendo campaña por nosotros y dando regalos”, cuenta Marulanda.
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“Le pusimos la cara al problema, lo denunciamos. Rodrigo era el jefe de debate y Luis Carlos era el candidato y director del movimiento. Fuimos muy claros en plantear nuestro mensaje y en alertar al país de lo que significaba el ingreso de la criminalidad organizada a la política”, agrega el senador de Alianza Verde. Las alertas, sin embargo, no fueron suficientes para prevenir que el narcotráfico permeara a la clase dirigente. Mucho menos para evitar la oleada de violencia que vendría y que casi acaba con el país entero. Dos años más tarde, esa mano violenta del narcotráfico le segó la vida a Lara Bonilla.
“La guerra contra el narcotráfico en Colombia inició la noche del 30 de abril de 1984, cuando sicarios contratados por mi padre asesinaron en Bogotá al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla”, contó Sebastián Marroquín -o Juan Pablo Escobar- en su libro “Pablo Escobar, In fraganti. Lo que mi padre nunca me contó”. “Como se sabe, mi padre y otros jefes mafiosos huyeron esa misma noche hacia Panamá y al día siguiente varios de sus hombres nos recogieron a mi madre embarazada, y a mí, nos llevaron en helicóptero hasta la frontera con ese país y de ahí por tierra hasta el lugar donde se escondía mi padre”.
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Después del incidente en Puerto Berrío, Lara Bonilla intentó, sin éxito, esquivar el narcotráfico, como quien trata de evitar que un tren lo arrolle mientras está atado a los rieles. Pero el narcotráfico había sellado su suerte. Primero fue el incidente con el narcotraficante Evaristo Porras, quien donó un cheque de $1 millón para la campaña de Lara Bonilla al Congreso. En septiembre de ese mismo año, Lara Bonilla se presentó en el Congreso para discutir sobre los “dineros calientes” que empezaban a sentirse entonces en la política colombiana, pero en cuestión de minutos pasó de acusador a acusado.
En ese debate Jairo Ortega, representante por Antioquia cuyo suplente era Pablo Escobar, anunció que Lara Bonilla había recibido dinero de un narcotraficante convicto y, como si fuera poco, divulgó la grabación de una charla entre Porras y el ministro de Justicia, que había sido designado como “faro moral” contra el narcotráfico. “Inicié esta discusión pública dispuesto a soportar todo, desde las más infames acusaciones hasta la amenaza violenta contra mi integridad física y la de mis familiares. He escogido el difícil camino de quien lucha por unos ideales sin dejarse acobardar”, exclamó Lara Bonilla ante el Congreso.
(En contexto:Llaman a indagatoria a Alberto Santofimio y Jairo Ortega en caso de Rodrigo Lara Bonilla)
Lara Bonilla explicó que el cheque se había consignado el 20 de abril de 1983, un año después de las elecciones para el Congreso. “No ha sido girado para financiar campaña electoral alguna”, aseguró el líder político en el extenso debate que surgió por los dineros calientes, tratando así de desmarcarse del daño que la revelación de Ortega había hecho a su imagen, el cual, si bien sacudió al ministro, no alcanzó a derrotarlo. Un año después, su victoria en el Congreso la pagó con su vida: sicarios alcanzaron su Mercedes Benz en el norte de Bogotá y lo acribillaron. Era el 30 de abril de 1984.
Desde ese momento, el asesinato de Lara Bonilla pasó a engrosar la lista de crímenes cometidos por el cartel de Medellín, con Pablo Escobar a la cabeza. El caso de su homicidio cayó en manos del juez Tulio Manuel Castro Gil, quien meses después del magnicidio ordenó que se abrieran investigaciones contra Pablo Escobar y 15 personas más. La captura de uno de los gatilleros, Byron de Jesús Velásquez Arenas, fue esencial para que el funcionario judicial avanzara en las pesquisas y llegara hasta Escobar, pero su osadía también le costó la vida. Fue ejecutado el 23 de julio de 1985 en Bogotá.
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No todo el mundo, sin embargo, ha comprado la teoría del crimen del cartel de Medellín. “El asesinato de Lara Bonilla fue un crimen oficial y el ministro fue asesinado a mansalva y sobre seguro”, le dijo a este diario el veterano periodista investigativo Alberto Donadio, quien en 2016 lanzó el libro El asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. La verdad que no se conocía. “La prueba es el dictamen del doctor Máximo Duque, exdirector de Medicina Legal (…) es improbable que un tirador que viajaba en una moto a alta velocidad, el sicario Iván Darío Guisao, hubiera podido dar blanco en el ministro, que viajaba en un carro a 80 kilómetros por hora. Ningún tirador del mundo tiene esa puntería”.
La verdad judicial de este asesinato se quedó empantanada en la pobre capacidad del Estado de esa época para investigar. En 2012, la Fiscalía declaró el crimen de lesa humanidad, pero esa decisión poco o nada ha significado para el proceso, más allá de que se abrieron investigaciones por este asesinato contra Alberto Santofimio —condenado como determinador en el magnicidio de Luis Carlos Galán— y Jairo Ortega —el exrepresentante que puso en la hoguera a Lara Bonilla por el cheque de Evaristo Porras—, quienes fueron llamados a indagatoria.
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Han pasado 35 años y las responsabilidades por la muerte violenta del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla se siguen diluyendo, a medida que el tiempo avanza. “Mi padre sacrificó su vida por el país, enfrentó absolutamente solo un mal que luego tomaría unas dimensiones insospechadas. Le advirtió a Colombia lo que podía significar permitir que el crimen se apoderara de la política”, manifiesta su hijo, el senador Rodrigo Lara Restrepo. “Creo que la lección que deja mi padre a Colombia, en últimas, es que impidió que nuestro país se convirtiera en una narcodemocracia”.