“Hicieron un buen trabajo en crearnos traumas”: activista indígena de Canadá
Anemki Wedom, también conocida como Viola Thomas, cuenta cómo operó el sistema de internados estatales que se creó en su país para obligar a los niños indígenas a que se volvieran “más canadienses”.
Diana Durán Núñez / @dicaduran
En junio pasado, el resultado de una investigación de tres años sobre los asesinatos y desapariciones de niñas y mujeres indígenas en Canadá fue una conclusión devastadora: genocidio. “Esto es genocidio”, dijo una y otra vez Marion Buller, una abogada indígena que encabezó las indagaciones, el día en que el reporte fue lanzado ante los medios de comunicación, con presencia del primer ministro, Justin Trudeau. El líder político, ante el peso de los hechos, no tuvo otra opción que aceptar las conclusiones del reporte, reseñaron medios de comunicación canadienses.
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En junio pasado, el resultado de una investigación de tres años sobre los asesinatos y desapariciones de niñas y mujeres indígenas en Canadá fue una conclusión devastadora: genocidio. “Esto es genocidio”, dijo una y otra vez Marion Buller, una abogada indígena que encabezó las indagaciones, el día en que el reporte fue lanzado ante los medios de comunicación, con presencia del primer ministro, Justin Trudeau. El líder político, ante el peso de los hechos, no tuvo otra opción que aceptar las conclusiones del reporte, reseñaron medios de comunicación canadienses.
Esa investigación es la hija de una aún más grande que se publicó en 2015: el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. La mayoría de países que establecen órganos de esta naturaleza luchan por superar pasados llenos de conflictos y atrocidades. En Canadá, el conflicto estuvo camuflado entre decisiones estatales colonialistas, y de las atrocidades, las víctimas fueron los indígenas. Pero muchos de ellos decidieron, a su vez, dar contragolpes y pelear por que su verdad también se conozca. Entre ellos Viola Thomas, quien prefiere presentarse con su nombre indígena: Anemki Wedom, la Voz del Trueno.
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Anemki Wedom apoyó a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación los siete años que estuvo en funcionamiento y lleva más de 30 trabajando, como describe ella misma, para tener “incidencia y promover cambios sistémicos con el fin de erradicar las distintas formas de violencia colonial en Canadá”. Vivió en carne y hueso una de las peores violencias que haya establecido el Estado canadiense en contra de su población indígena, una especie de internado a donde llevaban a los niños indígenas que eran arrancados a la fuerza del seno de sus familias para volverlos “canadienses”. Este es su testimonio.
Generalmente, los países que establecen comisiones de la verdad están en la transición para dejar atrás pasados dolorosos. En Canadá, ¿cuál fue el contexto para el surgimiento de su comisión?
Aquí querían eliminar a los indígenas. Lo que hicieron fue crear el sistema educativo residencial, con el cual sacaron a la fuerza a los niños indígenas de sus comunidades y los ubicaron en internados del Estado por todo el país, los cuales eran manejados por diferentes congregaciones religiosas: la Iglesia católica, la Iglesia anglicana, la Iglesia presbiteriana. Incluso, algunos los manejaban comunidades menonitas (grupos cristianos que rechazan las comodidades de la vida moderna), lo cual fue un descubrimiento impactante.
¿Cuándo surgió ese sistema?
Poco después de que en Canadá se aprobara la Ley Indígena (The Indian Act), en 1876, la norma que dice qué pueden hacer los indígenas en las reservas y qué no, pero ya había antecedentes. Sobra decir que los indígenas no tenían voz ni voto en la legislación. En la provincia de Quebec, en el siglo XVII, empezaron a sacar niños indígenas de sus comunidades para enviarlos en barco a Francia. Luego se convirtió en una política: la política de erradicar nuestra conexión como los primeros pueblos sobre esta tierra y de asimilarnos como canadienses, para que no ejerciéramos nuestra cultura. Nos negaron la oportunidad y el derecho de hablar nuestra lengua, de practicar nuestras creencias espirituales, de compartir la música y bailes que reflejan la belleza y dignidad de nuestra gente y afirman lo que somos y de dónde venimos.
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De esa dura experiencia, ¿cómo brota la Comisión de la Verdad?
En los años 80, adultos indígenas que de niños fueron sometidos al sistema educativo residencial demandaron al Estado canadiense y a las congregaciones religiosas por el dolor, el sufrimiento y las pérdidas que les causaron. ¿Te puedes imaginar crecer en una comunidad sin niños a tu alrededor? ¿Sin oírlos reír y llorar? Ese sistema destruyó los vínculos familiares e identitarios. Destruyó todo. Hicieron un buen trabajo en crearnos traumas, fue un efecto dominó. Pero, con coraje, algunos sobrevivientes del sistema tomaron la decisión de seguir adelante y presentar una acción popular. En parte, la Comisión de la Verdad y Reconciliación se creó por esa demanda colectiva. Algo muy interesante fue que, de las cerca de 60 comisiones de verdad que se han creado en el mundo, esta es la primera en voltear a mirar a los niños realmente.
