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El 8 de marzo de 2023 se juntaron un grupo de jóvenes en el parque de los Deseos, previo de la marcha conmemorativa por el día de la mujer. Juntas sostuvieron durante esa movilización un cartel que declaraba: “No es trabajo, es explotación. Mujeres organizadas en contra de la explotación sexual”. Desde ese momento, a través de manifestaciones públicas, asambleas locales, pedagogía y trabajo comunitario con víctimas de este delito, estas mujeres conformaron la Red Abolicionista de Medellín, una organización que ha puesto en la agenda pública lo qué está pasando con las mujeres en situación de prostitución a nivel de ciudad y la forma en que el debate se debe abordar desde los derechos humanos. El Espectador habló con Sara Jaramillo Gómez, la abogada paisa se ha dedicado al liderazgo de esta colectiva.
¿Por qué una red para luchar contra la explotación sexual?
La grave situación en Medellín nos volcó a organizarnos, a preguntarnos: ¿Qué está pasando acá?. Creo que es la ciudad que más necesitaba un espacio que luchar contra la explotación sexual, para que deje de verla como un trabajo que ejercían las mujeres libremente, si no como una esclavitud a la que han sido sometidas en la cual están condicionadas a una supuesta libertad de elección que se predica y, también, para desmontar imaginarios colectivos sobre la prostitución. Por ejemplo, que están en esa situación porque quieren, que aquí comprar sexo es normal, o que aquí ser “prepago” o “prostituta” es un camino deseable. Vimos la necesidad de que Medellín tenga un espacio para que se piense la prostitución desde una narrativa de derechos humanos, porque tenemos la convicción de que las mujeres tenemos derecho a vivir una vida libre de violencias. Pues, desde que exista una sola mujer que tenga que ponerle un precio a su cuerpo para poder comer, ninguna de nosotras va a ser libre.
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¿Por qué la explotación sexual es un problema de ciudad en Medellín?
La prostitución siempre ha existido, pero la época de los carteles que padecimos en esta ciudad reforzó los cimientos sobre los que ella se sostiene. Es decir, naturalizó un montón la hipersexualización y de situaciones que son violentas en contra de las mujeres y, a partir de ahí, ha venido escalando. Cada vez es más notorio que lo que se ofrece en Medellín no es una oferta de turismo, sino de explotación sexual y de drogas. En los últimos cinco años hay una gentrificación acelerada, no planeada ni controlada, que hace que la situación de derechos humanos sea cada vez más grave. Estamos viendo una ciudad completamente plagada de trata de personas y de redes de explotación sexual de mujeres.
¿Cómo denominan ustedes la explotación sexual?
Compartimos la visión que desde hace una semana se posicionó en el Parlamento Europeo, que reconoció que la prostitución es una forma de violencia en contra de las mujeres, una forma de vulneración en contra de la dignidad humana, una situación que no puede ser considerada un trabajo bajo ninguna circunstancia, porque implica la renuncia a la integridad sexual y a la dignidad humana. Por eso, pensamos que la explotación es la dinámica que violenta a las mujeres y que implica la renuncia a sus derechos sexuales y a su dignidad humana. Además, que la explotación implica no solo a la renuncia a los derechos por parte de las mujeres, sino en el reconocimiento que tienen los varones de comprar cuerpos de mujeres, que en su mayoría están en condición de vulnerabilidad.
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¿Cuándo hablamos de esa vulnerabilidad, han encontrado que hay grupos específicos de mujeres en la ciudad que son más vulnerables a la explotación?
Creemos que hace falta una caracterización de la prostitución. Eso es una herramienta que no existe y que es una lástima. Pero de lo que hemos podido como analizar en materia como de investigación, dentro de la dinámica de la ciudad, es que la mayoría de mujeres que están en situación de prostitución hacen parte o de las comunas más vulnerables o son migrantes, especialmente, provenientes de Venezuela. Eso es lo que hay en la calle en este momento. Por esa vulnerabilidad es que no se puede hablar de consentimiento.
