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En la casa de Luz Marina Acuña y Mario García no hay silencios, ni espacios vacíos. Cada rincón está lleno de ladridos, jadeos, lamidas, colas agitadas y miradas que cuentan historias. Durante 14 años, esta pareja de adultos mayores ha convertido su hogar en un refugio donde decenas de perros y gatos encontraron lo que la calle, el abandono y la indiferencia les negaron: cuidado, dignidad y amor.
Acuña es vendedora ambulante en el centro de Bogotá. Cada mañana instala su chaza de dulces en el pasaje Rivas, con la que lleva el sustento diario de la familia. García, carpintero de oficio, divide sus días en los encargos del taller y el cuidado de los peludos que aguardan en su casa, que queda ubicada en el centro de Bogotá.
“Quizás la gente no entienda esto, pero el tener una mascota no es solo ponerle un plato de comida. Una mascota le brinda a uno mucho amor, lo saca de una soledad, de una tristeza. Le dan alegría, le dan mucha felicidad a uno”, dice Luz Marina, convencida de que el rescatar animales se ha convertido en su función de vida.
La casa funciona como cualquier hogar, solo que aquí las voces se reemplazan por ladridos y maullidos. Los días siguen una rutina fija: preparar la comida, repartir medicinas, curar heridas, jugar con los más inquietos, hacer espacio para el recién llegado y despedir con emoción a alguno que, tras recuperarse, logra encontrar una familia en adopción.
La mayoría de quienes permanecen allí son animales ancianos, enfermos o con alguna discapacidad, esos que casi nadie se anima a recibir pero que en esta casa encuentran un lugar seguro.
Cooper, por ejemplo, fue un golden retriever sénior que alguien abandonó cerca a la chaza de Luz Marina. Jackie, al que ella llama “el consentido”, es un poodle de 14 años que perdió la movilidad de sus patas traseras luego de ser atropellado por un TransMilenio. Para cualquiera habría sido un caso sin esperanza, pero no para esta pareja. Luz Marina lo cuidó con paciencia y Mario puso en práctica su ingenio: fabricó una silla de ruedas artesanal que le devolvió a Jackie la posibilidad de moverse.
Ese gesto se multiplicó. Mario encontró en su oficio una manera de ayudar a otros animales. “Yo siempre pensé en cómo hacer para que el perrito no se arrastrara, entonces me acordé de las zorras que utilizaban los caballos y simplemente hice una réplica. Ya de ahí se fue resultando gente que también tenía perritos en las mismas condiciones y empecé a fabricarlas artesanalmente”, cuenta.
Pero todo lo que han construido hoy corre peligro. El arrendador les pidió entregar la vivienda y, con un plazo que vence en enero de 2026, la pareja busca con urgencia un nuevo espacio donde continuar con su labor.
El temor no es tanto perder el techo que han habitado durante años, sino que los 37 perros y cinco gatos que viven con ellos, todos con historias de abandono, enfermedad o maltrato, se queden sin el lugar seguro que han encontrado.
“Yo no quiero que ellos vuelvan a la calle”, repite Luz Marina con una mezcla de angustia y determinación. Para ella y su esposo, no se trata de un grupo de animales cualquiera, sino de su familia. “Ellos son todo para mí. Yo no tengo familia, mi familia son mis perritos. No tengo ni hermanos, ni tíos, ni primos. Mi familia siempre han sido mis animales”.
Por eso hoy levantan la voz en busca de apoyo. Necesitan un nuevo hogar donde este refugio pueda seguir existiendo. Si desea conocer más de la labor de Luz Marina Acuña y Mario García puede comunicarse al 320 9566393 o visitar sus redes sociales.
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