El Kremlin llevaba años organizando su ejército de bots digitales y preparándolos para provocar estragos en la opinión pública de habla inglesa. Los bots estaban programados para seguirse unos a otros en sus cuentas de las redes sociales y así simular que tenían muchos seguidores, lo que ayudaba a reunir un número importante de seguidores humanos. Pero los bots en inglés no servían de nada en el debate sobre Cataluña que estaba empezando a ser la falla crucial en España. Es evidente que no se puede desestabilizar la esfera pública española con miles de bots que tuitean y cuelgan entradas en ruso o en inglés. Lo que necesitaban era otro ejército de bots en español. (Recomendamos: Entregaron la sede del diario El Nacional a Diosdado Cabello).
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Crearon una parte de los bots a toda prisa, pero, para los demás, el Kremlin recurrió a un aliado. El Ministerio de Comunicaciones de Venezuela llevaba casi diez años reuniendo su propio ejército de bots. Lo había diseñado para manipular la opinión pública venezolana, no la española, pero estaba conectado con muchos humanos, unos humanos que hablaban en español. Pronto comenzó la campaña. Reforzado por los bots venezolanos, el ejército cibernético ruso envió una tormenta de tuits, mensajes y enlaces a noticias falsas minuciosamente calculados para ahondar en la crisis separatista catalana. (Más: Las potencias mundiales y las implicaciones de una guerra cibernética).
Las herramientas de la manipulación secreta habían desbordado las fronteras nacionales y se habían unido para impulsar su interés común a base de sembrar el caos y socavar las instituciones democráticas en todas partes. Los bots rusos y venezolanos colaboraron para sembrar FUD: miedo, incertidumbre y dudas. Se publicaron informaciones sobre policías que golpeaban a ancianas que hacían cola en los colegios electorales, exageradas, explotadas con fines sensacionalistas y repetidas hasta la saciedad.
Los órganos de propaganda rusa agitaron noticias sin ningún fundamento de que Madrid planeaba proclamar la ley marcial en Barcelona y las repitieron hasta que la gente acabó por creérselas. Aprovechando las brechas reales en la sociedad española, unas cuantas docenas de personas en Moscú y Caracas, al frente de un enorme ejército cibernético, consiguió desestabilizar gravemente una democracia occidental consolidada. La pinza ruso-venezolana de 2017 sobre la esfera pública catalana no es más que una de las formas que los líderes 3P (que manejan el poder a partir de populismo, polarización y posverdad) tienen de reafirmarse para hacer que las virtudes fundamentales de la democracia se vuelvan contra ella.
Twitter se creó como una plataforma abierta de debate, un lugar sin barreras en el que cualquiera podía dialogar con cualquiera sobre el tema que fuera. Y esa cualidad podía ser su perdición. Los ejércitos cibernéticos desarrollados para Venezuela extendieron el uso de estas herramientas mucho más allá de Cataluña. Primero causaron sensación en México, donde la campaña de las elecciones presidenciales de 2018 estuvo llena de acusaciones y contraacusaciones sobre la injerencia digital de otros países. Con un presidente saliente, Enrique Peña Nieto, que ya era famoso por utilizar ejércitos de troles y bots (apodados «Peñabots») para difamar a sus adversarios, la campaña se llenó enseguida de afirmaciones imposibles de comprobar de que estaban intentando influir desde fuera en los 71,3 millones de usuarios de internet en el país.
Los partidarios de Peña dijeron que hasta el 83 por ciento del contenido electoral de las redes sociales que era favorable al que acabó siendo el vencedor, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), procedía de Rusia y Ucrania. La campaña de AMLO respondió que los bots del partido gobernante estaban actuando todavía en favor de su candidato, José Antonio Meade. La niebla de acusaciones y contraacusaciones generó la sensación de incertidumbre con la que prosperan los vendedores de desinformación.
Sin embargo, tal vez el uso más desestabilizador de los ejércitos de bots ruso-venezolanos se produjo a finales de 2019, cuando una ola de agitación social se apoderó de amplias zonas de Latinoamérica. Como sucede con frecuencia, los bots no fueron los que crearon los problemas, sino que de inmediato vieron que estaba aumentando el malestar y se subieron encantados al carro. Según las investigaciones de Constella Intelligence, una empresa española de análisis de datos:
“Durante las semanas posteriores al estallido de las crisis sociopolíticas, los analistas de Constella identificaron un pequeño número de cuentas que generaban un gran número de publicaciones relacionadas con las protestas callejeras. En Colombia, el 1 por ciento de los usuarios analizados generaba el 33 por ciento de los resultados analizados y, en Chile, el 0,5 por ciento de los usuarios generaba el 28 por ciento de los resultados. Esos perfiles tan activos inundan el debate público virtual de comentarios y contenidos, y se consideran una anomalía estadística por la gran frecuencia de su actividad durante el periodo analizado. Este es un indicador clave de que existe una irregularidad en la información […]. El análisis de Constella ha identificado en total ciento setenta y cinco identidades anómalas que participaron activamente en ambas crisis. Al estudiar la geolocalización pública indicada por estos usuarios o perfiles, el 58 por ciento de los que notificaron su geolocalización se encontraban en Venezuela”.
