Atrás parecen haber quedado los días en que el Partido Republicano de Estados Unidos, en su conjunto, estaba dispuesto a dar debates de altura. O por lo menos así lo demuestra lo ocurrido el jueves en los sótanos del Capitolio, en donde, según representantes que estaban en la sala, citados por distintos medios, lo único que hubo fue un intercambio de gritos y reclamos en medio del desacuerdo para nombrar a un nuevo presidente de la Cámara baja.
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El caos reinante, que se inició con la destitución del republicano Kevin McCarthy como presidente de la corporación (impulsada por el ala más radical del partido, afín a Donald Trump), la primera remoción de ese tipo que se registra en la historia de Estados Unidos, pone de presente que la colectividad está “atrapada en la desconcertante posición de controlar técnicamente una cámara del Congreso donde ni siquiera puede votar proyectos de ley”, como lo explicaron Olivia Beavers, Jordain Carney y Sarah Ferris en Politico.
Las rencillas tomaron otro tono con las denuncias que hicieron varios republicanos que dicen haber recibido llamadas y mensajes amenazantes tras oponerse a la candidatura de Jim Jordan, el aspirante apoyado por Trump.
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Jordan fracasó dos veces en su misión de obtener los votos suficientes para ser investido como presidente del hemiciclo. Tras el segundo intento fallido, anunció el jueves que apoyaría un plan para ampliar los poderes de Patrick McHenry, presidente interino de la Cámara tras la salida de McCarthy, pues su papel actual se limita a liderar las votaciones para elegir un presidente permanente, figura sin la cual es imposible que la corporación siga con su trabajo legislativo.
Sin embargo, la decisión de Jordan enfureció a varios republicanos que consideran que empoderar a McHenry sería equivalente a “ceder efectivamente el control de la Cámara de Representantes a los demócratas y sentar un mal precedente”, como explica The New York Times.
El medio estadounidense recuerda que McHenry llegó al cargo de portavoz a partir de una regla adoptada tras los ataques del 11 de septiembre de 2001: el presidente de la Cámara, en secreto, debe tener una lista de legisladores que asumirían temporalmente el cargo en caso de que quedara repentinamente vacante. Con la caída de McCarthy, ese mecanismo se activó por primera vez, y McHenry encabezaba dicha lista.
Jordan, en todo caso, reviró el mismo jueves, y afirmó que irá tras un tercer intento, cuya fecha no se ha definido, pese a que el jueves por la noche este republicano de Ohio “no parecía estar más cerca de ganar el puesto después de reunirse con algunos de los 22 legisladores republicanos tradicionales que se oponían a su candidatura”, según el reporte del Times.
No hay que olvidar que enero pasado a McCarthy necesitó de 15 intentos para ser nombrado presidente de la Cámara, luego de acordar, por cierto, una modificación en el reglamento según la cual cualquier republicano podría convocar a una votación para destituirlo. Tal como ocurrió.
¿Qué implica estar sin presidente?
Sin un presidente permanente, la Cámara de Representantes está prácticamente paralizada, en momentos cruciales para el país y la política global.
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El jueves en la noche Joe Biden se dirigió a la nación tras su visita a Israel el día anterior. En la alocución, afirmó que Hamás y Rusia quieren “aniquilar” las democracias. Pero, junto al mensaje del papel que Estados Unidos tiene en la turbulencia mundial, también se esperaba un anuncio de un paquete de gasto de emergencia por US$100.000 millones para, entre otras, enviar ayuda a Israel y Ucrania, algo que el Congreso, hoy a media marcha, tendría que aprobar.
La parálisis legislativa amenaza, entonces, la votación sobre la financiación de la ayuda para Ucrania e Israel.
Asimismo, como explica Forbes, “también se ha detenido el esfuerzo de la Cámara por evitar un inminente cierre del gobierno”, es decir, la parálisis administrativa (los funcionarios saldrían a licencias no remuneradas, mientras que los servicios federales quedarían suspendidos) en la que también entraría el país si los representantes no llegan a acuerdos en torno al presupuesto de la nación.
La publicación recuerda que dicho cierre “solo se evitó temporalmente con una resolución de última hora a finales del mes pasado”, la misma que le costó el puesto a McCarthy, pues el ala radical del partido desaprobó la negociación entre él y los demócratas que condujo a dicha resolución.
Pero todo parece indicar que el boicot contra McCarthy se llevó a cabo sin tener un plan. “Si vas a volar un puente, será mejor que tengas otro que cruzar. Y esos ocho [los que promovieron la salida de McCarthy] claramente no tenían otro puente para cruzar antes de volar este”, dijo el representante Mike Waltz (republicano por Florida), citado por Politico.
¿Qué pasa en el partido?
“El Partido Republicano se ha vuelto cada vez más dogmático y rígido en sus propuestas, pese a que el conservatismo original anglosajón hablaba de algo de pragmatismo y negociación. Aquí, en cambio, vemos una línea dura, que se ha venido gestando desde hace tiempo”, señala Alejandro Bohórquez-Keeney, profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales, de la Universidad Externado de Colombia.
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El docente hace énfasis en que precisamente el “speaker” (McCarthy) fue sacado de su puesto “porque hizo negociaciones con los demócratas, cuando lo normal de la política es eso: negociar”.
Lawarence Gumbiner, exdiplomático estadounidense, señala que la “mecha” que ha encendido la duda sobre los valores fundamentales que solían regir al conservatismo se llama Donald Trump. “Él ha impulsado un ambiente de conflicto y de división. Para él (y sus seguidores), es ‘todo o nada’. Nunca cede. Entonces en este conflicto interno cada lado se queda firme sin deseos de llegar a un acuerdo”.
Para Bohórquez-Keeney, sería apresurado decir que Trump está teniendo injerencia directa en el caos para elegir al nuevo presidente de la Cámara, aunque su presencia fuerte en el ambiente es innegable.
“Es quien tiene los votos que se han vuelto claves para el partido: el voto de los que se sienten excluidos del programa progresista de los demócratas, particularmente del que lideró Barack Obama”, señala el docente. El objetivo, en últimas, es “no perder esos votos”, que, al final del día, son prácticamente los mismos de los que invadieron (o apoyaron la invasión) al Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando el Legislativo se disponía a certificar la victoria de Joe Biden en las urnas, en contravía de las denuncias de supuesto fraude electoral, que, sin ninguna prueba, ha hecho Trump.
Todo esto sucede mientras se labra el camino para la nominación republicana, para la que Trump, según las encuestas, es el favorito.
“Esto probablemente no va a cambiar el perfil de las primarias. Donald Trump tiene el control del proceso, y este evento no va a cambiar las mentes de los votantes republicanos. Se quedarán completamente fieles al Sr. Trump. Solamente una crisis en su salud podría impactar en las primarias”, opina Gumbiner.
De obtener la nominación, el expresidente competiría en las elecciones del próximo año, pese a que el Partido Republicano “no se ve claro, y pese a los líos políticos y judiciales de Trump”, agrega Bohórquez-Keeney, que recuerda, además, que no hay ninguna restricción constitucional para que el magnate y exmandatario pueda lanzarse a la Presidencia estando imputado penalmente (ni siquiera la habría si estuviera en la cárcel).
“Trump por influencia directa o por su legado ha sacudido la política”, concluye el profesor del Externado al recordar todas las “primeras veces” que ha habido a causa de Trump, el primer expresidente imputado penalmente: el asalto al Capitolio, la destitución de un “speaker” de la Cámara, entre otras rupturas institucionales que solo siembran incertidumbre.
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