La figura del general Ahmed Gaïd Salah, quien murió hoy, era conflictiva y confusa para muchos en Argelia, sobre todo durante los últimos diez meses de protestas. Su postura de defensor del cambio en la cúpula política actual del país se contrapuso a una serie de movimientos tras bambalinas que hicieron suponer que sus verdaderas intenciones eran perpetrar la dinámica de poder que tiene cansados a los argelinos.
Víctima de un infarto, el general murió a los 79 años en el hospital militar de Ain Naadja y fue reemplazado inmediatamente por el general Said Chengriha, hasta la fecha comandante jefe del Ejército de Tierra. "El viceministro de Defensa y jefe del Estado Mayor del Ejército murió el lunes a las seis de la mañana tras sufrir una crisis cardíaca", anunció sin más detalles la televisión local.
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La última vez que se había visto en público a Gaïd Salah, un militar discreto que llevaba al frente de las Fuerzas Armadas desde 2004, año en el que fue designado por el propio Bouteflika, fue el pasado jueves durante la ceremonia de investidura del nuevo presidente del país, Abdelmejid Tebboun. Ataviado con el uniforme de gala, como era su costumbre, el general recibió ese día la medalla de la Orden de Mérito Nacional del rango “Sadr”, la más alta distinción dentro del escalafón castrense.
Antes, el 11 de diciembre, había pronunciado su discurso, un breve mensaje al pueblo en el que le instaba a desoír los llamamientos de la oposición al boicot en las calles y a desbordar al día siguiente las urnas para “demostrar la fortaleza de Argelia”. La victoria en los comicios sonrió a Tebboun, un hombre del aparato, próximo al propio Gaïd Salah, que fue elegido con un 54 % de los sufragios en la consulta con la menor participación en la historia del país.
Figura clave en la actual crisis
De origen “chawi”, como la mayoría de los dirigentes argelinos, Gaïd Salah ha marcado en los últimos meses el paso político del régimen, sumido en un ejercicio de funambulismo con el que pretende saciar las ansias de cambio de la población sin que nada realmente cambie.
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Primero, al pedir la inhabilitación del hombre con el que trabajó codo con codo durante más de una década y al que sustituyó al frente del Ministerio de Defensa en 2013, año en el que Bouteflika sufrió un grave ictus que mermó su capacidad de gobernar.
Y después, sosteniendo el ritmo de la transición política junto al presidente del Senado y jefe de Estado interino, Abdelkader Bensalah, otro hombre de la vieja guardia cultivado en las filas del Frente de Liberación Nacional (FNL), el partido que gobierna en Argelia desde la salida de las tropas francesas.
Un discurso de Gaïd Salah precedió la decisión de Bensalah de posponer “sin fecha” las elecciones, que según la Constitución deberían haberse celebrado tras meses después de la dimisión de Bouteflika. Y otra alocución pública del general en septiembre sobre la conveniencia de que los comicios tuvieran lugar antes de final de año precedió, igualmente, la convocatoria que se celebró el pasado 12 de diciembre.
Campaña de manos limpias
Una intervención de Gaïd Salah ante las tropas fue asimismo el pistoletazo de salida de una campaña de “manos limpias” que desde entonces ha servido para purgar y encarcelar a decenas de militares de alto rango, políticos, empresarios y periodistas, todos ellos considerados afines al clan Bouteflika.
Entre ellos, el propio hermano del presidente, Said, al que se consideraba el verdadero poder en la sombra; el general Mohamad Mediane “Tawfik”, jefe de los servicios de Inteligencia durante 25 años, y el que fuera su número dos, el general Athmane Tartag.
Said y Tawfik fueron condenados a finales de septiembre a penas de diez años de prisión tras un juicio rápido del que diferentes organizaciones dudan, al igual que los escuderos civiles de Bouteflika, los ex primeros ministros Ahmed Ouyahia y Abdelmalek Sellal, condenadoa a 10 y a 15 años de reclusión, respectivamente.
Igualmente han sido encarcelados sin que se conozcan los cargos exactos y a la espera de juicio varios instigadores del movimiento de protesta popular, Hirak, que nació el pasado 22 de febrero para pedir la renuncia de Bouteflika y que casi once meses después sigue en la calle para exigir ahora la caída del régimen militar.
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Abajo el régimen militar
La inesperada muerte de Gaïd Salah abre ahora un enorme interrogante sobre el futuro de Argelia, un país sumido desde 2014 en una aguda crisis económica y social que es vital igualmente para España y la Unión Europea.
Situada en el corazón de las rutas de contrabando de armas, drogas, combustible y personas que llegan desde el Sahel, Argelia ha sido testigo en el último año de un repunte del yihadismo, en particular en su frontera con Malí, en la que está experimentando graves problemas de control. El país suministra a España el 54 % del petróleo y gas que importa, utilizados principalmente en la industria.
Tanto las fronteras como el sector energético están bajo el control del Ejército, al que se considera igualmente el garante de la seguridad y la estabilidad política nacional.
Sin embargo, desde la salida forzada de Bouteflika las protestas no han perdido fuelle y el grito más habitual en las calles ha sido el de “¡Fuera Gaïd Salah, queremos un Estado civil y no militar!”.
A él se sumó el pasado viernes el de “No me representas”, en alusión a Tebboun, que hoy decretó tres días de luto nacional en espera de gestionar una prolongada crisis que no deja de sumar desafíos e incertidumbres.