Cataluña y España: el largo adiós
La causa independentista catalana ha dictado buena parte de la agenda de las elecciones generales españolas, convocadas para el 28 de abril. Entrevista con Félix Ovejero Lucas, escritor y profesor de la U. de Barcelona.
Pelayo de las Heras Álvarez
Se podría decir que Félix Ovejero Lucas es, como muchos jóvenes millennials, pluriempleado: escribe, colabora en El Mundo y enseña economía en la Universidad de Barcelona. Desde dentro, y de manera forzosamente quijotesca, también alza la voz en contra del independentismo catalán.
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Se podría decir que Félix Ovejero Lucas es, como muchos jóvenes millennials, pluriempleado: escribe, colabora en El Mundo y enseña economía en la Universidad de Barcelona. Desde dentro, y de manera forzosamente quijotesca, también alza la voz en contra del independentismo catalán.
Nació en Barcelona, en el ya lejano 1957. Fue uno de los intelectuales firmantes de la plataforma Ciutadans de Catalunya, que sirvió como semilla al partido político Ciudadanos. Es una de las voces en contra del nacionalismo más celebres a escala estatal y así lo confirma su último libro: La deriva reaccionaria de la izquierda.
En esta entrevista habla de los peligros del nacionalismo y las paradojas y contradicciones que, a su modo de ver, hay en la causa independentista catalana. Un tema que ha dictado buena parte de la agenda de las elecciones generales españolas, el 28 de abril.
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Usted ha afirmado que el nacionalismo español identitario era residual. Con el auge de Vox, el partido de ultraderecha, ¿es una mera reacción a la cuestión catalana?
Seguramente. Por eso asociar Vox a los fenómenos de la extrema derecha europea es ignorar dos características o singuralidades nada irrelevantes de nuestro escenario político: ETA y el problema catalán. Aquí te insultan cotidianamente por ser español. “Español” se ha convertido en un insulto y en una estrategia política en un país cuyos indicadores objetivos de nacionalismo eran escasos o nulos, seguramente por la vacuna que supuso el franquismo. De pronto la gente dice: si te están insultando por español, ¿qué pasa? Había una tradición republicana acerca del patriotismo constitucional, que es una idea que puede defender el propio Marx o la Revolución Francesa, que habla de la unidad indivisible de la nación. Si tú amenazas con romper las decisiones que tomamos todos cuando nuestras opiniones están libremente expresadas y recogidas en la voluntad general entonces se rompe el vínculo entre el diálogo democrático y la justicia. Pasas del chantaje a romper la liberación.
En cuanto a la cuestión catalana, ¿la convivencia está rota y se seguirá rompiendo?
Aquí está encanallada, como estuvo en el País Vasco durante mucho tiempo. Pero es preferible que se sepa que no solamente existe el relato nacionalista, sino que un día descubrieron que un millón de personas estaban dispuestas a manifestarse por su país y lo estaban haciendo en Barcelona. Para los más honestos intelectualmente, que se creían su propia mentira de “un solo pueblo”, dijeron: cuidado, porque no es verdad que aquí está todo tan claro.
¿En el “procés” se intenta vender un “volkgeist”, un “espíritu del pueblo”, como en Alemania?
Sí, claro. En el argumentario independentista o nacionalista necesitas una unidad de soberanía. No te sirve decir que una nación es un conjunto de individuos que creen que son una nación. Es una definición insatisfactoria porque incluye una misma palabra en los dos lados de la definición. Es difícil definir qué es una nación, no te basta con la voluntad, tienen que creer en algo. Entonces debes establecer un perímetro y decir por qué Catalunya y no Hospitalet, que seguramente tiene una homogeneidad interna muy superior a Catalunya, es muy heterogénea.
La trama en la construcción de esta historia es: ¿dónde detectamos el espíritu del pueblo? En la lengua, un argumento herderiano. Una supuesta lengua compartida tendría una visión del mundo compartida y, por tanto, una identidad compartida. Todo eso es pura filfa. Ni siquiera la lengua proporciona un modo particular de percibir, esto es ignorar las ciencias cognitivas. En términos de identidad catalana, si hablamos de la lengua, la mayoritaria es el castellano y eso dejaría a la mitad de los catalanes sin identidad propia.
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¿Cree usted que hay presos políticos? ¿Se podría equiparar el argumento a lo que decía Quim Torra sobre que “la democracia está por encima de las leyes”?
Eso es un despropósito. El conjunto de los españoles hemos decidido gobernarnos en ciertas condiciones y otorgar cierto grado de autonomía. Lo que se está diciendo es que un conjunto de individuos pueden privar al conjunto de la comunidad política de sus derechos. Es como si los blancos decidiésemos unilateralmente privar de derechos a otros.