Muchas cuentas sospechosas se especializaban en dar publicidad a contenidos de los órganos de propaganda estatal de Rusia y de Venezuela: RT, Sputnik, Telesur y otros medios similares. Aparte de los ejércitos de bots rusos y venezolanos, la injerencia digital está en plena expansión. Israel, cada vez más polarizado y populista con Bibi Netanyahu al frente, utilizó a sus veteranos del ejército como espina dorsal de una industria de ciberinteligencia que ha creado programas muy complejos (programas que con frecuencia vende a autócratas para que estos a su vez espíen a sus propios disidentes).
Una amplia investigación llevada a cabo por Ha’aretz, el principal periódico israelí de centroizquierda, encontró pruebas de que varias empresas israelíes estaban vendiendo programas de origen militar para usos represivos a numerosos países, entre ellos México, Angola, Azerbaiyán, Etiopía, Indonesia, Uganda, Uzbekistán y muchos otros. Los programas se utilizaron muchas veces para espiar a los opositores de los respectivos regímenes. Aunque las transacciones comerciales eran legales y las empresas israelíes implicadas eran privadas, la tecnología es de origen militar e impulsar las exportaciones es algo prioritario para el Gobierno.
Cuba y su experiencia en contrainteligencia, China y el material antidisturbios, Israel y la ciberinteligencia, Rusia y las interceptaciones de comunicaciones electrónicas, Irán y la violación de sanciones, además de la experiencia en banca en la sombra: cada autocracia de viejo cuño se ha especializado en la provisión de los bienes y servicios que los autócratas necesitan para afianzar su poder. Y todas están encantadas de compartirlos. El comercio mundial de métodos de represión está envuelto en el secreto y resulta difícil imaginar su dimensión.
Lo que no resulta difícil imaginar es que los autócratas actuales pueden obtener todas las herramientas que necesitan para aferrarse al poder de forma indefinida con solo unas llamadas de teléfono a las capitales amigas de todo el mundo. A los nuevos autócratas les gusta su globalización. A medida que las tres pes se globalizan, se ha redescubierto el silencio como principio rector del orden internacional. Basándose en una concepción de ese orden anterior a la Segunda Guerra Mundial, consideran sagrado el principio de autodeterminación nacional. O, mejor dicho, utilizan toda la palabrería de la no injerencia de manera indiscriminada, como una coartada multiusos para debilitar cualquier intento de poner en duda la legitimidad de un Gobierno autocrático.
Este amor declarado a la no injerencia necesita una lectura lateral. Casi no hace falta decir que es superficial y desde luego no lo que asegura ser. Los autócratas 3P están encantados de entrometerse en los asuntos de sus vecinos cuando esto conviene a sus propios intereses. Recep Tayyip Erdoğan se apresura a culpar de cualquier tropiezo que sufre su Gobierno a la intromisión occidental en los asuntos turcos, pero las tropas turcas ocupan 3.460 kilómetros cuadrados de la provincia de Alepo, en el norte de Siria, desde 2016.
En Venezuela, Hugo Chávez hizo de la consabida denuncia de la injerencia estadounidense en los asuntos de su país parte fundamental de su retórica, pero no dejan de aparecer pruebas de que su Gobierno financiaba movimientos de extrema izquierda en todas partes, desde Argentina y Ecuador hasta España y Líbano, incluido el detalle cómico de las ocasionales maletas llenas de dinero que se intentaban pasar de contrabando por aduanas extranjeras.
Ya se ha escrito bastante sobre la intromisión de Rusia en las elecciones de otros países, pero no tanto sobre los esfuerzos sistemáticos de China para reforzar a los autócratas mediante lucrativos préstamos y proyectos de desarrollo. Y la red mundial de influencia de Irán, en gran parte en manos de su representante libanés, Hezbolá, ha servido para llevar a cabo acciones como la voladura de la embajada de Israel en Buenos Aires y un centro de la comunidad judía en la misma ciudad, el tráfico de armas en Paraguay, el blanqueo de dinero en Vancouver y la venta masiva de cocaína en Colombia para distribuirla en Europa.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.