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El futuro de los partidos en Estados Unidos

El bipartidismo tradicional no cambiará, sin embargo, los protagonistas eternos de la vida política del país están alejándose de lo que fueron.

Camilo Gómez Forero
04 de noviembre de 2020 - 05:01 a. m.
Se avecinan cambios para los partidos Demócrata y Republicano. / Getty Images
Se avecinan cambios para los partidos Demócrata y Republicano. / Getty Images
Foto: Getty Images

El Partido Demócrata del futuro será verde y diverso o no será. La Convención Nacional del Partido Demócrata de este año dejó en evidencia que el ala conservadora y moderada de este partido estaba preparada para cometer los mismos errores del pasado en estas elecciones.

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En lugar de expandir y fortalecer su base electoral entre quienes persiguen una agenda liberal y progresista, pero que no los convence el establecimiento del partido, los demócratas optaron por atrapar a los votantes indecisos y desencantados que se encontraban en la otra orilla, en el Partido Republicano.

Y por eso mismo decidieron darles más pantalla durante esa Convención a los discursos de quienes se autodenominan “republicanos moderados” y que abandonaron al presidente Donald Trump, como el exgobernador republicano de Ohio John Kasich, que a sus propias estrellas en ascenso, como la joven representante a la Cámara Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), acusada de ser “una extremista” por parte de los republicanos.

“Eso fue lo que hicieron los demócratas en 2016, cuando dieron un importante espacio para hablar al exalcalde republicano de Nueva York Mike Bloomberg, quien dio un discurso poco inspirado que parecía ser principalmente sobre prepararse para la campaña presidencial que dirigió en 2020”, escribió John Nichols en The Nation.

Y así fue también en esta ocasión. De hecho, Bloomberg repitió su discurso durante más de cinco minutos en agosto. A Ocasio-Cortez solo la dejaron hablar un minuto. Pero quizá fue la última vez que los progresistas hayan quedado marginados. Esta estrategia no se puede repetir en el futuro, así hayan ganado o perdido los demócratas.

“Según casi cualquier métrica discernible, Alexandria Ocasio-Cortez es la estrella en ascenso del Partido Demócrata. Entre los jóvenes estadounidenses, su popularidad es verdaderamente astronómica. El partido estaría mucho mejor servido si le dieran 60 minutos en lugar de 60 segundos para hablar”, dice Alan Minsky, director ejecutivo de Progressive Democrats of America. Es un error a nivel electoral esconder y relegar al progresismo, pero también es preocupante para las minorías, que sienten que nadie defiende sus intereses. “Se requiere un renacimiento de Estados Unidos”, dice la estratega política Wilnelia Rivera, quien considera que los demócratas no han hecho lo suficiente, pero pueden llevar a la próxima generación del cambio al poder.

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“Críticamente, la redistribución del poder no significa el borrado de la blancura ni el centro abierto de un grupo de personas… Para que las puertas del poder se abran de par en par, Nancy Pelosi debe renunciar como oradora y nominar a una mujer de color, como la congresista Barbara Lee o la congresista Pramila Jayapal. Al hacerlo, los demócratas pueden abrir un camino estructural que transfiera permanentemente el poder a los negros y otras personas de color”, recalca Rivera. Pero no solo es la inclusión, sino también la agenda.

Para ganarse el apoyo de los progresistas, los moderados han tenido que hacer concesiones en su discurso: nuevos planes y reformas a la salud, educación, medioambiente y una gran reforma a la justicia. También la lucha contra la supresión de votantes está en juego.

Los progresistas como Ocasio-Cortez expresaron su desencanto con la Convención, pero no transmitieron su enojo porque en estos últimos meses había que transmitir una unidad en el Partido Demócrata. El objetivo de todos, al fin y al cabo, era vencer a Trump. El progresismo cuenta con un gran apoyo de los más jóvenes. Ahora que concluyan las elecciones se avecina una transformación dentro del partido.

Finalmente, “el partido también debe cambiar la formulación de políticas al verdadero corazón de Estados Unidos, donde los votantes indecisos, los votantes de base y la gente común se encuentran en nuestros parques, escuelas, centros para personas mayores, cafeterías, granjas, bodegas y barberías”, dice Rivera.

“Debajo de las urgentes crisis del presente, Estados Unidos se encuentra incómodo entre su pasado y su futuro. Las placas tectónicas que han estado bloqueadas en su lugar durante las últimas tres décadas están destinadas a cambiar abruptamente; se ha acumulado demasiada energía a lo largo de la línea de falla para que el statu quo dure mucho más. Mientras los republicanos se orientan hacia un pasado desaparecido, el Partido Demócrata parece destinado a ser el escenario en el que se debatan los contornos del futuro”, concluye William Galston, experto en gobernanza del Instituto Brookings.

Los republicanos: ¿camino a la moderación o a más extremismo?

Con Trump al timón del barco y la amenaza de un iceberg a la vista, un puñado de congresistas republicanos comenzaron a ponerse sus salvavidas en las últimas semanas de campaña, anticipando un posible hundimiento.

