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La historia de María Alejandra Benavides, testigo estelar contra Ricardo Bonilla

A través de las voces de sus amigos más cercanos, El Espectador construyó el perfil de la bogotana de 31 años, cuyas confesiones ante la justicia tienen en serios apuros al exministro de Hacienda.

Juan David Laverde Palma

02 de febrero de 2025 - 08:00 a. m.
En 2016, María Alejandra Benavides hizo sus prácticas en la ONU, en la misión diplomática de Honduras.
Foto: Cortesía
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María Alejandra Benavides Soto llevaba 10 días en la clínica Montserrat de Bogotá cuando tuvo una revelación. Se había internado a finales de septiembre de 2024 por recomendación de su psiquiatra, luego del impacto emocional que le causó ver a 15 policías allanando la casa en la que vive con su madre y escarbando hasta en la tierra de las materas. En pocas horas la noticia se había regado como pólvora y su rostro y su nombre aparecieron en los titulares de todos los medios de comunicación. Esa tarde de principios de octubre, un poco más serena, mientras deambulaba por los pasillos de la clínica tratando de descifrar cómo debía encarar sus líos judiciales, cayó un aguacero bíblico en la capital y el frío le caló en los huesos. Se sintió sola, infinitamente sola, y entonces supo lo que tenía que hacer. Pidió que le dejaran hacer una llamada de urgencia. Al otro lado de la línea la escuchaba muy atento su abogado Jaime Andrés López. “Voy a cooperar con la justicia”, le dijo.

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Sus declaraciones ante la Fiscalía salpicaron al exministro de Hacienda Ricardo Bonilla, al exministro del Interior Luis Fernando Velasco, al asesor de Presidencia Jaime Ramírez Cobo y a otros altos exfuncionarios investigados por el escándalo de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd). La exasesora de Ricardo Bonilla como enlace en el Congreso confirmó que en diciembre de 2023 sí se desplegó una operación de compra de parlamentarios que tuvo el aval de quien fuera su jefe, pues al Gobierno le urgía que la Comisión Interparlamentaria de Crédito Público le aprobara millonarios créditos con la banca internacional. Para pagarles a los políticos se direccionaron tres proyectos viabilizados por $92.000 millones en Arauca, Córdoba y Bolívar. María Alejandra Benavides fue testigo de excepción de esa trasescena de pagos, favores y negocios y, en busca de un acuerdo con la justicia, lo confesó todo.

La diplomática que no fue

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¿Pero cómo terminó esta internacionalista de 31 años empantanada en el caso de corrupción política más grave del gobierno Petro? El Espectador reconstruyó su historia. Nació el 11 de septiembre de 1993 en Bogotá en el seno de una familia trabajadora. Desde pequeña entendió el poder del conocimiento y las letras. Lo heredó de Mario, su abuelo materno, zapatero él, quien la embrujó para siempre cuando le leyó “Las mil y una noches”. Hoy, mientras capotea las angustias de su proceso penal y las amenazas contra su vida, los libros siguen siendo su refugio para respirar un poco en medio de la borrasca. Desde julio pasado, cuando su nombre apareció por primera vez en los medios tras revelarse los chats que se cruzó con Sneyder Pinilla, exsubdirector de Manejo Desastres de la Ungrd y protagonista del escándalo, su vida se desbarató. Siete meses después todavía está recogiendo los destrozos del tsunami.

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Durante meses se negó a aceptar que hubiera cometido algún delito. Le remordía pensar aquella posibilidad. Sus padres se habían esmerado en demasía para pagarle su colegio y enviarla después a Toronto, Canadá, a sus 16 años, para que perfeccionara su inglés, y luego para costear la carrera de relaciones internacionales en la Universidad del Rosario, y más adelante para que viviera durante nueve meses en Nueva York –en una pieza en Queens, en todo caso, que era lo único que podía pagarse– mientras hacía sus prácticas profesionales en una misión diplomática, como para que terminara en esas. No, no podía ser. ¿Delitos?, se decía. Si solo cumplí las órdenes del ministro, se decía. A mí me pidieron hacerles seguimiento a unos proyectos y hablar con unos congresistas y preguntar por unos intermediarios, se decía. Pero el allanamiento a su casa la sacó de la burbuja, comprendió que la cárcel era una posibilidad y el estado de negación quedó atrás para siempre.

