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Pregunté a los transeúntes si conocen el caso de Mario Paciolla, el hombre de 33 años encontrado muerto en Colombia el 15 de julio, pero en las calles de Nápoles muchos dicen que no. ¿Colombia, dijiste? Piensan que es un afiliado de la Camorra (un clan mafioso italiano de la región de Nápoles).
Pero después de todo ¿cómo podrían haber oído hablar de eso? No hay ni una sola línea en la página web de la Misión de las Naciones Unidas para la que trabajó y que supervisa el frágil proceso de paz entre el Estado y decenas de milicias, en parte dedicadas al marxismo y en parte al narcotráfico en Colombia. En el periódico Il Mattino se equivocaron en el artículo que publicaron: la persona en la foto no era él.
Sin embargo, en la Villa Comunale, Nápoles, nadie faltó a la vigilia que se hizo por él. Estuvo Luigi Di Maio, Ministro de Relaciones Exteriores, que pide colaboración y lealtad a Colombia y a la ONU. “No estoy aquí simplemente por el deber”, dijo. También se presentó el presidente de la Cámara de Diputados, Roberto Fico, quien prometió que “tendremos la verdad”; y está Sandro Ruotolo, que hoy es senador, pero cuando dice “estoy disponible”, parece decirlo nuevamente con toda su autoridad en su faceta de periodista de investigación. Pero es Luigi De Magistris, el alcalde (de Napolés), el último en el escenario, el primero en decirlo sin rodeos: “queremos justicia por este asesinato”.
De hecho, la tesis del suicidio, que por ahora sigue siendo la tesis oficial, no es la más sólida. Mario Paciolla había estado en Colombia desde 2016 y vivía 650 kilómetros al sur de Bogotá, en San Vicente de Caguán, uno de los bastiones guerrilleros. El 10 de julio le había dicho a su madre que se había metido en problemas y que estaba en peligro. Había anticipado su regreso y reservó un vuelo hacia Roma para el 20 de julio. Según lo reconstruido por la periodista Claudia Julieta Duque, había desbloqueado una cerradura de la puerta para escapar del techo. Se dice que su cuerpo fue encontrado ahorcado en la mañana de su partida a Bogotá. Ahorcado: pero con heridas de arma blanca.
A las 10 de la noche alertó al oficial de seguridad de la ONU
No fue una sorpresa que el día de la vigilia también se presentó Alessandra Ballerini, el abogado de la familia Paciolla y de la familia de Guilio Regeni, un investigador italiano asesinado y torturado en Egipto en 2016. Debajo del escenario, muchos asistentes tienen la manilla amarilla de Giulio en la muñeca. Hacen parte de la ‘mejor juventud’ de Nápoles, jóvenes de treinta años que compartieron con Mario Paciolla la escuela secundaria, una cancha de baloncesto, los exámenes en la Universidad Orientale de Nápoles, un centro okupa. Ahora se encuentran esparcidos por la mitad de Italia y la mitad de Europa, miran los moretones en el rostro de su compañero en una pancarta roja y están conscientes de que podría haber sido uno de ellos. Pero Colombia no es Egipto: y su compromiso, como el compromiso de la Farnesina (el Ministerio Exterior en Roma), es total. Menos él de la ONU, que ya había procedido con vaciar el apartamento de Mario en San Vicente de Caguán de todas sus pertenencias y también de las pruebas.
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En la puerta del apartamento el dueño ya colgó un letrero que dice ‘En arriendo’
En Colombia, Mario Paciolla se había enfrentado varias veces con sus superiores. Son tensiones que aún no han sido exploradas y entendidas, inclusive porque es posible que se hayan originado no al interior de la ONU, sino en aquella área gris que es típica de cada misión internacional: el área de contacto y la fricción con el contexto local. Pero, por supuesto, sus compañeros de escuela secundaria no tienen dudas: si había algo para criticar, él criticaba. No había elegido esa vida para conocer el mundo, sino para cambiarlo.