Para los senadores de Arizona, Carolina del Norte y Maine, que se jugaban su escaño el martes, el último tramo de esta carrera ya no se trató sobre pensar en el segundo período del magnate, sino en defender sus posiciones. Ellos, al igual que otros congresistas y gobernadores con carreras disputadas, se negaron a declarar su apoyo a Trump con el objetivo de atraer a los votantes indecisos y descontentos con su gestión. Salvar el Senado era la mejor apuesta del partido para evitar un golpe colosal.

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Incluso Mitch McConnnell, el líder de la mayoría en el Senado y fiel aliado del presidente, temía que el Partido Republicano (GOP) terminara hundido por las decisiones de Trump, por lo que les sugirió a los senadores que estaban defendiendo su escaño que se distanciaran del presidente “de ser necesario”. Al presidente en las últimas dos semanas le fueron aplicando algo que él odia: el distanciamiento social. Mitt Romney, de Utah, dijo que ni siquiera votó por la reelección del magnate.

Esta pequeña ruptura a nivel interno abrió paso a muchas incertidumbres sobre el futuro del partido. Si Trump se mantenía en la Casa Blanca contra los pronósticos, podrían presentarse castigos contra esos congresistas desleales. Ya lo ha hecho antes. Pero la pregunta más grande es cuál sería el nuevo proyecto político del GOP luego de un primer período de Trump. ¿Se parecerá al primero? Según la hoja de ruta que presentó en la Convención Nacional Republicana, sí. Era una copia del mismo plan de 2016. ¿O volverá a ser como antes de la era de las gorras rojas de Make America Great Again? ¿Será más radical?

Todo depende de cuál sea el resultado final en las urnas, lo cual determinaremos con el pasar de los días en todas las carreras que estaban en juego. Una derrota aplastante del GOP, tanto en las presidenciales como en las legislativas, obligaría a los miembros del partido a reevaluar cuál debe ser su estrategia para el futuro, y ese dato solo lo conoceremos en los próximos días. Eso es lo que suele pasar tras una derrota aplastante. Cuando los demócratas perdieron frente a Reagan en toda la década de 1980, tuvieron que reformar su partido en la siguiente década, una reforma que vino de la mano de Bill Clinton. Pero hay factores que indican que ni en este caso ocurriría una transformación.

“El partido no tiene ganas de cambiar. Lo único que hará que el partido quiera cambiar es el miedo total. ¿Eso nunca resulta muy convincente para los votantes”?, le dijo Stuart Stevens, estratega de campañas, a The Guardian. “Incluso si reciben una paliza real en 2020, creo que probablemente se necesitarán dos o tres de esas palizas. Pueden hablar todo lo que quieran sobre la reinvención, pero mientras el proceso de nominación de las primarias siga presentando a estos conservadores, será muy difícil para ellos hacer el cambio”, agrega Thomas Patterson, profesor de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard, también al diario inglés.

Esa cosmovisión que le dio Trump al partido puede quedarse por un buen tiempo. Congresistas jóvenes como Marco Rubio, Tom Cotton y Josh Hawley son solo algunos de los llamados a tomar sus banderas. Todos tienen un discurso muy populista, pues defienden que los trabajadores de clase media han sido “traicionados por las élites”. También está Ted Cruz o la exembajadora de Trump en la ONU Nikky Haley. Incluso Tucker Carlson, uno de los más polémicos presentadores de Fox News y aliado de Trump, está llamado a recoger las banderas del presidente. “Si esos son los líderes que definirán el futuro del Partido Republicano, el partido no merece tener futuro”, escribe Max Boot, columnista de The Washington Post.

Palabras fuertes y desesperanzadoras. De hecho, es cierto: hay trumpismo para rato con o sin él en el gobierno. Muchos de los representantes a la Cámara republicanos trumpistas permanecerán hasta 2022. Pero eso no es lo único que hay en el Partido Republicano. También hay un ala anti-Trump dentro del partido, que llama mucho la atención de los republicanos de vieja data.

Los gobernadores estatales como Charlie Baker, de Massachusetts; Larry Hogan, de Maryland, y Phil Scott, de Vermont, tienen un potencial para convertirse en los aspirantes a la nominación del Partido Demócrata en 2024. Y todos son moderados y dirigen estados tradicionalmente demócratas.

Por eso, comités políticos republicanos como The Lincoln Project los han promovido. Ellos podrían presentar a Trump como “una aberración que jamás debió suceder” y conquistar al votante que se ha ido alejando en estos años. La pandemia influirá en sus discursos, pues ellos se han opuesto al manejo del presidente en la crisis.

El cambio en el Partido Republicano dependerá de cuán grandes se den sus derrotas y en dónde. Y la demografía cumplirá un papel crucial acá. A lo largo de la semana veremos muchos mapas sobre los resultados, y estos nos indicarán si los grupos de electores a los que le apostó el trumpismo (religiosos y veteranos, por ejemplo), se están reduciendo en el mapa, y están creciendo los votos de los jóvenes de la Generación Z, afros, latinos, etc... El cambio demográfico, el crecimiento en los suburbios, la diversidad en las comunidades no augura cosas buenas para los republicanos que se han negado a expandir su base. Y esto ha generado que estados como Texas hayan pasado de ser un sólido bastión republicano a un estado en disputa. La década será clave para la transformación de los partidos, y acá entra juego también el censo nacional que se realizó este año. Hay que ver todos los mapas que nos dejan estas elecciones con lupa.

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