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Estallar en Argentina: los primeros días de un gobierno despeinado (Crónica)

A falta de pesos, la moneda corriente de la Argentina es el desencanto.

G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador
23 de abril de 2024 - 05:00 p. m.
"Realmente el peso sólo existe nominalmente. La Argentina se regula con el dólar desde hace mucho tiempo. Diría que desde la época de la dictadura todas las grandes transacciones se hacen en dólares, la gente ahorra en dólares, piensa en dólares, tiene dólares", opina un ciudadano.
"Realmente el peso sólo existe nominalmente. La Argentina se regula con el dólar desde hace mucho tiempo. Diría que desde la época de la dictadura todas las grandes transacciones se hacen en dólares, la gente ahorra en dólares, piensa en dólares, tiene dólares", opina un ciudadano.
Foto: Dahian Cifuentes

La secuencia es así: Simón Fisher, un ingeniero experto en explosivos, harto de la catarata de pequeñas injusticias sufridas desde que su vehículo fuera remolcado por una grúa, retira sus ahorros, llena la cajuela de un auto con dinamita, lo estaciona mal, espera que se lo lleven mientras moja una medialuna en un café cortado y sonríe brevemente. Ya en el estacionamiento, la grúa deposita el auto mientras una mujer le dice al empleado del lugar, que está protegido por un vidrio de seguridad: “Vos sos un completo maleducado y esto es completamente fascista, tengo que pagar primero y discutir después, hasta que no pase una tragedia no van a parar ustedes…” y, acto seguido: ¡Boom! El autobomba de Simón hace tronar la ciudad de Buenos Aires.

La paciencia siempre tiene un límite y, en este capítulo de la película Relatos Salvajes (2014), su director (Damián Szifron) logró hilvanar esa desmesurada y latente realidad con elegancia y buen humor: el apartado se llama Bombita. En marzo de 2024 una escena así podría repetirse fácilmente en Argentina, un país convulsionado por una inflación estratosférica, una pobreza creciente que no sólo implica gente durmiendo en la calle y niños y ancianos entrando a restaurantes y confiterías buscando una sobra de cualquier cosa, sino que se eleva a la calidad de una clase media agarrada del cuello con impresionantes incrementos tanto en la canasta familiar como en los servicios básicos y un gobierno que anuncia ajustes delirantes, mientras culpabiliza fantasmas con el trivial eufemismo de una “casta” que, claramente, encarna él mismo. Un gobierno que, al igual que Simón Fisher, sonríe sardónicamente ante el desastre, mientras repite como un mantra aquello que no está lejos de convertirse en el eslogan del nuevo neoliberalismo latinoamericano: Viva la libertad carajo.


La injusticia es una palabra manida. No obstante, en un contexto en el que se sobrevienen injusticias como persistentes aguaceros, no hay otra palabra más aglutinante e incluso explosiva. Hoy, en Argentina, nadie se salva del temporal socioeconómico. Todos permanecen empapados y chorreantes de quejas y reclamos: en sus trabajos, en el transporte público, en las universidades, en los medios de comunicación, en las canchas, en los bares, en sus casas. Nadie dice estar directamente mal, lo que sucede en las consciencias es el cansancio, la indignación, el aguante que flirtea con la rabia y, así, la firme sensación de arrinconamiento. Y es en las entrañas de este insufrible vaho, que rige la cotidianidad, desde donde brota, esquivamente, un concepto capital: angustia. La gente intenta mantener intactas sus esperanzas, a pesar de cada nueva sombra que incrementa la inexorable premonición de oscuridad total. Intactas sus esperanzas, la gente resiste, como lo hacen las frutas maduras al borde de la pudrición.

Lo terrible de la miseria es la inmovilidad en la que te obligan a entrar. Pasan los días y la gente sigue sentada viendo cómo el valor del asado del domingo se triplica. Pasan las semanas con los codos apoyados en mostradores llenos, pero con los bolsillos vacíos. Las cabezas entre las manos, mirando las calles limpias porque cada vez más gente se dedica a recoger la basura y reciclarla para ganarse unos pesos y poder pasar el día. La gente entra al super, a la verdulería, a la carnicería y pregunta los precios y muchos salen sin comprar nada, frustrados, con la mirada rajada. Las ofertas son las consentidas del consumo argentino y los que pueden pagarlas hacen largas filas porque una transacción de 10 dólares conlleva un conteo que puede ir desde los 5 hasta los 100 billetes. El papel se agota, como la tolerancia y, mientras el primero cada día vale menos, la segunda es una olla a presión que no detiene su ciclo de ebullición.


