Horas después de ser retirado como ministro de Transporte de Rusia, Román Starovoit, también exgobernador de Kursk, fue hallado muerto dentro de su automóvil con un disparo. El arma, una pistola oficial que le fue entregada al asumir el cargo, se encontraba en la escena. Las autoridades han sugerido un posible suicidio. Sin embargo, su fallecimiento reavivó el recuerdo de una inquietante serie de muertes, muchas en condiciones sospechosas, que desde hace más de dos décadas han marcado la vida política, empresarial y periodística de Rusia.
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Su salida del ministerio ocurrió por decreto presidencial sin explicación oficial, y aunque el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, negó que la destitución se debiera a una “pérdida de confianza”, lo cierto es que Starovoit estaba siendo investigado por presunta malversación de fondos destinados a fortificaciones fronterizas. Su sucesor, Alexéi Smirnov, había sido arrestado por corrupción apenas en abril. Esta seguidilla de destituciones, investigaciones y muertes, alimenta la percepción de una lucha interna por el poder en los círculos más altos del Estado ruso.
Voces silenciadas
Las muertes misteriosas de figuras públicas rusas no son nuevas. El 17 de abril de 2003, el diputado liberal Sergei Yushenkov fue asesinado a tiros cerca de su casa en Moscú, horas después de haber conseguido documentos clave para registrar a su partido en las elecciones parlamentarias. Investigaba los atentados de 1999 y la posible implicación del FSB.
Solo semanas después, el 3 de julio de ese mismo año, Yuri Shchekochikhin, periodista y también diputado, murió súbitamente por una “misteriosa enfermedad”. Planeaba viajar a Estados Unidos para reunirse con el FBI y compartir pruebas sobre corrupción estatal. Curiosamente, sus documentos médicos desaparecieron poco antes de su fallecimiento.
La periodista Anna Politkovskaya fue asesinada el 7 de octubre de 2006, el mismo día del cumpleaños de Vladímir Putin. Politkovskaya, crítica feroz del Kremlin y de los abusos en Chechenia, fue asesinada a tiros en el ascensor de su edificio. Poco después, el 23 de noviembre, el exagente del FSB Alexander Litvinenko murió en Londres tras ser envenenado con polonio-210. Una investigación británica concluyó que su asesinato fue “probablemente aprobado por el presidente Putin”.
Muertes en prisión y a las puertas del Kremlin
Sergei Magnitsky, abogado de Hermitage Capital, murió el 16 de noviembre de 2009 en condiciones extrañas tras denunciar un fraude fiscal masivo que involucraba a altos funcionarios rusos. Su muerte provocó la aprobación de la Ley Magnitsky en Estados Unidos, que sanciona a violadores de derechos humanos.
En 2015, el ex viceprimer ministro Boris Nemtsov fue asesinado a tiros a escasos metros del Kremlin. Era una de las voces más visibles contra el conflicto en Ucrania (que se encontraba en su primera fase con la anexión de Crimea) y la corrupción. Las cámaras de vigilancia indicaron que su seguimiento estuvo bajo control de organismos de seguridad.
Uno de los casos más comentados recientemente fue el de Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo Wagner, quien murió el 23 de agosto de 2023 cuando su avión se estrelló. Días antes, había liderado un motín militar contra la cúpula de Defensa rusa. El exjefe del MI6 británico consideró “altamente probable” que Putin estuviera detrás del incidente.
En febrero de 2024, la muerte del líder opositor Alexéi Navalny volvió a sacudir al país. Encarcelado desde 2021 y sobreviviente de un ataque con Novichok en 2020, Navalny colapsó durante un paseo en la prisión del Ártico donde estaba recluido. Su muerte, ampliamente rechazada por la comunidad internacional, consolidó la imagen de un régimen que persigue implacablemente a sus disidentes.
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El frente energético también tiembla
A la lista se suma ahora el nombre de Andrei Badalov, vicepresidente de Transneft, muerto el pasado 4 de julio tras caer desde un edificio residencial en Moscú. Una carta de despedida hallada en el lugar apunta al suicidio. Badalov era responsable de la digitalización de la red de oleoductos más grande del mundo. Desde 2022, al menos 28 altos ejecutivos del sector energético ruso han muerto en condiciones poco claras, incluyendo a figuras como Ravil Maganov, presidente de Lukoil.
Vladimir Rouvinski, profesor de la Universidad ICESI y experto en política rusa, aclaró que no hay evidencia de que el gobierno esté detrás de todas estas muertes. “Rusia es uno de los tres países con mayor número de suicidios. El suicidio de los hombres es nueve veces más frecuente que el de las mujeres”, explicó, sugiriendo que estos casos podrían responder a presiones personales o disputas internas.
Además, Rouvinski advirtió que “no necesariamente eran críticos del régimen, eran los gerentes de alto nivel de las empresas”, además “hay 28 gerentes de alto nivel que terminaron su vida en circunstancias sospechosas”. Según él, muchas de estas muertes podrían estar ligadas a pugnas por activos estratégicos de los empresarios, “peleas internas entre empresarios”, y no a una persecución política sistemática.
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¿Una purga a la rusa?
Pese a la ausencia de pruebas concluyentes de que el Kremlin esté detrás de estas muertes, Rouvinski reconoce que Rusia está atravesando un proceso de purga interna. Eso sí, añade que Putin trata de evitar cualquier similitud con lo ocurrido en la era de Stalin, periodo entre 1936 y 1938 conocidos como la “Gran Purga”. En este tiempo, Stalin llevó a cabo una serie de arrestos, ejecuciones y desapariciones masivas de miembros del Partido Comunista, oficiales del Ejército Rojo, intelectuales y ciudadanos comunes.
Putin plantea lo contrario, pues se maneja de forma más sutil. La estrategia, según el experto, es clara: sustituir a figuras del poder que llevan años dentro del sistema por nuevos funcionarios que no hayan tenido acceso anterior a los recursos estatales.
Para Rouvinski, “no se puede comparar el caso de Alexéi Navalny con estas últimas muertes”. En el caso del opositor, hay pruebas de un uso sistemático de venenos por parte del Estado, mientras que las otras muertes, aunque sospechosas, no evidencian una operación directa del régimen.
Lo cierto es que la muerte de Román Starovoit marca un nuevo capítulo en una secuencia de fallecimientos que, por razones políticas o estructurales, dibujan un escenario en el que el poder en Rusia parece tener un costo cada vez más alto. En un país donde la lealtad no siempre garantiza protección, el misterio permanece como un recurso del Estado para reorganizarse.
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