El mundo entero se detiene a mirar hacia la chimenea de la Capilla Sixtina esperando el humo blanco, símbolo de decisión divina y del más cerrado de los procesos electorales en el mundo: el cónclave. Días antes de que empiece esta ceremonia, creyentes y no creyentes se apresuran a lanzar sus pronósticos de quién podría ser elegido sin ningún material de apoyo que los respalde, como una encuesta de popularidad.
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Algunos usan la intuición como método, y otros, estadísticas. Las casas de apuestas, por ejemplo, intentan seguir la lógica del juego de casino. Es decir, observan patrones visibles: si el papa anterior fue europeo, tal vez ahora toque uno del sur global; si fue jesuita, tal vez ahora venga un dominico o un franciscano (o agustiniano), o si fue reformista, entonces es posible que los sectores más conservadores logren imponer a alguien más tradicional.
También se fijan en la edad, el idioma, la experiencia diplomática o la procedencia de una región que haya ganado peso geopolítico dentro de la Iglesia, como África o Asia. Pero todo esto funciona con una lógica externa, especulativa. Bajo este método también se van configurando los llamados “papables”. No funcionó: en las apuestas eran favoritos Parolin y Tagle. ¿Hay forma de acertar sin especular? ¿Puede esta dejar de ser una elección tan especulativa y misteriosa en el futuro? Según expertos que analizaron el último cónclave, sí.
Lo que no pueden ver los apostadores —y por eso muchas veces fallan— es lo que pasa adentro: quién escucha a quién, quién se debe favores, quién ha construido vínculos de confianza o liderazgo moral dentro del Colegio Cardenalicio. Las casas de apuestas pueden detectar el ruido de afuera, pero no los susurros de adentro, que fue lo que analizaron un grupo de investigadores de la Universidad Bocconi.
Giuseppe Soda, Alessandro Iorio y Leonardo Rizzo aseguran haber aplicado herramientas de análisis de redes sociales al Colegio de Cardenales para entender qué factores hacen a un candidato más viable. Lo que hallaron transforma nuestra manera de ver el cónclave: el estatus, el control de la información y la capacidad de alianza son tan decisivos como la espiritualidad.
A partir de estas tres dimensiones los investigadores construyeron un modelo relacional que no intenta reemplazar la inspiración divina, pero sí explicar cómo se gesta el consenso dentro de un ecosistema tan complejo como el Vaticano. Para ello mapearon conexiones visibles, como los cargos compartidos en la Curia o las genealogías episcopales, y también vínculos menos evidentes, como afinidades ideológicas.
De esta manera lograron visualizar qué cardenales ocupaban posiciones estratégicas dentro de la red, teniendo en cuenta a aquellos que no solo están bien conectados, sino que son escuchados, respetados y capaces de articular acuerdos entre bloques diversos. El objetivo no era adivinar al próximo papa, pero el modelo terminó identificando al elegido como el de mayor estatus dentro de la red. Una forma de decir que, incluso en el terreno del misterio, la estructura importa.
“El papa elegido ocupó el primer lugar en nuestras métricas. Aunque no intentábamos ‘adivinar’, el objetivo era mostrar que una metodología sólida, basada en una teoría rigurosa, puede iluminar incluso los rincones más oscuros del comportamiento humano y de las dinámicas organizacionales”, dijo Rizzo.
¿Y en la práctica cómo se vio? El vaticanista Alberto Melloni dijo en su columna del Corriere Della Sera que el cardenal Pietro Parolin, quien tenía la ventaja, habría alcanzado unos 49 votos tras las primeras votaciones, frente a los 38 de Prevost. El umbral decisivo era de 89 votos para alcanzar los dos tercios necesarios. ¿Qué produjo la remontada? Según el vaticanista, los cardenales mayores de 80 años, que ya no podían votar, pero sí influir entre los electores más activos. La presión de estos fue la que terminó inclinando la balanza hacia un perfil menos polarizante.
“La presión contra el legado de Francisco unificó el voto de centro reformista en torno a Prevost, quien fue percibido como alguien capaz de continuar el camino sinodal sin replicar una copia del argentino”, señaló Melloni.
Este tipo de dinámicas interpersonales y de coalición fue lo que el modelo de redes trató de captar: no se trataba solo de la cantidad de votos, sino de cómo las relaciones entre los cardenales, esas “conexiones ocultas”, empujaban un consenso en torno a una figura como León XIV, quien no era necesariamente la primera opción de todos, pero sí la figura que muchos consideraron aceptable.
Pero lo más llamativo es cómo toda esta arquitectura fue configurada. ¿Quién fue el arquitecto? No es nadie más que el papa Francisco, quien no solo puso a Prevost en corazón del aparato eclesial -una movida tenía todo el sentido a la luz del modelo presentado por los investigadores de la Universidad Bocconi elevando su estatus en el centro- sino que prorrogó los mandatos del cardenal Giovanni Battista Re, como decano del Colegio Cardenalicio, y de su vice, el argentino Leonardo Sandri.
“Aunque ambos superan la edad para votar en un cónclave, tienen funciones clave en su organización y preparación. Con esta decisión, evitó la elección de un nuevo decano entre los cardenales-obispos (cargo tradicionalmente influyente y simbólicamente relevante), lo que podría haber abierto el camino al ascenso de figuras papables como el cardenal Pietro Parolin (más conservador)”, señala el medio italiano Il Fatto Quotidiano.
Esta teoría de redes ayuda a entender justamente esto: cómo ciertas decisiones, aparentemente administrativas, reorganizan silenciosamente el equilibrio de poder y definen quién está mejor posicionado cuando llega la hora de elegir.
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