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María Alejandra Benavides estudió Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario.
Foto: Cortesía

María Alejandra Benavides llegó al Ministerio de Hacienda de tastás, pues su mundo laboral ideal siempre fue la diplomacia. ¿Qué haría en una situación como esta María Ángela Holguín?, se decía. En el Colegio del Rosario Campestre conoció los Modelos de Naciones Unidas que simulan los debates de esa organización internacional en estudiantes de colegio y universidades, y le fascinó de inmediato ese mundo de argumentos, dialéctica y causas humanitarias. A los 15 años supo que sería internacionalista y se propuso trabajar un día en Naciones Unidas, en Nueva York. En 2016 logró hacer sus prácticas profesionales allí, en la misión diplomática de Honduras. En la de Colombia no le abrieron cupo. Llegó allá bien entrenada. En dos ocasiones, como delegada de la Universidad del Rosario, estuvo en la Universidad de Harvard, en Boston, simulando representar un país en los Modelos de Naciones Unidas que hace cada año esa institución y donde compiten 300 estudiantes de las mejores universidades del mundo. En 2015 ganó una mención honorífica de Harvard.

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Esos nueve meses en Nueva York la marcarían para siempre. Apenas si tenía plata para sobrevivir en la capital del mundo, pero la estrechez no importaba, pues todos los cacaos del poder y la diplomacia estaban a la vuelta de la esquina. Como la misión de Honduras no podía pagarle la pasantía, su familia asumió los costos. María Alejandra estiró el dinero tanto como pudo –la pizza de un dólar era el clásico desvare–. Todos los días, de Queens a Manhattan, se echaba más de una hora en metro, siempre en vestido y en tacones, llevando su porta, con pasta y pesto, lo más barato. Cualquier sacrificio era menor porque estaba trabajando en Naciones Unidas, su sueño cumplido, el templo de la negociación política en el mundo, donde trató a reyes, presidentes y primeros ministros. Durante la Asamblea General de 2016, por fin, pudo ver en persona a su admirada María Ángela Holguín, entonces canciller de Colombia, pero no se atrevió a hablarle porque le pudo la pena.

Ban Ki-moon, el influyente secretario general de Naciones Unidas, se retiraba ese año de su cargo. La misión de Honduras presidía uno de los comités de miembros permanentes y le correspondió organizar la despedida. María Alejandra fue la elegida para coordinar la logística de un crucero de despedida por el río Hudson con los embajadores de todas las misiones diplomáticas en Nueva York. Ese crucero fue una de las experiencias más memorables de su vida. Su vestido lo compró en una tienda de segunda, pero al fin de cuentas se tomó su foto con el secretario general, le dijo que lo admiraba y hasta le pidió trabajo. Ban Ki-moon pensó que era una broma y sonrió con diplomacia, que algo sabía de ello. También le encargaron la realización de un video con los presidentes que fueron a la Asamblea General ese año para agradecer su trabajo en la ONU. Sus testimonios los grabó en una salita que queda detrás del atril principal donde los mandatarios se dirigen al mundo.

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Benavides al lado del exsecretario de las Naciones Unidas Ban Ki-moon. / Cortesía
Foto: Cortesía

Era su mundo soñado: diplomacia, consensos y derechos humanos. Pero se acabó la pasantía y le tocó regresar a Colombia para graduarse. Se presentó al concurso de ingreso a la carrera diplomática de la Cancillería, pero lo perdió dos veces. Trabajó un tiempo en el área de Apostilla en el Ministerio, pero los horarios eran infernales, en especial el turno de 10:00 de la noche a las 6:00 de la mañana. Salió de allí a rebuscarse la vida en otros trabajos, cada vez más lejos del mundo diplomático, como en la firma Urbavial, de urbanismo y movilidad, o como community mánager en la recta final de la campaña a la Gobernación de Cundinamarca del candidato del Centro Democrático Wilson Flórez. Por ese trabajo de apenas un mes –del 30 de septiembre al 31 de octubre de 2019– no faltó quien la acusara de uribista camuflada cuando se conocieron sus confesiones ante la justicia. Pero su mundo jamás ha sido de militancias o partidos, aseguran quienes la conocen bien.

