Para disuadir a los turistas que por tomar una inusual fotografía del monte Fuji interrumpen el tráfico o se encaraman en los techos de las casas particulares, un pueblo japonés saltó a la fama mundial tapando con una tela negra el pintoresco paisaje. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
No se trataba, por supuesto, de cubrir la montaña de 3.776 metros sino de bloquear el lugar desde donde se obtiene la codiciada imagen del emblemático volcán ascendiendo, piramidal y majestuoso, desde el techo de una tienda abierta las 24 horas en la localidad de Kawaguchiko.
Una semana después de instalada la tela, nuevas imágenes volvieron a aparecer tomadas a través de agujeros hechos en el textil, en una confirmación de la inutilidad de las medidas oficiales cuando los infractores son extranjeros que se benefician de la actitud indulgente que las autoridades suelen tener frente a los turistas para no perjudicar la imagen del lugar y mantener el flujo de visitantes.
El caso del monte Fuji se suma a un largo catálogo de medidas ingeniosas, ingenuas, y muy a menudo inocuas, con las que autoridades de todo el mundo intentan paliar las consecuencias del turismo masivo.
En inglés lo bautizaron “overtourism” (sobreturismo), y lo definieron como un número excesivo de visitas turísticas que ocasiona “daños al medioambiente local y a los sitios históricos” y provoca “una calidad de vida más pobre para los residentes”.
El flujo excesivo de visitantes genera además grandes ingresos y beneficia sectores específicos de la economía como la hostelería, la restauración y los transportes.
La subida desproporcionada del precio de la vivienda, el transporte público y los alimentos suelen ser otras consecuencias que afectan a los vecinos que no tienen negocios relacionados con el turismo.
Quienes aspiran a atraer turismo masivo a sus tierras, deberían fijarse en casos extremos como Kioto, Venecia o Barcelona, donde muchos residentes se declaran víctimas de las hordas de turistas y se quejan de que ya no pueden sacar a pasear sus perros y están cansados de lidiar con basuras, fiestas a deshoras y buses congestionados.
A principios de este siglo cuando se veía el turismo como la panacea que solo traería beneficios, Japón estableció una “Ley Básica de Promoción de la Nación Turística” y fijó el objetivo de atraer a sus islas 10 millones de turistas anuales en 2010.
En 2023 el total de visitas superó los 25 millones de personas y se prevé que muy pronto se alcancen los 35 millones de turistas que arriban sobre todo a sus zonas urbanas.
Para llamar la atención sobre el fenómeno se habla ya de “zonas de sacrificio” (que sufren para que otros ganen), y se advierte del riesgo de “morir de éxito”.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.