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Henrique Capriles, el flaco que desempolvó los guantes

A Henrique Capriles pocos le perdonan el no haber peleado con contundencia los resultados de las elecciones de 2013. Ahora que quiere redimirse y volver al “ring” electoral tiene todo en su contra. Si su plan no resulta como espera, podría estar cavando su tumba política y firmando el acta de defunción para Venezuela.

06 de septiembre de 2020 - 02:03 a. m.
Una de las figuras opositoras más importantes, Henrique Capriles, apareció con una propuesta para la crisis de Venezuela y desató el caos entre los críticos de Maduro.
Una de las figuras opositoras más importantes, Henrique Capriles, apareció con una propuesta para la crisis de Venezuela y desató el caos entre los críticos de Maduro.
Foto: AFP - FEDERICO PARRA

Al Henrique Capriles Radonski de 2012 nunca le faltaron los elogios. Las calles colapsaban cuando el Flaco, como le apodaron, se acercaba de visita a hacer campaña. A él le gustaba viajar en moto para así poder llegar a los barrios más humildes. Era un “correcaminos” incansable. Por eso el pueblo le agarró tanto cariño como respeto, aunque esos sentimientos hoy están tan devaluados como la moneda nacional.

Los medios de comunicación, algunos en el interior, pero la mayoría a las afueras, lo bautizaron como “el soltero más codiciado de Venezuela”. Era guapo, de buena familia y un católico encomendado a la Virgen y al “tiempo de Dios”. También era el hombre que prometía quitarle la ‘r’ a “la revolución”. Pero lo que lo hizo distinguirse por encima de todos los que lo antecedieron fue su juventud, su vigorosidad. Había roto, después de un buen tiempo, con un patrón en la oposición al chavismo en el que las figuras eran hombres que bordeaban los 60. Capriles, rozando los 40 y lleno de energía y entusiasmo, se enfrentó ese año a un convaleciente, pero no por ello menos poderoso, Hugo Chávez Frías.

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Chávez nunca tomó en serio a Capriles. Para el Comandante, el joven político de Miranda no estaba a la altura de debatir con él. “Me daría mucha vergüenza (debatir con Capriles). Eso sería como poner a boxear a Cassius Clay con Diosdado (Cabello), que fue boxeador en una época. Ahí no hay nada que debatir, es la nada”, dijo Chávez. Para mediados de junio de 2012 ya no se sabía si Venezuela estaba en medio de unas elecciones presidenciales o en la antesala de una auténtica pelea en el ring.

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“Los insultos y las descalificaciones de (Chávez) son el recurso del típico boxeador agotado, grandote, peso pesado, que está viendo a ver de dónde saca un golpe, como sea, para tumbar al contrario, más delgado, ágil y energético”, respondía Capriles, conocido por ser un buen deportista. “Es David contra Goliat”, agregó. Y así lo era, solo que Goliat ganó.

Chávez se impuso el 7 de octubre de 2012 en las urnas por cerca de millón y medio de votos sobre Capriles, quien, de nuevo confiando en “el tiempo de Dios”, reconoció la derrota. En las filas de la opositora Mesa de la Unidad Democrática que acompañaba a el Flaco había tristeza, desconsuelo. El país se alistaba para enfrentar dos décadas de chavismo. Nadie se imaginaba que en esa pelea iba a haber un segundo asalto.

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El comandante Chávez murió a los cinco meses de su victoria y no pudo culminar, casi que ni empezar, su nuevo período presidencial. Venezuela entró de inmediato en una crisis política de la que, siete años después, no ha podido escapar. Se volvieron a convocar elecciones para abril de 2013. Capriles tenía su revancha, pero lo más importante para él era que del otro lado del ring estaba un chofer de autobús que aunque con habilidad para lanzar golpes, el mismo que años más tarde recibiría de la mano de la Asamblea Nacional Constituyente el cinturón de peso pluma del Consejo Mundial de Boxeo, no tenía experiencia en la política. La esperanza para los antichavistas se encendió de nuevo.

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Fue una campaña relámpago centrada en la imagen de Chávez y, de nuevo, con los guantes de pelea como protagonistas. “Nicolás no le llega ni al tobillo al presidente Chávez. Me medí con Cassius Clay. Si me pones otro boxeador, ya es otro juego”, lanzaba Capriles. Prefería decirle Nicolás y no Maduro para desnudar su inexperiencia. Maduro, entretanto, quiso dejar los guantes de lado y volverlo todo una batalla de rap. “Burguesito, burguesito, te vamos a dar una pelita, una pelita”, cantaba el candidato oficialista. A Capriles lo criticaban por provenir de una familia adinerada.

En medio de toda esa teatralidad, los eventos de Capriles se desbordaban, mientras que Maduro lucía estancado, y lo estaba, ciertamente. “Yo era chavista, pero no soy madurista”, se escuchaba en las calles venezolanas. La oposición llegó con confianza a las urnas. Veía el cambio tras más de 15 años. Sin embargo, aunque todos pensaron que Maduro parecía noqueado en el piso, fue él quien venció. El 1,5 % de margen le dio la victoria. Las denuncias de fraude comenzaron a brotar inmediatamente. Hubo violencia en el país. Capriles no reconoció los resultados, los impugnó, pero no sirvió de nada. El Flaco se quitó los guantes y dejó de pelear, dicen sus seguidores y electores. Muchos nunca se lo perdonaron.

