La confesión de Fidel Castro sobre el secuestro de Juan Manuel Fangio

El famoso caso es de 1958, pero el documentalista colombiano Guillermo Angulo reveló que el líder cubano admitió el delito ante Gabriel García Márquez y él. Revisión de archivos, libros y fuentes cubanas y argentinas.

Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com
30 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
Fidel Castro recibió como invitado de honor a Juan Manuel Fangio en 1981 y, en privado, le ofreció disculpas por su rapto. / Archivo
Fidel Castro recibió como invitado de honor a Juan Manuel Fangio en 1981 y, en privado, le ofreció disculpas por su rapto. / Archivo

Hablando de secuestro, Fidel Castro les dijo en tono confidencial a Gabriel García Márquez y a Guillermo Angulo en La Habana: “Lo hicimos una sola vez, pero no por dinero sino por publicidad. Batista gobernaba y Juan Manuel Fangio había venido a competir en el Gran Premio de Cuba, que tenía lugar en el Malecón. Lo secuestramos con fines propagandísticos y el gobierno decidió que, de todas maneras, se hacía la carrera. Pero la publicidad mundial fue para nosotros y el secuestro. Terminada la carrera lo regresamos indemne y tuvimos aún más publicidad. Luego Fangio regresó varias veces a Cuba y siempre nos buscaba”. 

El párrafo fue publicado el lunes pasado en El Espectador como parte de un texto escrito por el periodista y documentalista colombiano Guillermo Angulo, "Crónica inédita de una misión clandestina", sobre su hasta ahora desconocido papel mediador para el gobierno de Belisario Betancur durante el secuestro de Álvaro Gómez a manos de guerrilleros del M-19 en 1988. A un periodista independiente cubano con el que habló El Espectador, que aportó datos para este texto y pidió reserva de su nombre, lo que más le llamó la atención no solo fue un relato más del papel del régimen castrista de cabeza en la realidad colombiana, sino la cita atribuida al dictador, porque nunca admitió públicamente el delito e incluso algunos de sus allegados aseguran todavía que Fidel solo supo de ese secuestro hasta cuando estuvo en marcha, que una vez enterado opinó en contra teniendo en cuenta que había un alto riesgo de que Fangio terminara herido o muerto y que el movimiento revolucionario que lideraba desde la Sierra Madre terminara afectado de manera grave a nivel político. 

Por esto el famoso episodio amerita una revisión de las versiones de esa época, tanto a partir de fuentes cubanas como del archivo de El Espectador. La más detallada está en una confesión de primera mano, el libro Operación Fangio, escrito por Arnol Rodríguez Camps, uno de los secuestradores y quien no incluye a Castro en la lista de autores intelectuales y materiales. Él le otorga credibilidad a una veintena de cables que emitió la agencia de noticias United Press Internacional (UPI) desde la capital cubana y publicados en este diario. (Lea otra crónica: La odisea de un jinete colombiano para llegar al Derby de Kentucky).

El primero enviado la noche del domingo 23 de febrero: “Juan Manuel Fangio, argentino campeón mundial de automovilismo, fue secuestrado hoy por cuatro desconocidos… un hombre alto y fornido, vestido con americana de cuero, llegó al Hotel Lincoln, situado en el corazón de La Habana, y le amenazó con una pistola. Mientras le apuntaba por la espalda lo hizo subir en un coche (un Plymouth verde que esperaba frente a la puerta y huyó por la calle Virtudes), en el cual había tres individuos más”. La Policía cubana recibió la orden de no dar noticias sobre el particular y el hotel respondía a todas las llamadas, incluida una de El Espectador, diciendo: “El señor Fangio salió a dar un paseo”.

Antes de la medianoche la UPI confirmó que fueron “revolucionarios cubanos” los responsables del hecho. Citó una llamada anónima en la que una voz masculina anunció: “Hablo a nombre del Movimiento 26 de Julio. Secuestramos a Juan Manuel Fangio a las 8 y 55 de la noche”. La Policía desplegó un operativo para evitar que “el caballero de las pistas” fuera sacado de la ciudad y montó guardia en los 12 hoteles donde se hospedaban los demás corredores extranjeros invitados al Grand Prix.

El lunes 24, en medio de la incertidumbre y el escándalo internacional debido a que Fangio era uno de los personajes más famosos del planeta por conquistar cinco títulos y dos subtítulos mundiales entre 1951 y 1957, la dictadura de Fulgencio Batista ordenó que se realizara la carrera sin el gran campeón, pues pretendía demostrar que en Cuba no pasaba nada y mejorar su imagen, cuestionada tras seis años de régimen con sistemáticos actos de represión, detención y tortura. 

