Donald Trump convirtió la venganza en su sello personal. Demandó a Hillary Clinton por “conspiración” —caso desechado como “venganza política”— y persiguió a Jack Smith, el fiscal que condujo dos de los casos criminales en su contra. Tachó al senador republicano Mitch McConnell de “débil” y a los medios de “enemigos del pueblo”, y hasta William Barr y John Bolton, exaliados, se han convertido en blancos de sus ataques.
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Pero a la vez que arremete contra quien se atreva a enfrentarlo, también premia a quienes bien le han servido. Una política de conveniencia que tiene graves repercusiones a nivel mundial: termina afectando a muchos y beneficiando a pocos. Ese parece ser el caso de Panamá, donde su furia y sus intereses se han entrelazado.
“Tengo tres hipótesis sobre lo que está sucediendo con Trump y el Canal”, afirma Rodrigo Noriega, abogado y politólogo panameño. “Primero, Panamá resuena en los estadounidenses, a quienes todavía se les enseña que el Canal les pertenece. Segundo, hay una guerra comercial con China, quien busca expandir su influencia en el hemisferio. Y, finalmente, su fracaso inmobiliario probablemente avivó su ánimo revanchista en Panamá: uno de los gestos más humillantes para Trump durante su primera presidencia ocurrió cuando un modesto albañil panameño, con martillo y cincel en mano, removió su nombre del edificio, frente a los principales medios del mundo”.
Ana Navarro, reconocida estratega política y comentarista nicaragüense-estadounidense, también mencionó en sus redes sociales que “Trump está amenazando con invadir Panamá porque todavía debe millones de dólares en impuestos al país”.
¿Símbolo del poder o de humillación?
Todo comenzó en 2006, cuando la Organización Trump se asoció con desarrolladores panameños y colombianos para lanzar el Trump Ocean Club en Ciudad de Panamá. La estrategia era simple y de bajo riesgo para Trump: solo debía licenciar su nombre, administrar y promocionar la torre de 70 pisos sin invertir dinero propio. El proyecto incluiría apartamentos, un hotel, oficinas y un casino.
Uno de los personajes clave en la venta de unidades fue Alexandre Ventura Nogueira, un hábil comerciante de autos en Panamá que rápidamente ascendió en la jerarquía del proyecto. Su éxito en la captación de compradores lo llevó a establecer una relación cercana con Ivanka Trump, a quien conoció en una reunión de ventas en 2006. Gracias a sus “contactos” se ufanaba de haber reunido depósitos para más de 100 apartamentos en una semana.
Roger Khafif, socio desarrollador del proyecto, confirmaría esa cercanía en una entrevista para Global Witness, NBC News y Reuters en 2017, y recordó que Ivanka y Ventura Nogueira se reunieron al menos en 10 ocasiones e incluso viajaron a Cartagena para explorar nuevas oportunidades inmobiliarias bajo la marca Trump.
DMG, David Murcia Guzmán
Para la época que se iniciaba el proyecto Trump, David Murcia Guzmán, el controvertido creador de DMG, llevaba un estilo de vida extravagante en Panamá. Vivía en un lujoso apartamento en la Avenida Balboa, poseía tres yates, dos jets privados y al menos 10 autos de alta gama, incluyendo Ferraris, Maseratis y Lamborghinis. Además, llegó a contar con la protección del Servicio de Protección Institucional (SPI), la misma entidad encargada de la seguridad presidencial en Panamá.
Murcia Guzmán se interesó en el Trump Ocean Club y compró varias unidades, no es claro cuántas, a través de Ventura Nogueira, quien más tarde sería identificado como socio internacional de DMG. Sin embargo, el imperio financiero de Murcia se derrumbó en 2009 cuando fue arrestado en Panamá y extraditado a Estados Unidos, donde recibió una sentencia de nueve años por lavado de dinero. Actualmente, cumple una condena de 22 años en Colombia por lavar alrededor de US$2.000 millones.
En su juicio en Estados Unidos, el entonces fiscal del Distrito Sur de Nueva York afirmó que las inversiones en Panamá servían para ocultar el verdadero origen de los fondos.
