“Cada amenaza ultraderechista es un ataque contra los valores fundamentales de nuestra sociedad, de nuestra democracia”, afirmó la canciller alemana, Ángela Merkel, el pasado 29 de enero, durante un evento para conmemorar los 75 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, donde fueron asesinados cerca de 1 millón de judíos a manos de los nazis.
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Las palabras de Merkel, aunque emitidas desde Varsovia, en Polonia, lejos de Berlín, fueron un claro mensaje para los alemanes, quienes en estos años han coqueteado peligrosamente con la ultraderecha, representada en el partido Alternativa de Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), un movimiento euroescéptico, xenófobo y negacionista de varios de los crímenes del nacionalsocialismo, que se ha convertido en la tercera fuerza política del país.
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Aprendiendo del pasado, Merkel y los demás partidos mayoritarios de Alemania implementaron un “cordón sanitario” contra la AfD. Este término, heredado de la medicina, en política significa que los partidos acuerdan aislar e impedir el acceso al poder de otro, en este caso el de los ultraderechistas. Esto les prohíbe a los grandes partidos plantearse alianzas o recibir el apoyo de alguno de los candidatos ultras.
Pero el cordón sanitario de Merkel, que por varios años fue inquebrantable, se rompió la semana pasada, poco después de la conmemoración de la liberación de Auschwitz. Solo días después de que el presidente de Israel emitiera un enérgico discurso en el que instaba a los alemanes a no olvidar jamás y a luchar con determinación contra al antisemitismo, el racismo y la xenofobia, los vicios de la ultraderecha alemana contaminaron el partido de la canciller, la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU, por sus siglas en alemán).
En resumen, durante las elecciones regionales en la zona de Turingia, al este de Alemania, Thomas Kemmerich, un candidato de un partido minoritario, se hizo elegir con el apoyo del movimiento de Merkel y de la Alternativa de Alemania. La CDU de Turingia votó en contra de las directrices del partido en Berlín, que había prohibido explícitamente aliarse con los ultras.
La noticia de esta inesperada, e inédita, alianza llegó a Sudáfrica, donde la canciller alemana se encontraba en una visita diplomática. Incluso desde muy lejos, Merkel se paró firme y demandó nuevas elecciones en Turingia: “Es un acto imperdonable” y “un mal día para la democracia”, dijo.
El terremoto político fue tal que, poco después, Kemmerich anunció su renuncia al cargo para el que había sido elegido en la víspera. El fiasco también cobró la cabeza de Christian Hirte, comisario del gobierno para los estados regionales del Este de Alemania, quien fue despedido por Merkel tras haber mostrado su satisfacción en Twitter por la elección de Kemmerich.
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Pero sin duda la renuncia que más ha causado revuelo en Alemania es la de Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta del CDU y quien era la elegida por Merkel para sucederla en el poder. La dirigente decidió no solo no presentarse como candidata a la Cancillería, sino también abandonar la presidencia de su partido.
Desautorizada por los miembros de su partido en Turingia y con poco margen de maniobra para liderar el partido en un año que es clave a nivel electoral, Kramp-Karrenbauer estaba acorralada. Su salida fue lamentada por Merkel, quien dijo que “debió ser una decisión difícil”.
Merkel buscaba retirarse de la vida pública este año y ahora se encuentra ahora en la encrucijada de liderar el CDU y evitar que la ultraderecha gane más adeptos. El problema es que el impasse de Turingia demostró que el cordón sanitario no era tan firme después de todo.
“En las próximas semanas se confirmará si las palabras de la cúpula de la clase política alemana, de no buscar jamás una mayoría con el apoyo de la AfD, serán o no realidad”, opina Ines Pohl, redactora en jefe de la Deutsche Welle.
La CDU está dividida entre los partidarios y los adversarios de colaborar más estrechamente con el AfD, sobre todo en los estados del este que pertenecían a la Alemania comunista y donde la extrema derecha es muy potente y complica la formación de mayorías regionales.
“Me temo que lo que pasó en Turingia pase en pocos años a nivel nacional”, dijo Wolfgang Bosbach, un miembro del CDU, sobre la alianza entre la derecha moderada y la radical.
Casi todos los terremotos tienen réplicas, y el que provocó la región de Turingia en el CDU no será la excepción. Cuatro candidatos se perfilan para suceder a Kramp-Karrenbauer y está por verse qué posición adoptará cada uno de ellos en cuanto a una posible cooperación con el AfD frente a la aplicación de un férreo cordón sanitario como el que defiende Ángela Merkel.