En la cultura occidental, el amarillo no goza de gran popularidad. Por ejemplo, cuando decimos “el que de amarillo se viste, a su belleza se atiene”, damos a entender que es un color que enaltece poco la figura. Y si nos remontamos a la tradición pictórica cristiana, suele ser a Judas a quien se le pinta con túnicas amarillas: es decir, el amarillo se asocia con la traición. De ahí que también sea un color que llama a estar alerta; por eso lo vemos con frecuencia en la señalética del tránsito. Se dice que no les favorece a las rubias, pero sí a las morenas. Y esto nos permite entender que, en materia de simbología del color, nada está escrito en piedra: los sentidos y significados que atribuimos a los colores son siempre cambiantes y ambivalentes.
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Precisamente por ello, en décadas recientes el amarillo ha adquirido connotaciones más positivas, derivadas en parte de tradiciones orientales, concretamente de la China antigua, donde era el color de los emperadores. De ahí su asociación con el esplendor, la luz, la belleza y la riqueza. Yves Saint Laurent, que adoraba la mitología en torno a la antigua China, decía que el amarillo era oro, porque representaba la pureza y moldeaba el cuerpo hasta convertirlo en una sola línea. Estas ideas atraviesan el sentido que hoy le damos a la tradición de vestirnos de amarillo en Año Nuevo: hemos pasado a asociaciones más optimistas, como la prosperidad y la abundancia, dos cosas que —al final— casi todos deseamos para el año que comienza. Goethe decía que el amarillo estaba entre los colores que suscitan estados de ánimo activos, vivaces y tendientes a la acción: sin duda, un estado que suele dominar los ánimos de fin de año.
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Ahora bien, en Colombia la costumbre de llevar algo amarillo en Año Nuevo ha girado principalmente en torno a la ropa interior. En ella se juntan creencias, tradiciones relativamente recientes y estrategias de mercadeo. En cuanto a esto último, en Medellín se recuerda especialmente La Feria del Brasier y Solo Cucos, una empresa de ropa interior masiva que ha contribuido a mantener viva la tradición. Ya en los años noventa eran célebres por sus campañas de radio y por sus vitrinas en el centro de la ciudad, donde se ofertaba el “cuco suerte amarillo” —hoy un clásico del 31—. Llamaban la atención no solo por sus rechinantes estrellas de precios bajos, sino también por sus maniquíes de señora corpulenta exhibiendo el cuco suerte amarillo (lo que hoy se llama plus size), además de tangas diminutas para las más jóvenes y calzoncillos para hombre. Es decir: la idea era que la suerte venía en forma de ropa interior para todas las edades, lista para usarse en una época de alegría y esperanza. Una idea no tan lejana de lo que decía Goethe sobre el amarillo, color en el que veía una cualidad “dulcemente estimulante”, asociada con la serenidad y la alegría.
Luego, en años más recientes, a esta tradición de la ropa interior se han sumado otras prendas; sin embargo, su origen sigue anclado en un deseo de prosperidad y riqueza que se lleva en lo íntimo del alma, pero también del cuerpo.
*Investigador de la moda y el vestir, de la Universidad Pontificia Bolivariana, en Medellín Colombia. X. @williamcruzbermeo
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