Ni la salida, ni el derrocamiento, ni la muerte de Nicolás Maduro resolverían la crisis venezolana. El país hermano no solo ha vivido un proceso de deterioro democrático, sino el desmonte del Estado y el trastorno de sus relaciones sociales.
Los líderes opositores han centrado su discurso en la necesidad imperiosa de salir de Nicolás Maduro y el grupo gobernante, argumentando que la crisis humanitaria hace inviable el sostenimiento del régimen chavista y que su salida dará lugar a la reconstrucción del país. Algunos vaticinan que no llegará al final del año.
Y es comprensible, los líderes políticos opositores le hablan a un pueblo desesperado en medio del apocalipsis chavista, también le hablan a una comunidad internacional que hasta hace muy poco guardó silencio ante lo que ocurría en Venezuela. Fijar la salida de Nicolás Maduro como el objetivo central de su discurso es válido e incluso necesario, pues aún existen simpatizantes o cómplices de la primera dictadura latinoamericana del siglo XXI.
Pero Nicolás Maduro no es el único causante de la crisis humanitaria que vive Venezuela; por el contrario, la crisis es el resultado de casi 20 años de un discurso que buscó dividir la sociedad entre buenos y malos, entre una élite corrupta y un pueblo oprimido. Una crisis humanitaria causada por la implantación de un modelo político, económico y social creado e impulsado por Hugo Chávez, quien hasta se arrogó el derecho de nombrar a su sucesor. Le recomendamos: El suicidio, uno de los desenlaces más trágicos de la crisis en Venezuela
El daño que le hizo Chávez a Venezuela no se limita únicamente al nombramiento de Maduro. Durante años se fueron desmontando las instituciones y las organizaciones del Estado, pero incluso se alteraron las relaciones entre los ciudadanos y las diferentes instancias de la sociedad civil. La Revolución Bolivariana no solo dañó el Estado y los espacios políticos y económicos del país, sino que dañó a la familia, a los amigos, a la comunidad, a la sociedad y a toda Venezuela.
En pocos lugares en el mundo se ha evidenciado el desastre como en Venezuela. El retroceso material y social del país es difícil de calcular. No solo por la falta de cifras oficiales, cuya ausencia no puede ocultar el deterioro de la calidad de vida del pueblo, sino porque el solo diagnóstico ya es una tarea compleja. A pesar del esfuerzo que hoy hacen diferentes organizaciones de la sociedad civil por documentar lo que sucede, la dimensión real de los problemas es difícilmente calculable, porque el gobierno no solo se niega a hacer pública la información, sino que encubre y miente, sin importarle el riesgo al que expone a sus ciudadanos.
El país hermano no solo perdió logros alcanzados en el siglo pasado en materia política, económica, de salud y educación. El daño tampoco se limita a los malos indicadores que tiene en todas las mediciones como país, convertido quizás en el único Estado del mundo que no se desarrolla, sino que retrocede. El daño impulsado por las políticas implantadas por el chavismo están poniendo en riesgo el futuro de Venezuela, aun después de la salida del chavismo. Las deudas contraídas con potencias no occidentales, la explotación antitécnica e irresponsable de los recursos y la pérdida y pauperización del capital humano comprometen la recuperación del país.
Como si se tratara de una guerra, un desastre natural o la proliferación de una plaga, los ciudadanos venezolanos se han visto obligados a abandonar su país. El deterioro de la calidad de vida, la instrumentalización política de la crisis económica y el uso discrecional de las organizaciones del aparato estatal para proscribir y perseguir, han llevado a millones de ciudadanos a abandonar Venezuela. Ninguna de las dictaduras de derecha o izquierda que vivió Latinoamérica en el siglo XX causó una diáspora como la que vive el hermano país. Ni la Cuba castrista, ni el conflicto colombiano o alguna de las dictaduras del Cono Sur causaron la salida, en menos de dos años, de más de dos millones de personas.
Una diáspora que acumula más del 10 % de la población no solo evidencia el desastre que ha causado el chavismo, sino que intensifica la crisis y dificulta su posible solución. Los millones de venezolanos que hoy están fuera del país no regresarán tan pronto caiga el dictador, un número importante de ellos ya nunca regresará.
Maduro agudizó la crisis, pues por lo menos en los tiempos de Chávez se fingía que el proyecto era democrático, así las elecciones fueran ventajosas. Con Maduro ya no se cuidan las formas y se conoció la cara más oscura del aparato represor chavista: muertes, secuestros, amenazas, torturas, persecuciones... La represión en todas sus formas es lo que caracteriza al grupo gobernante; la violación sistemática de los derechos humanos como instrumento para permanecer en el poder.
Para reconstruir Venezuela será necesaria la salida de Maduro, pero ello no quiere decir que con la salida, el derrocamiento o la muerte de Nicolás Maduro se reconstruya Venezuela. Algunas proyecciones afirman que se necesitan de US$50 mil a US$60 mil millones para iniciar el proceso de reconstrucción, a lo que se suma un promedio mínimo de US$3.000 millones en ayuda anual para empezar a revertir la crisis humanitaria e incluso algunas proyecciones afirman que para la recuperación de la industria petrolera se requeriría por lo menos de seis años a una década con inversiones anuales de aproximadamente US$20 mil millones, algo difícil de obtener en un mundo en el cual el petróleo está perdiendo su protagonismo energético y más con el petróleo pesado y extrapesado, como lo es el venezolano.
Ya hay académicos y políticos venezolanos, y no venezolanos, pensado y estructurando planes para la recuperación de Venezuela, calculando montos y posibles fuentes de financiación, estableciendo tiempos y evaluando posibles resultados. Todo indica que el proceso de recuperación no será fácil ni rápido: revertir el daño del chavismo puede tardar lo mismo que lleva en el poder, casi vente años, o más.
Si el nuevo Gobierno colombiano quiere jugar un papel en la reconstrucción de Venezuela, no puede centrar sus esfuerzos únicamente en el retorno de la democracia al hermano país o en la salida de Maduro; por el contrario, debe empezar a diseñar políticas de largo plazo para la población migrante venezolana, creando instrumentos para cautivar y retener el capital humano calificado y convertir la zona de frontera en el nodo de desarrollo de la reconstrucción venezolana.
Colombia es el país más afectado por la crisis, el que tiene más población migrante venezolana y el único que no se puede desentender del problema. Así las cosas, deberá asumir una función de liderazgo en la región para atender la crisis, pero también es una gran oportunidad. Las nuevas autoridades colombianas deberían centrar sus esfuerzos en las oportunidades de progreso que trae el fenómeno migratorio. Le puede interesar: ¿Para qué alcanza el salario mínimo en Venezuela?
*Investigador del Observatorio de Venezuela U. del Rosario