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El legado de Francisco a la agenda internacional

El papa Francisco no solo fue líder espiritual, sino también un jefe de Estado con una agenda política internacional clara. Su legado trasciende lo religioso: medioambiente, derechos humanos, cooperación internacional y una crítica frontal al modelo económico extractivista. Así lo analiza Fabián Cárdenas PhD, profesor de Derecho Internacional de la Universidad Javeriana.

Fabián Cárdenas PhD
27 de abril de 2025 - 01:00 a. m.
El Papa Francisco (c-i, de blanco) reza en la Capilla de las Apariciones en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en Fátima, Ourem, Portugal, hoy 5 de agosto de 2023.
El Papa Francisco (c-i, de blanco) reza en la Capilla de las Apariciones en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en Fátima, Ourem, Portugal, hoy 5 de agosto de 2023.
Foto: EFE - ANTONIO COTRIM / POOL
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El papa jesuita Francisco fue mayormente conocido por haber sido el líder de la Iglesia cristiana católica desde el 2013 y hasta abril de 2025. No obstante, igual de importante fue su rol como líder político mundial. Al haber sido el jefe de Estado del Vaticano durante 12 años también dejó un transcendental legado al derecho y las relaciones internacionales. Su línea política, que quedó expresada en cuatro encíclicas, así como en los tratados por él firmados, y sus diversas intervenciones ante organismos internacionales, tuvo un marcado y recordado énfasis en la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, la cooperación internacional, la solución pacífica de las controversias internacionales y, más recientemente, la tecnología humanista.

Valga resaltar en primera medida que el Vaticano, o el Estado de la Ciudad del Vaticano, es un sujeto de derecho internacional en estricto sentido, capaz de contraer obligaciones internacionales y ser sujeto de responsabilidad internacional. Es un Estado soberano que se encuentra enclavado dentro de la capital italiana. El mismo surgió a la vida jurídica a través de los denominados Pactos de Letrán, firmados entre la Iglesia católica y (ahora) Italia, en 1929. Actualmente es el Estado más pequeño del mundo, con una población aproximada de 700 habitantes, y un territorio de 0,5 Km2. Su forma de gobierno es una monarquía absoluta, teniendo al sumo pontífice como jefe de Estado que concentra los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. No obstante, en su funcionamiento interno, el papa distribuye el ejercicio del Gobierno por vía de la Gobernación, o el Governatorato, el cual es liderado por un cardenal presidente y articulado con un secretario general y un vicesecretario general.

El Estado del Vaticano es parte de numerosos tratados internacionales, incluyendo las Convenciones de Ginebra relativas al Derecho Internacional Humanitario, la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, la Convención sobre los Derechos del Niño, la Convención UNESCO para la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural; la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción, entre otras, estas últimas adheridas por el propio Francisco. Así mismo, es parte de diversas organizaciones internacionales, como la ONU, la FAO, la UNESCO (de las que es miembro observador), la Organización Internacional de Energía Atómica, la Organización Mundial del Turismo, la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, la Unión Internacional de Telecomunicaciones, entre otras.

Y fue precisamente en su calidad de jefe de Estado y líder político mundial que Francisco tuvo un protagonismo global en el que posicionó una agenda internacional muy clara que se origina en un discurso de derechos humanos, inspirado en la denominada cura personalis de los jesuitas, pero que trascendió hacia líneas concretas relativas al cuidado del medio ambiente global –o la casa comune, como el prefirió denominarlo-, así como en perspectivas de fraternidad, solidaridad internacional, cooperación y solución pacífica de las controversias. Durante su mandato como monarca supremo del Estado del Vaticano, Francisco publicó no solo sus visiones de la fe cristiana sino verdaderas expresiones de política exterior a través de cuatro encíclicas, a saber Lumen Fide (2013), Laudato Si (2015), Fratelli Tutti (2020) y Dilexit Nos (2024).

Tal vez la más influyente de todas es la carta encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común. En este documento, Francisco hace una defensa férrea por el medio ambiente, reivindicando el lugar prioritario que la protección de la biota y la sostenibilidad deben tener en la esfera internacional. Entre otros, el papa reitera la interdependencia que caracteriza el cuidado del medio ambiente a nivel mundial, enfatizando las relaciones inescindibles que existen entre los ecosistemas planetarios y el ser humano, más allá de las fronteras y las divisiones políticas, haciendo especial hincapié en el ODS 1, al reiterar cómo la pobreza se localiza como epicentro de muchos de los desafíos ambientales que enfrenta el mundo contemporáneo.

