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Tensión entre Trinidad y Tobago y Venezuela: así cambió la vida en el Caribe

La tensión entre Venezuela y Trinidad y Tobago aumenta, afectando a pescadores trinitenses, que temen salir al mar por presencia militar y guardias costeras.

Agencia AFP

30 de octubre de 2025 - 03:20 p. m.
Imagen de referencia. Los pescadores de Trinidad y Tobago se ven perjudicados económicamente por el conflicto con Venezuela en el Caribe.
Foto: EFE - Andrea de Silva
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En el Caribe no solo crece la tensión entre Venezuela y Trinidad y Tobago, sino también el miedo de los pescadores trinitenses de salir al mar por la presencia de las guardias costeras de ambos países en medio del despliegue militar estadounidense en la zona.

La relación entre Venezuela y su vecino anglófono es turbulenta desde hace meses, aún más por la presencia del buque estadounidense USS Gravely en Puerto España durante cuatro días.

Caracas consideró una “provocación” esta maniobra, que se suma a los intentos de Washington de generar un “cambio de régimen” en Venezuela, según Nicolás Maduro.

En Cedros, pueblo ubicado en una península al extremo suroeste de la isla, varios pescadores descansan en sus hamacas en la playa. A media mañana, sus barcos cargados de redes de pesca también están en reposo.

Vestido con un simple pantalón corto, Kendrick Moodee, de 58 años, explica a la AFP que él y sus compañeros son “más cautelosos” porque “la guardia costera venezolana está un poco tensa”.

Tan solo 10 kilómetros separan la península trinitense de Venezuela, cuyas costas se divisan en el horizonte.

Cuando las relaciones entre ambos países eran más estables, los pescadores solían frecuentar el territorio marítimo venezolano en búsqueda de aguas más ricas en peces, una práctica que ahora es poco frecuente.

Varios pescadores cuentan a la AFP que los guardacostas responden con violencia a las embarcaciones que faenan en aguas venezolanas. Se han multiplicado las palizas y las extorsiones de las autoridades de Caracas, denuncia.

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“Cualquier cosa puede pasar”

“Las cosas están empezando a ponerse más difíciles”, comenta Rakesh Ramdass, pescador de 42 años. Admite tener “miedo de salir”, pero lo hace igualmente. “Es todo lo que tenemos para ganar un dólar”, explica este padre de cuatro hijos: “Cuando sales, todo puede pasar”.

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Los guardacostas trinitenses también complican el trabajo de los pescadores en esta zona conocida como ruta de tráfico de drogas, armas y personas, especialmente de migrantes venezolanos. Los criminales se suman a la amenaza.

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Tras el primer ataque estadounidense a una de las presuntas “narcolanchas” en el Caribe, en septiembre, la primera ministra trinitense, Kamla Persad-Bissessar, afirmó que “el ejército estadounidense debería matar ” a todos los traficantes.

Desde entonces más de 16 bombardeos a embarcaciones en el Caribe y el Pacífico han dejado al menos 62 muertes. Dos trinitenses figuran en el registro, según los familiares de las supuestas víctimas.

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La relación de Trinidad y Tobago con Venezuela

Persad-Bissessar repite su apoyo a Donald Trump con la misma frecuencia con la que critica a Maduro.

Caracas respondió suspendiendo acuerdos gasíferos vigentes desde 2015 y declarando a la gobernante como persona non grata en Venezuela.

Con la tensión entre ambos países “todo el mundo se vuelve sospechoso, incluso los simples pescadores”, señala a la AFP un diplomático del archipiélago.

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“Se encuentran bajo el fuego cruzado de las armadas provenientes de ambos lados” y “la economía se ve afectada”, agregó.

En Icacos, pueblo cerca de Cedros, Alexsi Soomai, de 63 años, asegura que pescadores como él salen al mar con menos regularidad.

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“Antes los barcos salían de noche, 20 o 30 barcos para pescar caballa”, mientras que ahora salen apenas cinco, describe el venezolano radicado desde hace más de 40 años en Trinidad y Tobago.

Icaco es el punto de llegada de muchos venezolanos indocumentados que huyen de la crisis en su país.

A pocos pasos de la playa, un caserío con viviendas hechas de madera alberga a varias familias, entre ellas la de Yacelis García, venezolana perteneciente a la comunidad indígena warao y madre de cinco hijos.

“A veces comíamos, a veces no”, cuenta sobre Venezuela, de donde emigró hace seis años.

Su cuñado Juan Salazar, también indígena, se les unió hace dos años. Varios de sus familiares viven con ellos en una choza modesta de una sola habitación, bajo un calor sofocante.

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Juan afirma vivir “únicamente de la pesca” y no aventurarse lejos de la costa, por “miedo” de que las autoridades venezolanas lo atrapen y lo devuelvan a su país.

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