En medio del paisaje urbano, dominado por el asfalto y el concreto, pequeñas señales de vida emergen silenciosamente, desafiando la dureza de la ciudad. Entre grietas y rincones olvidados, las llamadas “malas hierbas” brotan con resiliencia, reclamando su espacio en un entorno que parece diseñado para excluirlas. Sin embargo, lejos de ser una amenaza para el orden urbano, estas plantas juegan un papel fundamental en la regeneración de la biodiversidad, atrayendo polinizadores y ofreciendo refugio a diversas especies.
Según Sebastián Niño, coordinador territorial de agricultura urbana del Jardín Botánico de Bogotá, la diversidad de plantas en espacios urbanos es amplia y se puede categorizar según su origen y adaptabilidad. Sin embargo, es fundamental hacer una distinción clara entre dos conceptos: y es que, por un lado, están las plantas espontáneas o ruderales, que crecen de manera natural en espacios profundamente alterados por la actividad humana. Estas especies cumplen un papel crucial en la regeneración urbana y pueden clasificarse en:
- Herbáceas efímeras: Plantas de ciclo corto que aparecen rápidamente en suelos removidos o espacios intersticiales.
- Arbustos pioneros: Especies capaces de establecerse en terrenos baldíos o bordes de infraestructura.
- Árboles jóvenes: Plantas con gran resistencia que germinan en condiciones mínimas de sustrato, aprovechando pequeños nichos ecológicos.
Por otro lado, existen las plantas rupícolas o colonizadoras de superficies, especies especializadas en crecer en entornos rocosos y extremos. Se desarrollan en acantilados, pendientes pronunciadas de montaña, muros, paredes y otros espacios similares, donde el suelo es escaso o inexistente. Un ambiente comparable lo constituyen las gleras, acumulaciones superficiales de piedras resultantes de la erosión de las montañas. Estas plantas han evolucionado con adaptaciones únicas que les permiten resistir condiciones adversas, como la falta de agua y nutrientes. Entre ellas destacan:
- Suculentas, como las crásulas, que almacenan agua en sus tejidos para resistir la aridez.
- Helechos adaptados, que pueden prosperar en zonas sombrías y húmedas.
- Líquenes, organismos simbióticos que, aunque no son plantas, pueden presentar un hábito rupícola al crecer sobre rocas y otras superficies difíciles. Además, funcionan como bioindicadores ambientales.
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Ambos tipos de plantas han desarrollado estrategias de dispersión eficientes para colonizar nuevos espacios:
- Dispersión ornitócora (por aves): Las aves transportan semillas en sus plumas, patas o sistema digestivo, depositándolas en jardines, grietas del pavimento, techos o bordes de construcciones.
- Dispersión anemócora (por viento): Semillas ligeras, con estructuras adaptadas al vuelo, pueden recorrer grandes distancias y asentarse en lugares aparentemente inhóspitos.
“La diferencia principal entre las plantas espontáneas y las rupícolas radica en su grado de especialización y los mecanismos de supervivencia que han desarrollado. Mientras las primeras aprovechan las condiciones naturales de dispersión y regeneración del entorno, las segundas han evolucionado para resistir condiciones extremas en el paisaje urbano”, puntualizó el experto.
¿Cómo sobreviven estas plantas?
Según Niño, un ejemplo de adaptación evolutiva son las plantas suculentas, como las crásulas y algunas cactáceas, que han desarrollado mecanismos altamente eficientes para sobrevivir en condiciones de escasez hídrica. Estas especies han perfeccionado la capacidad de almacenar y utilizar agua de manera óptima, lo que les permite prosperar en ambientes áridos donde otras plantas tendrían dificultades para sobrevivir. Sus adaptaciones les permiten mantener sus funciones vitales con cantidades mínimas de agua y nutrientes.
En el contexto de los requerimientos de suelo, las plantas que sobreviven en este tipo de entornos difícil se diferencian entre facultativas y rupícolas obligadas:
Las plantas facultativas son especies que pueden crecer tanto en suelos convencionales como en superficies rocosas o con sustrato mínimo, sin depender exclusivamente de condiciones extremas. Su adaptabilidad les permite colonizar distintos entornos urbanos y naturales. Por otro lado, las plantas rupícolas obligadas han evolucionado para vivir exclusivamente en grietas, rocas y superficies similares. Estas especies han desarrollado adaptaciones que les permiten prosperar en microhábitats extremos, como:
- Sistemas radiculares especializados, capaces de anclarse firmemente en espacios diminutos y absorber la escasa humedad disponible.
- Estructuras foliares modificadas, diseñadas para minimizar la pérdida de agua y resistir condiciones de sequía.
“Otro ejemplo son las bromelias, que son especies adaptables. Aunque la mayoría tienen hábitos epífitos, algunas pueden crecer en el suelo o en superficies rocosas, considerándose así rupícolas. Lo mismo ocurre con ciertas orquídeas, que también pueden adaptarse a diferentes tipos de sustratos”, explicó el experto.