Por otro lado, hace una valiente crítica al modelo económico predominante, denunciando el consumismo excesivo, las enormes dificultades de un sistema económico eminentemente extractivista, haciendo un llamado a la humanización de la economía, aspectos estos que indudablemente contrastan con los nuevos discursos que han vigorizado Trump en su segundo mandato, así como su compatriota Milei.

Laudato Si’ también acuña y desarrolla el concepto de la “ecología integral”, que es verdaderamente una visión mucho más humanista y fraternal de lo que actualmente conocemos como “sostenibilidad”, que tal como lo ahondamos en nuestro más reciente libro “Sostenibilidad y Derecho (2025), PUJ – Tirant lo Blanch”, propone la necesidad de armonizar las metas de desarrollo económico de forma equilibrada con el desarrollo social y la protección ambiental. O como lo dijera la Comisión Brundtland de la ONU en 1987, el desarrollo que busca satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin que se impida que las generaciones futuras satisfagan también las suyas.

Esta influyente carta papal, acepta el origen antropogénico del cambio climático, así como la necesidad de acción urgente de la humanidad para alcanzar la reducción de los gases de efecto invernadero excesivo, con miras a alcanzar un equilibrio que permita no solo el cuidado del medio ambiente, sino de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables del mundo. Finalmente, invita a los Estados del mundo a concretar un diálogo global, horizontal, democrático y participativo, en el que se reconozca que en el trasfondo está la necesidad de cambios de cosmovisiones que se aparten del consumo irracional, y se direccionen a la fraternidad y la cooperación. En palabras de Francisco: “El clamor de la tierra y el clamor de los pobres son el mismo clamor”. Argumento este que va en línea con nuestro último artículo académico publicado en coautoría con Dayana Becerra, en el que enfatizamos la necesidad de una visión de sostenibilidad que venga desde el Sur Global, en la que se reivindique la pobreza como consecuencia y no como causa de los problemas ambientales. (Becerra, Cardenas. “The Path Towards a New Paradigm: Sustainability as the Transformative Axis in Contemporary Law”. Novum Jus 19, 2025).

Por su parte, y en la misma línea, sus demás encíclicas puntualizan la importancia de manejar las relaciones internacionales desde una perspectiva de los derechos humanos vigentes. Lo que el papa llamó fraternidad, el derecho internacional lo ha solido denominar amistad y cooperación, los cuales son verdaderos principios jurídicos de doble vía, que invitan a ofertar ayuda internacional, así como la obligación de recibirla cuando la misma es puesta a disposición. También son expresión de la lucha contra el racismo, la xenofobia, las desigualdades, reivindicando el valor intrínseco de las personas el cual debe verse reflejado en la solución de conflictos internacionales como el que perdura entre Rusia y Ucrania, o Israel y Palestina, o que se ve desfavorablemente materializado en el recrudecimiento de las persecuciones migratorias o las deportaciones masivas que se ven actualmente, sobre todo en los Estados Unidos a partir del vigente gobierno.

Por su parte, su última Encíclica, Dilexit Nos (Nos amó), de 2024, que hace un llamado a la expresión del amor de Jesucristo como la esencia sobre la cual debe girar la operatividad de la sociedad, no accidentalmente se refiere a la tecnología, la nueva era de la información, las redes sociales y por supuesto, la inteligencia artificial como foco de atención. La misma es una invitación a poner los ojos en la tecnología desde una perspectiva humanista, también fraterna y respetuosa de la casa común, o de la sostenibilidad, recurriendo al comunitarismo y al abandono del egoísmo.

Protección y preservación del medio ambiente, primacía de los derechos humanos, diálogo y paz para los conflictos armados, cooperación económica y energética, derechos de los migrantes, abolición de la pena de muerte, responsabilidades comunes pero diferenciadas, tecnología humanista y democrática, son mensajes que, inspirados en la Santa Biblia pero llevados al plano político-jurídico, tienen un eco y resonancia conceptual perfectamente claras en el derecho y las relaciones internacionales, desde las perspectivas del papa Francisco y para el mundo contemporáneo.

Una vez visto el legado de Francisco, los interrogantes quedan planteados en el rumbo que tomará el próximo papa. ¿Será un jefe de Estado que se alinee con el discurso MAGA de Trump, la revitalización del capitalismo neoliberal, la negación del cambio climático, la invisibilización de la agenda ambiental, el debilitamiento de las agendas de derechos humanos, el reforzamiento de la economía extractivista y el imperio de las empresas de tecnología? O, por el contrario, ¿será un monarca que continúe impulsando las ideas del cura jesuita Francisco, el primer papa del Sur Global, en una visión divergente que genere contrapesos a la política mundial? Esperemos que, como lo dijo alguna vez Montesquieu, se dé un escenario en el que “para que no se pueda abusar del poder, el poder detenga al poder”.

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Por Fabián Cárdenas PhD

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