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El 13 de marzo de 2020 entró al Ministerio de Hacienda como contratista asesora grado uno en la Oficina de Enlace con el Congreso. Su sueldo: $4,3 millones. Una amiga de su pareja de la época llevó su hoja de vida cuando se abrió la vacante. Pero no había pasado una semana cuando la pandemia encerró a Colombia y debió sortear sus responsabilidades de forma virtual. Poco a poco empezó a entender el Congreso, los perfiles de los parlamentarios y el día a día en el Ministerio, el seguimiento a los proyectos, las cartas de impacto fiscal, el ajedrez del poder político. Volvió la presencialidad y le tocó vivir desde adentro los ecos del estallido social de 2021 por la reforma tributaria que presentó el entonces ministro Alberto Carrasquilla. Ese 2021 fue un año horrible para ella, casi tan horrible como 2024, pues vio a los ojos la depresión que arrastró a su novio al suicidio. Sobrevivió como pudo la tragedia, con un ritmo enfermizo de trabajo y la promesa de que se iría a estudiar afuera.

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Hasta entonces su cargo era de pupitres, el más bajo de toda la oficina en el Ministerio. Pero en diciembre de 2022, con el cambio de gobierno, por fin la contrataron de planta con un sueldo de $6,4 millones. Por fin le alcanzó la plata para vivir sola. La promovió la directora de la Oficina de Enlace con el Congreso Andrea Ramírez, con quien empezó a construir una amistad. Fue ella quien la convenció de no irse a estudiar a la Universidad King’s College, en Reino Unido, donde había obtenido un cupo para una maestría en políticas públicas para 2023. Ramírez le dijo que, ya que estaba de planta, solo debía esperar un año en ese trabajo para poder aplicar a una beca que financia el Ministerio y que Ramírez había obtenido en el pasado. Esa posibilidad le resultó más atractiva, pues el costo de la maestría rondaba los $300 millones y no quería poner en apuros a su familia con un crédito en Colfuturo. Si tan solo se hubiera ido a Londres, comentan que dice hoy.

María Alejandra Benavides, junto a Michelle Bachelet, expresidenta de Chile y alta diplomática.
Foto: Cortesía

2023, el año maldito

Se quedó, pues, en el Ministerio, rechazó la solicitud en King’s College y proyectó su maestría para 2024. Hasta ahí su trabajo seguía siendo el mismo: seguimiento a los proyectos, a los controles políticos y a las cartas de impacto fiscal. Ni siquiera hablaba con Ricardo Bonilla, pues la interlocución con el ministro para asuntos del Congreso era de Andrea Ramírez, asesora grado 18. Pero su jefa Ramírez quedó en embarazo y en septiembre salió a licencia de maternidad. A pesar de su juventud, Bonilla y Ramírez definieron que María Alejandra quedara encargada de la Oficina de Enlace con el Congreso. Es decir, de lidiar directamente con los congresistas y con el ministro Bonilla. Pero semejante responsabilidad ni siquiera le significó un aumento de salario, pues no cumplía los requisitos de tiempo para aspirar al sueldo de Andrea Ramírez. Aceptó de todas maneras, porque su meta era obtener la beca. Su sueño: estudiar en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra.

