La situación de los refugiados y la población migrante de la región y el mundo siempre ha estado plagada de dificultades y situaciones difíciles. En los últimos años se han intensificado las caravanas de centroamericanos a Estados Unidos y el flujo de ciudadanos venezolanos que tuvieron que salir del país hacia otros huyendo de la crisis social, política y económica que atraviesa el suyo. En este espinoso marco llega la pandemia a complicar aún más las cosas. Hoy se celebra el día de los refugiados y, desde una organización como Médicos sin Fronteras (MSF), que lleva trabajando sin interrupción con esta población, el mensaje es claro: se debe recuperar la humanidad.
La Agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), publicó el pasado jueves su último informe sobre la problemática y los resultados son críticos. En 2019 se registraron 79.5 millones de personas desplazadas fuera de sus países, un nuevo récord anual para la humanidad. De nuevo, las principales causas de este problema son, en su gran mayoría, las guerras y la violencia. En conversaciones con El Espectador, Marc Bosch, coordinador general de operaciones de MSF en América Latina, analizó la situación de los refugiados, sus necesidades y los retos inminentes que tienen con ellos los gobiernos durante la crisis sanitaria.
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¿Cuáles son las grandes preocupaciones de MSF sobre la situación de los refugiados y de los migrantes?
Hay dos focos ahora mismo que genera preocupación en Médicos sin Fronteras. Además de las cifras globales y mundiales, a nivel regional evidentemente toda la situación de los migrantes venezolanos y el proceso de retorno que estamos viendo genera necesidades importantes.
La otra cuestión que nos genera preocupación es la situación de los centroamericanos y el flujo de salida hacia México y Estados Unidos, muchas veces motivada por situaciones de violencia que se viven en el triángulo Norte. Ahora mismo las limitaciones de movilidad, las disposiciones de Estados Unidos de no dejar entrar a solicitantes de asilo y la COVID-19 generan un cóctel problemático que tiene muchas consecuencias para esta población.
La pandemia llegó y lo cambió todo. ¿Cómo los ha afectado?
Hay una doble afectación que recae sobre una población ya de por sí vulnerable. La población venezolana que estaba en Colombia, Ecuador, Perú, ya estaba en una situación de relativa precariedad y ahora con la COVID-19 los medios de ingresos se han puesto en riesgo y muchos de ellos tienen que emprender un duro retorno a un país que no ha mejorado en relación a la situación que tenía cuando salieron. Están agotados y tienen que incorporarse a una realidad que es aún más compleja a la que había, con medidas de distanciamiento, la amenaza de una pandemia, y con un sistema de salud que a duras penas puede absorber las necesidades de los pacientes con COVID-19.
A nivel de Centroamérica algunos de los países como El Salvador han aplicado medidas de restricción muy fuertes en relación a la movilidad de la población, por lo que esto ha generado una situación de vulnerabilidad dentro de la gente que ha dejado de recibir ingresos. Muchas de las personas pusieron trapos blancos en las casas para indicar la necesidad de un apoyo económico o de alimentos.
Nos preocupa que a raíz de la COVID-19 algunos de los países estén adoptando medidas muy restrictivas para no gestionar los casos de solicitudes de asilo de personas provenientes de Centroamérica.
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¿Cuáles son las necesidades específicas de cada una de las poblaciones en estado crítico?
En relación al aflujo de población centroamericana está claro que hay una necesidad de que los países de tránsito entiendan que este flujo de personas en algún momento va a volver a los niveles que había antes de la pandemia. Genera unas necesidades adicionales de atención médica. Los albergues de México, por ejemplo, que tenían una red súper extensa y que acogía a una gran parte de estos migrantes. Es importante que se reconstruya cuanto antes.
A nivel de las deportaciones, pensamos que las que se hacen desde Estados Unidos y México tienen que parar hasta que se pueda garantizar un mínimo de atención a las personas que están siendo deportadas. Vemos como hay migrantes centroamericanos que llegan a México, muchos de ellos ni siquiera se han podido hacer la prueba del COVID-19, tienen que ingresar en albergues que tienen unas condiciones que no permiten controlar los contagios y esto no es aceptable ni para los migrantes ni para los solicitantes de asilo. A pesar de la pandemia, como mínimo la solicitud de asilo y de refugio sigue siendo un derecho básico que tiene que ser respetado.
En Venezuela lo que nos parece clave es apoyar y hacer todo lo posible para que el sistema de salud venezolano tenga una capacidad en cuanto al número de camas con oxígeno y cuidados intensivos que le permitan gestionar el creciente número de casos que se vienen presentando.
Si en los demás países de la región es un reto, en Venezuela es aún mayor porque el sistema de salud ha tenido unas limitaciones importantes en estos últimos años. Ahora estamos dedicando bastate energía, tenemos nuestro equipo en estructuras venezolanas y colombianas apoyando para que todos los circuitos de protección estén funcionales y que se reduzcan los contagios.
¿Hay datos de contagios en la población de refugiados y migrantes?
No tenemos datos de prevalencia o de incidencia de la COVID-19 en la población migrante comparada con la población residente en un determinado país. No hay estudios aún, lo que sí nos parece es que es una población que difícilmente tiene las medidas de protección que se están recomendando en los países. Mucha de esa población está en movimiento, con un gran número de personas, compartiendo casas con varias familias, y esto los vuelve más vulnerable en comparación con la población asentada.
¿Las causas por las que salen de su país se han mantenido? ¿Hay nuevas?
Es complicado incluso para nosotros hablar de las causas porque son muchas, se mezclan factores económicos, políticos, sociales y culturales. Por lo que hemos visto nosotros, tanto en el desplazamiento interno dentro de Colombia como en la crisis de Centroamérica, la violencia es un factor clave. Nadie deja un entorno donde se siente relativamente seguro, y esta tendencia, al menos desde que yo estoy a cargo de Médicos sin Fronteras en la región en los últimos 10 años se ha mantenido.
El caso venezolano es un caso un poco más particular y evidentemente pesa la situación por la que ha estado el país en los últimos años y los factores económicos, sociales y políticos que han vivido y que al final sacaron esos más de 4 millones de venezolanos del país. Está claro que es por la cuestión del coronavirus que ha habido este cambio de flujo y habrá que ver qué pasa mientras la crisis logra ser manejada con una vacuno. Por ahora no ha habido un cambio de patrón en los últimos cinco o seis años.
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Lastimosamente, en últimas la vulnerabilidad, las necesidades económicas, la situación social, la violencia acaban siendo los factores que cuando hacemos un cuestionario salen en primera instancia como motivos por los que la gente sale de su región o de su país.
¿Cuál es el mensaje de Médicos sin Fronteras?
Yo creo que lo más importante es asimilar y entender que los migrantes y los refugiados son la población más vulnerable en un momento crítico, con una pandemia que tiene unos efectos a nivel mundial, y que a los restos normales ellos tienen que añadirle el hecho de estar fuera de casa, en tránsito y no tener las redes de apoyo necesarias y la vulnerabilidad de estar en países en donde el sistema de salud les niega la atención.
Queremos mandar un mensaje de recuperar la humanidad, la lucha por los derechos humanos y darles a estas personas lo que como seres humanos necesitan.