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China y Venezuela: ¿por qué son los puntos de inflexión de Trump en América Latina?

Si bien el republicano, que tomará posesión de su nuevo mandato presidencial el lunes, parece tener como prioridad a Gaza y Ucrania en su agenda de política exterior, el régimen de Nicolás Maduro y la presencia del gigante asiático en la región lo harían poner una mirada pragmática en esta parte del hemisferio.

María José Noriega Ramírez

19 de enero de 2025 - 08:00 a. m.
Donald Trump (centro) con Marco Rubio (izq.) a su derecha durante la Convención Republicana.
Foto: EFE - JUSTIN LANE
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Donald Trump vuelve a la Presidencia de Estados Unidos, y lo hace de la mano de Marco Rubio y de Mauricio Claver-Carone, próximo secretario de Estado y nuevo enviado especial para Latinoamérica, respectivamente, en medio de una realidad compleja para la región. En Venezuela, Nicolás Maduro acaba de tomar posesión de forma ilegítima de un nuevo sexenio y, a la par, se sabe que el 69 % de los más de 302.000 migrantes que cruzaron el tapón del Darién el año pasado fueron venezolanos. Rubio ya ha dicho que Caracas está gobernada por una “narcodictadura”, que Cuba es un “régimen criminal, enemigo de Estados Unidos”, y que “Nicaragua es un centro de migración masiva ilegal”. Claver-Carone, por su parte, criticó en su momento la decisión de Barack Obama de restablecer relaciones con La Habana y, aunque asistió a Argentina para participar de la toma de posesión de Alberto Fernández en 2019, abandonó Buenos Aires antes de la ceremonia de investidura, pues allí estuvieron el ecuatoriano Rafael Correa y el venezolano Jorge Rodríguez.

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Esas dos figuras estadounidenses se asocian con los reparos que hay frente a las tendencias autocráticas en la región y son símbolo, quizá, de lo que algunos denominan el rechazo hacia cualquier forma de gobierno progresista. Es una cuestión ideológica, más que de países en particular, al menos para algunos analistas, quienes apuntan a que esa sería la razón por la cual se podría esperar mayor fluidez en la relación con la Argentina de Javier Milei, sin dejar de lado que el pragmatismo del republicano también sería un factor clave en el manejo de una política exterior basada en la premisa de “Estados Unidos primero”. Si bien ahora es evidente que sus prioridades están puestas en Gaza y Ucrania, en tratar de apagar esos focos bélicos que han golpeado también la política interna estadounidense, hay varias razones por las cuales América Latina estaría en el radar del nuevo presidente.

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Una de ellas es, precisamente, la Venezuela de Maduro. En su primera administración, el énfasis de Trump fue el de las sanciones. Si en 2017 el número de las penalidades individuales fue de 41, dos años después de 49 y antes de terminar su período de otras 25, siendo su estancia en la Casa Blanca el margen de tiempo de mayor crecimiento en este tipo de castigos personalizados, la estrategia de máxima presión despegó en 2019, cuando se impusieron más de 180 sanciones, incluidas las que se instauraron en contra de las industrias del petróleo, el oro, las finanzas, la defensa y la seguridad. Puede que en este segundo gobierno esa estrategia se retome, mucho más después de que el alivio que hizo Joe Biden no llevó a la transición democrática deseada y pensada en los Acuerdos de Barbados, que se suponía iban a dar garantías electorales a la oposición liderada por María Corina Machado y que abrieron el camino para la suspensión temporal de sanciones contra ciertos sectores de la economía venezolana. Ahora bien, hay quienes creen que Trump no cerraría tajantemente un diálogo con el régimen chavista. Para cumplir con su promesa de deportar a los migrantes irregulares, él necesita tener margen de acción. “Venezuela es un problema por su falta de democracia”, menciona el exdiplomático estadounidense Lawrence Gumbiner: “Sin embargo, también puede ayudarle a Trump si decide recibir una gran cantidad de deportados”. Eso explicaría, según el también consultor internacional, por qué el republicano, más allá de reconocer la victoria electoral de Edmundo González Urrutia, hoy en el exilio, no ha sido tan fuerte en sus comentarios contra Maduro o la situación del país vecino.

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En ese sentido no descarta, por ejemplo, que el próximo presidente opte por eliminar las licencias para que Chevron venda petróleo, pero tampoco pasa por alto la posibilidad de que intente negociar con Maduro, en lugar de confrontarlo, más aún si se tiene en cuenta que los ejecutivos de la industria petrolera estadounidense, cuyo apoyo él ha buscado constantemente, han abogado por evitar la vía de las sanciones. El argumento detrás es que eso acercaría a Venezuela con China e Irán, al tiempo de que aumentaría los precios del gas en Estados Unidos. Es decir, no es en sí la migración venezolana la que va a mediar entre ambos líderes y la que va a determinar las relaciones entre Washington y Caracas, sino el impacto directo que eso pueda tener en los asuntos internos de Estados Unidos.

Pero no solo Venezuela sería un factor clave en la relación Trump-América Latina. China también podría serlo. Si para principios de este siglo, en 2000, el mercado de Pekín representaba menos del 2 % de las exportaciones de la región, el comercio empezó a crecer en los últimos años con el gigante asiático. Para 2021 superó un récord de US$450.000 millones, según el gobierno chino, y algunos economistas creen que podría sobrepasar los US$700.000 millones en la siguiente década, de acuerdo con la información recogida por el think tank Consejo de Relaciones Exteriores. China es el principal socio comercial de América del Sur y el segundo más importante para Latinoamérica, después de Estados Unidos. Además, ha firmado acuerdos de libre comercio con Chile, Costa Rica, Ecuador, Nicaragua y Perú. Su estrategia de la Iniciativa de la Franja y la Ruta ha encontrado resonancia en 22 países de América Latina y el Caribe, algo sobre lo cual Colombia ha anunciado planes para unirse. Gumbiner cree que el equipo de Trump tratará de frenar la creciente influencia china en esta parte del hemisferio y menciona, por ejemplo, el interés en renegociar el Tratado Estados Unidos-México-Canadá (USMCA, por su sigla en inglés), con especial énfasis en presionar para que el país liderado por Claudia Sheinbaum “deje de ser un vehículo para el paso de productos chinos”, a la par de que ha amenazado con imponer aranceles del 10 al 60 % a los productos procedentes de Pekín. Rubio dejó claro en su audiencia de confirmación para ocupar el cargo de secretario de Estado que busca “trabajar de manera cooperativa” con los mexicanos para hacerles frente al crimen organizado y el narcotráfico, y sus palabras fueron bien recibidas por la primera mujer en ser presidenta de México. De ahí que el exdiplomático estadounidense se atreva a decir que Latinoamérica desempeñará un rol clave en la política exterior estadounidense, quizá mayor al que tuvo en últimas administraciones.

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