¿Cómo entienden eso del consentimiento?
Nosotras partimos de la premisa de que no todas las mujeres que llegan a la prostitución llegan con un arma puesta en la sien o siendo amenazadas por un tercero. Sabemos eso, pero también sabemos que hay armas simbólicas que son el hambre, la necesidad, el conflicto armado y las miles de causas que pueden llevar a que una mujer llegue a la prostitución, tales como la pobreza, mujeres que llegan engañadas, también bajo redes de trata. La verdad es que el panorama muestra que hay un aprovechamiento completo de la necesidad y la vulnerabilidad.
¿Además de esa falta de caracterización que menciona, qué otras dificultades hay para entender de alguna manera como la explotación sexual en la ciudad?
Siento que hay un problema muy particular y es que las autoridades no son capaces de comprender la dimensión del contexto de las mujeres que están en prostitución. Aquí en Medellín ha hecho mucho daño el hecho de que cualquier mujer que está en prostitución sea vista como trabajadora. El costo social que estamos pagando en verla una trabajadora niega completamente la posibilidad de restablecer sus derechos. Al verlas como que están ejerciendo una profesión, nos quitan la oportunidad de identificar cuáles mujeres están realmente es por redes de trata de personas.
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El sábado 27 de mayo, en medio del festival musical Altavoz, ustedes ingresaron al parque Lleras en Medellín para protestar. En postes y muros pegaron carteles. Cuéntame de esta acción y por qué eligieron estos espacios.
Esa empapelada se planteó desde la red como una toma del espacio público. Pegamos dos avisos que decían: “¿Pagas por sexo? No eres un cliente, sino un violador con billetes” y lo sacamos, tanto en español como en inglés, porque el Poblado es un foco de turistas y extranjeros, que practican el mal llamado “turismo sexual”, que es realmente turismo con fines de explotación sexual. Lo que estamos viviendo en la calle 10 de este barrio cada noche es un montón de niñas y adultas en condición de explotación sexual. Entre el parque del Poblado hasta Provenza hay una línea interminable de prostitución y de venta de drogas.
Justo dos semanas antes, el 2 de mayo, la alcaldía de Daniel Quintero ordenó el cierre del parque Lleras con vallas de seguridad, y estaba custodiado por la Policía, que restringía el paso a su consideración. ¿Cómo fue protestar en ese contexto?
Nosotras escogimos ese 27 de mayo, porque justo era el concierto Altavoz, y recién habían cerrado el parque como respuesta a la problemática social de recuperarlo. La respuesta institucional es que no van a restablecer los derechos de las mujeres y de las niñas que hoy están en el Lleras prostituyéndose, pero sí cierran el parque y enmascaran el problema. Cuando estábamos haciendo la actividad de empapelar, ninguna ocultó su rostro, pero nos intimidó la Policía diciendo que necesitábamos un permiso para pegar nuestros carteles. También llegaron los dueños de los establecimientos, transeúntes, taxistas. Había una reacción hostil de la autoridad. En vez de atacar y perseguir las redes de trata que son visibles, estaban agrediendo activistas sociales; y de los locales, porque son personas que, a pesar de que no están en la dinámica prostitucional, se lucran de la prostitución ajena con los negocios que están ubicados allí. Eso nos da una respuesta de cómo está normalizada la prostitución.
¿Cómo crees que la sociedad puede contribuir a abordar este problema y a buscar soluciones?
Considero que lo primero es empezar a conversar. Nosotras somos activistas, pero también conversadoras por naturaleza. Debemos conversar para poder sentar una posición y un cambio cultural que nos permita dejar de ver a la prostitución como un trabajo y verla como lo que en realidad es, una esclavitud, una vulneración en contra de la dignidad de las mujeres. Además, porque nosotras trabajamos desde el amor por las mujeres, esa es nuestra premisa. Pienso que en todos los espacios que hemos podido gestar y conversar es así es cómo avanzamos hacia el reconocimiento de las mujeres como sujetas de derechos, como sujetas humanas.
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