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Adios a Lima: La larga travesía de los colombianos que regresaron a pie desde Perú por la pandemia

Debido a las estrictas medidas de cuarentena, y al poco dinero, decenas de colombianos optaron por viajar a pie, con sus mochilas en hombros, para regresar al país. Esta es la historia de dos caminantes que lo consiguieron.

Redacción Mundo

25 de junio de 2020 - 08:54 p. m.
Los caminantes venezolanos impulsaron a los colombianos a emprender su propio viaje de regreso a casa. / Foto de referencia
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La emergencia sanitaria del coronavirus obligó a cientos de viajeros de América Latina a permanecer más días de los planeados por fuera de sus países. Muchos de ellos se encontraban de vacaciones cuando los gobiernos de la región cerraron sus fronteras, lo que alargó aún más unas vacaciones que pronto dejaron de serlo.

Este fue el caso de César y Manuela, un paisa y una bogotana que se encontraban en Lima para el momento en el que se cancelaron sus vuelos. Las primeras semanas esperaron soluciones por parte del Gobierno, pero los denominados vuelos humanitarios no eran una opción. Ambos tenían sus viajes programados para los primeros días de abril, pero el cierre de fronteras los obligó a cambiar de planes. El poco dinero que tenían lo habían gastado en hospedajes y alimentación.

Evaluaron todas las opciones posibles: buses, carros particulares o motos, pero el dinero escaseaba. Sin plata, y con pocas opciones de regreso, la idea de regresar caminando se les metió en la cabeza cuando recordaron ver a un grupo de venezolanos caminando por la carretera. Al tiempo que evaluaban la posibilidad de regresar a pie, las noticias de los migrantes caminantes aumentaban en los medios peruanos. Eso los motivó.

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“Verlos caminar nos hizo pensar que era posible”, cuenta Manuela. “Muchas personas que hablaron con nosotros nos dijeron que ya varios habían hecho el trayecto, lo que nos dio confianza de emprender el viaje.

Aunque antes de la emergencia los dos se conocían, fue a través de un grupo de Whatsapp que decidieron emprender el viaje juntos. Cargando solo con sus maletas, celulares y cargadores, César* y Manuela* se citaron en el centro comercial Plaza Norte de Lima, donde se encontraron con más viajeros. El grupo empezó a avanzar con la esperanza de conseguir aventones, pero la competencia era dura.

“Había mucha gente esperando un aventón: además de los venezolanos estaban también ecuatorianos y peruanos, que buscaban llegar a sus provincias”, comentó César. “Lo bueno de Perú es que todos los camiones que vayan al norte sirven”.

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Fueron casi dos horas pidiendo aventones, hasta que un camión decidió ayudarlos. Guiados por los consejos de personas que viajaron previamente a pie, Ceéar y Manuela se ubicaron cerca de los reductores de velocidad, con el objetivo de hacer contacto visual con los conductores al tiempo que sus vehículos frenan.

“Es muy importante que los conductores lo vean a uno por el espejo. Si uno les hace cara de ruego empiezan a frenar y le permiten a uno montarse”, cuenta César.

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Si bien muchos de los conductores les permiten subirse a sus carros sin cobrar, otros se dejan convencer por aproximadamente 10 soles ($10.000). Y aunque en Perú cargar gente en camiones no está permitido, los soldados que vigilan las vías se hacen los sordos. “Ya cuando uno sale de Lima, la gente ayuda bastante, incluso los soldados”, asegura Manuela.

La travesía por las carreteras peruanas duró aproximadamente cinco semanas. Para dormir y comer, los viajeros se ubicaban cerca de los peajes o en bombas de gasolina por la vía. Evitaban también pedir aventones de noche, pues siempre había riesgo de que los dejaran botados en medio de la nada. “Es mejor esperar a que salgan en la madrugada. Hay días en los que uno corre con suerte y avanza varios kilómetros, y otros en los que apenas conseguimos un aventón”, relata Manuela.

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Después de varios días de aventones y caminatas, los viajeros colombianos llegaron a Tumbes, una pequeña población cercana a la ciudad ecuatoriana de Huaquillas, al otro lado de la frontera. Sin embargo, al estar cerradas las fronteras, el cruce hacia Ecuador no es tan sencillo. Siguiendo el ejemplo de varios caminantes venezolanos, César y Manuela se dirigieron a una trocha, paralela al Puente de la Paz, en la que caminaron por varias horas para llegar a territorio ecuatoriano. Allí se encontraron con soldados y personas que, a cambio de 5 soles, les indicaban por dónde ir.

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“Fueron cinco horas caminando. Atravesamos un río y un camino de tierra. Después fueron seis horas más. Cruzamos un canal y salimos al lado de los puestos de control migratorio”.

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De Ecuador a Colombia, un viaje más hostil

La ruta que conecta a Huaquillas con Ipiales, en Colombia, es de aproximadamente unos 900 kilómetros, que se hacen más largos si se depende de los aventones de los camiones. El viaje, que podía ser de solo 15 horas en un carro particular, se alargó por algo más de una semana hasta llegar a la frontera colombo-ecuatoriana.

A los viajeros les dieron un aventón que los llevó por la opción de Guayaquil, lo que alargó el viaje un par de días más. Después otro camión los llevó hasta la ciudad de Ventana, donde caminaron unos dos kilómetros hasta Santo Domingo. Pasaron la noche allí y después se subieron a otro camión hasta salir de Quito.

“En Ecuador, como en Perú, los conductores son muy solidarios”, dice Manuela. “Eso sí, el grupo entre más pequeño mejor, pues también tienen mucho miedo de que se suban para robarles o hacerles daño”, añade César.

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Del calor de Guayaquil solo quedaba el recuerdo. Mientras se iban acercando a la frontera con Colombia, también iba bajando la temperatura. “Hacía un frío infernal”, recuerdan los viajeros que, cuentan, revisaban con ansias sus celulares al ver que cada vez estaban más cerca de la frontera colombiana.

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Después de varios aventones, que los llevaron por poblaciones como Ibarra, Los Andes y Tulcán, los viajeros llegaron al puente Internacional de Rumichaca, el cual se encontraba con paso restringido para los primeros días de junio. La opción, como en Perú, era la de ir por la trocha. Pero el paso esta vez no fue tan sencillo como hacía dos semanas.

En los 147 kilómetros que comprende la frontera entre Ipiales y Tulcán (Ecuador), las autoridades colombianas tienen identificados más de 120 pasos irregulares. En algunos de ellos vigila la Policía colombiana; en otros, las autoridades ecuatorianas. Aun así, las trochas son más de las que pueden controlar. Y son muy inseguras.

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“El camino es peligrosísimo. Toca bajar por un risco y luego cruzar un puente peatonal improvisado. Fueron algo más de tres horas por ese tramo, que fueron eternos. Nos cobraron como 10 dólares por cruzar”, cuenta César.

Al concluir ese tramo, César y Manuela tomaron un taxi que los llevó a Ipiales y se comunicaron con sus familias en Medellín y Bogotá, respectivamente. Vaciados, sin un peso, esperaron a que sus familiares les enviaran un giro que cobraron esa misma tarde. Pagaron una noche de hotel y se citaron, como lo habían hecho hace semanas, en un paradero de buses. Y allí cada uno emprendió su camino a casa.

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