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Antes de irse su jefa Ramírez le explicó cómo funcionaba esa oficina. Le dijo que tenía dos partes. La primera, la que María Alejandra ya conocía desde 2020. Y la segunda, la oculta, la que solo manejaba ella: la de los cupos indicativos a los congresistas. María Alejandra le dijo a la Fiscalía que hasta ese día jamás había oído esa expresión ni qué significaba. Ramírez no entró en mayores detalles esperando quizá que María Alejandra lo fuera descubriendo sola y le entregó una tabla con proyectos y nombres, y le dijo que el ministro era el que disponía qué se priorizaba. Tuvo que ir varias veces a la casa de Ramírez, incluso con su bebé recién nacido, para comprender cómo funcionaba aquella tabla. Su jefa en licencia la regañó. Cansada de esos encuentros le comentó que dejara los miedos, que esa práctica era legal, que ella solo era una intermediaria y que así funcionaba la política. María Alejandra empezó a enfermarse, pero su meta seguía siendo la beca. Aplicó a Cambridge.

(En contexto: Renunció Ricardo Bonilla: “No compré silencios, ni votos de congresistas”)

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La presión de los congresistas arreció en noviembre y diciembre de 2023, le contó a la justicia. La Comisión Interparlamentaria de Crédito Público seguía demorando el quórum para votar millonarios créditos para la nación y el desespero en el Ministerio era cada vez mayor, pues las calificadoras de riesgo estaban encima. La llamaban a toda hora, sábados y domingos, de madrugada, a medianoche, le mandaban mensajes y emisarios. Una vez un congresista le dijo que sabía dónde vivía, que lo atendiera, que era urgente. Supo entonces que pisaba terreno minado. De la tabla en Excel de los cupos indicativos, le dijo María Alejandra a la Fiscalía, no se movió nada sin que Andrea Ramírez lo supiera. Desde su licencia le indicó qué debía hacer y con quiénes debía hablar. Al final el ministro tenía la última palabra, agregó en interrogatorio. Y explicó que se volvió una razonera en medio de tantos poderes e intereses cruzados, una especie de Whatsapp humano.

Tras ese diciembre agitado, luego de cruzarse por orden del ministro múltiples y explícitos chats con Sneyder Pinilla para cumplirles a los congresistas –que la dejaron a ella y a Bonilla en evidencia–, María Alejandra decidió irse del Ministerio. A su familia le afirmó que por encima de la beca estaba su salud mental. No estudió para eso, les dijo, tampoco para ver lo que vio, ni para saber de proyectos regionales con padrinos políticos ni de quórums desintegrados que más parecían chantajes. Decidida a renunciar en enero de 2024, Andrea Ramírez le pidió que la esperara un tiempo más, hasta marzo, que ella regresaba. María Alejandra pidió vacaciones y juntó días y trató de estar lo menos que pudo en su cargo. Vivía agobiada. Paralelamente avanzaba su aplicación a Cambridge. El ministro Bonilla y el viceministro Diego Guevara enviaron a esa universidad cartas de recomendación en las que exaltaron su mentalidad crítica habilidades de negociación y ética de trabajo.

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Trabajó en el ministerio de Hacienda hasta marzo de 2024 e Ingresó a una organización internacional de derechos humanos. Estaba plena y feliz. En abril Cambridge le contestó que la aceptaba como estudiante, y en su trabajo le dieron la posibilidad de laborar medio tiempo para sostenerse en Reino Unido. La horrible noche había pasado, se decía. Sin beca, pero libre y lejos del Minhacienda. Hasta que la realidad le pasó por encima en julio de 2024, cuando se conocieron las primeras confesiones de Sneyder Pinilla y los chats que tuvo con ella. Tuvo que renunciar a su puesto y al cupo en Cambridge, devolverse a vivir con su mamá, enfrentar un proceso penal, lidiar con amenazas, luchar contra la depresión y la ansiedad, confesar lo que vio en la Fiscalía, recopilar pruebas para aportar en su expediente, aceptar su responsabilidad en los hechos –aunque siga pensando muy en el fondo que solo acató órdenes– y vivir a la sombra de un esquema de seguridad que la vigila.

