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El ángel de Cloe: la historia de una colombiana combatiendo en Ucrania

Tras la muerte de su hija, Cloe se convirtió en una de las pocas mujeres en el frente en Ucrania. Sexta entrega del especial sobre colombianos combatiendo en Ucrania.

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G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador
06 de enero de 2025 - 01:00 p. m.
Fotografías del archivo personal de Cloe como legionaria en la guerra de Ucrania.
Fotografías del archivo personal de Cloe como legionaria en la guerra de Ucrania.
Foto: Dahian Cifuentes
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De alguna manera, Cloe puede decir que, sin haber muerto, pertenece al club de los 27, pues a esa edad la vida le dio las vueltas que nunca imaginó. De chica, en Garagoa, Boyacá, soñaba con el mundo de las motos. Quería manejarlas, tenerlas, arreglarlas, hacerlas rugir. Su corazón era una especie de motor cuyo único anhelo era el de la velocidad. Y le transmitió esa pasión a su pequeña hija, también Cloe, que murió a sus tempranos cuatro años después de batallar contra un cáncer. Cloe hija era un referente de la lucha que miles de niños libran contra esa enfermedad en Bogotá, y no solo eso, sino también una figura muy reconocida de la cultura motera de la ciudad.

Lea la primera entrega del especial sobre colombianos que combaten en Ucrania aquí: “Una guerra en la que todas las partes pierden”: colombiano que combatió en Ucrania

Lea la segunda entrega del especial aquí: El color de la noche: colombianos combatiendo en Ucrania

Lea la tercera entrega del especial aquí: Los ojos de las estrellas: testimonio de un colombiano que combatió en Ucrania

Lea la cuarta entrega del especial aquí: Un “tiktoker”: testimonio de colombianos combatiendo en Ucrania

Vea la quinta entrega del especial aquí: “Superhumanos”: un centro de rehabilitación en Ucrania

Cuando Cloe hija murió, en enero de 2024, Cloe madre supo que tenía que hacer algo con su vida, si no quería entregársela a un accidente de tránsito o, directamente, al suicidio. Trabajaba como guarda de seguridad y un exjefe suyo, que había renunciado sin explicación alguna, empezó a publicar en TikTok sus andanzas por Ucrania. Con esos videos, Cloe se acordó de otra cosa que le gustaba tanto como las motos: el mundo militar.

Muerta en vida, sin más ánimos que los que podía sacar del fondo de la fosa en la que se había convertido su existencia, Cloe empezó a interactuar con su exjefe, hasta que un día le dijo: “Me quiero ir para allá”. El exjefe le prometió que, aun sabiendo que lo más probable era que no, preguntaría si en la unidad estaban interesados en recibir a una mujer. Al día siguiente ya había una respuesta: ¿y qué experiencia tiene la candidata?

El exjefe le explicó a Cloe que la guerra entre Ucrania y Rusia es con los drones y que un curso certificado en esa materia le serviría mucho para ser tenida en cuenta. En breve Cloe ya estaba tomando un curso certificado de pilotaje de aeronaves no tripuladas que duraba dos meses y, tan decidida a todo como estaba, averiguó el día de la graduación no solo para obligarse a ser la mejor del curso, sino ese mismo día comprar su tiquete con destino a Madrid.

Como la gran mayoría de legionarios internacionales, Cloe entró a Ucrania desde Varsovia y llegó a Ternópil. Tres meses habían pasado desde la muerte de su hija. No iba a ser fácil el entrenamiento, pero ella lo asumió con esfuerzo y valentía. Al fin y al cabo, no tenía nada que perder. Todo salió bien, excepto la prueba de barras. Ni con largas jornadas en el gimnasio ni con instrucción de boxeo podía sacar la fuerza que sus brazos necesitaban para hacer seis barras. El exjefe le dijo que en el momento de la prueba se rompiera el coraje para demostrarle al preceptor que ella sí era apta para la guerra. Aceptada.

Cuarto batallón de la legión. Lo componían 60 personas. Cincuenta y ocho hombres, una mujer transgénero y Cloe. Le habían dicho que la dormida y la comida eran duras, pero Cloe, después de acompañar los últimos meses de vida de su hija, no solo venía habituada a la precariedad de las dietas de hospital sino también a largas jornadas de insomnio. Lo que sí le dio duro fue el asunto de la limpieza. Le daban dos botellas diarias de agua potable y ella solo usaba una para saciar la sed, mientras la otra la usaba, a escondidas, para asearse. Le impactó la suciedad en la que viven los militares, pero no la inexistente infraestructura para alojar mujeres. Era la única y no iban a cambiar nada por ella.

