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Daisy Osakue tomó sus zapatos deportivos color rosa de la terraza y los guardó en una maleta estampada con la bandera italiana. Por todo el apartamento de su familia, hay artículos de periódico, fotos antiguas y afiches que alaban su éxito en el atletismo. Hay decenas de medallas colgadas de fotos de su familia en las que celebran con vestimentas tradicionales de Nigeria.
“Solo me falta la medicina”, comentó Osakue el jueves por la mañana, mientras le lloraba el ojo izquierdo sanguinolento y tomaba sus medicamentos con receta y unos parches para los ojos. Estaban en una mesita al lado de unas flores blancas que le llevó un vecino para mostrar su solidaridad.
Antes de esta semana, Osakue, de 22 años, tenía una pizca de renombre por haber lanzado el disco más lejos que cualquier otra italiana de su grupo etario en la historia.
Sin embargo, desde el domingo, cuando un grupo de hombres jóvenes que estaba afuera de su edificio de apartamentos le lanzó un huevo que le cortó la córnea, Osakue se ha convertido en el rostro vendado del debate explosivo que ocurre en Italia entre la gente que considera que el país se está volviendo más racista bajo un nuevo gobierno populista y antiinmigrante, y la que piensa que los liberales con motivos políticos y los medios sensacionalistas están sonando la alarma de manera injusta. Una situación queda clara: hay tensiones en Italia.
El jefe de Estado del país, el presidente Sergio Mattarella, quien chocó con el gobierno populista porque tenía reservas sobre su formación, está dando discursos en los cuales advierte que los migrantes corren el riesgo de caer en la trampa de una “esclavitud moderna” y está instando a los italianos a no “hacerse de la vista gorda”. Los periódicos católicos están sonando la alarma por el clima xenofóbico que vive el país. La izquierda está emitiendo advertencias ominosas.
Vale la pena destacar el gran índice de violencia. Este verano, un calabrés disparó y asesinó a un migrante que tomó láminas de metal de un almacén abandonado, y algunos italianos en las ciudades de Caserta, Nápoles, Forlì y Latina han disparado a migrantes con pistolas de aire.
Ver más: La xenofobia del gobierno italiano
En Roma, una gitana de 13 meses de edad recibió el impacto de una bala en su terraza, y un hombre en Vicenza le disparó a un migrante, con el argumento de que intentó matar una paloma. Esta semana, algunos hombres en Aprilia asesinaron a un marroquí porque sospechaban que había intentado robar un auto. El jueves por la noche, en Nápoles, dos hombres en un escúter le dispararon a un comerciante senegalés en la pierna.
“Todos los otros ataques fueron como un momento de ira, tal vez el mío fue igual”, opinó Osakue, una políglota entusiasta, fotogénica y sociable que tiene el sueño de obtener una medalla olímpica para Italia, el único país que reconoce como propio.
Osakue es una estudiante de criminalística en la Universidad Estatal de San Angelo en Texas, donde también entrena (hay una estampa que dice “Vamos, Rams”, el sobrenombre de los universitarios, pegada en el calefactor de sus padres), es negra y se pregunta si Italia se está sumiendo en un Estado que se rige por el miedo a los inmigrantes.
Para los defensores de los migrantes, la principal preocupación es la Liga, el partido antiinmigrante que encabeza Matteo Salvini. El socio antisistema con el que gobierna, el Movimiento Cinco Estrellas, prácticamente ha cerrado filas en torno al tema de la migración, y ha desestimado los incidentes que acaban de ocurrir al considerarlos una conspiración de los medios del sistema en contra del gobierno.
El ataque con huevos tuvo lugar el domingo por la noche, cuando Osakue regresaba de un campo de entrenamiento para visitar a su madrina, quien tiene a su hijo enfermo en el hospital. A medida que se iba acercando a un puentecito en el que suelen transitar prostitutas africanas, se percató de que había un auto en espera de algo. Momentos más tarde, el Doblò de Fiat se le acercó a toda velocidad y sintió una sensación caliente en el ojo izquierdo.
Según Osakue, los hombres del auto pensaron que era un blanco fácil por ser una mujer negra o una prostituta que no podría decir nada.
Osakue, cuyos padres llegaron a Italia a inicios de la década de 1990, no es del tipo tímido. Su madre se siente orgullosa de ser competitiva. Su padre, un judoca cinta negra que defiende a los nigerianos que buscan asilo, comentó que le había inculcado
el principio de la competencia, pero por “la gloria del país y luego por ti”.
