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Dentro de las salas de redacción de los periódicos más prestigiosos de Estados Unidos se viene dando una fuerte discusión entre periodistas, editores y columnistas sobre la forma en que debe manejarse la opinión en un momento tan sensible para su país: agobiado por la pandemia del coronavirus y sacudido por las protestas contra la violencia racial.
Hace solo un par de semanas, un grupo de 250 periodistas de The Wall Street Journal, el diario económico más importante de Nueva York, firmó una carta dirigida al editor del diario, Almar Latour, en la que le pedían una “mayor diferenciación entre las noticias y opinión”, citando algunas columnas y opiniones publicadas recientemente en el diario, cuyas “cifras y hechos no podían ser verificados”.
“La ausencia de verificación de datos y transparencia en la sección de Opinión, y su aparente desprecio por la evidencia, socavan la confianza de nuestros lectores y nuestra capacidad de ganar credibilidad con nuestras fuentes”, firmaron los reporteros, citando varios ejemplos, incluyendo un ensayo del vicepresidente Mike Pence, en la que entregaba cifras equivocadas sobre el presente de las infecciones por coronavirus en el país.
Dentro de sus argumentos, los periodistas manifestaron que muchos de los lectores desconocen que las secciones de Opinión y Noticias trabajan y son coordinadas de manera diferenciada en el diario. Además, para evitar malentendidos, sugirieron que se hicieran cambios para que quedara más explícito que una columna hace parte de una sección de opinión, así como propusieron que se excluyeran estas notas de secciones como los “artículos más populares”.
Pero el pasado 24 de julio los reporteros recibieron una fuerte respuesta por parte de sus editores. En una carta dirigida a los lectores, el comité editorial de The Wall Street Journal desestimó los reclamos de sus periodistas y defendió la presencia de estas voces conservadoras en sus páginas de opinión. Asimismo, respondieron que la queja se debía a una “cultura de la cancelación” que, según ellos, ha permeado a todos los grandes medios gringos.
“Era inevitable que la ola de cultura de cancelación progresista llegara al WSJ, como lo ha hecho en casi todas las demás instituciones culturales, comerciales, académicas y periodísticas”, escribió la junta. “Pero no somos The New York Times”, agregaron.
La polémica dentro de la redacción del WSJ llega solo unas semanas después de que se presentara una situación similar en las oficinas de The New York Times. La publicación de una columna de opinión del senador republicano Tom Cotton, en la que hacía un llamado a intervenir las protestas contra el racismo con tropas federales, provocó la ira de cientos de sus lectores y la molestia dentro de periodistas del periódico, en especial de los afroamericanos.
Cientos de empleados del Times organizaron una protesta en las redes sociales en la que dijeron que la columna ponía a los periodistas negros en peligro. La campaña #BlackLivesMatter y las protestas sociales que sucedieron a la muerte de George Floyd han revelado la molestia de cientos de periodistas estadounidenses, en especial de los afroamericanos, que denuncian que la “objetividad” en las salas de redacción, lideradas en su mayoría por hombres blancos, es un concepto en el que ellos no tienen voz.
No hace poco, a la reportera Alexis Johnson, del Pittsburgh Post-Gazette, sus editores le dijeron que no podía seguir cubriendo las protestas por una supuesta “falta de objetividad”. La reportera había puesto un tuit cuestionando el cubrimiento de las manifestaciones por parte de los medios y la respuesta de sus jefes fue removerla del cargo. Su salida provocó el rechazo de gran parte del gremio de periodistas en Pittsburgh y otras partes de Estados Unidos.
Pero volviendo al caso del Times y de James Bennet, el jefe de Opinión del diario, justificó la publicación argumentando que en las páginas del periódico se les había dado igual o mayor espacio a opiniones que apoyaban las protestas y los cambios sociales y que, por ello, debían contar con “otras voces” y equilibrar el debate.
“La sección de Opinión del Times debe mostrarles a nuestros lectores contraargumentos, particularmente aquellos hechos por personas en condiciones de ejercer la política”, dijo Bennet.
Pero de nada sirvieron sus explicaciones. Los críticos del Times manifestaron que el periódico, en su afán por complacer a algunos sectores conservadores, alejados del medio por la coyuntura Trump, en un intento de producir una cobertura equilibrada habrían sacrificado su integridad periodística.