Con la misma intención, el año anterior el mismo Batista le había entregado el trofeo ganador al argentino cuando pasó primero por la meta, pero esta vez mandatarios de todo el mundo criticaban al gobierno, la falta de seguridad en una isla que era el paraíso vacacional de los norteamericanos y el uso del deporte motor como arma política. El general Roberto Fernández, director de deportes, señaló que detrás estaban las “manos criminales” de Fidel Castro y que pronto caería. 

El cónsul de Argentina, Adolfo Gourdi, protestó y exigió la liberación de su compatriota, mientras el “administrador deportivo de Fangio”, Marcelo Giambertone, opinó que estaba seguro de que su amigo sería liberado sano y salvo después del show de intereses. Había llegado una rogativa de la esposa de Fangio, Andrea Berruet, y su hijo Oscar pidiendo que se respetara y garantizara su vida. 

Sin pruebas de supervivencia de él, cada piloto llegó a la grilla de partida en el Malecón habanero escoltado por un agente de la policía secreta. El estadounidense Masten Gregory, que partía tercero, radicó antes una denuncia en la embajada de Estados Unidos y habló a nombre de sus colegas: “Estamos furiosos con esa banda de Castro. Este secuestro es una cosa estúpida”. Al menos cien mil personas abarrotaban las calles del centro histórico y gritaban “¡Viva Fangio!”, con la esperanza de que apareciera su ídolo a bordo del Gran Maserati identificado con el número 2, el argentino que hizo famosas las carreras de velocidad y también posicionó a nivel global las marcas Alfa Romeo, Mercedes y Ferrari.

Se largó la prueba sin él y en la sexta vuelta el auto conducido por el isleño Armando García Cifuentes se salió de la vía cerca de la sede de la Embajada de EE. UU. y arrolló una improvisada tribuna. Hubo ocho muertos y 32 heridos (hay video en Youtube). A raíz de eso, el segundo Gran Premio de Cuba tuvo que ser suspendido cuando lideraba el legendario inglés Stirling Moss y lo seguían, entre otros, el ganador de las 500 Millas de Indianápolis, Roy Ruttiman; el estadounidense Phil Hill, estrella de Ferrari y luego campeón de la Fórmula 1; el alemán Von Tripps, el francés Jan Behra, el español Francisco Goddia y el llamado playboy dominicano Porfirio Rubirosa.

Como se creía, pasado el trágico gran premio los rebeldes activaron el operativo de liberación del deportista y al día siguiente la Embajada de Argentina anunció la liberación de Fangio tras 27 horas de cautiverio. Se lo entregaron al embajador de ese país, almirante Raúl Lynch Guevara, quien gracias a que era primo de Ernesto el che Guevara fue contactado en secreto a través de un agregado militar y le pidieron recogerlo en horas de la madrugada en un automóvil en la zona de El Vedado. “Fangio, usted será nuestro invitado de honor cuando triunfe la Revolución”, le dijeron cuando se despidieron quienes el piloto llamó “mis amigos secuestradores”. Sigo basado en las fuentes de UPI, avaladas en su momento por Rodríguez y ahora por la fuente cubana de este diario.

Al día siguiente Fangio se vio tranquilo y de corbata en su habitación del piso ocho del Hotel Lincoln durante una rueda de prensa en la que primero lamentó la tragedia durante la carrera, en “la curva de la muerte”, en la que él había advertido a los organizadores que no permitieran la presencia de espectadores. “Hubiera podido estar en ese choque, así que mis secuestradores me pudieron haber salvado la vida”, dijo. Contó que había charlado “macanudamente” con sus captores, a quienes definió como “gente que tiene ideales y quieren darlos a conocer de cualquier manera”. Les dijo a los rebeldes que si lo que habían hecho era por una buena causa, “entonces estaba de acuerdo”. Agradeció la preocupación de los cubanos y del mundo del automovilismo: “No sabía que la gente me quisiera tanto”. No delató a ningún secuestrador, más bien insistió en que lo respetaron, lo trataron como huésped de hotel en una casa y luego en un apartamento y le ofrecieron disculpas todo el tiempo desde que el pistolero (Manuel Uziel) se lo llevó: “Me trataron como si hubiera estado entre amigos”. Les dio crédito como aficionados bien informados sobre su carrera profesional, les dejó autógrafos y cuando le ofrecieron oír la carrera por radio o verla por televisión les respondió: “No me interesa, porque no voy a competir”. Le restó importancia al riesgo que suponía un posible rescate y que él hubiera quedado en medio del fuego, posibilidad latente porque el régimen buscaba desprestigiar a los revolucionarios. Finalmente, Fangio publicó una nota manuscrita, con su firma, en la que dejó constancia de su “secuestro amable” y un “trato completamente familiar con intenciones cordiales”.

