Luego de semanas de elevar las expectativas, el USS Gerald R. Ford, el portaaviones más avanzado de la flota estadounidense, entró finalmente al Caribe bajo el argumento de “reforzar las operaciones” de Washington contra el narcotráfico. Sin embargo, detrás de ese lenguaje técnico, el despliegue responde a algo más profundo: la última demostración de poder con la que se busca disuadir militarmente a Nicolás Maduro para que deje el Palacio de Miraflores en Venezuela “por las buenas”.
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El portaviones cuenta con todo un engranaje perfecto de inteligencia y precisión para cumplir el objetivo de sacar a Maduro por la vía militar, si Estados Unidos opta finalmente por seguir este camino. Sus F-35C rastrean ágilmente y aseguran los blancos, los F/A-18 son certeros al golpear, también posee misiles Tomahawk desde sus destructores y submarinos para alcanzar objetivos sin aviso, y los EA-18G Growler son determinantes para cegar las defensas enemigas.
“Ninguna herramienta por sí sola lo hace todo. Juntas, permiten a los comandantes combinar (las opciones)... (Sin embargo) la verdadera fortaleza de un portaaviones reside en su resistencia. Puede permanecer al aire durante semanas, mostrar fuerza sin disparar y actuar con rapidez si los mandos consideran que se ha traspasado el límite. Esa paciencia con dientes es la razón por la que un solo grupo de ataque puede cambiar comportamientos lejos de casa”, escribió Harry Kazianis, editor jefe y presidente de National Security Journal.
En Venezuela, las fuerzas chavistas admiten que no durarían “ni dos horas” en un conflicto contra Estados Unidos, según reportó Reuters. Pero Miraflores no es el único centro de poder que sigue de cerca la situación. Mientras pasan las horas y Maduro decide qué hacer frente a la nueva amenaza estadounidense, y en Washington también crece la expectativa sobre una acción militar, toda América Latina recibe el mismo mensaje con el despliegue: aunque se queje, la región no posee defensas frente al músculo militar y económico estadounidense.
“América Latina nunca ha estado preparada para enfrentar una tensión de esta magnitud, y mucho menos para reaccionar de manera coordinada. Históricamente, el continente ha tenido conflictos internos —solo en Colombia hay ocho conflictos diferentes—, pero no grandes disputas internacionales. Por eso, un escenario de confrontación militar, incluso indirecta, toma por sorpresa a una región que no tiene estructuras de defensa colectiva ni protocolos conjuntos de respuesta”, señala Luisa Lozano, directora del programa de Ciencias Políticas y del programa de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Sabana.
La Organización de Estados Americanos, que en teoría debería ser el espacio natural para debatir un despliegue militar en el hemisferio, no ha emitido pronunciamientos sobre la llegada del Gerald Ford ni sobre la tensión que esta genera en la región. En su lugar, el tema ha quedado reducido a declaraciones dispersas de gobiernos que piden “prudencia” o “diálogo”, pero que no representan una posición común.
“La OEA está atrapada en sus propias divisiones políticas y ha perdido legitimidad incluso entre sus miembros. Muchos países ya no creen que un pronunciamiento conjunto pueda realmente disuadir a Estados Unidos de una acción militar”, explicó Lozano.
Hay algo más preocupante: EE. UU. ni siquiera ha ratificado la Convención Americana sobre Derechos Humanos, uno de los pilares del sistema interamericano. “Eso significa que el país que más poder tiene dentro de la OEA no está sujeto a las mismas reglas que el resto, y aun así es quien define los límites del debate regional. No hay esperanza de que nuestro foro de intercambio más grande pueda disuadir esta situación”, dice la experta.
Así, EE. UU. no solo actúa con poder militar sino también al margen de los compromisos jurídicos interamericanos, lo cual refuerza el contraste entre su músculo y la debilidad institucional regional. Y esa parálisis deja un vacío que cada país intenta llenar por su cuenta. Colombia, por ejemplo, anunció que dejará de compartir información de inteligencia con Washington. Otros, como México o Brasil, optan por mantener distancia retórica.
“Esto pone a cada país a tratar de responder la pregunta: ¿qué pasa si EE. UU. decide atacar? ¿Estoy preparado? ¿Quién nos puede entrar a defender cuando se supone que EE. UU. tiene el control de la región? Y cada país maneja la tensión de manera diferente, pues no es la misma que sienten en Lima, con la que viven en Bogotá”, desarrolla Lozano.
Ese tipo de respuestas aisladas terminan debilitando aún más el frente común ante problemas que son esencialmente transnacionales, como el narcotráfico o las tensiones fronterizas. Lozano advierte que el resultado es una región desarticulada y sin escudos diplomáticos en un momento delicado. Lo que está en juego, concluye, es el tablero hemisférico. La llegada del Gerald Ford al Caribe reinstala la noción de que el control político y militar del continente sigue dependiendo de Washington, pese a décadas de retórica sobre autonomía y soberanía regional.
El despliegue del Gerald R. Ford también envía otro mensaje: Estados Unidos no planea retirarse del Caribe pronto. Mantener un portaaviones de esa magnitud cuesta cerca de un millón de dólares diarios, una inversión que solo se justifica si se busca algo más que vigilancia. “Es una forma de recordarle al mundo que el control de esta región sigue en sus manos”, agrega Lozano.
El despliegue, en ese sentido, funciona tanto como advertencia militar contra Maduro como recordatorio simbólico para todos. Estados Unidos retoma un liderazgo que había cedido parcialmente a otros frentes de interés global, como China, y lo hace de la manera más visible posible: con un buque de guerra que concentra toda su capacidad tecnológica frente a una región que no tiene con qué responderle.
Lo que se avecina es una guerra de nervios. Una presión constante en la que Estados Unidos reafirma su control estratégico sobre el Caribe mientras América Latina lidia con su impotencia colectiva. Según la experta, en el escenario actual “no hay oportunidad real de detener esto, salvo que cambie la voluntad de Trump. La región no tiene sistemas de defensa aérea modernos, ni protocolos conjuntos de seguridad, ni foros regionales operativos que sirvan para coordinar una respuesta diplomática o militar”.
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