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Perdió 10 kilos desde que estalló el escándalo. Su refugio ha sido su familia, algunos pocos amigos que todavía siguen ahí, su hermano desde la distancia y sus abogados Margarita Leguízamo y Jaime Andrés López. A este último lo conoció en el Rosario cuando era entrenador de los estudiantes que viajaban a Harvard. Con ellos busca concretar un principio de oportunidad con la Fiscalía. Lleva seis meses sin recibir un peso. Ha aplicado a infinidad de trabajos remotos en Estados Unidos, pero nada resulta. Una “googleada” sencilla basta para cerrarle cualquier puerta. Su nombre aparece en el mismo escándalo que puso a tambalear al gobierno Petro, que le costó la salida a Ricardo Bonilla, que tiene detenidos a los exdirectivos de la Ungrd Olmedo López y Sneyder Pinilla, y a la exconsejera de Presidencia Sandra Ortiz, y donde ocho congresistas están investigados por la Corte Suprema. Todos los involucrados son políticos curtidos, de cuero duro y espalda ancha, salvo María Alejandra.

Para evitar derrumbarse, ve a su psiquiatra una vez por semana. Sabe que ahora debe ser más fuerte que nunca mentalmente, que sus confesiones le han granjeado enemigos, que el poder arrinconado la acecha. Ya no ve noticias para evitar el estrés, pero antes cuando veía su rostro en los medios o se conocían detalles de sus revelaciones a la justicia se alteraba tanto que vomitaba. La cañería que circula en las redes sociales aumentó en un momento el pánico de que pudiera terminar muerta. Sus amigos sostienen que le duelen las mentiras que han hecho carrera en estos largos meses que no le han dado tregua. Que era la mano derecha de Bonilla, por ejemplo. Si lograba hablar con él cinco minutos al día era una hazaña, les aclara ella. O que era conflictiva en el trabajo, como declaró su exjefa Andrea Ramírez para desacreditarla en la Corte, olvidando convenientemente que María Alejandra era tan cercana a ella que hasta le organizó su baby shower.

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Pero lo que más la ha indignado últimamente, aseguran quienes han estado a su lado, es la versión que le dio a la Corte el asesor de Presidencia Jaime Ramírez Cobo. Según él, María Alejandra fue la gran titiritera en esta historia. Qué ruin, dicen que dice. Pero todos saben quién es Jaime, dicen que agrega, y del poder que tiene, y de su ascendencia en el Congreso, y de sus reuniones con el ministro Bonilla. Por eso vive asustada, presa de la incertidumbre, temiendo que puedan hacerles daño a sus seres queridos. Ser testigo en Colombia es cosa de alto riesgo. Su anhelo de ser mamá, por ahora, quedó aplazado. ¿Que qué ha aprendido de todo esto? A no ser tan ingenua, dicen que contesta. Pese a las adversidades, le ha contado a la justicia su verdad. Ese mundo asqueante que vivió no es el suyo, dicen que dice. Pero para reconciliarse definitivamente consigo misma tiene que desnudarlo completamente ante la Fiscalía. Y en eso está. Las pruebas en su celular ya las tienen los fiscales.

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La carta de recomendación del exministro Bonilla para Benavides

Entre los documentos que encontró la Corte Suprema de Justicia, al inspeccionar el correo institucional de María Alejandra Benavides, reposan las cartas de recomendación que el exministro Ricardo Bonilla y su entonces viceministro, Diego Guevara, firmaron para el proceso de admisión que ella cursaba para entrar a la University College de Londres y a Cambridge. En ellas, ambos aseguraron que estaban recomendando a una persona de “mentalidad crítica, habilidades de comunicación y cualidades de negociación” y que serían un aporte positivo los programas de maestría que buscaba.

“Uno de los proyectos más recientes que mejor encapsula la ética de trabajo de Benavides es el presupuesto aprobado del país para 2024. Este fue un esfuerzo monumental y sustancial del Gobierno, en el que el Ministerio desempeñó un papel central y ella lideró las negociaciones con el Congreso en nuestro nombre”, se lee en la carta.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

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Por Juan David Laverde Palma

Periodista de la Unidad Investigativa de Noticias Caracol y colaborador del diario El Espectador. Periodista y magíster en Estudios Políticos.@jdlaverde9jdlaverde@caracoltv.com.co
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