En febrero, Vanessa Friedman —directora y crítica de moda del New York Times— anunció en X que Islas Turcas y Caicos tendrían su primera semana de la moda. De inmediato, como quien anticipa la burla, aclaró: “No es un chiste, lo digo en serio”. Y, como era de esperarse, el enjambre digital reaccionó con su surtido habitual de “ismos”: racista, eurocéntrica y bla, bla, bla… Yo, en vez de sumarme al coro, preferí contestarle con datos. Le mencioné, por ejemplo, que Colombia tiene más semanas de moda que ningún otro país. Y no, no era un chiste.
En Colombia, las semanas de la moda abundan y se han convertido en eventos con fines promocionales tan diversos que el foco no siempre está en el diseño ni en la moda. Algunas son impulsadas por alcaldías, otras responden a iniciativas privadas y otras más surgen de alianzas público-privadas. El fenómeno es, cuando menos, curioso, sobre todo si se compara con lo que ocurre en países como Francia o Italia, donde existe una única semana de la moda que articula toda la escena del diseño, al menos un par de veces al año. Ese modelo de organización ha sido clave en la consolidación de sus sistemas de moda, es decir, en el ordenamiento de los procesos de creación, producción, circulación y consumo de las novedades que generan sus diseñadores.
Pero estamos en Latinoamérica, donde las cosas operan con otra lógica. En el caso colombiano, conviene entonces hablar de la vocación de las pasarelas, de la claridad en su enfoque comercial y del impulso que han dado a la promoción del diseño nacional desde las ferias de moda. Hace un tiempo, mientras asistía como invitado a una de ellas, la pregunta de pasillo entre periodistas y compradores extranjeros era recurrente: ¿qué es mejor, Colombiamoda o Bogotá Fashion Week? Mi respuesta era sencilla —y no por corrección política, aunque pueda parecerlo—: ambas tienen alcances y escalas distintas, pero cada una aporta a su manera al ecosistema de la moda nacional. No son eventos en competencia; dependiendo de lo que busques, una te resultará más atractiva que la otra.
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Colombiamoda acumula ya cuarenta y una ediciones ininterrumpidas desde 1990, mientras que Bogotá Fashion Week (BFW) celebró en 2025 su octava edición. La brecha temporal es evidente, pero no impide trazar las vocaciones de sus respectivas pasarelas. Históricamente, Colombiamoda ha funcionado como plataforma de lanzamiento para nombres como Silvia Tcherassi y Johanna Ortiz; sin embargo, la expansión de la feria —que hoy abarca múltiples categorías de producto— ha hecho que sus pasarelas estén dominadas por marcas de producción masiva, desplazando en parte al diseño de autor. Para equilibrar esa balanza, en los últimos años se ha apostado por desfiles de clausura protagonizados por creadores latinoamericanos, un gesto que busca consolidar a Medellín como epicentro de la moda en América Latina, sin renunciar a su probada eficacia como motor de la industria nacional del vestido y punto de encuentro para expositores internacionales, alineados principalmente con una lógica industrial basada en la masificación y la estandarización de tendencias.
Por otro lado, la pasarela de BFW se consolida como un espacio clave para radiografiar el estado actual del diseño de moda en Colombia, en particular del diseño de autor. Aunque su feria es de proporciones mucho más modestas, presenta una selección acotada y curada por un equipo especializado, lo que permite una oferta diversa tanto en categorías de producto como en propuestas. En sus pasarelas conviven diseñadores de amplia trayectoria —muchos de ellos también han pasado por Colombiamoda— con talentos emergentes cuyas propuestas aportan frescura y renovación a la escena del diseño nacional.
Esa diversidad permite que la pasarela de BFW desafíe los clichés que suelen encasillar el diseño latinoamericano en la artesanía o el tropicalismo. Un ejemplo elocuente este año fue Old Maquiina, cuya propuesta se alineaba con una moda más conceptual, cercana al arte de vanguardia y al diseño crítico. Sus creadores subvirtieron nociones dominantes como la novedad —mediante prendas intencionalmente desgastadas— o la sobreexposición mediática —al optar por modelos anónimas—; sin embargo, sus gestos formales evocaban ecos de Martin Margiela y otros referentes ya canonizados. Diría que Old Maquiina se mueve hoy en una zona de tensión: entre la ruptura con lo establecido y la filiación a códigos previamente legitimados. Un terreno fértil, sin duda, pero que exige, más temprano que tarde, la consolidación de un lenguaje propio.