La reacción de un importante grupo de lectores fue similar. En solo dos semanas el diario vivió una cancelación masiva de suscripciones. La presión fue tan fuerte, que The New York Times, reacio en un principio a tomar decisiones drásticas, optó por despedir al jefe de Opinión y hacer un duro mea culpa para calmar a su público. El periódico llega al extremo de decir que el tono de la columna fue innecesariamente duro.
“La salida de Bennet de una de las posiciones más poderosas del periodismo estadounidense se produce cuando cientos de miles de personas han marchado en protesta por el racismo en las fuerzas del orden. El movimiento se ha extendido a las salas de redacción, donde periodistas y otros empleados han desafiado al establecimiento”, explicó el periódico para explicar el paso al costado del periodista.
No obstante, la salida de Bennet molestó a otro sector del periódico, más cercano a la posición del jefe de opinión de dar voz a todos los sectores. A un mes de la salida del jefe de Opinión, The New York Times sufrió la baja de otra de sus editoras: Bari Weiss, quien había llegado hace tres años de la mano de Bennet tras una larga carrera en The Wall Street Journal. Con Bennet y Weiss, el Times buscaba ampliar el espectro de opiniones en sus páginas, particularmente críticas con el gobierno del presidente Donald Trump.
“Twitter se haya convertido en el editor definitivo” del Times, dijo Weiss en su carta de renuncia, en la que manifiesta marcharse frustrada porque la tarea de diversificar voces fue imposible de realizar en el diario.
“Las historias son elegidas y contadas de una manera que satisface a la más estrecha de las audiencias, en lugar de permitir a un público curioso leer sobre el mundo y luego sacar sus propias conclusiones. (…). Y así la autocensura se ha convertido en la norma”, agregó.
¿Qué hacer con las columnas?
Y es que parte de estas tensiones dentro de las salas de redacción tienen su origen en la migración de los contenidos que antes circulaban en el papel al plano digital, de acuerdo con expertos de la Universidad de Columbia. En la web, los artículos de opinión circulan de la misma forma que las noticias, algo que les dificulta a los lectores el diferenciar entre las columnas y las notas que aspiran a la “imparcialidad”.
De hecho, un estudio realizado por la firma Pew Research Center sobre el tema encontró que solo 2 de cada 10 lectores estadounidenses promedio (que consumen noticias de forma esporádica) son capaces de diferenciar una columna de opinión a un artículo noticioso. Más preocupante aún fue el hallazgo de que solo el 36 % de quienes se consideran consumidores frecuentes de noticias logran hacer esa misma diferenciación.
El debate entre el rol de la opinión en el periodismo no es algo nuevo ni algo que haya nacido con la administración Trump. Sin embargo, la polarización que vive hoy el país, sumada a un momento en el que las audiencias son más sesgadas frente a lo que quieren leer y en el que los medios de comunicación dependen, como The New York Times, de sus suscriptores; editores y académicos del periodismo estadounidense concuerdan en que hay que repensar el modelo.
“Los periodistas de todo Estados Unidos exhortan a sus jefes, a menudo públicamente, a reimaginar el papel del periodismo, especialmente en lo que respecta a la cobertura racial y de la pandemia”, explica Jon Allsop, periodista de la revista Columbia Journalism Review. “Es un momento, en otras palabras, para interrogarnos todo lo que hacemos. Sobre todo lo que entendemos como ampliar el debate”, afirmó por su parte James Bennet, ex jefe de Opinión del Times en una reflexión tras su despido.
La discusión entre opiniones y noticias, por ahora, está lejos de acabarse en Estados Unidos. Periodistas de varios medios estadounidenses, como el Philadelphia Inquirer y el Pittsburgh Post-Gazette le han pedido a sus editores y comités directivos de tomar una posición frente a las protestas raciales. Al tiempo, miles de críticas le han llovido a The Wall Street Journal por su defensa a las columnas conservadoras, pero también a The New York Times, pues temen que el sucesor de Bennet terminará liderando las páginas de opinión con sesgo.
“Queda la impresión de que algunas opiniones en adelante se van a censurar, y esto no hace más que darles munición a quienes, desde la derecha, menosprecian al diario por estar ideologizado”, opina el periodista Santiago Villa en su espacio de opinión en El Espectador.
Lo cierto es que las dinámicas dentro de las salas de redacción, en un clima político enrarecido, y con periodistas jóvenes, activos políticamente, que chocan con los “vieja guardia”, han puesto de cabeza el modelo de la imparcialidad del que tanto se vanagloriaban los medios gringos en el pasado.