Ellos no son presos políticos por sus ideas, en ese sentido no lo son, obviamente. Pero a lo mejor podríamos contemplar —y se hace en muchos países— que un tipo que defiende un proyecto racista pudiera ir a la cárcel porque esas ideas se consideran tóxicas o patológicas. En Alemania los partidos explícitamente anticonstitucionales o que plantean la secesión son ilegales. Si pasaran a la acción esto se podría considerar. ¿Por qué? Porque esas ideas se consideran tóxicas.
Eso de dignificar algo por decir que es un preso político… Bueno, igual también es entonces un preso religioso el hombre de Al-Qaeda que mata en nombre de su religión. Pero, desde luego no son presos políticos porque no están presos por sus ideas: esto está lleno de gente que ha expresado sus ideas y no está en la cárcel, sino que lo hace en la calle. Están en la cárcel por unos actos manifiestamente ilegales.
Una de las razones que esgrimen los independentistas es el rechazo de parte del estatuto de autonomía de Cataluña. Esto alimenta el argumento del Estado contra la autonomía catalana…
Eso es un mito. El relato es: hay una demanda de un estatuto, esa demanda no se atiende y entonces se produce el aumento del independentismo. Cataluña antes del lío del Estatut era una de las comunidades más satisfechas. Después de dos años de propaganda y prácticamente nadie en contra, el 33 % de censo real vota el estatuto; es decir, no hay una demanda real. Después de ser recortado por el Tribunal Constitucional —algo que es natural porque tú no puedes decidir unilateralmente sobre algo que está sometido a la Constitución española—, las manifestaciones inmediatas en las calles tuvieron una participación muy baja. La subida del pistón (independentista) habría que desgranarla.
¿Por qué una porción importante de los jóvenes se han vinculado al independentismo cuando no lo hacen en otros procesos políticos?
Primero, por el mecanismo de la identidad. Es fácil de alentar aunque sea artificial. Tú le dices a un grupo que su carné de identidad es impar y te dicen que tienen algo en común y que son diferentes a los demás. Es fácil. Por otra parte, en el joven hay una necesidad gregaria. Pero esas disposiciones que están en la base que componen la prioridad de “lo nuestro” son reaccionarias y atávicas. Confiaríamos en que la civilización o la educación las corrigiese y en este caso, además, las ha alentado. Por una parte ha contribuido a inocular la mentira, porque no hay nada parecido a una identidad nacional catalana desde el punto de vista de cualquier estudio empírico.
El nacionalismo se sostiene en la mentira de construir una identidad nacional. Y si la tienes que construir es que no la tienes, por tanto no puedes invocar una identidad. Y eso se hizo de un modo muy calculado, con un relato supuestamente antifranquista para dignificarlo políticamente. España se ha asociado siempre al franquismo, una mentira del nacionalismo dice que la izquierda española ha contribuido a inocular en el conjunto del pensamiento español. La guerra civil no se hizo contra Cataluña. A estos jóvenes les han dicho que son una nación oprimida y no puede haber una mentira más tremenda. Que estés excluido culturalmente cuando la lengua ampliamente mayoritaria de Catalunya, la real, es el castellano, con un 55 % frente al 32 %, y tú no te puedas escolarizar en castellano.
La idea de que esta es una comunicad explotada económicamente, basta con pasearse por Extremadura o Andalucía: eso es verdadera pobreza. La idea de que una comunidad política se cimienta en la identidad y no en ciudadanos libres e iguales, sometidos al compromiso mutuo de defender derechos y libertades es la idea más reaccionaria del siglo XIX, que nace contra la Ilustración. Es la idea de un espíritu del pueblo, una raza, una etnia, aguada de diferentes maneras. Y puesto que somos diferentes tenemos que decidir distinto.
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Defender la unidad nacional se considera conservador, incluso reaccionario. ¿Por qué?
Cualquier frontera, incluida la de España, es el resultado de sangre, fuego, ruidos, matrimonios... No hay ninguna que se pueda votar, porque para eso necesitas haber establecido previamente una frontera. Una que es arbitraria, porque el que nace del otro lado no tiene acceso a unas condiciones de bienestar o vida razonable; así que levantar otra frontera es añadir desigualdad a la desigualdad; es romper un vínculo de ciudadanía. Mi criterio político es que para maximizar la democracia y, por ende, la justicia, eliminemos fronteras; entonces cualquier frontera adicional es un paso reaccionario.
Pero es que además se hace en nombre de la identidad. No nos engañemos: yo no quiero redistribuir porque soy diferente. Que alguien me diga en qué sentido puede eso considerarse progresista. Y el nacionalismo históricamente ha sido reaccionario. De hecho, quizá la argumentación más consistente a favor del derecho de autodeterminación es la neoliberalista, la hayekiana, que dice que cualquier conjunto de individuos puede sustraerse para formar una comunidad política por su cuenta, por su voluntad. Pero eso, aunque tiene cierta coherencia, es un pensamiento conservador, al menos económicamente.