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Así como algunos diseñadores desafían los clichés del diseño latinoamericano, otros los subvierten transformándolos en sugestivos arquetipos. Tal es el caso de Jorge Duque y su Gabinete de curiosidades latinas, una colección en la que las siluetas exaltaban dramáticamente las curvas femeninas, mientras las superficies textiles evocaban desde esterillados de zuncho hasta cultivos de marihuana. Duque ha logrado construir un léxico estilístico propio, cargado de humor, sátira —a veces de dolor— y una fuerte dosis de colombianidad.
Isabel Henao, quien comparte con Jorge Duque la fidelidad a la técnica y al saber-hacer que solo se perfeccionan con el tiempo, también posee un léxico estilístico profundamente distintivo. BFW fue el escenario de su regreso a la pasarela tras seis años de ausencia. Lo hizo con la misma fineza de siempre: precisa en los detalles e impecable en la ejecución. La colección, titulada Garden by the Sea, honra plenamente su nombre. Tules bordados, guipur cortado a mano, plisados con brillo y líneas fluidas en crepé y mikado dieron forma a siluetas que fluían como el agua.
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Dentro del espectro de BFW también destacan las propuestas de moda masculina, como la presentada por La Petite Mort. Con Temporada de lluvia, la marca se impuso con autoridad frente a otras de mayor trayectoria. En un panorama local aún tímido en términos de diseño masculino, su propuesta resulta refrescante, ambiciosa y visualmente contundente. Volúmenes precisos, bordados minuciosos, estructuras bien resueltas y detalles de sujeción impecables: cada elemento suma en una propuesta con carácter. Este año confirmaron que su éxito en BFW 2024 no fue una casualidad.
Por su parte, la propuesta de Cubel reafirma una constancia discursiva que se ha venido consolidando colección tras colección. Esta entrega retomaba soluciones formales de temporadas anteriores —en cortes, texturas y proporciones— e integraba nuevas búsquedas con notable fluidez. Cada experimento, por más audaz que fuera, se sostenía en una ejecución técnica impecable. El casting, afinado y coherente con la narrativa estética de la firma, acentuaba la solidez del conjunto. Destacaban especialmente los trabajos de sombrerería en fieltro, donde la destreza material se traducía en gestos escultóricos de gran precisión.
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Estos cinco casos ejemplifican cómo BFW se ha consolidado como un espacio donde la experimentación formal convive con una exigencia comercial sostenible; un escenario donde la alineación de los diseñadores responde menos a cifras voluminosas y más a la solidez de sus propuestas. En ese sentido, BFW parece perfilarse como una semana de la moda orientada al diseño colombiano de autor, es decir, a un tipo de creación que se aleja de la lógica industrial basada en la masificación y la estandarización de tendencias. Se trata de un diseño definido por la independencia creativa, las ediciones limitadas y el control del proceso por parte del diseñador, desde la concepción de la idea hasta la materialización del producto final. Un diseño menos de fábrica y más de taller.
Nota al margen: los ejemplos que cito se basan en el análisis exhaustivo de la totalidad de las pasarelas de BFW mediante fotografías de alta resolución, un método que, a mi juicio, resulta más revelador que intentar descifrar las prendas en la fugacidad del desfile.
* Es maestro en artes plásticas y especialista en estética de la Universidad Nacional de Colombia. Ha enfocado su carrera en el estudio de la moda y el vestir como historia cultural; socializando su conocimiento mediante artículos, libros y conferencias nacionales e internacionales. Es profesor Titular de la Universidad Pontificia Bolivariana, donde enseña estudios de la moda e historia de la moda y el vestir. Además, es miembro del Grupo de Investigación de Estudios en Diseño, y estudiante de doctorado en Estudios de Diseño, en la misma Universidad.
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