Juan Cruz Komar es defensor del Club Atlético Rosario Central, el actual campeón del fútbol argentino. En una reciente rueda de prensa Juan definió el tema de la escalada de violencia narco que vive Rosario así: “Por ahí en estos últimos años teníamos un elefante dentro de la habitación y sabíamos que el problema estaba, pero se miraba de costado y tuvimos que pasar las situaciones de estas semanas donde trabajadores completamente ajenos a hechos delictivos perdieron su vida. Es un trabajo que requiere que todo el arco político, ciudadano y social esté unido para buscar la solución. No me parece que un show represivo pueda solucionar algo. Tiene que haber un compromiso de todos para desentramar una organización delictiva que tiene tentáculos en un montón de rubros”, una apreciación que llamó la atención de la opinión pública, más que nada por algo que él mismo lamenta: el silencio de los futbolistas —no la ignorancia, recalca— con respecto a la realidad política, social y económica que vive el país.

Los padres de Juan son maestros y él no se olvida de la educación con consciencia y empatía social recibida en casa, con una gran predilección por la obra de Eduardo Galeano. “La política nos atraviesa porque en la sociedad siempre hay cosas para cambiar. La inestabilidad, el miedo, la desconfianza son los factores que generan las crisis, pero no hay que desconocer que esta que estamos atravesando empezó hace tiempo, solo que el nuevo gobierno ha sabido profundizarla de una forma tristemente célebre. Todo lo que pasa hoy es una falacia: les cobran todo a los trabajadores, a la gente humilde y a los ricos no los tocan, solo los favorecen. A los futbolistas, que también somos trabajadores, el tema económico nos toca directamente: casi todos quieren irse, vos los conocés a todos y escuchás en la cancha que se quieren ir a una segunda división de Europa o a un equipo en Bolivia o Perú, porque hay más estabilidad y posibilidad de crecimiento económico, aunque no esté el mismo nivel competitivo, y esto es entendible, todos tenemos familias que mantener…”, dice el seis de Rosario Central en el vestíbulo del hotel que concentra al equipo en Buenos Aires, antes de un partido contra Argentinos Juniors.


Comunicado de la Red Nacional de H.I.J.O.S.

20 de marzo de 2024

Denunciamos el atentado político contra nuestra compañera militante de H.I.J.O.S. cuya identidad preservamos, que fue atacada por dos individuos que la esperaban dentro de su domicilio, luego de forzar la puerta e ingresar ilegalmente. Ella fue atada, golpeada, abusada sexualmente, nuestra hermana sufrió amenazas de muerte de parte de sus captores.

Los atacantes, la amenazaron con armas de fuego y le transmitieron con claridad el mensaje: “No vinimos a robarte, vinimos a matarte. A nosotros nos pagan por esto”.

Este atentado contra su vida es un ataque político, motivado por su militancia en Derechos Humanos y feminista. Nada de valor económico fue robado, solo se llevaron carpetas con información de nuestra agrupación H.I.J.O.S.

Los autores materiales del hecho pintaron en la pared la sigla “VLLC”: (Viva la libertad carajo).

Estos hechos tienen un claro correlato con las acciones y discursos de odio que las máximas autoridades del país expresan cotidianamente e incita a la violencia contra quienes militamos por los Derechos Humanos. Desde la Red Nacional de H.I.J.O.S. exigimos el inmediato esclarecimiento del hecho por parte del poder judicial y hacemos responsable al gobierno nacional de los hechos ocurridos.

A días de cumplirse un nuevo aniversario del golpe de Estado, afirmamos que nuestro pueblo dijo: Nunca Más, Memoria, Verdad y Justicia, siempre.

CONTACTOS DE PRENSA: 3425 34-1908


Conversación con Horacio Bonano, hombre corpulento, de voz ronca y brazos tatuados. Tiene 46 años y es dueño de una oficina financiera ubicada en el microcentro porteño. Este tipo de negocios son conocidos popularmente como “cuevas”.

—Buenos Aires era muy bella.

—¿Por qué era?