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“Lamenté haberle dicho a mi madre: ‘tranquila, él sabe qué hacer’. Y de allí en adelante lamenté haber tratado de tranquilizar a alguien, alguna vez en mi vida, diciéndole que Henrique Capriles sabía qué hacer. Que era un estadista. Que él sabría responder. Que él triunfaría. Que él se impondría”, escribió el periodista venezolano Orlando Avendaño en Infobae hace unos años.

Henrique Capriles, en un momento campeón del pueblo, fue quedando marginado del cuadrilátero. El hombre que soñaba con ser un nuevo Lula perdía los elogios que en algún momento tuvo. Sus movimientos se hicieron lentos. Trataba de levantarse de nuevo y pelear, pero ya no era lo mismo. Sus seguidores le perdieron confianza. Pasaron los años y otros boxeadores, más jóvenes que él, saltaron al ring para enfrentar a Maduro, pero tampoco han tenido buenos resultados. El “hijo político de Chávez” se hacía más imbatible a medida que se apropiaba con mayor descaro de las reglas. Hoy, con las normas y el árbitro de su lado, es difícil causarle daño en el ring electoral.

No se sabe si Capriles desconoce que con esas reglas actuales, con Maduro teniendo en la bolsa al Consejo Nacional Electoral, esta es una pelea injusta, o si simplemente se tiene mucha confianza. Sea cual sea su razón, el Flaco ha decidido desempolvar los guantes para subirse de nuevo al cuadrilátero. Quiere volver a pelear contra el chavismo en las urnas, aunque ahora todo sea diferente. Capriles ya no cuenta con el inmenso apoyo de hace siete años. Su imagen está deteriorada. Y, además, ya no tiene un rival al frente, sino uno en cada esquina.

Esta semana Capriles reapareció en escena para ofrecerle una tercera opción a Venezuela. Las otras que estaban sobre la mesa son las de Juan Guaidó y María Corina Machado. El primero necesita para su plan a todos los gobiernos extranjeros que lo reconocen, sobre todo el apoyo de Estados Unidos. La segunda no quiere pactos con el chavismo, sino una salida que implica más el uso de la fuerza. En lo único en lo que coinciden es que no pueden ir a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre convocadas por Maduro, porque ir sería legitimar su gobierno y no hay garantías para que sea una pelea justa. El Flaco confía en que puede vencer.

Pero antes de medirse con Maduro, Capriles se puso a pelear con las otras dos orillas, fracturando más la ya dividida oposición. Nunca, en los últimos ocho años, Henrique Capriles, o la oposición, ha dejado de ver el cambio en Venezuela como una pelea de boxeo. Todos reparten golpes sin parar, y todos estos acaban por herir a la misma oposición.

“La pelea es peleando, no tuiteando”, le dijo Capriles al resto de opositores. Para él, “el gobierno de internet” de Guaidó ha fracasado y asegura que ya se le agotó el tiempo para cumplir con la tarea que hace ya más de una año y medio se le encomendó: sacar a Maduro del poder.

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“Coincido con Capriles con que el gobierno interino no era para gobernar, era para generar una fractura en el marco de una estrategia que diseñaron e impusieron ellos (la oposición). Ya fracasó, lo que hay que hacer es volver a la política, y esto es poner al pueblo en el centro. Claro, este es un hecho electoral cuestionado, que al día de hoy están haciendo cambios de residencia sin que la gente se entere, por lo que hay desconfianza”, señala Sergio Sánchez, de la Dirección Nacional del Movimiento Por la Democracia (MPD).

Los comentarios incendiarios solo han alimentado la división, y así, sin unidad, es difícil que la oposición pueda atestar un golpe.

“Lamentablemente todas (las visiones) coinciden en el deseo de imponer sus razones a los otros sin que puedan convivir diversidades, lo que le hace el juego al madurismo. Además, más grave aún, a ninguna se le ve una estrategia clara para lograr el objetivo de impulsar la transición. Por ejemplo, no dicen cómo van a articular a la gente en un escenario de represión, coronavirus y falta de credibilidad en los líderes opositores”, dice César Batiz, director de El Pitazo.

Capriles se respalda en los indultos que dio el gobierno de Maduro a más de un centenar de presos políticos, y que él negoció por debajo de cuerda, para justificar que hay oportunidad de pactar un proceso justo. Estos indultos fueron bien recibidos, por Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores Europeos; por Michelle Bachelet, alta comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y por el canciller argentino, Felipe Solá. Pero no son suficientes. El CNE todavía no ofrece garantías para unas elecciones libres y transparentes. No hay confianza en el órgano electoral porque sigue siendo el dueño de las direcciones de los partidos. Y, sin embargo, hay quienes coinciden en que la participación de la ciudadanía es la clave, como dice Capriles.

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“Votar o no votar en esta elección sesgada, sin unidad ni estrategia para defender los derechos ciudadanos, es un dilema falso que conduce al mismo vacío. Pero la acción de votar es activa y puede pescar algo inesperado. La abstención pasiva solo pesca un resfriado (…) Es absurdo llevar el debate a un plano simplista de buenos y malos en la oposición. Simplemente hay posiciones divergentes en un país que no logra producir el cambio deseado por el 80 % de la población. Su pecado es no tener reglas comunes para decidir juntos. Pero es un pecado compartido”, asegura Luis Vicente León, analista político venezolano y presidente de la firma Datanálisis.

“Ojalá veamos otros presos políticos en libertad, pero también que se observe el rescate de una unidad con diversidad y estrategia, porque más allá de las diferencias, el objetivo debe ser impulsar la transición democrática, con la participación del ciudadano”, agrega Batiz.

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