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El imperio del mármol: la cruzada arquitectónica de Trump por un legado de piedra

Mientras levanta un nuevo salón de baile en la Casa Blanca, el presidente también impulsa un “Arc de Trump” y un jardín de monumentos que reescriben la historia a su medida.

Camilo Gómez Forero

22 de octubre de 2025 - 06:08 a. m.
La ampliación de la Casa Blanca, que incluirá un salón de baile de 27.400 metros cuadrados con capacidad para unas 900 personas, se estima tendrá un costo de 200 millones de dólares.
Foto: EFE - JIM LO SCALZO
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George Washington cumplía 85 años muerto cuando la capital estadounidense vio erigido el monumento que lleva su nombre. Algo similar ocurrió con el resto de los mandatarios que han recibido honores en el National Mall: el de Thomas Jefferson se terminó 117 años después de su deceso; el de Abraham Lincoln se levantó 57 años después de su magnicidio. Pero el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no ha ocultado su impaciencia de ver un reconocimiento de este tamaño para él en vida.

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Durante su primer gobierno, Trump ya coqueteó con la idea de ver su rostro inmortalizado en el icónico Monte Rushmore, algo que no podía tomarse en serio, pues violaría la Ley Nacional de Preservación Histórica. Pero ahora, en su segunda administración, el movimiento por dejar su marca ha tomado pasos más serios, y ya no solo se trata de levantar un monumento gigantesco a su nombre: ahora busca dejar su sello en los detalles mínimos de la arquitectura nacional.

Vista general del Monumento a Lincoln desde el Monumento a la Segunda Guerra Mundial al amanecer, en Washington D. C. En esta misma zona, al otro lado del Potomac, el gobierno de Donald Trump planea levantar el llamado Arc de Trump.
Foto: EFE - LUKAS COCH

Arquitectura con el sello Trump

Antes de revisar los proyectos de mayor trascendencia, debemos entender el fondo de la conversación: la situación actual de la arquitectura federal.

En 2025, Donald Trump formalizó su cruzada estética al firmar la orden ejecutiva Making Federal Architecture Beautiful Again (Hacer a la arquitectura hermosa otra vez, en español), la cual establece que los edificios públicos federales deben levantarse preferentemente en un estilo “clásico y tradicional”, siendo este obligatorio en la capital, Washington D. C., salvo excepciones justificadas.

El arquitecto y académico Carlo Ratti, director de la Bienal de Venecia 2025, calificó la medida como “un golpe con el peso de una roca y advirtió que el decreto “no representa el cambio que la arquitectura necesita, sino una mirada hacia atrás disfrazada de renovación”.

Ratti recordó que, bajo la administración Kennedy, las directrices de Daniel Patrick Moynihan “promovían la ausencia de un estilo oficial”, mientras que ahora “la Casa Blanca impone el clasicismo como norma y relega toda desviación a lo ‘excepcional’”, característico de Trump.

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El documento de la orden ejecutiva firmada por Trump define edificios “aplicables” a esta orden como juzgados federales, sedes de agencias, o cualquier edificación pública que cueste más de 50 millones de dólares en 2025.

La norma también exige que la Administración de Servicios Generales (GSA) revise sus procesos internos para priorizar firmas con experiencia en arquitectura clásica, y que cualquier diseño que se aparte de ese estilo —como el brutalismo o el deconstructivismo— debe ser notificado a la Casa Blanca al menos 30 días antes de aprobarse.

La administración de Trump argumenta que esta política busca rescatar la grandeza de los espacios públicos federales: “los edificios deben elevar y embellecer los espacios públicos, inspirar al espíritu humano, ennoblecer a la Nación y exigir respeto del público en general”.

Sin embargo, la reacción del mundo profesional ha sido crítica. Por ejemplo, la American Institute of Architects (AIA) declaró que la orden “limita la libertad creativa” y que la carga burocrática añadida (como la notificación presidencial) puede retrasar proyectos y elevar costos.

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Lo que antes era un proyecto aspiracional se ha convertido en política concreta. No solo se pretende levantar monumentos o jardines, sino redefinir la estética de los edificios federales de EE. UU., dejando una huella visible del estilo que Trump prioriza: mármol, columnas, frontones, referencias clásicas. El legado de piedra ya no es solo simbólico, es estructural.

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Aunque los efectos del nuevo decreto arquitectónico apenas comienzan a sentirse, ya hay proyectos federales que anticipan su impacto. Uno de los primeros es el nuevo juzgado federal en Hartford, Connecticut, cuya construcción arrancará en 2027 y se prevé inaugurar hacia 2030.

Si bien los documentos públicos no confirman que adopte el estilo clásico, el hecho de que el proceso se haya abierto tras la orden ejecutiva implica que deberá ceñirse a ella. Expertos advierten que este viraje podría encarecer las obras debido al uso de materiales tradicionales y técnicas ornamentales costosas, además de generar demoras burocráticas por la obligación de someter los diseños a revisión presidencial.

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Trabajadores de la construcción continúan la demolición de parte del Ala Este de la Casa Blanca para la construcción de un salón de baile en Washington D. C., Estados Unidos.
Foto: EFE - WILL OLIVER

El nuevo salón de baile de la Casa Blanca

Lo anterior era clave entenderlo en el marco de la construcción del nuevo salón de baile en la Casa Blanca, que empezó esta semana. El proyecto, bautizado oficialmente como el “White House Grand Ballroom”, es la obra más ambiciosa dentro de la agenda estética de Trump —por ahora—.

