La historia de Jeffrey Epstein siempre regresa. No por nuevas pruebas ni por crímenes desconocidos, pues el grueso del horror ya fue expuesto y los documentos han estado en manos de fiscales. Vuelve porque cada tanto sale a la luz pública de manera filtrada un nuevo paquete de correos, itinerarios o agendas que reabre una pregunta que incomoda a las élites: ¿qué tan cerca estuvieron realmente de él? Y más importante: ¿quiénes lo tuvieron cerca?
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Esta semana, un nuevo lote de correos reactivó el ciclo de noticias sobre el caso. Los documentos, que incluyen intercambios sociales, itinerarios de vuelo y listas de invitados, asó como comunicaciones inéditas, introducen nombres poderosos en el ecosistema de Epstein, más allá del presidente Donald Trump, quien apareció de nuevo en este lote de archivos.
Uno de ellos es el exsecretario del Tesoro Larry Summers, cuya relación con el financiero resultó más cercana de lo que él había admitido. Los mensajes muestran cenas frecuentes, intentos de Epstein por conectarlo con figuras globales, incluido el presidente de la ONU en 2018, y una petición de Summers, tras la victoria de Trump, para que Epstein evitara cualquier gestión que lo involucrara con la nueva administración, según CNN.
Tras la divulgación de los documentos, Summers anunció que se retiraría de su vida pública, renunció al consejo de la compañía OpenAI, en la que trabajaba, y aseguró sentirse “profundamente avergonzado” por haber mantenido contacto con Epstein después de su condena.
Junto a Summers aparecen otras figuras de relevancia mediática y política. La exconsejera de Obama Kathryn Ruemmler intercambió mensajes sobre el caso Stormy Daniels. El periodista Michael Wolff conversó con Epstein sobre cómo Trump respondería a su relación con él y el inversor Peter Thiel fue invitado a la isla caribeña del financiero y admitió haberse reunido con él varias veces.
El lingüista Noam Chomsky aparece en correos de tono académico o personal, y la publicista Peggy Siegal figura en mensajes donde Epstein le pedía influir para desacreditar acusaciones en su contra.
Ninguno de estos nombres está acusado de delito alguno, pero su aparición muestra la amplitud del círculo social que Epstein logró tejer durante años. Este nuevo lote de documentos y nombres empujó al Congreso de EE. UU. a aprobar en tiempo récord una ley que obliga al Departamento de Justicia a revelar aún más archivos relacionados con Epstein.
El presidente Donald Trump, quien históricamente se había opuesto a su divulgación completa, se vio obligado a ceder y apoyar su liberación. El volumen de archivos que saldrán en los próximos 30 días, luego de que firmara la ley este miércoles, será enorme: cientos de nombres, decenas de anexos, registros fragmentados, contactos y listas de vuelo.
Pero mientras el país se prepara para la posible publicación total de los archivos, un debate más profundo avanza en paralelo. Como explica Ian Millhiser en Vox, el Congreso está a punto de forzar algo extremadamente inusual: que el Departamento de Justicia revele información de una investigación penal cerrada, algo que prácticamente nunca ocurre porque contradice pilares elementales del sistema legal estadounidense.
“Publicar nombres sin juicio podría romper la justicia”, advierte Millhiser, resaltando los problemas que conlleva esta nueva revelación.
El país quiere nombres de la lista Epstein, pero eso tiene consecuencias
La inminente publicación de los archivos del Departamento de Justicia rompe una de las reglas más profundas del sistema legal estadounidense: la confidencialidad de la investigación penal cuando no hay juicio.
El Departamento de Justicia casi nunca publica material de investigaciones cerradas. Lo evita, entre otras razones, por la garantía constitucional del debido proceso, que impide que se manche la reputación de personas sin cargos formales.
Los documentos de Epstein incluyen desde nombres de posibles cómplices hasta menciones accidentales de personas inocentes. Si esos archivos salen a la luz tal como están, quienes nunca fueron acusados, y quizás nunca debieron estar en el radar del FBI, podrían cargar para siempre con la sospecha de un delito que jamás se probará.
Así, publicar estos archivos significaría exponer a cientos de individuos, algunos víctimas, otros inocentes, otros apenas mencionados por accidente, a un escrutinio irreversible.
“Alguien que aparece en una investigación sin llegar a juicio, no tiene forma de limpiar su nombre. Podría cargar con una sospecha injustificada para siempre”, explica Millhiser.
Si los archivos incluyen detalles que puedan revelar, aunque sea indirectamente, la identidad de víctimas o testigos, el daño sería irreparable: revictimización, exposición pública, presiones y riesgos personales.
Millhiser recuerda que por eso un juez federal ya bloqueó la difusión de material del gran jurado justamente porque “podría exponer o ayudar a identificar a víctimas” y exponerlas a una revictimización.
