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Cada vez son más las personas que deciden tener un huerto en casa, ya sea en el jardín, la terraza o incluso en pequeños balcones. Cultivar frutas, verduras y hierbas aromáticas no solo contribuye a una alimentación más saludable, sino que también representa una actividad terapéutica, sostenible y educativa.
Sin embargo, para quienes conviven con perros, mantener un huerto en buen estado puede convertirse en un reto. Las travesuras caninas pueden poner en peligro las plantas y frustrar los esfuerzos del horticultor aficionado.
Los perros, por naturaleza, son curiosos y juguetones. Les atrae el olor de la tierra húmeda, los insectos que se mueven entre las plantas y el simple hecho de explorar nuevos espacios. Esto no significa que el huerto y el perro sean incompatibles, sino que se requiere un poco de planificación y entrenamiento para que ambos convivan en armonía.
Una de las medidas más efectivas para proteger las plantas es la instalación de barreras físicas. Las cercas bajas, las vallas decorativas o las mallas de jardín pueden delimitar claramente el espacio de cultivo.
Además de servir como protección, estos elementos ayudan al perro a reconocer los límites del área donde no debe ingresar. También se recomienda crear caminos o zonas de tránsito seguras, preferiblemente con materiales como grava o baldosas, donde el animal pueda caminar y descansar sin dañar las plantas.
Otra estrategia consiste en ofrecer al perro su propio espacio dentro del jardín. Designar una zona específica para que juegue, escarbe o se eche al sol reduce las probabilidades de que invada el huerto.
Colocar juguetes, huesos o pequeñas áreas con tierra suelta destinadas a que cave libremente puede satisfacer su instinto sin afectar los cultivos.
No obstante, las barreras físicas no bastan por sí solas. El adiestramiento es fundamental. Enseñar al perro a respetar los límites del huerto mediante comandos simples como “no”, “quieto” o “fuera”, y reforzar el comportamiento positivo con premios o caricias, es una técnica eficaz y duradera.
Los especialistas en conducta animal señalan que los perros aprenden mejor mediante la constancia y el refuerzo positivo, evitando los castigos o los gritos, que solo generan confusión o ansiedad.
Asimismo, conviene revisar qué especies se cultivan. Algunas plantas de huerto pueden resultar tóxicas para los perros si las ingieren. El ajo, la cebolla, el tomate verde o las hojas de papa son ejemplos de vegetales que deben mantenerse fuera de su alcance.
En cambio, las zanahorias, los pepinos, las calabazas y muchas hierbas aromáticas, como el perejil o el romero, son seguras y pueden convivir sin riesgo en el mismo espacio.
En definitiva, un huerto casero y la compañía de un perro no son incompatibles. Con un diseño adecuado, límites bien definidos y un entrenamiento constante, es posible disfrutar de un entorno natural y equilibrado.
Cultivar un huerto junto a una mascota puede incluso fortalecer el vínculo entre ambos, convirtiendo el cuidado de las plantas en una experiencia compartida y enriquecedora. La clave está en la paciencia, la observación y el respeto mutuo entre la naturaleza y el mejor amigo del ser humano.
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