“Y, sin embargo, también era una persona muy estructurada. Era un idealista, sí. Pero luego desglosaba los problemas pieza por pieza: porque no le interesaba simplemente informar sobre estos, sino en resolverlos”, dice Simone, uno de sus compañeros que hoy es ingeniero. “Era riguroso en sus principios, pero también en el método”, recalca y agrega que era un experto sobre Colombia. Tan experto que fue asesor logístico de los oficiales de prensa del Estado Vaticano durante la última visita del Papa Francisco.
En Italia, los mejores análisis sobre Colombia son aquellos firmados en Limes (revista italiana de geopolítica, perteneciente al grupo editorial GEDI) por Astolfo Bergman, un seudónimo que usaba Mario.
Se ocupó de la parte más compleja y crucial del proceso de paz: la reintegración social de los guerrilleros. En un país donde el conflicto armado interno comenzó en 1964, y después de más de 260 mil muertes y 80 mil desaparecidos, y 6 millones de desplazados internos, existe una alternativa a las armas: la cocaína. Colombia es el primer productor mundial. Y también encabeza otro ranking: el de los asesinatos de líderes y defensores de derechos humanos. Son dos por semana.
“Pero (Mario) era una persona muy reservada. Nunca hablaba sobre los riesgos, de los mil problemas de esa vida. O de la soledad. Estaba concentrado en los demás. Nunca hablaba de sí mismo. Pero, sinceramente, nosotros preguntamos poco”, dice Alessandro, quien ahora es periodista. “Porque al final, es una vida tan diferente a la tuya. Tan extraña. Así es… y luego, porque te sientes en dificultad”, añade.
“Y entonces no preguntas nada. Porque las preguntas serían más para ti mismo”.
Crecieron en Rione Alto, un barrio de Nápoles. Por encima del Vomero (barrio céntrico de Nápoles). Un área de edificios de la década de 1960, anónimos, edificios de concreto, pero todavía es uno de los barrios en que se suele decir: Bajo al centro. Y al final está solo Francesco, que ahora es biotecnólogo, quien lo recorre conmigo, cuadra por cuadra, para contarme sobre la escuela secundaria “Vittorini”, el oratorio, la plaza Totò, los lugares de los 33 años vividos juntos: ya es la una, y los demás tienen miedo.
“De cierta manera, es como si solo hubiéramos descubierto a Mario solo ahora. Te decía: Trabajó en la ONU, como yo en un laboratorio, pero en realidad, vivió mucho más que nosotros. Vivió tres mil vidas”, dice.
En Italia, Paciolla nunca fue una persona muy comprometida. Nunca fue un militante. Y no porque en este país no haya razones para serlo, dice Francesco, sino porque Italia es lo que es, porque ya uno no siente el deseo.
“Tenía coraje. Tenía cabeza, pero sobre todo coraje. Siempre citaba a Hermann Hesse: ‘Somos herencia y posibilidad’. Nosotros, por otro lado, siempre hemos sido mucho más cuadrados”, dice el biotecnólogo. Parece decirlo a su sombra, en el claro de la luna, en este Rione Alto, que es silencioso y tranquilo, y parece notarlo por primera vez, los cafés que siguen abiertos, dos chicas charlando en una pared: solo bastaba no tener miedo.
“Instintivamente piensas: qué desperdicio. Morir a los 33 años. Piensas: duró tan poco tiempo. Pero luego entiendes que todos teníamos la misma edad, sí, pero nuestras vidas han sido mucho más cortas”.
“Él era de aquellas personas para que lo importante no era el destino, sino el viaje. Y ahora solo se te ocurre pensar: mira cuánto puede contener la vida”, dice, ahora que ya no está allí, dice, mientras que, tu, sigues ahí. Pero es como si nunca hubieras estado allí, mientras su sombra se extiende, y como en una vieja canción de Vinicio Capossela, una entre sus favoritas, solo parece decir: “Signora luna dimmi dov'è la strada che porta a me/ Señora luna, dime dónde está el camino que lleva hacia mí”.
Traducción Giacomo Finzi y Stephan Kroener
*Francesca Borri, periodista italiana, publicó esta crónica en el periódico Il Fatto Quotidiano.
© Il Fatto Quotidiano