La historia reciente demuestra también que la filtración o publicación de información incompleta ha desencadenado episodios de violencia y conspiraciones masivas. El caso “Pizzagate”, que nació de correos sacados de contexto y terminó con un hombre armado en un restaurante, lo demuestra. Y el caso Epstein, con su mezcla de élite, poder y abuso, es combustible perfecto para narrativas conspirativas.
A eso se suma otro problema. Si se obliga al Departamento de Justicia a hacer pública información confidencial en este caso, será más difícil resistir presiones futuras para hacer lo mismo en casos con tintes políticos.
Durante la confirmación de la jueza de la Corte Suprema, Ketanji Brown Jackson, varios senadores intentaron forzar la revelación de expedientes confidenciales para afectar su candidatura. No lo lograron porque la tradición de no divulgar ese material seguía firme.
También hay que destacar que en 2008, errores del Departamento de Justicia tumbaron la carrera de Ted Stevens y en 2016, las insinuaciones del FBI sobre los correos de Hillary Clinton cambiaron una elección presidencial.
Hacer pública una investigación cerrada crea un precedente que puede alterar campañas, destruir reputaciones y convertir al sistema penal en un arma partidista. Por eso, la pregunta ya no es solo quién aparece en los correos de Epstein, sino qué precio está dispuesto a pagar Estados Unidos para descubrirlo. Y ese debate inevitablemente arrastra al presidente Trump.
“La cuestión ahora es si se debe obligar a las víctimas de Epstein a revivir los peores momentos de sus vidas, poner en peligro a los testigos y difamar a personas que bien podrían no haber cometido ningún delito. Si el Departamento de Justicia, y la sociedad en general, tuviera que asumir esos costos para lograr una condena contra alguien tan repugnante como Jeffrey Epstein, entonces estaría justificado hacerlo. Pero, a falta de un caso tan contundente para su divulgación, las normas de confidencialidad del Departamento de Justicia existen por muy buenas razones”, concluye Millhiser.
Todos los ojos sobre Trump
El analista Aaron Blake advierte en CNN que, aunque los nuevos correos de Epstein no contienen pruebas contundentes de delitos por parte del presidente Trump, la revelación de detalles incómodos podría dañarlo políticamente.
Epstein incluso pareció sorprenderse de que el nombre de Trump no hubiera sido vinculado públicamente a ciertas acusaciones, según correos filtrados, y sugirió que este tuvo conocimiento de algunas de las prácticas de Ghislaine Maxwell. Aunque no haya evidencia directa de complicidad, la narrativa que surge es que Trump pudo haber estado más consciente sobre los crímenes de Epstein de lo que ha admitido.
La reacción del presidente Trump ante estas filtraciones ha sido especialmente explosiva y poco convencional. En medio del impulso del Congreso para forzar la publicación completa de los archivos, Trump convocó una reunión de último minuto en la Sala de Situación con legisladores republicanos que apoyaban la divulgación.
También ejerció presión pública para que retiraran su apoyo, lo que llevó a un choque directo con Marjorie Taylor Greene, una de sus aliadas más leales, que defendía que cada nombre debía hacerse público para garantizar justicia y transparencia.
Blake subraya que el verdadero peligro para Trump no proviene solo de los correos, sino de cómo su propia administración ha manejado el tema. Sus decisiones erráticas, entre ellas invertir recursos en proteger los archivos, luego ceder a la presión, alimentan la idea de que no es neutral ni transparente.
Pese a esto, y aunque la pelea con la congresista Greene parezca un quiebre del movimiento trumpista, el profesor Alex Hinton, de la Universidad de Rutgers, considera que nada altera el vínculo esencial de Trump con su base.
Incluso cuando el tema es tan sensible como el abuso sexual, la narrativa termina reorganizándose para devolverle centralidad al líder republicano, que siempre encuentra la manera de reposicionarse como quien controla la historia.
“Entre los seguidores de MAGA, la lealtad a Trump pesa más que cualquier revelación. No van a romper con él por los archivos Epstein”, concluyó.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
El Espectador, comprometido con ofrecer la mejor experiencia a sus lectores, ha forjado una alianza estratégica con The New York Times con el 30 % de descuento.
Este plan ofrece una experiencia informativa completa, combinando el mejor periodismo colombiano con la cobertura internacional de The New York Times. No pierda la oportunidad de acceder a todos estos beneficios y más. ¡Suscríbase aquí al plan superprémium de El Espectador hoy y viva el periodismo desde una perspectiva global!
📧 📬 🌍 Si le interesa recibir un resumen semanal de las noticias y análisis de la sección Internacional de El Espectador, puede ingresar a nuestro portafolio de newsletters, buscar “No es el fin del mundo” e inscribirse a nuestro boletín. Si desea contactar al equipo, puede hacerlo escribiendo a mmedina@elespectador.com