Beneficios de las hierbas que nacen en estos espacios urbanos
Las plantas ruderales tienen una naturaleza que les permite establecerse rápidamente en terrenos modificados y, al mismo tiempo, desaparecer con igual velocidad. Esta capacidad de colonización acelerada las convierte en “malas hierbas” para muchos agricultores, especialmente cuando afectan los cultivos y generan pérdidas económicas. Sin embargo, lejos de ser solo una molestia, cumplen funciones ecológicas esenciales, contribuyendo a la restauración de ecosistemas degradados, mejorando la fertilidad del suelo y ayudando en la recuperación de áreas erosionadas.
Las leguminosas ruderales, por ejemplo, pueden fijar nitrógeno en el suelo, creando condiciones favorables para el establecimiento de otras especies. Algunas plantas, como Hirschfeldia incana, poseen una capacidad de biorremediación (Descontaminación biológica natural), acumulando metales pesados y ayudando a descontaminar suelos industriales o mineros. Además, aunque su capacidad de absorción de dióxido de carbono es menor en comparación con árboles o plantas de hojas anchas, también contribuyen a la captura de este gas y al equilibrio térmico en su entorno.
“Muchas de estas especies son utilizadas en muros y techos verdes debido a su resistencia y capacidad de adaptación. Al proporcionar floración, atraen polinizadores y ofrecen refugio a diversos insectos, promoviendo así la biodiversidad. Sin embargo, es importante diferenciar entre plantas estrictamente rupícolas, adaptadas a crecer en superficies rocosas, y plantas espontáneas, que pueden aparecer en distintos ambientes. Algunas de estas últimas, al desarrollar raíces profundas o tallos leñosos, pueden causar daños en fachadas, techos y otras estructuras urbanas”, advirtió Niño.
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Más allá de su valor ecológico, las plantas ruderales ofrecen múltiples beneficios para los seres humanos. Muchas son útiles en alimentación, como la zanahoria silvestre, la achicoria o la mostaza negra. Otras tienen usos medicinales tradicionales, como el estramonio o la adormidera. En el campo científico, representan un recurso genético invaluable para la ingeniería molecular, permitiendo el aislamiento de genes que confieren resistencia a condiciones estresantes. Su rápida evolución las convierte en un sistema de estudio ideal para comprender los mecanismos de adaptación, manteniendo con la humanidad una compleja relación de mutua transformación.
“La percepción de las “malas hierbas” merece una reevaluación profunda, considerando sus múltiples beneficios y roles ecológicos en los ecosistemas urbanos. Tomemos como ejemplo el diente de león, una planta comúnmente considerada indeseable pero que ofrece valor nutricional significativo al ser comestible en ensaladas. Esta especie, como muchas otras herbáceas que crecen espontáneamente, demuestra la versatilidad y utilidad potencial de plantas tradicionalmente desestimadas”, aseguró Niño.
¿Cómo gestionar estas plantas?
La gestión de estas plantas en entornos urbanos requiere un enfoque equilibrado, explica Niño. Aunque a menudo se perciben como un problema, especialmente en infraestructuras no diseñadas para soportar vegetación, pueden aportar beneficios cuando se integran de manera adecuada.
Beneficios de su presencia en la ciudad:
- Mitigación del calor urbano: Contribuyen a la regulación térmica al reducir la temperatura en áreas con alta concentración de concreto y asfalto.
- Regulación del ciclo hídrico: Ayudan en la absorción de agua de lluvia, reduciendo el riesgo de inundaciones y mejorando la filtración del suelo.
- Producción de oxígeno y captura de carbono: Aunque su capacidad de absorción de dióxido de carbono es menor que la de árboles, siguen desempeñando un papel en la calidad del aire.
- Fomento de la biodiversidad: La producción de flores y néctar atrae polinizadores y proporciona refugio para insectos y aves, enriqueciendo los ecosistemas urbanos.
Consideraciones para su manejo:
- Integración en infraestructura planificada: Techos y muros verdes diseñados adecuadamente permiten aprovechar sus beneficios sin comprometer edificaciones.
- Prevención de daños estructurales: En espacios no diseñados para su crecimiento, el desarrollo descontrolado de raíces y la acumulación de materia orgánica pueden afectar construcciones.
- Selección de especies adecuadas: Identificar y proteger aquellas especies que aportan beneficios sin representar un riesgo para la integridad urbana.
Niño señala que, aunque las plantas que crecen en las aceras no forman corredores ecológicos principales, su presencia en parques metropolitanos y cuerpos de agua puede favorecer la biodiversidad local. Sin embargo, una gestión adecuada permite maximizar sus beneficios ecológicos sin comprometer la infraestructura urbana.
“La evaluación de los beneficios y desventajas de estas plantas debe considerarse siempre en su contexto específico. El impacto de una especie puede variar dramáticamente según su ubicación y el entorno urbano circundante. La visión ideal sería que cada techo disponible pudiera albergar algún tipo de vegetación, ya sean plantas rupícolas, arvenses o incluso huertos urbanos. Aunque la contribución individual de cada pequeño espacio verde pueda parecer insignificante, el efecto acumulativo de múltiples áreas vegetadas puede tener un impacto significativo en la calidad del aire urbano y el bienestar general del ecosistema ciudad”, aseguró.
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