En el batallón conoció a soldados de Colombia, Panamá, Brasil, Australia, Canadá e Italia. La primera misión consistió en ir a cubrir una posición en la ribera del río Oskil, en la frontera nororiental entre Ucrania y Rusia. Comparado con el dinero que ganaba en Colombia como guarda de seguridad, aquí su salario de 20.000 grivnas (600 euros) no estaba nada mal. Sí esperaba un poco más, pero lo que más le entusiasmaba era la experiencia y, naturalmente, dejar bien en alto el nombre de su hija.

Cuando llegó al frente, uno de los más violentos de la guerra, a Cloe no le preocupaba tanto la artillería, sino más bien que no la dejaran sola en medio de esa oscuridad. Iba con su carabina M4 y un compañero colombiano. Los cañones repiqueteaban de lado y lado del río. Llegaron a la posición y todos eran ucranianos. No lograron entenderse, pero las señas hicieron lo suyo. Debían ayudar a cuidar un radio de aproximadamente ocho kilómetros. Su compañero llevaba un mapa que tenía dibujados a mano un río chueco y algunos garabatos que ella interpretó como árboles y montes. Hasta ese momento la supuesta tecnología de la guerra era, para ella, una cosa mitológica.

Lo que más recuerda Cloe de esa noche es la exclamación “¡dron!”, seguida de “¡al suelo!”. Una fórmula que se repitió cientos de veces. También el olor a muerto y una cabeza calcinada puesta sobre lo que había sido una hoguera. El miedo a estar sola en esa oscuridad fue cambiando hasta estacionarse en el pánico a las minas antipersonales. Vio estallar una muy cerca y escuchó los gritos de pavor de la víctima. En la medianoche, las únicas luces posibles eran las estelas de las ráfagas. Varias veces cayó y cada vez era más difícil ponerse en pie tanto por el pesado equipaje, como por el temblor de las piernas

“¡Viva Ucrania!”, gritaba su compañero cuando pasaban por las trincheras amigas. Nadie le respondía. Los tiros se cruzaban a granel entre los quemados bosques como expresiones geométricas, indiferentes y crueles para con los soldados. Una casa campesina mostraba sus cimientos rojos y humeantes. El fuego ya la había consumido. Un soldado pide ayuda. Cloe intenta detenerse, pero su compañero la empuja. A un par de metros, Cloe puede ver los ojos torcidos del soldado, de los cuales salen, como lágrimas, hilos de sangre negra. Alrededor camionetas incineradas, rígidas y frías, bajo el estremecimiento de las estrellas, el mismo estremecimiento que experimentaba Cloe.

A veces querían ser condescendientes con Cloe, pero ella quería igualdad de condiciones. Si tocaba cargar, cargaba; cavar, cavaba; caminar, caminaba; morir, moría. Las contemplaciones por ser mujer se le presentaban como formas de inutilización. Un misil le pasó muy cerca de las piernas. Quedó helada. En la guerra un movimiento en falso es el fin. Un fin que no le importa ni siquiera a quien lo sufre, porque todo es tan veloz que no hay conciencia de nada. Cuando vio la primera luz del día, Cloe sintió que amanecía en su vida. Su objetivo de viaje estaba cumplido: regresar a la vida, así fuera entre la muerte.

Cloe sube cada cosa que hace o deja de hacer a su TikTok. Su larga y lacia cabellera roja no solo es tendencia en esa red social, sino también en el frente de batalla. Siempre lleva sus aretes y anillos y solo se los quita para entrar al frente. Un comandante le cuestionó un día su obsesión por estar maquillada, a lo que ella respondió: “Si una va a morir, pues por lo menos que sea linda”.

—De aquí no me voy sin mi carnet de veterana y por lo menos con una medalla, así eso no me sirva para nada. A pesar de tanta locura y dolor, aquí en Ucrania yo encontré la paz. Si mañana falto, es porque me fui feliz a reencontrarme con mi ángel en el cielo.

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Por G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador

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Ricardo(gaiux)08 de enero de 2025 - 10:37 a. m.
Uy, que desgracia de reportaje. El Espectador convertido en portavoz de los que gritan viva la.muerte!
Maria(94539)07 de enero de 2025 - 07:12 p. m.
Sobre estos disque publireportajes de este pasquin deberian pedirle una opinión a polo polo.
Fabio(23081)07 de enero de 2025 - 12:12 p. m.
Le propongo a EL ESPECTADOR que publique la larga lista de colombianos muertos en esa guerra inútil en lugar de romantizar su participación.
  • G(17758)10 de enero de 2025 - 02:37 a. m.
    ¿En qué lugar encuentra la romantización?
  • Carlos(19865)07 de enero de 2025 - 02:34 p. m.
    Apoyo 100% su iniciativa.
Orlando(cj4co)07 de enero de 2025 - 05:36 a. m.
Lo más seguro es que se encuentre con su ángel. Que le vaya bien!!
Orlando(cj4co)07 de enero de 2025 - 05:33 a. m.
Creen que eso allá es como andar con una escopeta atemorizando campesinos indefensos como hacen acá!!!!
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