—Porque antes no se le notaba la pobreza. Ya no hay cómo esconderla. Se escapa por todos lados.

—Usted trabaja con turismo.

—Trabajo con la sociedad en general. Compro y vendo valores a quien lo necesite y hago operaciones financieras de forma indistinta.

—¿Qué pasa con el peso argentino?

—Lo quieren hacer desaparecer, quieren dolarizar. Realmente el peso solo existe nominalmente. La Argentina se regula con el dólar desde hace mucho tiempo. Diría que desde la época de la dictadura todas las grandes transacciones se hacen en dólares, la gente ahorra en dólares, piensa en dólares, tiene dólares.

—¿Usted se beneficia de la crisis económica actual?

—Y, la devaluación es un negocio, ¿qué querés que te diga?

—¿Cómo le ha tocado la crisis?

—Mirá, las crisis se ven cuando las costureras tienen mucho trabajo: la gente en lugar de comprar ropa nueva sale a arreglar lo que tiene. Es así. Mi mujer tiene un local de ropa en Villa Crespo y las ventas están por el suelo y cada nada le preguntan si arregla ropa o puede recomendar a alguien que lo haga bien y a buen precio.

—¿La Argentina se hunde?

—Y bueno, por ahora estamos todos embarrados.


A falta de pesos, la moneda corriente de la Argentina es el desencanto. La caída en el abismo de lo intraducible tiene al país (famoso mundialmente por su idiosincrasia nerviosa) al borde de un síncope social. Cada individuo, sin importar su clase social, tiene su propia versión de lo que pasa. Ahora bien: ¿será posible llegar a un acuerdo a propósito del contexto adyacente si todos lo ven de formas tan diferentes?

En un punto de la discusión sobre la crisis, en un kiosco de diarios y revistas de Recoleta, ninguno de los cinco disertantes puede desarrollar su argumentación sin intentar devorar las de los demás. Los cinco viejos de la esquina de Las Heras y Azcuénaga se rebelan contra lo que no están de acuerdo. Los tonos elevados de sus voces son un acto de defensa para no cargar con esa sombría sensación de estar siempre en falta con la realidad. Hablan y fuman y toman mate tardes enteras porque no les queda otra opción distinta a encerrarse en sus departamentos y deprimirse viendo cómo sus respectivas jubilaciones cada vez resuelven menos.

Emiliano Gullo, periodista y escritor porteño, habla de sadismo y crueldad en la actual política argentina. “Cierran Télam (Agencia Nacional de Información) y salen a burlarse de los despidos de su propio gobierno. No es simple falta de empatía, lo que pasa con ellos es que gozan con el dolor y la incertidumbre de la gente”.

Lo que se vive, mañana, tarde y noche, es el nivel más insospechado y creciente de violencia simbólica, discursiva e incluso física por parte de un despeinado gobierno que parece sacado de una distopía: es la noción de irrealidad, la perplejidad ante la degradación y la impotencia por aquello que parece alucinación.


Domingo 24 de marzo de 2024

Buenos Aires está tutelada por un fulgurante sol y una indecible humedad. Cada tanto en esta mañana suena un petardo y los pájaros del barrio de Almagro vuelan caóticamente. Los pasos de miles de personas suenan huecos. Hay que llevar gorra, hidratación y una toalla. Dicen los optimistas. Agregar leche y vinagre añaden los no tan optimistas. Nadie quiere ir al choque, pero, por las dudas está bueno ir preparados. El ambiente, aunque solemne, es de carnaval y cofradía. Es el día de la memoria. Se cumplen 48 años del golpe de Estado cívico-militar. No al terrorismo de Estado. Nunca Más. Son 30.000. Verdad y Justicia. En defensa de la democracia. Contra la impunidad de ayer y hoy. Banderas y carteles por todos lados. A la marcha se van sumando personas provenientes de toda Capital Federal y el conurbano bonaerense. A las 4 de la tarde la Plaza de Mayo alberga unas 400.000 personas. Caras visibles de movimientos populares discursean y son aplaudidas. El choripán es la comida celebratoria. La birra estimula las gargantas. Las estampas de Hebe de Bonafini, Rodolfo Walsh y Evita se menean entre el vigor popular. Nadie quiere violencia. Cero provocaciones. La policía custodia. Vigila como lo hacen los cazadores. Todos saben que un día todo va a estallar.

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Por G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador

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