Con un presupuesto que ya supera los 200 millones de dólares, el plan contempla levantar un edificio anexo al ala este de la Casa Blanca, con una capacidad para más de 600 invitados y una cúpula inspirada en el estilo neoclásico de la Rotonda del Capitolio.

Según la Casa Blanca, la obra busca “modernizar las funciones protocolares” y “reflejar la grandeza de la nación”. Además, dice que se hacía “necesario” porque el Ejecutivo no contaba con un espacio de este tipo.

Pero detrás del discurso oficial, analistas y críticos ven un movimiento simbólico: un intento de expandir físicamente el poder presidencial, transformando la residencia en una suerte de palacio.

Para la crítica Françoise Fromonot, citada por Le Monde, “Trump encarna la grandeza de Washington con la vulgaridad de Las Vegas”. Su gusto por el oro y el cristal —que reconfiguró hasta el Despacho Oval— es, en palabras de Regnier, “la fusión perfecta entre el neoclasicismo institucional y el exceso del espectáculo”.

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El proyecto será financiado, según Trump, con aportes de “donantes patrióticos”, aunque el gobierno no ha revelado la lista completa de contribuyentes.

Mientras los turistas han visto canceladas las visitas a la Casa Blanca, excavadoras y grúas avanzan sobre una zona que, por décadas, se había mantenido intacta. En la práctica, el nuevo salón de baile es el primer monumento del trumpismo construido en el corazón mismo del poder estadounidense.

Un “Arc de Trump”

Luego tenemos el proyecto más polémico del nuevo urbanismo presidencial: el “Arco del Tríunfo de la Libertad” — que hace un juego de palabras con el apellido del presidente —, apodado por la prensa como el “Arc de Trump”.

El monumento, planeado para erigirse frente al Lincoln Memorial y que fue descubierto por el público la semana pasada, pretende rendir homenaje a los “héroes de la historia estadounidense moderna”.

La estructura, inspirada en el Arco de Triunfo de París, pero de proporciones aún mayores, incluirá una bóveda central de 50 metros de altura revestida en mármol blanco y coronada por un águila de bronce de casi diez toneladas.

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Según el Departamento del Interior, el arco busca “celebrar la victoria de la libertad sobre el caos” y marcar “una nueva era de patriotismo arquitectónico”. Sin embargo, críticos lo interpretan como una apropiación simbólica del paisaje monumental de Washington D. C., donde el eje entre el Lincoln Memorial y el Capitolio representa el equilibrio de poder y memoria nacional.

El diseño, filtrado desde el Despacho Oval en septiembre, prevé una estructura visible desde casi toda la ribera del Potomac. En palabras del columnista Michael Schaffer, de Politico, “sería el símbolo más visible de su esfuerzo por transformar Washington en una capital brillante, aun cuando la economía local se tambalea”. Cabe destacar que la idea surgió en medio del cierre de gobierno que tiene miles de puestos paralizados.

Organizaciones de preservación han advertido que la construcción alteraría la perspectiva histórica del National Mall, un sitio protegido. Aun así, Trump insiste en que el proyecto “será tan icónico como el propio Lincoln Memorial”.

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El Arc de Trump —aún en fase de diseño— podría convertirse en el símbolo más visible de su esfuerzo por reordenar la narrativa monumental del país a su imagen y semejanza, pero de entrada se ve enfrascado por múltiples polémicas.

Al igual que la incertidumbre por la financiación de este, se encuentran los posibles conflictos de interés. El arquitecto a cargo de esta idea sería Nicolas Leo Charbonneau, de Harrison Design, una firma que ha trabajado para desarrollos de lujo y para varias propiedades de la familia Trump, incluido Mar-a-Lago. Según The Washington Post, Charbonneau habría recibido una “recomendación directa” del círculo cercano del presidente, lo que despertó críticas sobre la falta de licitación pública.

El gobierno asegura que la obra será costeada con aportes privados y que se busca “un símbolo de unidad nacional”, pero fuentes del Departamento del Interior reconocen que el presupuesto podría superar los 600 millones de dólares.

“¿Por qué los megalómanos siempre construyen monumentos gigantes? No se le ponen llantas a un alquiler ni armarios a medida a un Airbnb, y mucho menos se construye un Despacho Oval bañado en oro, un jet de mil millones de dólares, un gran salón de baile y ahora un ‘Arco de Trump’ si de verdad se planea irse en tres años", escribió el representante demócrata Jonathan L. Jackson.

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Un jardín de monumentos

El “National Garden of American Heroes” (Jardín Nacional de Héroes estadounidenses, en español) fue uno de los proyectos más extravagantes de Trump durante su primer mandato, anunciado en 2020 como un vasto parque de estatuas dedicadas a “los más grandes estadounidenses de la historia”. Aunque la idea se archivó tras su salida del poder, su retorno a la Casa Blanca le permitió resucitarla con nuevas ambiciones.

En mayo de 2025, el Departamento del Interior confirmó que el jardín se construirá finalmente en Huntsville, Alabama, en un terreno federal de 400 hectáreas que alguna vez perteneció a la NASA. El plan prevé más de 400 esculturas distribuidas en senderos temáticos: “Fundadores”, “Pioneros”, “Innovadores” y “Defensores de la Libertad”.

La lista, cuidadosamente seleccionada por un comité presidencial, incluye desde George Washington y Harriet Tubman hasta Elvis Presley y Ronald Reagan, pero también nuevas figuras añadidas por la actual administración, entre ellas Rush Limbaugh, Antonin Scalia y Kobe Bryant.

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