Ventura Nogueira admitió en el mismo reportaje de NBC y Reuters que Murcia Guzmán le entregó un millón de dólares para invertir en propiedades en Panamá. Ese dinero se usó para pagar depósitos de hasta 10 apartamentos dentro del Trump Ocean Club, además de otras inversiones. Ventura también reveló que había manejado dinero de inversionistas rusos y de políticos, y que participó en esquemas de corrupción para vender visas panameñas.
Pero el escándalo Murcia-Nogueira no fue el único que salpicó el proyecto. En 2017, el periodista Gerardo Reyes reveló que Louis Pargiolas Castaño, un empresario colombo-estadounidense posteriormente condenado por lavado de dinero ligado al narcotráfico, logró involucrarse en el Trump Ocean Club gracias a su relación con los hermanos colombianos Rodrigo y Carlos Alberto Serna, claves desde un inicio para que Trump entrara al proyecto.
Crisis y expulsión
El Trump Ocean Club enfrentó múltiples problemas tras su inauguración en 2011. “Hubo peleas internas porque las unidades habían perdido su valor, se hablaba de una mala administración de la organización Trump, malos manejos de fondos, costos de mantenimiento elevados y falta de transparencia”, dice Rodrigo Noriega.
En 2018, el empresario chipriota Orestes Fintiklis, respaldado por inversionistas influyentes, adquirió suficientes unidades del edificio para tomar el control y expulsar a la Organización Trump. Según los Pandora Papers (2016), utilizó sociedades anónimas para este fin, y entre sus socios estaban el ecuatoriano Thomas Ross y el colombiano Juan Fernando Franco, fundador de Paymentez, una plataforma financiera de pagos y transferencias.
La batalla fue caótica: hubo enfrentamientos físicos, presencia policial y gran atención mediática. Finalmente, el Juzgado Segundo del Circuito Civil de Panamá ordenó la salida del equipo de Trump por malas prácticas financieras. Como acto simbólico, el nombre “Trump” fue removido del edificio en un acto público.
Por supuesto, Trump no se quedó callado. Su equipo legal intentó que el entonces presidente panameño, Juan Carlos Varela, interviniera a su favor. La solicitud fue rápidamente rechazada por considerarse poco ética, y Varela llegó a declarar públicamente que asumía que Trump no estaba al tanto de este tipo de maniobras, destacando la separación de poderes y la independencia judicial en Panamá.
De vuelta al presente
Actualmente, sigue abierta una batalla legal en la Corte Civil del Distrito Sur de Nueva York (caso 18 Civ. 390 (ER)), donde Ithaca Capital Investments y Trump Panama Hotel Management se enfrentan en una demanda que acusa a la Organización Trump de evasión fiscal, problemas con pagos de seguridad social de empleados, entre otros, durante su gestión.
Mientras tanto, Murcia, con sus procesos prescritos en Panamá busca desde la cárcel La Picota reducir su sentencia en Colombia y recuperar sus bienes en Panamá. Sin embargo, el pasado 3 de febrero, el Juzgado Primero Liquidador de Causas Penales en Panamá desestimó una petición presentada por Murcia para la devolución de los bienes decomisados, que siguen bajo la custodia de la Dirección de Bienes Aprehendidos del Ministerio de Economía y Finanzas.
En este intrincado tejido de disputas económicas, judiciales y políticas, Trump sigue ejerciendo presión sobre Panamá. No solo ha realizado declaraciones controvertidas sobre ese país, sino que ha enviado a altos funcionarios a modo de presión. Gracias a estas maniobras, ha logrado varias victorias parciales que favorecen a su gobierno y aliados. Además, el pasado jueves 13 de marzo, NBC News reveló que la Casa Blanca ya ordenó a su ejército “elaborar opciones para ‘aumentar’ la presencia de tropas estadounidenses en Panamá con el objetivo de cumplir la meta del presidente Donald Trump de ‘recuperar’ el Canal de Panamá”.
*En la segunda parte sobre los intereses personales sobre el Canal, lea cómo Louis Sola, comisionado marítimo de EE.UU., con una licitación a dedo y un pago casi simbólico, construye una marina al frente de la entrada del Canal; la cercanía de Trump con el magnate Larry Fink, y el anuncio de compra de dos puertos que estaban bajo control chino.
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