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Después del ataque, Osakue lanzó acusaciones de racismo en la televisión, y su ojo izquierdo vendado engalanó las portadas de los periódicos nacionales. Daba la impresión de que ella significaba algo para todos.
La izquierda la izó como su campeona.
“Sus palabras son las nuestras”, declaró en una entrevista Maurizio Martina, el líder del Partido Demócrata.
El primer ministro, Giuseppe Conte, llamó a Osakue desde Estados Unidos, donde estuvo al lado del presidente Donald Trump cuando el mandatario estadounidense dijo: “El primer ministro, francamente, está con nosotros debido a la inmigración ilegal. Italia se hartó de eso”.
Después de la conversación telefónica, Conte mencionó que Osakue le había asegurado que no consideraba que el ataque hubiera sido de índole racista.
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Osakue reconoció que había dicho que Italia no era un país racista, pero que también le había señalado a Conte que creía que los atacantes estaban “motivados por una idea que se puede etiquetar de racista”.
Esa afirmación pronto llegó a manos de los populistas, quienes han caracterizado las inquietudes sobre el racismo como una histeria mediática con motivos políticos. En la noche del jueves, las autoridades identificaron que los atacantes eran lugareños, entre ellos un joven de 19 años que confesó haber lanzado huevos a transeúntes, sin importar el color de la piel, al menos en siete ocasiones durante los meses recientes.
Beppe Grillo, el cofundador del Movimiento Cinco Estrellas, ya se había burlado de la indignación que había provocado un “huevo en la cara” y cómo había sido “suficiente para paralizar a los medios”. Salvini ya había escrito lo siguiente: “¿Una emergencia racista en Italia? No seamos ridículos”.
Sin embargo, la confesión le dio a Salvini, el poderoso ministro del Interior, municiones nuevas. El viernes tuiteó: “Estoy esperando que alguien se disculpe por el caso de Daisy Osakue. Hicieron sonar una alarma racista y en cambio fueron tres idiotas”. Y añadió con júbilo que “uno era el hijo” de un funcionario local del Partido Demócrata.
El viernes, los simpatizantes de Salvini, quien arguye que la inmigración ilegal y el crimen —no el racismo— son los principales problemas en Italia, se toparon con más temas de discusión. Los medios informativos conservadores reportaron que, en la década de 2000, el padre de Osakue, Iredia Osakue, había sido arrestado en múltiples ocasiones por traficar drogas y promover la prostitución. En 2007, el padre de Osakue fue sentenciado a cinco años en la cárcel por esos crímenes y por estar al frente de una violenta mafia nigeriana. En 2002, su madre también fue arrestada, por cargos de prostitución, de acuerdo con un representante de los carabineros de Turín, quien confirmó los otros cargos. “Sin comentarios”, dijo el padre de Daisy cuando lo contactamos por teléfono el viernes por la noche.
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Daisy Osakue señaló que había considerado injusta la burla que la llamaba una “pobre niñita negra”, la cual surgió después de su lesión, y negó la acusación de que había aprovechado la herida para obtener notoriedad. “Hubiera buscado la atención de otro modo; practico atletismo”, afirmó.
En junio, Salvini se enganchó en una discusión con el futbolista negro más famoso de Italia, la estrella Mario Balotelli, quien recordó haber soportado años de racismo antes y después de obtener la ciudadanía en la adultez. La ciudadanía italiana se basa en los lazos sanguíneos y solo la pueden ganar los hijos de inmigrantes que llegan a la edad de 18 años después de haber vivido en el país desde su nacimiento.
La oposición a la propuesta que realizó el gobierno anterior de relajar los requisitos para que los hijos de inmigrantes nacidos en Italia obtuvieran la ciudadanía fue uno de los temas clave de la campaña de Salvini.
Osakue, quien nació, se crio y se educó en Turín, se volvió ciudadana conforme a las reglas existentes. Ella y sus dos hermanos menores, quienes también son atletas talentosos, tomaron mal el fracaso de la propuesta de ciudadanía que había realizado el gobierno anterior.
Osakue comentó que se habían burlado de ella cuando era niña, la habían llamado “prostituta o mona” y que a menudo la confundían con una inmigrante, hasta que respondía en su perfecta lengua natal. A pesar de todo, aseguró que le había causado escozor no haber representado a Italia después de que ganó una carrera con vallas para menores porque aún no era ciudadana en ese entonces.
“Aún pienso en eso”, reflexionó Osakue, quien solo ha ido una vez a África, a una competencia en Túnez. “Nací aquí, fui a la escuela aquí. Crecí aquí”.
(Gaia Pianigiani contribuyó desde Roma).