El rapto hizo aún más famoso a Fangio, quien dos días después voló a EE. UU., donde le pagaron mil dólares para ir al famoso programa de televisión de Ed Sullivan antes de seguir hacia Europa. Por entonces ya había sido invitado a Colombia para una prueba de exhibición, aunque hubo que esperar hasta la última semana de noviembre de 1964, cuando el club Los Tortugas lo convenció de presentarse en Bogotá a pesar de que amigos cubanos y argentinos le hicieron advertencias sobre otro posible secuestro, esta vez a manos de la naciente guerrilla colombiana Farc, influenciada por la Revolución Cubana y entonces concentrada en la región de Marquetalia, donde estaba bajo ataque militar del Estado. Fangio corrió en la capital colombiana el céntrico circuito de San Diego y le gustó tanto la ciudad, que volvió dos veces, una de ellas como invitado de honor del Gran Premio Copa Orient de Fórmula 3 en el Autódromo Internacional de la capital colombiana, el domingo 7 de mayo de 1978.

En aquel febrero de 1958, mientras el argentino se iba de Cuba, los insurgentes intensificaban su ofensiva: asaltaron el Banco Nacional para quemar U$16 millones en cheques, la dictadura detuvo a tres hombres armados que iban a secuestrar al campeón mundial de Boxeo de peso liviano, el estadounidense Joe Brown, que se alojaba en el mismo hotel de Fangio, y The New York Times publicaba una entrevista con Fidel Castro en la que hablaba de negociaciones para que Batista dejara el poder, versión que el entonces jefe de Estado negó asegurando que tenía cercados a “los barbudos” y prometiendo que convocaría a elecciones democráticas en julio. Luego de casi siete años en el poder fue derrocado por la avanzada de Castro, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos entre el 31 de diciembre de 1958 y el 1° de enero de 1959.

Ya como presidente Castro invitó a Fangio y en privado se disculpó con él. Siendo presidente honorario de Mercedes Benz Argentina, en septiembre de 1981 Fangio volvió a La Habana para formalizar una venta de camiones al gobierno de Cuba y visitó la casa en la que permaneció secuestrado. En una placa del Hotel Lincoln, calle Virtudes 164, se lee: “En este mismo lugar fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de Julio dirigido por Oscar Lucero, el cinco veces campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio. Ello significó un duro golpe propagandístico contra la tiranía batistiana y un importante estímulo para las fuerzas revolucionarias”. 

Si como viajero por suerte le corresponde la habitación 810 de ese hotel, encontrará otra placa y una decoración que recrea la de 1958, con el mismo escritorio y teléfono que usó Fangio, a quien sus críticos lo señalan por haber sufrido el Síndrome de Estocolmo. En la biografía El otro Fangio el escritor y amigo del piloto Eduardo Gesumaría explica que del incidente surgió una buena relación con sus secuestradores, incluidos Faustino Pérez, quien fue ministro de Comercio e Industria del gobierno de Fidel, y Arnol Rodríguez Camps, citado autor del libro Operación Fangio, el mismo título de la película presentada por el director argentino Alberto Lecchi en 1999. 

Con Rodríguez se escribían cartas y en 1992 se encontraron en Buenos Aires para ir al natal Balcarce de Fangio a celebrar los seis años de un museo en su memoria. “Sus amigos secuestradores” le mandaron un mensaje de felicitación para su cumpleaños 80. En el libro de Gesumaría se cuenta que Manuel Uziel, estudiante que colaboraba con la guerrilla de Castro y quien encañonó a Fangio, fue detenido por la policía de Batista y el propio Fangio llamó al general Fernández Miranda a pedirle que lo perdonaran, pero aún así fue fusilado. Fangio murió el 17 de julio de 1995 a los 84 años y en su sepelio se vieron coronas de flores a nombre de Fidel Castro y del Movimiento 26 de Julio.

El libro de Rodríguez, que se puede leer vía Amazon, termina sin vincular directamente a Fidel Castro en la “retención patriótica”, y precisa que el plan para “apoderarnos de Fangio y sustraerlo de la competencia” se había empezado desde el año anterior con pormenores que incluyeron hasta una cardióloga, teniendo en cuenta que el automovilista sufría del corazón. Justificación final: “Pusimos en ridículo a la tiranía, y en todos los confines del mundo se supo que en Cuba había un pueblo en revolución”.

Última anécdota: cuenta el autor, fallecido en 2011 y sepultado como héroe, que conoció a Gabriel García Márquez en el Hotel Riviera en La Habana, le preguntó dónde estaba cuando ocurrió el secuestro y le dijo que trabajaba como periodista en Caracas, Venezuela. Le atribuye esta respuesta: “Cuando mis amigos y yo vimos los cables con esa información, nos pareció una locura y coincidimos en que era una metedura de pata, pues tal acción le haría daño a la Revolución, que no debía haberse realizado una cosa como esa, cuando todo parecía que en la lucha les estaba yendo bien a los revolucionarios cubanos, cuando la opinión pública estaba de su lado. Después, con las declaraciones de Fangio, nos dimos cuenta de los reales efectos propagandísticos. Esos muchachos del 26 sabían qué se traían entre manos”.

Por Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com

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