¿Qué tal reaccionaron las comunidades religiosas que manejaban los colegios?
La mayor resistencia la ha puesto la Iglesia católica. Al día de hoy, no ha pagado su parte del acuerdo que se negoció.
¿La Iglesia católica les ha pedido perdón?
No lo ha hecho.
Usted también es sobreviviente de ese sistema. ¿Cómo fue vivirlo en carne propia?
De niña fui obligada a hacer parte de él, como lo fueron mi madre y mis siete hermanos. Todos fuimos al mismo lugar. De niños fuimos desplazados a la fuerza; usaban a la Policía para hacerlo. Fue un sistema impuesto por un gobierno colonial, cuya esencia persiste hasta hoy. Erosionó las formas indígenas tradicionales de gobernanza, nuestras creencias. Afectó a muchas generaciones: la última escuela se cerró en 1996. Lo que queda es mucho dolor... (se le quiebra la voz). Un trauma intergeneracional de que te nieguen el derecho a conocer y vivir tu propia cultura, el derecho de estar con tu gente. Crecimos con la frase de que éramos estúpidos, nos pegaban con reglas, no nos alentaban a reconocer nuestra propia belleza. ¿Qué clase de ser humano trata a niños así y se hace llamar católico? ¿Qué clase de religión apoya que se maltrate a los niños? Mi madre fue a una escuela llamada industrial: eso era trabajo infantil para la Iglesia católica. Nunca recibió buena educación, no aprendió apropiadamente a leer y escribir. Pero sobrevivió. Y también nosotros, sus hijos, que fuimos tratados del mismo modo que ella.
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¿Qué han hecho las comunidades indígenas para tratar de sanar?
Hay un movimiento que apoya la restauración de nuestro lenguaje, cultura y tradiciones. Es necesario que la sociedad canadiense rinda cuentas por lo que pasó y que asuma responsabilidades, que se comprometa, para promover así la paz entre los pueblos indígenas y el Estado de Canadá. Esa reconciliación puede darse a través de la restauración del honor de quienes nos dieron la vida, de nuestras mujeres, incluida la Madre Tierra. Solo así podremos seguir adelante y sanaremos el pasado: tomando distancia de esa política colonial de asimilación que se nos impuso.
El perdón que les pidió el Estado canadiense, ¿lo sintieron genuino?
Yo tengo una pequeña historia sobre eso. Fue durante la transmisión de una elección del gobierno federal. Stephen Harper era el primer ministro, pero su gobierno tenía minorías, y fue Jack Layton, el líder del Nuevo Partido Democrático de Canadá, quien advirtió que habría consecuencias si no se ofrecían las disculpas. El Estado canadiense pidió perdón porque no quería irse a otra elección federal. Además, y no todo el mundo sabe esto, cuando Stephen Harper ofreció disculpas, el Parlamento no estaba en sesión: he ahí otra capa sobre el acto de perdón. Fue un gesto forzado.
¿De qué manera percibe la respuesta de la sociedad canadiense hacia ustedes?
La palabra “reconciliación” se volvió retórica para los políticos, pero no hay acciones que la respalden. Hay una desconexión entre los canadienses y la verdad, hay mucha indiferencia hacia el sufrimiento de nuestros pueblos. Alguna vez fuimos mayoría en este país; nos volvimos minoría y no tenemos cómo influenciar a los gobiernos. He estado involucrada en esta lucha por más de 30 años; los hallazgos de la comisión y del último reporte no son nuevos. Hay ciudades donde desde la Policía y los concejos municipales apoyan la prostitución de jóvenes indígenas. Las cosas con que los gobiernos salen impunes, hoy en día, son impresionantes.
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Salió un nuevo reporte que documenta la violencia contra niñas y mujeres indígenas, iniciativa que usted también apoyó. El primer ministro, Justin Trudeau, dijo cuando se conoció el informe que era un día “incómodo pero esencial”. ¿Incómodo es la palabra que describe los hallazgos?
No lo es. Ese fue el día en que muchos canadienses, por primera vez, conocieron la verdad sobre nuestras niñas y mujeres indígenas. “Incómodo” es una palabra demasiado amable ante la que usó la comisionada (Marion Buller): genocidio. Algunos canadienses quizá se sintieron ofendidos con ese término, pero si uno lee su definición en los tratados internacionales, encaja perfectamente con lo que pasó y sigue pasando con las niñas y mujeres indígenas. Los canadienses necesitan sentir esta incomodidad y valorar lo que está ocurriendo en el país. Si yo te llevara a mi comunidad, verías un camposanto lleno de tumbas sin nombres, donde fueron enterrados niños que murieron en el sistema educativo residencial o adultos que se contagiaron de viruela. Hubo niños que murieron porque los dejaron morir de hambre. Creo que a los canadienses hay que sacudirlos hasta la médula. Solo si los ciudadanos de este país se comprometen a hacer cambios sistemáticos podrá haber una verdadera diferencia a la hora de construir relaciones con los pueblos indígenas.